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"Mi ex mujer me convierte en su criada y la de su nuevo novio."
Mi relación con Paula me condujo al desastre. En menos de dos meses, Sonia, mi legítima mujer, tenía fotos de un detective privado que demostraban mi infidelidad y había conseguido que me echaran del trabajo gracias a sus contactos de alto nivel, por ser de familia bien. Me había vaciado la cuenta bancaria y mi llave ya no entraba en la cerradura de mi casa, que era la suya. Paula regresó con su marido, que había consentido en ser cornudo a cambio de una recomendación mía para un ascenso en la fábrica donde había sido gerente hasta mi cese. Obtenido el puesto para su marido, Paula, mi secretaria, pasó a ser amante de mi suegro, el mayor accionista.
Mi traje de mil euros se fue desgastando en despachos a donde acudí a pedir trabajo sin ningún resultado. Agotado el subsidio de desempleo, aspiraba tan sólo a empleos modestos de peonaje, pero, al verme las manos finas y sin callos, los empleadores me rechazaban automáticamente.
Cuando ya no pude ni pagar la pensión miserable en que pernoctaba, tome la dirección del chalet de Sonia dispuesto a humillarme lo que hiciera falta a cambio de su perdón. Allí llegué con los zapatos rotos, los calcetines con tomates y mi único traje raído y decolorado.
-¿Donde te has metido estos dos años?-me preguntó en la cancela de la finca, sin dejarme pasar- Los papeles del divorcio te están esperando.
Ella misma me los trajo a la cancela con un bolígrafo para que los firmara. Le suplique que me sacara de la indigencia a cambio de firmar nuestra ruptura. Ella dio media vuelta y se fue hacia el chalet, pero a medio camino regreso y me abrió la cancela.
-Pasa y siéntate en el porche. Puede que tenga algo para ti.
Al porche salió un joven elegante y atlético, seguido de Marta, la criada y de Elisa, amiga íntima de Sonia que vivía en el chalet de enfrente. Sonia me presentó al joven, Carlos, como su novio y sustituto mío en la gerencia de la empresa. Guapo, listo, con dinero, de buena familia, estaba claro que mi posibilidad de retomar algún día mi relación con Sonia era una quimera.
-Si te diera dinero no te solucionaría la vida, ¿verdad?-me preguntó y asentí cabizbajo- Pero si te diera trabajo y techo estarías dispuesto a todo, ¿no es así?
Repetí mi gesto de humilde afirmación.
-Debes saber que las cosas han cambiado en esta casa en los últimos tiempos-prosiguió-. No te asombre por tanto que Elisa y yo seamos amantes o que formemos tríos con Carlos. Tampoco te asombrara que Carlos se desfogue con Marta, que es joven como él, puesto que a ti también te hacía tilín la criada, a juzgar por lo duro que se te ponía el rabo cuando te servía el café. Seguro que me follabas a mí pensando en ella.
Guardé un silencio culpable, porque cuanto decía de mí a propósito de Marta era cierto. Por otra parte nunca antes Sonia me había hablado tan claro y tajante, con las cartas boca arriba. Nunca antes le había visto tan firme y segura de tenerme a su merced y, debo reconocer, aquella situación me excitaba. Incapaz de mirarle a la cara, mi vista se clavaba en sus hermosos pies de cuarentona calzados con lustrosos zapatos negros de tacón de aguja. Si los hubiera calzado siendo mi esposa, pensaba, jamás me habría fijado en otra mujer y no habría provocado mi desgracia.
-Como las cosas están tan claras, no voy a andarme con rodeos. Necesito otra criada porque, como ves, las obligaciones de Marta han aumentado desde que Carlos está conmigo. No me interesa un criado, porque para hombres ya tengo a mi futuro marido que, por cierto, la tiene mucho más grande que tú, la maneja mucho mejor y, si yo quisiera, podría follar de seguido a todas las mujeres de la urbanización dejándonos satisfechas, a diferencia de ti, que ni como amante de tu secretaria das la talla. Ya me dijo Paula lo que tuvo que fingir para que recomendaras a su marido, lo poco que aguantabas cuando se la metías y el ridículo hilito de semen que te salía cuando te corrías. Pero no me recrearé en vengarme, aunque lo merezcas. Si quieres ser mi criada, firma el contrato besándome los pies. Si no, márchate inmediatamente o Carlos te echará a puntapiés.
Al límite de la humillación, de rodillas ante mi exmujer y delante de esos testigos de excepción, con la cámara de video que Elisa puso en marcha para el evento, besé uno a uno los adorables pies de mi nueva ama. Lo que aún no sabía era que Marta sería mi instructora y mi vecina la supervisora de mi aprendizaje como chica de servicio. Así que todos se fueron menos la criada que, camino de su cuartucho me fue dictando las primeras normas.
-Deja tu ropa de varón en el porche y entra desnudo en casa. Debo enseñarte algunas cosas que no son nada divertidas para las mujeres, pero que quizá tú les llegues a sacar gusto, como depilarte el cuerpo entero, hacerte un moño o coleta o caminar sobre tacones altos. Si les sacas algún placer, procura que no se te note en la entrepierna o me vería obligada a ponerte un arnés de castidad.
Pasamos a su cuarto de ducha y aseo. Allí me dejé depilar hasta los huevos y la barba, peinarme y recogerme la melena que tenía porque últimamente no podía gastar nada en peluquería y ponerme una faldita vieja de Sonia y unas zapatillas de cuña de Marta donde mis pies entraban malamente. Con tanta novedad, no lo pude evitar: me empalmé.
Marta fue comprensiva. "En el fondo sabía que mi señor tenía alma de mujer. Ahora que va a ser mi ayudante, igual descubro que también tiene alma de criada…O de esclava". Sentado en el taburete de su toilette, mi instructora metió mano bajo mi falda y me empezó a masturbar. Dijo que lo hacía para que no se me levantara en la presentación ante mi ama Sonia. No tardé en correrme en su mano y, tras lavarme el pene, Marta me condujo al salón donde aguardaban Elisa, Sonia y su novio.
-¿Se te ha resistido?-preguntó mi ama a su criada.
-Se ha dejado hacer, mi señora, pero he debido quitarle el peligro a mano, siguiendo el manual de mi superiora en la instrucción de criadas no femeninas.
-Bien hecho –felicitó Elisa a su subordinada-. Mañana iré a la ciudad para buscar un uniforme de su talla y un arnés de castigo. Entérate –me dijo-, las criadas no tienen pene y, si lo tienen, no es para su placer sino para el de sus amos. Es un peligro que entre en erección sin permiso, porque te hace pensar como el macho que ya no eres y rebelarte ante tu nueva condición. El arnés te ayudará a someter tus deseos a los de tu señora. Con el tiempo, agradecerás que te lo pongamos y hasta tú misma te lo ceñirás para evitar castigos mayores.
Era la primera vez que alguien se dirigía a mí como si yo fuera mujer. Era muy humillante todo lo que concernía a mi nuevo empleo, desde servir de chacha a la que hasta hacía unas horas, sin papeles de divorcio por medio, era mi esposa, hasta ser la sumisa alumna de mi vecina, pasando por ser la asistente de mi antigua criada en lo que había sido mi chalet. La situación, de modo involuntario, me producía morbo y de ninguna manera quería que cambiara, al menos hasta saber qué daría de sí. Por un momento pensé en forzarla preguntando por mi salario.
-¿Tu salario?-se rió Sonia- Si quieres echamos cuentas. Me debes más de cien mil euros de un préstamo que te hice para una de tus necias aventuras empresariales. Cuando lo considere cancelado te lo haré saber y, mientras, confórmate con un anticipo.
Carlos se levantó y con una llave de arte marcial me colocó boca abajo, sobre las rodillas de mi señora, Marta me levantó la falda ofreciendo mi culo al castigo. Sonia me propinó veinte azotes por nalga, algunos con uno de sus zapatos de tacón de aguja.
-¿Cuánto cobras al mes, Marta?-preguntó.
-Nada, mi señora, salvo la felicidad de servirle.
-¿Te enteras?- me dijo tirándome de sus rodillas al suelo.
-Sí, mi señora.
Mandó que me retirara a cenar y descansar. Marta me dio un bocadillo de mortadela y un vaso de agua. En su cuartucho, a los pies de su cama dispuso de una manta vieja donde me hizo acostar. Elisa supervisó la operación e hizo que me atara de manos y pies a un radiador próximo para inmovilizarme acostado. Pasé una noche de perros como un perro. De nuevo, Marta se apiadó de mí meneándomela con sus preciosos zapatos en un shoejob inolvidable.
-Debes dormir –me dijo-. Mañana te espera un día muy duro. Si quieres adelantar trabajo, puedes limpiar el semen que has dejado en mis zapatos con la lengua.
Sentí asco y me lo notó."Tú verás, pero en seco puede saberte peor y cuesta el doble lamerlo". Su observación me pareció convincente y dejé lustrosos sus zapatos de charol con mi lengua.
Marta se desnudó y se puso de rodillas ante la cama. "¿Rezas?", le inquirí. "No –respondió-. Al señorito Carlos le gusta que le reciba así". Más de una hora después Carlos entró con la verga fuera de su bragueta, tan grande y dura como aseguraba mi ama. Sin mediar palabra con la criada, se la ensartó en el ano y refociló a gusto con su culo hasta que se corrió. Marta se la chupó después para lavársela y él se retiró dejándola agotada sobre su catre. "¿Es siempre así con el señorito?", le pregunté irónico. "Es una pasada. Me he corrido tres veces seguidas –me dijo-. Quizá algún día se encapriche de tu culo y puedas gozar como yo". Sin duda, la siguiente jornada me tendría muchas emociones preparadas.
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