Hacía más de dos años en que cohabitaban con sus suegros a causa de que Adrián trabajaba como supervisor de concesionarias; viajando continuamente por todo el país y no queriendo dejarla sola en ese barrio en que la inseguridad crecía día tras día, la había llevado a vivir en su antiguo cuarto de soltero pero, aunque los padres eran amables y gentiles con ella, Sasha se sentía molesta ocupando un lugar en ese departamento no demasiado grande en el que no era cómodo moverse sin importunar a los demás.
En lo personal y tal vez por ser extranjera, con otras costumbres, la falta de intimidad la perturbaba y salvo en ocasiones en que sus suegros estaban fuera de la casa, podía sostener relaciones libremente con su marido con toda la fogosidad que esas prolongadas ausencias ponían en su cuerpo en plena maduración; justamente por eso, en los períodos en que estaba sola y en su cuerpo se acumulaban viciosas necesidades pero totalmente humanas, escuchar a través de la delgada pared a los padres de Adrián hacerlo con total desparpajo como si vivieran solos, la volvía loca y, aunque nunca fuera aficionada a las masturbaciones porque sí, no eran pocas las ocasiones en que debía utilizar sus manos para satisfacer ese apetito.
No era que padeciera de incontinencia sexual, pero a los veintitrés años, una muchacha rusa de una ciudad esencialmente minera como Tula no transcurría su juventud sin haber dejado en el camino las más diversas experiencias con hombres de distinto calibre, y eso se aplicaba tanto a su situación económica como a lo dotados que eran; sin considerarse íntimamente una puta, se había prodigado tal como lo hacen sin reparos las jovencitas de hoy en día, sólo que en su caso lo hiciera para obtener dinero y mover influencias para poder emigrar a Buenos Aires, ciudad que había elegido por sus características europeas y por haber estudiado español en los seis años de la secundaria.
Además y para sumar a la suspicacia característica de todo extranjero hacía sus patronos o anfitriones un vestigio de alarma, le parecía que los modales y miradas furtivas de su suegro tenían un trasfondo que iba más allá de la mera amabilidad. Ciertamente, esa sensación se justificaba ya que el hombre no le era indiferente, no voluntariamente sino porque cada vez que estaba cerca de él, allá, en el fondo de sus entrañas, se encendía ese picor traicionero de la calentura más profunda.
Realmente, Martín y Amanda constituían una magnífica pareja por su apostura natural, ya que hijos de fineses, eran altos, esbeltos y agraciados; ella estaba acostumbrada a la apariencia de aquellos vecinos a su tierra y el rubio matrimonio la dejaba admirada por lo gallardo de su apostura y pensando especialmente en su suegro, tuvo que admitir para sí misma que esa admiración era en realidad atracción.
Sasha no tenía intenciones aviesas, pero como no trabajaba y permanecía todo el día con ellos, el trato cotidiano más los casi obligados roces físicos, ponían en su mente los más extraños pensamientos y no sólo con respecto a Martín, sino que una tarde se sorprendió observando como hipnotizada los senos oscilantes de su suegra con golosa mirada cuando aquella se cambió desenfadadamente el corpiño en medio del comedor diario; en su frondosa variedad de relaciones sexuales, nunca había cruzado por su mente sostenerlas con otra mujer y aunque no les tenía aprensión, el lesbianismo no le interesaba pero, íntimamente, se cuestionó si aquella no era una posición absurda.
Quince días llevaba Adrián en su viaje de inspección y ese sábado por la tarde en que después del almuerzo su suegra fue a la peluquería para hacerse las manos y prolijar la melenita que alimentara el invierno en un corte más fresco acorde con el verano que se aproximaba, ella se hizo cargo del lavado de los utensilios de cocina y la vajilla; estaba acomodando en las alacenas los últimos platos, cuando Martín hizo su aparición con el pretexto de tomar un café y luego de colocar el jarrito dentro del microondas, se apoyó en la mesada del costado para, casi jocosamente, hacer una confianzuda observación sobre que sus nalgas protuberantes no tenían nada que envidiarle a la contundencia de las de su mujer.
Un timbre de inquietud se encendió en la mente de la rusa y en tanto sus piernas se cerraban automáticamente como si el hacerlo desviara la mirada que presentía su suegro posaba en el generoso trasero, simuló desoír el piropo intencionado y prosiguió apilando los platos; evidentemente, Martín lo tenía todo planeado, ya que estando seguro de la ausencia de su mujer, no se limitó a esa observación sino que, aproximándose por detrás, puso las dos manos en su cintura al tiempo que meneándose de costado, hacía que el bulto de la pelvis rozara las prominentes nalgas.
La muchacha no quería hacer un escándalo y mucho menos en la casa de los padres de su marido, por otra parte, único lugar en que podía vivir ya que no conocía a nadie más en el país con quien pudiera hacerlo; sabiendo que lo inevitable sucedería pese a lo que hiciera, no tuvo una reacción negativa aparente y permaneció quieta mientras sentía que las manos abandonaban codiciosas las caderas para subir hacia el pecho hasta posarse sobre la masa maciza pero no exuberante de los senos. Con las manos apoyadas sobre el mármol, y los ojos cerrados por la expectación, sintió como su suegro desabrochaba con paciente calma los botoncitos de la blusa para que luego los dedos se introdujeran a la búsqueda de los pechos.
Explorando la base del corpiño, él detectó el ganchito que lo abrochaba al frente y soltándolo con presteza, lo apartó para que los senos cayeran por su propio peso sobre el abdomen; con tierna suavidad, los dedos se aventuraron a reconocer la comba pesada para subir lentamente hacia el vértice, palpando dulcemente las chatas, rosadas y granulosas aureolas, comprobando después el volumen de los largos pezones.
A su pesar - o tal vez no -, la joven rusa dejó escapar un profundo suspiro acompañado de ininteligibles susurros en su idioma y el hombre, sabiéndola entregada, terminó de quitarle la blusa y el corpiño para darla vuelta y hundir la cabeza en el estrecho valle entre las empinadas tetas; instintivamente, Sasha rodeó con sus manos la leonina cabeza para presionarla contra el pecho y en tanto la boca que besaba angurrienta la piel ya sonrojada del esternón derivaba hacia el seno derecho en aparatosas lamidas, sintió como la otra encerraba al izquierdo para sobarlo y estrujarlo con ternura.
Los más de quince días de abstinencia total predisponían el ánimo de la muchacha y la lengua de Martín que azotaba reciamente al largo pezón como comprobando esa elasticidad que lo hacia ceder dócilmente a los embates, fue contagiándola pero para cubrir las apariencias decidió no entregarse tan fácilmente, dejando la iniciativa en manos de su suegro; este no era mayor que alguno de quienes “financiaran” su viaje y con menos de cincuenta años, la excitaba tanto como lo hiciera su hijo cuando lo conociera, haciendo que el cuerpo sólido y de músculos largos la atrajera inevitablemente.
Resollando suavemente en cortos jadeos, disfrutaba de esa lengua recorriendo curiosa las rosadas aureolas y cuando la boca se cerró sobre el pezón para chuparlo reciamente como si mamara al tiempo que los dedos encerraban al otro para pellizcarlo y estregarlo delicadamente, no pudo contener un tan categórico como perfecto asentimiento en español; entonces, las manos de su suegro, mientras la boca deambulaba de un seno al otro lamiendo y chupando, bajaron diligentes el cierre de la corta pollera para dejarla caer al suelo sobre los pies.
Tal vez por hábito o porque su cuerpo respondía involuntariamente a aquellos estímulos, se apresuró a sacar los pies de ese encierro para después abrir las piernas flexionadas como incitándolo; sin decepcionarla, llevando una mano a colaborar con la boca en los estremecidos pechos, Martín distrajo la otra para llevarla a la entrepierna y por sobre la tela de la trusa, hizo a sus dedos estregarla arriba y abajo siguiendo la comba de esa abultada vulva que prometía placeres inmensos.
Ahora era ella quien proyectaba su pelvis contra la mano y cuando los dedos separaron la débil tela para frotar directamente los labios depilados del sexo, lo aferró por la nuca y su cuerpo imitó ansioso los meneos frenéticos de una cópula; sabiéndola a punto y aunque no era liviana, Martín la alzó entre sus brazos para conducirla al dormitorio que compartía con Adrián, pensando que si a su mujer se le ocurría volver antes de tiempo, podría huir fácilmente al baño por la puerta que lo conectaba con él.
Seguramente su suegro tenía calculado todo con anterioridad, ya que debajo de la ropa no llevaba nada y después de quitarse con rapidez los pantalones, se enderezó para sacarse la remera, dando oportunidad a que Sasha, quien había recapacitado que pese a su calentura no podía traicionar así a su marido y menos aun en su propia cama y con su padre, intentó huir para encerrarse en el baño pero Martín la aventajaba en corpulencia y velocidad; tomándola con una mano por la cola de caballo en que peinaba su largo cabello, la arrastró hasta la cama y levantándola, la dejó caer violentamente sobre el acolchado.
Asustada por esa reacción del hombre, se protegió el rostro con las manos pero no pudo evitar que aquel se subiera al lecho y acaballándose sobre su pecho, la desenmascarara con sus vigorosos dedos para después restregar por toda la cara la todavía fláccida masa de la verga; parpadeando sorprendida pero con los ojos desmesuradamente abiertos por el pánico, alcanzó a ver que el miembro del hombre, aun tumefacto, era verdaderamente grueso y largo.
Asqueada pero atemorizada por la violencia de su suegro, soportó estoicamente que refregara al miembro sobre sus ojos, nariz y mejillas, pero cuando aquel quiso ponerlo en su boca, cerró los labios obstinadamente mientras meneaba la cabeza a un lado y otro; Martín parecía entusiasmado con esa resistencia a pesar de que minutos antes le demostrara el nivel de su calentura y, sonriendo sardónicamente, la inmovilizó con una mano para poner los dedos como una tenaza en la parte superior de la mandíbula.
La fuerza del apretón desorientó a Sasha y el sufrimiento se le hizo tan grande que impensadamente cumplió con el objetivo del hombre y cuando abrió la boca para gritar, él embocó en ella la endeble morcilla al tiempo que la amenazaba roncamente que si lo mordía sería lo último que haría en este mundo; respirando sonoramente por la boca desmesuradamente abierta, sintió como el flojo pellejo se alojaba dentro y el hombre lo sacudía para hacer que lo chupara.
El peso de su suegro sobre el pecho le quitaba el aliento y en tanto la boca se le llenaba de saliva que terminaría por ahogarla, el dolor del maxilar se le hizo tan insoportable que tragó, encerando con ese movimiento al pene entre los labios; no era la primera vez que debía convertir a un proyecto de verga en un verdadero falo y en reacción instintiva, comenzó a succionarlo tímidamente al tiempo que su lengua lo aplastaba contra el paladar y las muelas.
Martín veía contento como la rusita se allanaba a sus deseos y acariciándole los cabellos, la incitó con dulzura a que la mamara bien hasta que se endureciera; dándole la razón al hombre en cuanto a su excitación y condensando en los labios parte de esa histérica abstinencia pasajera, aflojó con sus dedos el cerrojo de los de su suegro, poniendo todo el énfasis de su experiencia en la chupada al miembro que paulatinamente iba cobrando rigidez.
Viendo que las succiones ya eran voluntarias y que la muchacha estaba realmente entusiasmada con el tamaño que la verga prometía, levantó un poco las nalgas del suave colchón de los senos e imprimió a su cuerpo el balanceo de un breve coito; Sasha había concluido que toda resistencia sería vana y que si su marido continuaba abandonándola por tanto tiempo durante todo el año, hallaría el debido consuelo en brazos de su padre, con lo que su infidelidad no tomaría estado público ni estaría amenazada por las exigencias ni posibles celos de un extraño.
Tomando entre sus dedos la verga todavía fofa, la sacó de la boca para pedirle a Martín que se acostara boca arriba en la cama para poder hacerle una chupada como Dios manda; una vez que el hombre la complació, se instaló arrodillada entre las piernas abiertas y encogiéndoselas, puso la lengua tremolante a recorrer los arrugados globos de los testículos y encontrando en sus minúsculos meandros restos de sudor y fluidos naturales de la excitación masculina, fue enjugándolos con los labios en pequeños chupones y ya excitada ella misma, mientras manoseaba la verga entre los dedos, realizó algo a que los hombres se niegan defendiendo su cacareada masculinidad pero que los satisface más que una felación.
La punta vibrante de la lengua recorrió el perineo y prudentemente, estimuló el apretado frunce del ano con tal suavidad y sapiencia que arrancó en su suegro una grosera aprobación en que la calificaba como una verdadera puta; entusiasmada porque ahora era ella quien se proponía seducir y explotar la viril reciedumbre de su suegro, hizo flamear a la lengua insistentemente al tiempo que sentía como bajo sus dedos la verga se estaba convirtiendo por fin en un autentico falo que la sorprendió por lo desmesurado de su tamaño.
El hombre roncaba y gemía de placer al tiempo que acompañaba el endurecimiento con sus propias manos y luego de haber alcanzado a dilatar al ano lo suficiente para que la afilada punta lo penetrara aunque fueran milímetros, se dijo que ya era hora y levantando la cabeza, se encontró con el magnifico espectáculo de aquel miembro colosal; con más de veinticinco centímetros de largo y un ancho que superaría fácilmente los cuatro, el miembro chato y curvado poseía una pequeña cabeza desde la cual se ensanchaba incalculable para hundirse en una recortada masa de espeso vello púbico ensortijado.
Emocionada por el premio que la esperaba, masturbando suavemente al falo con sus dedos ahora solitarios, enderezó al pene para alojar la lengua tremolante en la base de aquel prodigio y con el concurso de los labios en delicadas chupadas que sorbían la saliva, fue ascendiendo a lo largo de tronco; los dedos ya habían descorrido la sensible piel del prepucio para realizar suaves movimientos envolventes y cuando su boca llegó al surco en la base del glande, la lengua vibrante lo fustigó con vehemencia en toda su extensión para que luego los labios acariciantes lo sometieran a pequeños pero profundos chupeteos.
Dejando por un momento que los dedos combinados de ambas manos masturbaran al falo y estimularan convenientemente al ano, se dio un respiro para tomar aliento y viendo como el hombre la observaba apoyado en sus codos, lanzó por entre las oscuras pestañas una tan pícara como lasciva mirada para luego dirigir la lengua a fustigar la pulida superficie del glande y tras haberlo recorrido con frenesí en varias oportunidades, abrió la boca para que sus labios rodearan el surco.
Enajenada por el soberbio falo, incrementó el ritmo de los dedos y tras varías chupadas profundas a la cabecita, fue introduciendo el desusado tronco en la boca; a medida que este se ensanchaba le parecía que ya no podría ir más allá y sin embargo, cada vez lograba meterlo un poco más hasta que el glande rozando su glotis le produjo una nausea que logró contener y comenzó con una retirada lentísima en la que los labios ceñían y soltaban al falo alternativamente.
Entre otras cosas en que se convirtiera en una especialista, no por satisfacer a sus parejas sino por que ella misma encontraba un placer casi malsano y perverso, quizás por la posibilidad cierta de poder realizarlas casi en cualquier momento y lugar sin necesidad de desnudarse ni entregarse totalmente, las felaciones ocupaban un lugar preferente y la portentosa verga parecía querer desafiarla; subiendo y bajando la cabeza con morosidad, encontraba en esas múltiples chupadas con que martirizaba las carnes un goce inédito y mientras ese vaivén iba creciendo en velocidad, los dedos no se daban descanso, unos acompañando a la boca, resbalando sobre la abundante saliva con que lubricaba al órgano, y la otra recorriendo los testículos con veloces escapadas hacia el ano en el que traviesamente introducía por segundos la punta del índice.
El hombre parecía demostrar la profundidad de su goce en una mezcla de insultos con alabanzas en que los más denigrantes y humillantes calificativos iban de la mano de apasionadas expresiones y con una mano presionaba su cabeza como si fuera posible que el príapo penetrara todavía más; desde el fondo de las entrañas de Sasha, allí desde donde partían sus reclamos sexuales más histéricos, algo le hacía desear desesperadamente el semen de su suegro y poniendo la boca a envolver con los labios de costado al falo, fue recorriéndolo de arriba abajo con fuertes chupones que alternaba con rapidísimas masturbaciones de los dedos, hasta que los agónicos estertores del hombre le anunciara el arribo de la eyaculación y volviendo a meter la verga en la boca, pero ahora con fortísimas y cortas chupadas, hizo a la mano que lo masturbaba realizar apretados restregones en círculo mientras que el índice, decididamente penetró al recto en un mínima pero satisfactoria sodomía.
Los ronquidos de Martín se convirtieron en bramidos y en medio de sus elogios jubilosos sobre que ella sí sabía satisfacer a un hombre como era debido, fue elevando la pelvis hasta que, envarado por el placer, descargó en la boca de su nuera una abundante cantidad de un esperma espeso, cálido y fragante; sin cesar en la masturbación para que no declinara, saboreó y deglutió con fervor esa melaza con sabor a almendras dulces que la enajenaba y trasegando lentamente la savia masculina, no cejó en su empeño por sodomizarlo hasta que rendida por tanta vehemencia, chupeteando esporádicamente al falo que, disminuido, todavía alojaba en la boca, se dejó estar blandamente hasta que su suegro volvió a tomar el papel protagónico y tras levantarse, la acomodó a ella boca arriba.
Jadeante por la falta de aire ante semejante esfuerzo, Sasha sintió como él, tras quitarle la trusa, le abría las piernas para luego tenderse sobre ella y buscando su boca, limpió con su lengua los labios de todo rastro de semen y saliva y cuando ella recuperó el aliento, escarbó entre los labios en procura de la suya; nuevamente excitada, porque a pesar de haber tragado hasta la ultima gota de aquel maravilloso néctar, lo había disfrutado como cuando chica quedaba satisfecha luego del largo franeleo con los muchachos pero, como entonces, no había estado ni cerca de una eyaculación y mucho menos del orgasmo.
La lengua de Martín era gruesa y redondeada pero su punta se afilaba y adquiría una notable vibración que él ejecutó en su interior, haciendo que la suya, condicionada por años de práctica, se trenzara con ella en un despacioso duelo en que eran vencedora y vencida a la vez; totalmente caliente, abrazó a su suegro para clavar sus dedos en los recios músculos de la espalda y su pelvis se impulsó enérgica contra la de él, rozando al miembro que, aun moribundo, impresionaba por su volumen.
Ambos conocían que Amanda permanecería horas fuera de la casa y eso les proporcionó una dosis de tranquilidad y audacia que se tradujo en la morosa delectación con que se besaban, comiéndose y succionando vorazmente la lengua del otro para luego atraparse los labios recíprocamente en hondas succiones y mordisqueos incruentos pero terriblemente satisfactorios; resollando ruidosamente por la nariz, Sasha restregaba su cuerpo contra el de Martín y aquel cobró conciencia de la desesperación de su nuera.
Casi a la fuerza consiguió desembarazarse de su boca y entonces la lengua inició un exasperante trayecto dibujando el mentón y deslizándose a lo largo del cuello hasta ese hueco en su base, enjugando delicadamente la transpiración acumulada en él para luego recorrer el rubicundo sarpullido del pecho; previendo la acción inmediata de su suegro, la muchacha envolvió sus piernas en los muslos de él y fue empujando la cabeza hacia abajo, segura de lo que esa boca podría realizar en sus senos.
Aunque carecían del peso y consistencia de los de su mujer, los pechos de la rusa no eran tampoco pequeños y a esa maciza comba que los sostenía erectos sin necesidad de sostén alguno, se agregaba la gelatinosa consistencia de su parte superior que siempre le quitara el sueño por lo que prometía al moverse; ahora, por fin la tenía bajo su lengua y esta pareció comprender la acuciante necesidad del hombre, recorriendo las movedizas colinas con expectante avidez.
Aunque tan esbelta y alta como sus suegros o su marido, Sasha era una típica eslava y su cuerpo de huesos menudos cobraba mayor espectacularidad por lo pálidamente rosado de la piel que, en este caso, destacaba aun más la ineludible presencia de las aureolas; de más de cinco centímetros, el claro rosado de sus bordes se oscurecía hacia el centro en el que campeaba la empinada presencia de los largos pezones, pero lo notable era la profusión de gránulos que, acompañando esa degradación, comenzaba por una corona de gruesos lobanillos hasta finos lunares orlando al pezón que, de elástica consistencia, mostraba su superficie cubierta de sutiles, casi indetectables arrugas que destacaban lo pulido de la punta ovalada.
A pesar de haberlo tenido ya en su boca, la belleza de los pechos alucinaba a Martín quien, antes de que la lengua descendiera sobre ellos, palpó, sobó y estrujó concienzudamente la sólida comba, con el beneplácito de la muchacha quien expresaba su contento en largos y sordos suspiros que, exhalaba entre los dientes apretados, marcando la hondura de su ansiedad.
Sin dejar de macerar entre los dedos las magníficas tetas, aproximó la boca para dejar salir a la lengua que tremoló aviesa sobre esa granulación que él sabía, se conforma de verdaderas terminales nerviosas que incrementan la sensibilidad; Martín no sabía cuanto de eso era cierto pero a él le creaban una ferviente necesidad de excitarlas y durante unos minutos de sumió en la deliciosa tarea de recorrer ambas aureolas con similar devoción.
La dúctil lengua de Martín comenzó a realizar círculos concéntricos sobre la aureola y al llegar al largo pezón, lo envolvió repetidamente para después dejar lugar a los labios, que lo encerraron para succionarlo prietamente mientras los dientes lo mordisqueaban sin causarle daño pero sí una sensación de escozor en los riñones que la hacía retorcerse de placer; al mismo tiempo, pulgar e índice rodeaban al otro para retorcerlo elásticamente y simultáneamente con los dientes, la uña del pulgar se hundía en la rugosa carne de la mama.
Aquello que realizaba su suegro resultaba estupendo para Sasha y sintiendo ya la urgencia escarbando sus entrañas, utilizaba las piernas para cobrar impulso y estrellar su pelvis contra la amorcillada masa de la imponente verga, cuando Martín se dijo que ya era suficiente de eso y descendiendo a lo largo del abdomen, encontró que debajo de la comba del bajo vientre y culminando esa depresión inferior, se alzaba un Monte de Venus que escapaba a lo normal, ya que en lugar de huesuda, su consistencia era mórbida y como estaba totalmente depilado, ese volumen parecía superior.
Congruente con eso, el bulto que lo impresionara se dejaba ver regordete y del tamaño de una mano masculina combada, la vulva dejaba ver la rendija como una herida entreabierta cuyos bordes oscuramente rosados dejaban entrever como hilachas de los labios menores; recorriendo calmoso la cuesta descendente, investigó la consistencia de la carnosidad primera para después derivar a las profundas canaletas de la ingles, de las que extrajo una sabrosa mezcla de sudor y aromas naturales femeninos.
Como en un reflejo condicionado, Sasha fue encogiendo las piernas abiertas que sostuvo por detrás de las rodillas hasta que estas tocaron sus hombros y el hombre contempló congratulado la belleza de ese erógeno conjunto genital; aprovechando que la muchacha había alzado la grupa, colocó sus rodillas debajo de los riñones y así toda la entrepierna se le ofreció como un delicioso manjar.
Ella miraba arrobada las expresiones de su suegro y deseando que esa lengua que ya le mostrara sus virtudes en los senos y la boca lo realizara en el sexo y ano, lo incitó susurrante a que lo hiciera; saliendo de ese pasmado asombro, completó el periplo por una ingle que lo condujo directamente a la sima al costado de la vulva y llegando adonde se reunía con la otra en el hueco de la entrada a la vagina, la punta afilada trepó a lo largo de los labios mayores que a su paso cedían blandadamente y cuando arribó al nacimiento, encontró la arrugada capucha sobresaliente del clítoris.
Aunque tentado por saber el tamaño que alcanzaría el órgano femenino, desechó la idea para ir a buscar los tejidos que sobresalían apenas por entre los labios mayores y con dos dedos separó a estos que, como una cortina, descubrieron el maravilloso, secreto e íntimo mundo de su nuera; el interior de la vulva escondía unos labios menores como no conociera jamás, conformando dos intrincadas hileras llenas de pliegues y redondeces en los filos que los asemejaban a carneos corales y en tanto en la parte superior formaban la capucha que protegía al clítoris, por debajo, tras ensancharse en dos lóbulos semejantes a los de las orejas, se unían coronando al agujero vaginal con finos pellejitos.
La lengua flameó sobre los bordes oscurecidos por la afluencia de sangre y el sabor a hembra primitivamente animal lo sacudió tanto como a la muchacha que asintió fervorosamente al tiempo que meneaba la pelvis en un instintivo coito; separando totalmente los labios con ambos pulgares, la lengua se abatió voraz contra las carnes en una combinación de lamidas y chupeteos de los labios y cada vez más, introduciéndolos en la boca para sorberlos y restregarlos con la lengua sobre el interior de los dientes con un frenesí obsesivo de locas ideas rondando en su mente sobre qué haría si conseguía reunir en una cama a su mujer y su nuera.
Con esa compulsión apremiante como un mandato, no sólo maceró con la boca los arrugados flecos que hacían gemir a la muchacha de contento sino que también alcanzó al ya erecto clítoris y hundiendo la punta de la lengua debajo del pellejo, encontró al diminuto glande femenino que con forma de bala parecía pugnar para liberarse de esa membrana que lo cegaba; luego de escarbar afanosamente durante unos momentos al clítoris, lo encerró entre los labios para comenzar a chuparlo con lentitud pero fuertemente mientras dos dedos de la mano se juntaban para penetrar a la vagina.
Quizás por alguna razón que no dependía de la voluntad de su nuera, los músculos vaginales se habían estrechado para ofrecerle resistencia al avance, pero el intenso calor que generaban incitó más a Martín y los dedos tiesos se adentraron al canal vaginal hasta que los nudillos los detuvieron y curvándolos en un gancho, los hizo rascar las mucosas en un movimiento individual y continuo; la chica ya había soltado las piernas y clavando la cabeza sobre la cama al tiempo que las manos extendidas aferraban al cobertor como si quisieran rasgarlo, subía y bajaba el torso en una ondulación que hacía a los senos zangolotear anárquicamente.
Inspirado como pocas veces lo estuviera, alcanzó con las yemas la callosidad del punto G en tanto la lengua envolvía al clítoris de costado, restregándolo contra los dientes; Sasha ya estaba olvidada de quien le hacía semejante maravilla y mezclando sus ayes con risitas y sollozos, lo conminó a no cesar porque su orgasmo estaba llegando y entonces Martín, haciendo girar su mano en un arco de más de ciento ochenta grados, estregó toda la cavidad pletórica de mucosas hasta que la muchacha, pujando como una parturienta contra él, dejó fluir su tibia y líquida satisfacción.
Conociendo los tiempos de las mujeres, permaneció durante un momento más hurgando en el sexo mientras bajaba la boca para que recorriera la comba y arribada junto a los dedos, sorbió con fruición el orgasmo de la rusa.
Durante unos minutos, admiró la magnífica figura de su nuera espatarrada, pero en tanto lo hacía, fue estimulando con la mano a la verga que no había decrecido demasiado en su volumen y cuando la sintió rígida entre los dedos, se aproximó a Sasha que aun hipaba y de su pecho surgían tiernos susurros de agradecimiento; tomándole las piernas, se ubicó entre ellas y al tiempo que las encogía abiertas, hizo a la verga rozar el sexo de la chica.
Sabiendo que todo lo anterior, aunque fantástico, había sido sólo el preámbulo de lo que ella ansiaba, Sasha meneó las caderas para acomodar el cuerpo y extendiendo una mano, buscó al falo para dirigirlo hacia la vulva; por un momento se excitó ella misma frotándolo contra la inflamación del clítoris hasta que embocándolo, alentó a su suegro con un enérgico !vamos¡ y proyectó la pelvis para que el falo portentoso comenzara a transitar la vagina.
La muchacha parecía haber olvidado la forma y consistencia de la verga y cuando luego de la pequeña cabecita el achatado tronco comenzó a desplazar los músculos que prepararan los dedos de su suegro, comprendió que difícilmente podría soportar el sufrimiento de semejante falo; a pesar de su forma de cuña, el tamaño de la verga era terrible y sentirla separando las carnes dolorosamente, puso en la muchacha no sólo una cuota inédita de sufrimiento sino que por primera vez, sintió un impulso masoquista que la hacía disfrutar con el dolor.
Martín conocía sobradamente el daño que su miembro hacía a las mujeres y por eso, a pesar del ardor de la esposa de su hijo, fue introduciéndolo con calmosa paciencia hasta sentir como la punta trasponía el obstáculo del cuello uterino y Sasha, con los ojos desorbitados en tanto se aferraba férreamente a sus brazos apoyados en la cama, respirando jadeante entre los dientes apretados, se dio un impulso final para que su pelvis se estrellara contra la de su suegro e inició un movimiento copulatorio.
En realidad no sabía definir del todo sus sensaciones, ya que sufría como nunca con esa barra monstruosa de carne desollando la delicada piel de la vagina pero a la vez disfrutaba como jamás lo hiciera al sentirla ocupando todo su interior como si fuera un parto inverso; elevando sus largas piernas, las cerró contra la zona lumbar del hombre y clavó los talones en sus glúteos para luego pujar combinadamente con pies y pelvis.
El padecimiento sólo se comparaba con el placer y entre gozosa y sufriente, casi como inmolándose, acompañó vehementemente los movimientos de su suegro y, en la medida que el coito cobraba velocidad, tal como si sus mucosas uterinas actuaran de lubricante, el achatado miembro se deslizó cada vez más dichosamente; colocándole las piernas sobre sus hombros, Martín se inclinó para manosear y besar los senos que oscilaban como deliciosos flanes y en esa posición en que la presión del cuerpo del hombre colocaba sus rodillas rozándole los hombros, sintió mejor como la verga la penetraba como el delicioso martilleo de un ariete.
Acariciando la leonina cabeza y al tiempo que el hombre chupeteaba los senos, experimentando la incontinencia de un verdadero furor uterino, se acompasó a la cadencia del coito a la par que sus dedos se clavaban como garfios en la musculosa espalda pero cuidándose muy bien de no dejarle marcas; comprendiendo que la muchacha estaba tan necesitada de sexo que no dudaría en acompañarlo tácitamente en lo que le propusiera, fue volcándole las dos piernas unidas de costado y con esa presión, la verga restregó las carnes aun más duramente, provocando que expresara su dolor-goce por medio de sordas exclamaciones en las que se confundían los asentimientos con quejumbrosos gemidos.
Lentamente y observando como la vagina formaba un tubo epidérmico que adherido a la verga se estiraba y hundía siguiendo el ritmo de las penetraciones, Martín fue encogiéndole la pierna derecha al tiempo que alzaba la izquierda estirada contra su cuerpo, con lo que toda la entrepierna quedó abierta y despejada y abrazándose al torneado muslo, se dio envión para que la cópula fuera todavía más violenta; lloriqueando de placer y dolor, Sasha se asía desesperadamente al cobertor hundiendo en él las uñas como si desgarrarlo mitigara ese sufrimiento, por otra parte tan exquisito.
Bajándole paulatinamente la pierna y sin dejar de someterla, Martín fue acomodándola para que quedara arrodillada; separándole las piernas y elevándole la grupa, la tomó por las caderas para hacerle alcanzar un suave balanceo en tanto él arqueaba el cuerpo para que la verga entrara y saliera con un ímpetu y vigor formidable.
Con la cara aplastada contra la sedosa tela y los senos restregándola al ritmo del coito, la muchacha no daba crédito al goce que tremenda cogida le proporcionaba y alentando a su suegro para que aun le diera más, extendió una mano hacia la entrepierna para rozar reciamente al clítoris; la alabanza inicial a la prominencia de sus ancas no era sólo un cumplido sino que verdaderamente las nalgas tenían una suave contextura mórbida que, sin embargo y a pesar de sus leves oscilaciones, las mantenía firmes y alzadas.
Mientras la penetraba, las manos abiertas sobaban y estrujaban los glúteos fantásticos y de a poco, fueron separándolos para observar la pátina de sudor en la lisa hendidura, clavando ávidamente sus ojos en el haz fruncido del ano; voluntaria o inconscientemente, la joven hizo que sus manos también confluyeran a las nalgas y separándolas, musitó una irresoluta invitación a que lo hiciera.
La rusita sorprendía cada vez más al hombre, ya que ninguna mujer jamás le reclamara voluntariamente que la sodomizara y teniendo en cuenta las proporciones de su verga, se preguntó asombrado si la concupiscencia de su nuera tendría límites; volcando en la raja una abundante cantidad de saliva que inundó al ano y en parte a los dedos conque la chica mantenía separadas las nalgas, apoyó la cabeza del falo para, muy delicadamente, comenzar a empujar.
Como sucede habitualmente, los esfínteres se mantuvieron firmes, no dando la sensación que la sodomía fuera a ser fácil pero, entre los gruñidos y quejas de la muchacha que musitaba roncamente su repetido asentimiento, el falo fue deslizándose morosamente en la tripa; dos o tres minutos debió tomarle completar la penetración pero cuando al fin la peluda mata de la pelvis se estrelló contra el muelle de las nalgas, ambos soltaron un suspiro satisfecho.
Como si lo hicieran desde siempre, se detuvieron estremecidos de goce unos momentos en que parecieron tomar fuerza y cuando él la aferró por las caderas para comenzar el vaivén, ella practicó una ondulación que proyectaba cada vez más la grupa contra la pelvis; experto en sodomías no sólo femeninas, el recio finés levantó la pierna izquierda y asentando firmemente el pie sobre la cama, se dio mayor impulso y su nuera gimió de adolorido contento por la profundidad de la briosa culeada a que la sometía.
Entre ayes y sollozos de ella y fuertes bramidos de él, se dejaron estar en la magnífica sodomía hasta que Sasha, volviendo a utilizar su mano, restregó duramente su sexo, llegando a introducir tres dedos a la vagina mientras le rogaba exigente que la hiciera acabar; levantando la otra pierna para acuclillarse como un mitológico fauno, él se dio impulso para penetrarla en espaciados y violentos remezones y ante sus gritos de conformidad, fue alternando la introducción al ano como a la vagina.
Rabiosamente y mientras golpeaba furiosamente sus puños contra la cama, transformada en un hembra animal, su nuera roncaba fuertemente entre exigencias de que volcara su leche en la vagina para hacerle alcanzar el orgasmo y él, complaciéndola, pegó las dos o tres ultimas sacudidas por las que comprobó como su esperma inundaba la vagina y el útero de la muchacha en espasmódicos chorros, tras lo cual siguió sometiéndola mientras la sentía estremecerse entre sus manos para luego envararse y finalmente caer exánime sobre la colcha.
Media horas después y ya repuestos del esfuerzo, descansando la cabeza sobre el pecho de su suegro, Sasha le contó sucintamente y sin abundar en detalles, cómo desde los quince años había elaborado la “financiación” de su viaje al país y cómo aquello la condicionara sexualmente, haciendo que esos tres años de matrimonio con Adrián fueran una verdadera tortura para ella, ya que no se animaba a pedirle a su marido que le hiciera”cosas” para no denunciar sus depravadas habilidades.
Ante la pregunta tramposa de Martín sobre a cuantas mujeres había incluido entre sus hazañas sexuales, le respondió con toda franqueza que a ninguna pero no por convicción sino porque no se le cruzara ninguna que hubiera podido ayudarla, económicamente o con influencias; acariciándola tiernamente y en una confidencia que era casi un ruego, su suegro le confesó de sus fantasías con respecto a ella con Amalia y fue tanta la persuasión que puso en su argumento, que la muchacha se incorporó para apoyar el generoso torso sobre sus pectorales y mirándolo a los ojos con lúbrica pasión contenida, le dijo tan suspicaz y sincera como él, si en verdad quería concretar ese sueño.
Un poco cohibido por la actitud decididamente prostibularia de la rusita, admitió que se moría por verlas juntas en una cama pero que su duda, ya que ella se mostraba tan voluntariosa, era cómo planteárselo a su mujer que, si bien se había prestado gustosa a todo lo que le propusiera durante veintiséis años, a veces excediendo ciertos límites de moral, nunca había tenido relaciones con nadie que no fuera él; ella sabía de la poca experiencia con hombres, ya que su suegra siempre alardeaba de haber sido virgen hasta que a los dieciséis años conociera a Martín y que tan sólo un año después ya era madre.
Bajando una mano para juguetear con el fláccido pene de su suegro, le dijo que los cuarenta y tres años eran una buena edad para que Amanda hiciera su debut como lesbiana, ya que a su belleza todavía vigente, sumaba la experiencia que él seguramente se encargara de enriquecer con sus virtudes físicas y su imaginación y que ella, aunque careciera de experiencia personal, conocía las técnicas para satisfacer a otra mujer por el simple procedimiento de hacerle aquellas cosas que sabía necesitan las mujeres y que los hombres, en su gran mayoría, desconocen.
Mientras hablaba, con su mano había conseguido que la verga cobrara un poco de cuerpo y asegurándole a Martín que ambos satisfarían algo que llevaban reprimido en su inconsciente, le indicó que esa noche “preparara” a Amanda y dejara en sus manos cómo llevarla adonde los dos querían, tras lo cual bajó a lo largo del musculoso vientre para volver a introducir esa verga fabulosa en su boca golosa.
Tal vez un secreto duende malvado había incidido en la mente de su suegra, ya que cuando regresó, la sorprendió por el cambio que ese nuevo y atrevido corte de cabello introducía a su fisonomía; el rubio dorado de la melenita había sido drásticamente reducido a cortísimos mechones disparejos que otorgaban a la mujer un aire sofisticadamente masculino pero que incrementaba la preciosura del rostro y la opulencia de las formas; también Martín la miraba fascinado y fiel a lo que convinieran, aprovechó la ocasión para halagarla, diciéndole casi con desfachatada grosería, que se preparara para una noche especial ya que quería conocer más íntimamente a esa nueva mujer.
Durante la cena y tal como lo planearan, Martín siguió con sus alabanzas y entre la jocosa aceptación de su mujer, medio en broma y medio en serio, no la dejó encargarse de retirar la vajilla y ante la gentil “colaboración” de Sasha sobre que ella se haría cargo de todo, la condujo jugueteando al dormitorio del que se cuidó de arrimar pero no cerrar la puerta.
Sabiendo que no haría falta lavar ni guardar nada, la rusa buscó en la despensa algo que alimentara sus fantasías desde que horas antes aceptara tener relaciones con su suegra y llevando la gruesa longaniza a su dormitorio, tomó de la mesa de noche varios preservativos para forrar con ellos al embutido desde ambas puntas; quitándose el vestido debajo del que no llevaba nada, quedó totalmente desnuda y se acercó al cuarto vecino para escuchar el bisbiseo de frases apasionadas y los reprimidos gemidos satisfechos de la mujer.
Abriendo cuidadosa la puerta para no denunciar su presencia, alcanzó a distinguir a la pareja en la penumbra que daba el velador; de acuerdo a su pedido de calentarla previamente, Martín estaba sometiendo a su mujer a un sesenta y nueve que recién comenzaban, estando aun en las delicias del juego previo en el que se alternaban para estar debajo o montado al otro; sigilosamente, la rubia muchacha que se obnubilaba de pasión cuando veía a una pareja mantener relaciones, fue acercándose y depositando el burdo consolador en la punta, aprovechó que Martín estaba debajo para trepar a la cama y ubicándose detrás de la mujer, esperó el momento propicio.
Desnudo, el trasero de su suegra era verdaderamente imponente y por la posición se elevaba tentador, ofreciendo el espectáculo de las fuertes nalgas y la generosa hendidura dilatada por lo abierto de las piernas para dar lugar a la cabeza de su marido que, viéndola aproximarse a ellos desde su posición invertida y previendo lo que haría su nuera, se acomodó mejor para envolver la cintura de Amanda, a quien inmovilizaría en su oportunidad.
Arrodillada entre las piernas abiertas de los amantes, Sasha acercó la cara y los efluvios netamente femeninos que brotaban de la zona genital la marearon; como nunca lo había hecho con una mujer pero sí repetidamente a hombres y a ella misma le encantaba, estiró la lengua para que afilada, deslizara su punta vibrante en el nacimiento del maravilloso abismo.
Sorprendida e indudablemente alarmada por ese contacto inesperado, la mujer quiso hacer un movimiento de huida mientras preguntaba entre asustada e indignada qué estaba pasando, pero los fuertes brazos de Martín no la dejaron moverse mientras le decía que no tuviera miedo, ya que sólo se trataba de Sasha que deseaba compartir la cama con ellos un ratito; seguramente lo instintivo y lo social, así como el hecho de que no conociera otro sexo que con su marido la condicionaban, y un mínimo de pudor la obligaron a sostener esa actitud evasiva, pero junto al impedimento de sus fuertes brazos, Martín volvía a devorarle el sexo con la boca, en tanto que la muchacha, ya definitivamente lanzada, abrió aun más las nalgas y su lengua se escurrió tremolante hasta tropezar con la cara de su suegro y entonces retrocedió para estimular insistente los prietos esfínteres anales.
Hacérselo a Amanda era totalmente distinto que con un hombre, ya que en aquellos debía lidiar con superficies ásperas, generalmente oscurecidas por los sudores y casi siempre cubiertas de vello como los testículos, en cambio la honda canaleta de la mujer poseía una tersura pulida y estaba totalmente desprovista de vellosidad alguna, por lo que la lengua se alojó en el oscuramente rosado agujero para flamear con tesón para que luego los labios se cerraran en un moroso mamar.
Muy posiblemente su suegra comprendió que sería imposible negarse a que le hicieran lo que quisieran y aun protestando por semejante ultraje en medio de acongojadas preguntas sobre por qué se lo hacían, dejó de agitarse y eso inspiró de tal modo a su marido al minetearla como a Sasha en chuparle el ano, que se dejó estar; tal como su nuera supusiera, lo que le estaban haciendo no le disgustaba en lo más mínimo y muy por el contrario lo gozaba intensamente, pero el hecho de que nunca lo pensara siquiera y su posición como virtuosa ama de casa la obligaba a intentar por lo menos una fingida negativa.
Sin embargo, el ejercicio que su marido hacía entre los frunces de la vulva, sumado a lo que Sasha ejecutaba en el ano con labios y lengua la sumieron en una expectante calma que se vio recompensada por los dedos del hombre restregando reciamente al clítoris mientras su nuera, con total delicadeza, alternó la leve sodomía de la lengua con la de un dedo cuidadoso; ciertamente, en sus cuarenta y tres años gozaba desde hacía mucho con el sexo anal y oral pero nunca simultáneamente ni con la novedad de que fuera una mujer - nada menos que su hija política – quien se lo hiciera tan satisfactoriamente.
En tácita aceptación a ese juego perverso, volvió a tomar entre los dedos al falo de Martín y sumisamente, reinició la chupada a ese miembro fantástico al que adoraba desde los dieciséis años; sintiéndola relajarse, Sasha incrementó aquel juego entre labios, lengua y dedos, haciendo que aquel cada vez se introdujera un poquito más al recto hasta que ya seducida por estar haciéndoselo a su suegra, hundió todo el dedo al ano mientras Martín penetraba con tres a la vagina.
Los ayes y gemidos de los tres comenzaron a poblar el cuarto y entonces fue que Martín puso bruscamente fin a aquello y saliendo de debajo de su mujer, dijo que si lo iban a hacer, lo hicieran bien; arrodillándose en el centro de la cama, atrajo a su mujer con el brazo derecho para apretarla contra ese lado y lo mismo hizo en el izquierdo con la mansa rusita que le seguía la corriente en todo lo que propusiera.
Para Amanda esa era una total novedad y entre pícara y mimosa se cobijó reacia bajo su axila, pero no se negó cuando él inclinó la cabeza para buscar su boca; todavía fragante a su sexo, el sabor de los labios y la lengua volvió a excitarla pero en tanto se abandonaba a esos besos ardorosos, sintió una mano de la muchacha que sobre el pecho de su marido, buscaba acariciante sus senos; en su fuero interno, casi como sabiéndolo imposible, siempre había fantaseado con otra mujer, intrigada por qué las llevaba esas relaciones y cómo verdaderamente se satisfarían.
Ahora, la fuerte mano de su nuera recorría los senos delicadamente y su caricia la remitía al leve roce de las manitas de su hijo cuando era un bebé, pero lo que la excitó aun más fue su boca que, compitiendo con la suya, se incorporó al beso con labios y lengua; Martín las apretaba por la espalda contra su cuerpo y los de ellas estaban tan próximos que los senos alcanzaban a rozarse y sin razón alguna, haciendo lugar para alternarse en la boca del hombre en los besos, su mano libre se extendió para acariciar apasionada el hombro y brazo de la chica para después descender también a los senos.
Aparte de las suyas, jamás había acariciado una teta y ese contacto de tanta suavidad la conmovió profundamente e imitando a su nuera, buscó establecer contacto con la aureola y el pezón para estrecharlo entre los dedos en sutiles pellizcos; las bocas entretanto se prodigaban en los besos al hombre pero en un momento dado en que la pasión las superó, Sasha se adueñó de su boca para sojuzgarla en un beso de lengua tan largo como profundo.
Contra lo esperado, ese beso pasional no le causó rechazo sino que muy por el contrario, llevó a lo recóndito de su vientre esa conocida sensación de la excitación más alta, aquella en la cual no sólo accedía a que él la sometiera a cuanta aberración perversa quisiera, sino que ella misma colaboraba para que el desenfreno los satisficiera a los dos; desquiciada totalmente, Amanda se entregó a la más embriagadora sesión de besos que nunca protagonizara y en tanto resollaba sonoramente por la nariz a causa de su calentura y la falta de aliento, totalmente inconsciente, la hembra ancestral escurrió su mano hacia la entrepierna de la muchacha para buscar al tanteo el nacimiento de la vulva, donde frotó vigorosamente por primera y maravillosa vez en su vida a un clítoris que no fuera suyo.
Encantado porque las mujeres se entregaran mutuamente a tal extravío, Martín fue retirándose hacia la cabecera y cómodamente sentado, las vio prodigarse como dos bestias en celo; Sasha carecía de experiencia personal pero había participado en orgías en las que casi a su lado, no dos sino hasta tres mujeres realizaron los actos más libidinosamente antinaturales, por eso fue que, tal como convinieran, recibió el alejamiento de su suegro con alborozo.
Ambas parecían haber olvidado la presencia del hombre y descubriéndose mutuamente, cayeron en una vorágine de besos al tiempo que sus manos no se daban tregua para recorrer acuciantes el cuerpo de la otra. Calientes como una plancha las dos, susurraban ininteligibles palabras de amor en tanto los cuerpos arrodillados uno frente al otro se chocaban para rozarse y estregarse con frenesí y la rusita, con más experiencia visual, fue recostando a su suegra para luego tenderse a su lado.
Por primera vez tenían un instante de calma y la muchacha, mirando profundamente a su suegra a esos claros ojos verdes de transparencia marina, se congratuló por la belleza madura de la mujer y esta a su vez, se encontró seducida por la hermosura que recién parecía descubrir en su nuera; acercando las caras pero sin dejar de mirarse como hipnotizadas, fueron juntando los labios en menudos besos y las lenguas se buscaron en tímidos contactos que las volvieron a enardecer.
Como dos adolescentes, juntaban los labios que humedecían las lenguas y cruzándose para que estos encajaran perfectamente, ejercían menudas ventosas que fueron incrementado su profundidad y cuando finalmente se convirtieron en besos volcánicos, aferrándose mutuamente por la cabeza, iniciaron un verdadero combate de succiones y lengüetazos; Amanda creía que la muchacha era verdaderamente experimentada en ese sexo y esperaba su iniciativa para imitarla, pero no pudo evitar que una de sus manos descendiera a la espalda y acariciante, se escurriera hasta la cintura y de allí a sobar la nalga desde donde instintivamente, se hundió por un momento en la profunda hendidura.
El que una mujer la calentara más que cualquier hombre de los muchos que conociera, incentivaba a Sasha y gozando con las caricias de su suegra al trasero, también dirigió una mano pero en busca de la entrepierna; la huesuda presencia del Monte de Venus que albergaba a un pequeño rectángulo de vello recortado la inspiró y dejando al índice hacer punta, ubicó el bultito de un ya crecido clítoris al que comenzó a restregar suave pero firmemente; en medio de suspiros y quejas, ambas se prodigaban en la otra murmurando entrecortadas palabras de pasión pero en un momento, la joven se acaballó sobre Amanda y manteniendo el cuerpo separado, tomó la mano que esta todavía le pasaba por las nalgas para llevarla hasta su vulva.
Sin necesidad de indicación alguna, sabiendo qué esperaba de ella su nuera, hundió en la rendija dos dedos para rebuscar en el interior sobre las húmedas carnosidades; conociendo qué sucedía cuando eso pasaba, escarbó en los fruncidos tejidos para luego ubicar al tanteo la entrada a la vagina y, lentamente, penetrarla hasta donde la extensión del brazo le permitía.
Imitándola, la rusa llevó al dedo mayor junto al índice a lo largo de la vulva para introducirlos sin más a la vagina y en medio de farfullados asentimientos de ambas que interrumpían el besar, se masturbaron con recia lentitud hasta que Sasha, decidiendo que ese debía ser en comienzo y no el fin de la relación, se desprendió de su suegra para bajar con la boca hacia los magníficos senos; soberbias, mucho más de lo que ella avizorara a través de la ropa, las tetas se esparcían muelles por el pecho pero no con esa apariencia característica de huevo frito sino que semejaban dos grandes pomelos en cuyos vértices apuntaban hacia los costados unas pulidas aureolas no muy grandes, que en su cúspide ostentaban dos gruesos, largos y puntiagudos pezones.
Una gula desconocida por aquellos fantásticos senos atacó a la muchacha que se abalanzó angurrienta sobre ellos con manos y boca; los dedos palparon apreciando la contextura que, a pesar de esa morbidez aparente, guardaba en su interior un entramado de fuertes músculos y en tanto iban sobándolos desde distintos ángulos, la lengua comenzó un lerdo periplo que desde la amplia base la llevó en moroso espiral hasta arribar al mínimo cono de la aureola que se elevaba como otro pequeño seno.
La lisura de la amarronada piel la sedujo y tras recorrerla repetidamente con la punta afilada, se abatió tremolante contra la mama que se inclinó dócilmente; comprobada su elasticidad y en tanto los dedos ya convertían al manoseo en francos estrujamientos, cerró los labios sobre el pezón para iniciar un delicado mamar que, en la medid que crecía su excitación por hacerlo, fue transformándose en una combinación de lamidas con hondas succiones en las cuales lo introducía totalmente a la boca, donde la lengua lo fustigaba rudamente contra el paladar y los dientes lo sometían a casi inapreciables mordisqueos.
Su suegra debía de sentirse tan obnubilada como ella, ya que aparte de acariciarle la cabeza, se sacudía espasmódicamente debajo suyo mientras la alentaba no sólo a que continuara sino a que bajara a su entrepierna para chuparla, pero la muchacha ya estaba fuera de sí y comenzó a alternar el trabajo de boca y manos de un seno al otro hasta que ya en el paroxismo de la calentura, hincó sin lastimar los dientes a la carne de un pezón mientras hundía el filo de la uña del pulgar en el otro; Amanda creía desmayar del placer y en tanto hundía la cabeza en las sábanas, encogía prietamente los dedos de las manos para evitar rasguñar la espalda de quien la estaba haciendo tan feliz.
Pese a que hacerle eso a su suegra la satisfacía hasta la desesperación, comprendió que así como ella, la mujer esperaba mucho más de esa relación, por lo que, sin abandonar los senos con las manos, fue descendiendo por el abdomen hasta el dilatado hueco del ombligo en el que ya brillaba el sudor acumulado y, tras enjugarlo mediante profundos lengüetazos, siguió bajando sobre la pancita con labios y lengua y transpuesta la sólida comba, escurrió por la pendiente que la conduciría hasta la sombra del vello púbico.
En una reacción natural, Amanda había ido separando las piernas para dar cabida a su cuerpo y cuando ella deambuló por esa suave alfombrita de vello recortado que se adhería como un velo a la piel, terminó de abrirlas y entonces, acomodándose arrodillada a su frente, Sasha contempló alucinada por primera vez un sexo femenino que no fuera el suyo desde un ángulo que le fuera imposible ver; a pesar de la estatura y peso de su suegra y como si fuera la de una jovencita, la vulva abultaba muy poco en una curvatura en que la rendija era casi inexistente.
Intrigada porque en una mujer de su edad y con una vasta ejercitación sexual, el sexo fuera tan pequeño, acarició con la yema del índice la raja y al llegar a la parte inferior, tanteó curiosa la abertura de la vagina; siguiendo con esa insólita apariencia juvenil y a pesar de lo que los dedos hicieran en él, los bordes disparejos del sexo se mostraban cerrados como si una extraña elasticidad le confiriera la virtud de estirarse y achicarse.
Sólo unas suaves flatulencias que el oído de quien se encontrara tan cerca podría percibir, ponían sonido a los embriagadoras fragancias vaginales que pudiera ser que en cada mujer fueran distintas ya que ella sabía positivamente olía distinto; esos perfumes inundando su pituitaria parecieron despertar en ella un apetito sexual voraz y alargando la lengua, tremoló en círculos alrededor del hueco degustando los exquisitos sabores que enajenan a los hombres y después de unas succiones en forma de ventosa con los labios, hizo que la lengua subiera por la rendija.
Como en un reflejo condicionado, los oscurecidos labios cedieron mansamente para dejar aflorar una sorpresiva abundancia de coralinos frunces y, cuando ella los terminó de separar con dos dedos, esta semejó derramarse hacia fuera en un fantástico prolapso; Sasha conocía la apariencia de sus labios menores pero esos los superaban largamente, tanto en anfractuosidades cuanto en volumen, cubriendo todo el hueco del óvalo.
Seducida por semejante belleza, empaló la lengua como un gato para lamer las tibias carnes mojadas y el sabor tan intenso a almizcle la sacudió; poniendo en juego a labios y lengua en una mezcla de succiones con lamidas y masticación, fue encerrando en la boca los fantásticos frunces como si los devorara al tiempo que sus manos abandonaban los senos, una para hacer que el pulgar restregara con pasión al clítoris y la otra para introducir tres dedos a la vagina, que se adhirió a esa cuña como rechazando a un intruso.
Su suegra no permanecía quieta ni callada, sino que abría ostensiblemente las piernas y ondulaba el cuerpo en un instintivo meneo copulatorio, mientras de su boca salían enronquecidas palabras por las que proclamaba su dicha por lo que estaba haciéndole; eso y el saber que el sexo lésbico le gustaba tanto a más que el masculino, la puso fuera de control y extendiendo una mano, alcanzó el improvisado consolador.
Si bien el embutido no era tan grueso como la verga de Martín, la punta sí y embocándola suavemente en la vagina comenzó a empujarla hacia adentro; era evidente que esa dimensión placía a su suegra, ya que sin preguntarle siquiera qué era eso, apoyó los pies en sus espaldas y fue elevando lentamente las caderas conforme el consolador la penetraba, les dio un leve meneo.
Para Sasha era toda una novedad el placer sádico de someter a una mujer y volviendo a la masticación del sexo pero esta vez sobre el clítoris, sintió como la punta se enterraba en la estrechez del cuello, con lo que inició la retirada levantando en Amanda agradecidas palabras entremezcladas con sus gemidos; era fantástico experimentar la omnipotencia prepotente de los hombres y para satisfacción de su suegra, imprimió a la mano un rápido vaivén que llegó a gustarle a ella misma que, incorporándose, se ahorcajó cruzada sobre la pelvis e introduciendo la otra mitad excedente del falo en su sexo, bajó el cuerpo hasta que ambos sexos se rozaron.
Realmente, el embutido cumplía con creces esa nueva función, tanto por su grosor, que fácilmente llegaría a los cuatro centímetros, como por su contextura, ya que aun fresco, tenía una flexibilidad muy semejante a la de un verdadero pene erecto; sintiéndolo rozar reciamente en su interior, comprendió el contento de la otra mujer y elevó el cuerpo hasta sentirlo casi saliéndose, para dejarse caer lentamente con todo el peso puesto en él.
Esa doble penetración era deliciosa para ambas y en tanto manejaba con los dedos al falo para se moviera dentro de ellas con la contundencia de uno verdadero, su suegra se manifestaba con una amplia sonrisa iluminándole el rostro, mientras sus manos sobaban los senos de la rusa que oscilaban aleatorios por la intensidad del galope; así como no hay una reglas ni aprendizaje para tener relaciones con los hombres, tampoco la hay para la homosexualidad femenina y sin embargo, sabiendo instintivamente las dos lo que pretendían de la otra, fueron adaptándose para conseguir el mayor disfrute y fue Amanda quien tomo la iniciativa de llevar una mano a separar los labios de la vulva para sentir aun mejor la fricción del otro y cuando su nuera la imitó, las carnes desnudas y mojadas, se estrellaban en sonoros chasquidos que marcaban el ímpetu con que se prodigaban la una contra la otra.
La experimentada joven y la mujer mayor que no conociera otro miembro que el de su marido, se prodigaron en ese tan insólito como satisfactorio coito hasta que Sasha no aguantó más y saliendo del falo, se acaballó invertida sobre su suegra; era indudable la elementar propuesta de la joven, quien había abierto ampliamente las piernas para que toda su entrepierna se mostrara oferente a la otra mujer y esta, comprendiendo el mudo mensaje, la abrazó por los muslos para aspirar por primera vez los aromas de un sexo femenino.
Por su parte, Sasha no cesaba en la penetración que fue ralentándose para que pudiera permitirse introducir a la boca lo restante del falo y probar el gusto de sus jugos más íntimos; muchas veces había chupado vergas con preservativos y esta no difería para nada con aquellos, salvo el néctar de sus entrañas, y como alucinada por lo que Amanda comenzaba a hacerle en el sexo, llevó la otra mano por debajo de la grupa para buscar con los dedos al ano.
Con la fascinación de un encantamiento, atraída irremisiblemente por ese sexo que aun se mostraba dilatado e impregnado por los jugos de las dos, Amanda no se detuvo en detalles y tal como lo hiciera la chica en ella, abrió la boca para que, como una ventosa, se adhiriera al interior de la vulva, iniciando una deliciosa sesión de lamidas, chupeteos y masticaciones que, extrañamente por ser su debut, la complacieron como nunca lo imaginara.
Y así, durante un largo momento se extasiaron en tan grandioso acople en el que, según cobraban confianza en sí mismas, la rusita se deleitó chupando el falo que introducía en las entrañas de su suegra mientras dos dedos la sodomizaban en lerdas penetraciones y aquella se satisfizo chupeteando con frenesí al clítoris e imitando a su nuera, introdujo un pulgar en el ano mientras el otro rebuscaba en la vagina
Las dos rugían y bramaban por el inmenso goce, hasta que en un momento dado y casi al unísono, proclamaron el pronto advenimiento de sus orgasmos en medio de sollozos y jadeos en los que entremezclaban sus recíprocas alabanzas y agradecimientos, ocasión que aprovechó Martín para intervenir.
Habiendo descansado pero terriblemente excitado por la tumultuosa demostración de las mujeres, se tentó con la grupa elevada de su nuera y acuclillándose detrás de ella, apoyó el portento del falo sobre la vagina apartando la boca y los dedos de su mujer y fue empujando lentamente; nuevamente la recia consistencia de la verga estremeció a Sasha quien, a pesar de su dilatación y lubricación, no pudo evitar un gemido dolorido cuando la chata y curvada barra de carne se adentró en la vagina.
Paralizada por un instante, sintió desplazarse la verga hasta trasponer el cuello y cuando él inició el retroceso, el suspiro de alivio la hizo reaccionar y congratulada por experimentar ese sufrimiento masoquista que la llenaba de placer, hundió el vientre para que sus ancas se alzaran más y enloquecida, continuó socavando en sexo de su suegra, esperando el orgasmo de la mujer.
Amanda estaba contenta de que su marido hubiera decidido incluirla en ese trío fantástico y la proximidad de la satisfacción que alcanzaría con su nuera penetrándola la motivó aun más y viendo al falo de Martín entrando y saliendo de la vagina, puso dos dedos a formar un anillo que lo encerraba prietamente mientras con dos dedos masturbaba reciamente al clítoris de Sasha.
Si fuera dable que alguien presenciara aquello, se congratularía por la belleza del conjunto viendo los tres cuerpos largos y proporcionados debatirse en un extraordinario grupo escultórico viviente, donde el poderoso macho penetraba a la hermosa y joven muchacha quien a su vez jugaba en el sexo de la otra mujer con su boca mientras la sometía con el improvisado consolador y a esta última, recibiendo alborozada lo que la chica le hacía, recompensando recíprocamente a su marido masturbándolo y a ella estimulándola para que por fin alcanzara el alivio anhelado.
Martín estaba deslumbrado por lo que la muchacha parecía capaz de hacer y la vista de las portentosas nalgas temblequeantes por efectos de sus embates pareció inspirarlo; asiéndose a las careras de la rusa, manejó el cuerpo de su nuera en un hamacarse que hacía que sus encuentros con la verga cada vez fueran más recios y profundos, experimentando aun más satisfacción por ese anillo carneo con que su mujer apretaba al falo.
Para Sasha era como si todo hubiera recomenzado y lejos ya del orgasmo porque ansiaba tenerlo con el hombre, penetró frenéticamente a su suegra pretendiendo hacerle alcanzar el suyo para luego dedicarse con exclusividad a su marido y prontamente ese deseo se vio cumplido cuando Amanda la instó a no detenerse porque la eyaculación estaba en puerta y ante su incremento casi exagerado del sometimiento, los ayes y gemidos agradecidos de su suegra le dijeron que estaba acabando, cosa que confirmaron los chasquidos de sus jugos escapando por los flancos de la verga.
Sabiendo que con ese orgasmo de la mujer tendría a su entera disposición a la muchacha y sin sacar el miembro de su interior, Martín se inclinó sobre ella para asir entre las manos los macizos senos y enderezándose, no sólo la hizo erguir apretada contra su cuerpo sino que fue dejándose caer hacia atrás, arrastrándola con él; la verga poderosa moviéndose dentro de ella, sacaba de quicio a la rusita quien rápidamente entendió las intenciones de su suegro y aunque las manos estrujando los senos le gustaban, se desembarazó de ese abrazo para enderezarse y acomodando las piernas arrodillas, comenzó un lerdo hamacarse que hacía a la verga raspar impiadosamente sus carnes, pero lo que eso le provocaba la enardecía.
Encantado porque la chica fuera tan puta, Martín la alentaba a a hacer más violentas las inclinaciones y entonces su nuera pareció estar fuera de su mismo control, ya que inclinando el cuerpo hacia delante hasta que los senos rozaban los muslos de su suegro, volvía luego hacia atrás hasta que la espalda chocaba contra el pecho del hombre, haciendo que el obelisco carneo desgarrara aleatoriamente el canal vaginal; ese martirio era tan intenso como su goce y durante unos minutos se agotó en semejante ejercicio
Es muy bueno se paso, me puso a mil, este relato, ya que este tipo de relacion pende a cualquiera, y dan ganas de estar en el.