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En mi casilla de mensajes de la línea PHONE 2000 había una propuesta audaz:
"Somos dos hombres que desean penetrarte"
Había escuchado de amigos que lo hacían y cómo. Porque lo primero que pregunté era cómo se ponían dos hombres para penetrar juntos a una mujer. Nunca me horrorizo de nada que esté vinculado a lo sexual ya que he aprendido con un amigo-amante cosas que son bastante sui-generis pero que se practican en algún lugar del mundo precisamente ahora, cuando estoy escribiendo esta historia para ti.
A decir verdad no me atrajo la idea y contesté que:
"Gracias. Mi disfraz lo quiero entregar gastado... No arruinado..."
Cuando rescaté más tarde los mensajes de la línea estaba su respuesta:
"Dale... Anímate... !Te aseguramos que la vas a pasar muy bien!"
Tengo que reconocer que la voz me resultaba muy excitante pero aún así no había logrado convencerme. Es que yo hasta mis veintiséis años he sido una mujer muy reprimida por mi entorno pero con una mentalidad muy libre. Como estaba con la idea de escribir este libro me dije:
"!Qué puedes perder si te encuentras con él en un bar¡?"
Tomé el teléfono y dejé un mensaje en su casilla:
"El teléfono de mi casa para concertar una entrevista es 02374815278"
Algo extraño sucedió esa semana. Comenzaron a caer en mi casilla varias propuestas para hacer CAMBIO DE ROLES que, si bien nunca había escuchado algo semejante, lo había practicado con un escritor muy famoso en mi país que tiene veinticuatro años más que yo y que fue visagra en mi vida. Imaginaba que debía penetrarlo y tal vez vestirse él de mujer como ya lo habíamos hecho con mi hombre visagra al que no citaré expresamente por razones obvias -aunque imagino que él no me haría ningún juicio por contar su intimidad- prefiero respetarla ya que no lo tengo a mi lado ahora para consultarlo al respecto.
El mismo día en que me encontré en un bar con el que me proponía el menage a trois con dos hombres lo hice con uno de "cambio de roles" con una diferencia de dos horas entre entrevista y entrevista.
Estaba sentada en el bar cuando me reconoce como habíamos quedado por una chalina de gasa de color turquesa y se sienta a mi lado. Era unos centímetros más bajo que yo a lo que el mito de los petizos me hizo dar un poco más de terror respecto a que me penetrara y además con la colaboración de otro... Hablamos de bueyes perdidos porque la que no quería ir al grano era yo en definitiva. Le comenté que en dos horas tendría un encuentro por un cambio de roles y que estaba escribiendo un libro al que muy probablemente lo titulara AMOR Y SEXO ON LINE. El es arquitecto y también está en un grupo de teatro vocacional. En la vorágine de la conversación me dice:
"Yo también en algunas ocasiones soy mujer."
Como si no hubiese dicho nada seguí conversando mientras pensaba que esto era un ardid para terminarme convenciendo del triángulo. Entonces insistió y me dijo señalándose la frente que tenía una incipiente calvicie muy sensual para mi gusto:
"Mira. Ves. Esta es la marca de la peluca. Hoy fui mujer."
La marca de la peluca estaba efectivamente. Como soy muy expresiva y espontánea casi grité:
"¡No me digas! Me muero por verte cuando te penetran... Eso sí me encantaría..."
Me contestó:
"Te animás a subir a mi estudio. Está acá al lado."
Accedí. Estaba a media luz. Nos sentamos en un sillón muy confortable y seguimos conversando. Me dijo que como había tenido una sesión muy frenética esa tarde no me hacía el amor como hombre pero me dijo que tenía dos hombres desde hacía más de veinte años que le hacían el amor ellos como hombres y él como ella. Le pedí presenciar alguna vez eso porque era una fantasía mía pero que no participaría o si lo hacía quería que fuera mi decisión. Accedió porque me dijo que le parecía una mujer muy inteligente y de mente abierta y que lo iba a hacer como una excepción y como un regalo a mí a lo que agradecí con un efusivo beso en su mejilla. Antes de irnos me mostró las manchas de lapiz labial que esa tarde había dejado en la pared que estaba detrás del sillón donde conversamos.
Me acompañó caminando hasta la esquina donde me tenía que encontrar con uno para el cambio de roles y quedamos en que el miércoles siguiente al mediodía yo vendría para presenciar su triángulo clandestino.
Mi pareja estaba sentada ya en la confitería tomando un café y pidió uno para mí. Era un hombre altísimo con todo su cabello canoso a pesar de tener unos cuarenta años y con un rostro que me resultaba extremadamente sensual. Le conté el episodio de hacía minutos y le pareció encantador. Quedó seducido por mí y nos tomamos un taxi hasta un hotel que yo conocía ya que él estaba un poco nervioso. Ya había incursionado con una amiga en el cambio de roles pero aún no estaba bautizado con nombre de mujer y no habíamos traído ropa para la ocasión.
A ese hotel había ido yo muchas veces con uno de los que fue mi marido y que había muerto trágicamente ya hacía cuatro años. Sentí que él era mi cómplice en una más de mis travesuras y que me guiñaba el ojo. Este era de profesión ingeniero y cuando pagó el turno, curiosamente, pidió un profiláctico. Una risa asomó por mis labios y una carcajada en mi mente. Haciendo cambio de roles difícilmente pudiese ni contagiarle SIDA y mucho menos dejarlo embarazado. A lo que inevitablemente me fui acercando y en el oído antes de abrir la puerta de la habitación le susurré picarescamente:
"No temas. Prometo no dejarte embarazado."
Estaba muy excitado. Doblemente excitado. Porque yo le gustaba mucho y además porque iba a ser penetrado como deseaba.
Se desvistió más rápidamente que yo. Se puso mi sujetador y cuando me pidió mi braga hizo un moín que me dio envidia. Era más femenino que yo. En ese momento sentí una infinita ternura y le acaricié su rostro con mis dos manos y le dije:
"¡Venga mi putita!"
Trataba de entrar en el personaje y lo logré casi de inmediato. Casi bruscamente lo tiré sobre la cama aunque era muy robusto y alto se había convertido en una dama totalmente vulnerable. Nos besamos y acariciamos y me sentí tentada a mamarle pero me contuve. Entonces le dije:
"Date la vuelta mi amor... ¡Dame esa conchita!"
No se me ocurrió nada más original. Se puso en posición fetal entregándome su ano como si fuese la mejor concha del mundo. Fui acariciando su espalda con mis manos y con mi lengua y fui primero encontrando su orificio deseoso con mi lengua y poniéndole saliva para pentrarlo como a mí me gusta: con placer y evitando lastirmar...
Gemía y se meneaba deseosa... Le pregunté si tenía nombre de mujer y me dijo que no todavía. La bauticé: Mimí. Comencé a trabajar con mi índice en redondo como un tirabuzón y penetrándolo muy placenteramente también para mí. Confieso que siempre me gustó que mi pareja me permitiera que lo penetre pero nunca con aparatos siempre sólo con mi lengua, algunas veces logré hacerlo con mi pezón y siempre con mi dedo índice y a lo sumo dos dedos cuando mi pareja era bisexual asumido y lo disfrutaba pidiéndomelo a gritos...
Eyaculó en su mano. El semen estaba allí. Recién nos habíamos conocido. Yo deseaba comerme su semen pero dudé en pedírselo. Me pasaron en un segundo como dicen que pasan los sueños por la mente todas las posibilidades y las dudas y como siempre surgió mi coraje.
"¿Me lo das?" Y tomé su mano entre mis dos manos como una copa de cristal con un elixir delicioso porque eso es para mí el semen...
Me dijo agradecida: "¡Por supuesto! ¡Tómalo en prueba de mi agradecimiento! ¡Me hiciste muy feliz! ¡Gracias!" Y después de que me lo bebiera lentamente de su mano nos besamos y sentí como si él/ella quisiese también quedarse con eses sémen que supuestamente era mío para ella.
Cuando salimos caminando para coger un taxi, le dije, como abogada que soy te sugiero que elimines las pruebas y arrojes el condón... Él estaba casado y su mujer nunca le creería que no había estado con otra mujer, ni tampoco con un hombre... Algo difícil de explicar o casi imposible de creer...
Al día siguiente partía con su mujer e hijos hacia Tandil en la provincia de Buenos Aires unos trescientos kilómetros de la capital.
Su primer mensaje en la casilla de la línea de encuentros decía:
"Estoy deseando volver a encontrarte. Me masturbaré pensando en ti. Hasta la vuelta."
A lo que le contesté:
"Nada de eso. No sabes que las putas deben guardar sus orgasmos para los cafishos. Nada de masturbarte ni de tener orgasmos por ahí con nadie. ¡Haz entendido Mimí! ¡Sólo para tu macho!"
Respondió:
"Lo prometo entonces. No sabía eso. Perdona. Guardaré todos mis orgasmos para ti."
No volvimos a encontrarnos porque a mí me resultaba extraño. No quería enamorarme cumpliendo ese rol. Yo creo que las relaciones deben sincerarse y eso traté que él haga con su esposa sin éxito. Temía mucho que ella lo abandonara si él le decía que deseaba ser penetrado y gozar también de esa manera. Porque él gozaba también haciéndole el amor a su mujer como hombre.
Lo recuerdo muchas veces con mucha ternura y deseo que pueda ser feliz.
FIN
VIRGINIA NORMA
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