La única oficina cerrada en la empresa donde trabajo, es la mía, dado que soy el gerente del sector; el resto del personal tiene asignados escritorios sin divisiones. La mayor cantidad de dependientes son mujeres. La empresa es enorme y la gerencia a mi cargo es una de las más grandes en cuanto a personal se refiere. Como en toda empresa de esa envergadura, los rumores de relaciones íntimas entre funcionarios, siempre están presentes, aunque nunca se sabe si estos son ciertos o simplemente son chismes.
En mi trabajo, por el nivel que ocupo, debo hacerme respetar, dado además que dependo de él para mi subsistencia y la de mi familia; por consiguiente, soy por lo general muy serio, me limito a saludar y despedirme del personal sin mayores comentarios, excepto cuando tengo reuniones con determinados y pequeños grupos de líderes, con los que coordino a diario, momentos en los cuales me relajo un poco y converso con mayor apertura por el nivel del entorno y mayor confianza por los años de trabajo.
Nunca fui madrugador, así que, por lo general, ingreso un poco más tarde que el resto del personal, aunque siempre me quedo hasta altas horas de la noche. En mi nivel es permitido elegir el horario. A mi llegada, saludo a los funcionarios con un “buenos días” a cada paso dado, ya que mi oficina se encuentra al fondo del gran salón. Ya había notado que, cierto personal femenino respondía a mi saludo con sonrisas excesivas y provocativas; por lo menos eso es lo que me parecía; no sé si por “congraciarse con el jefe” o verdaderamente por que les caía simpático; finalmente, nunca me importó.
En ciertas ocasiones, algunos de mis dependientes más allegados y de mayor confianza, me han hecho comentarios sobre determinadas frases escuchadas, dichas por algunas damas, en alusión a mi aspecto físico o alguna otra situación más picante de tinte erótico, a los cuales no di mayor importancia, respondiendo siempre con media sonrisa: “Lo difícil o lo imposible siempre es deseado por todo ser humano”, logrando con esa máxima, mayor respeto de mis dependientes, ya que conocía que mis reacciones ante estas situaciones, siempre iban a ser comentadas entre todos ellos. Así, de esta manera, transcurría mi vida: trabajo, trabajo y trabajo, seriedad, responsabilidad, consecuencia, logros, cumplimiento de metas trazadas, sin mezclar para nada el aspecto social. Nunca asistía a las continuas fiestas programadas por el personal, a las cuales siempre estaba cordialmente invitado, excepto alguna que otra vez, en donde me pedían hacer un discurso de circunstancia, retirándome en forma inmediata, previas disculpas por supuestos compromisos ineludibles. Para ser honesto, también había comentarios sobre lo dominante que podría ser mi esposa, el miedo que yo podría tenerle y alguno que otro sobre la escasa hombría que supuestamente tenía por no dar importancia a las oportunidades de aventuras que me perdía por tener ese tipo de personalidad. Aún así, mi forma de ser no cambió.
Fue en cierta circunstancia que, al ingresar al gran salón, divisé una muchacha nueva. Era preciosa, rubia, ojos claros, con un cuerpo angelical. Estaba de pie junto a otra funcionaria, quien al parecer le entregaba algunos archivos. Noté su nerviosismo al saludarme; saludé también y pasé de largo sin inmutarme, fiel a mi estilo, pero, debo confesar que realmente la muchacha ¡llamó mucho mi atención!.
Poco tiempo después, la secretaria, anunció la presencia de la señora Nadia. -Hágala pasar!- instruí. ¡Era ella!. La rubia ingresó y tomó asiento. Sentí cómo, su presencia, aceleraba mi pulso y mis manos comenzaban a sudar. Me sentí un adolescente inexperto. Ante mi silencio, la muchacha inició la conversación: - Soy Nadia Franco, la nueva asistente de producto., me informaron en Recursos Humanos, que debía ponerme a sus ordenes – dijo tímidamente, entregándome el sobre que contenía el memorando de contrato. Era cierto, había solicitado una asistente, había mirado su currículo, incluyendo su fotografía y la había seleccionado entre muchos postulantes. Al parecer, no me había fijado en la foto, o esta no le hacía justicia. – Mucho gusto – dije mirándole a los ojos y comentando una estupidez que desnudó mi nerviosismo: - No esperaba una profesional tan joven. – La verdad es que no soy tan joven – respondió algo incomoda – como habrá podido ver en mi currículo, tengo 28 años y ya tengo experiencia en productos similares. – No me malinterprete – respondí tratando de sobrellevar la situación y aclarar el comentario – claro que leí su currículo, por ello fue seleccionada, simplemente que su aspecto es el una niña. Ella sonrió y su rostro me pareció más dulce aún. Sus perfectos dientes blancos iluminaron mi alma y mi corazón latió más de prisa. – Gracias, - dijo - supongo que será un elogio, aunque ya soy casada.
No respondí. El resto de la conversación giró en torno a sus funciones. Al despedirla, me tomé la libertad de lanzar un piropo, muy a mi estilo, habiendo retomado la cordura y mi seriedad habitual: - La felicito Nadia, es usted muy agradable!. Ella agradeció y se retiró.
Transcurrió algún tiempo y cada vez Nadia se convertía en un excelente elemento. Capaz, inteligente y con ideas innovadoras, llegando a escalar posiciones por su brillante desempeño, hasta llegar a ser líder de su grupo, por méritos propios y selección de su entorno, sin que yo hubiese tenido nada que ver en el asunto, motivo por el cual, asistía a las reuniones periódicas con mi jefatura. Poco a poco las consultas particulares de Nadia hacia mi persona se hicieron frecuentes, preguntas tales como: “¿Cuál su opinión sobre este tópico?” o “Disculpe, me gustaría conocer su criterio sobre determinada campaña…”. Por mi parte, la recibía de muy buen grado, no solo por que es parte de mi trabajo orientar al personal y autorizar las propuestas, sino por que, como ya indiqué, ¡me parecía hermosa!. Mientras ella exponía los temas para poder expresarle mi orientación, me deleitaba mirando sus gestos, sus blancas y delicadas manos, su cabello lacio y rubio, sus rojos y carnosos labios. ¡Era perfecta!. Cuando salía de mi oficina, agradeciéndome los consejos, observaba su esbelto cuerpo, sus contorneadas piernas y aquellas nalgas respingadas, cuidándome de que no me descubriera cuando, al cerrar la puerta, volvía la cabeza para despedirse nuevamente, sin voz, solo moviendo los labios y con cierto aire coqueto. Al irse, maldecía para mis adentros, el tener semejante carácter y no poder lanzarle alguna lisonja que le permitiera tener conocimiento de lo que yo estaba sintiendo por ella.
Las consultas se hicieron rutinarias y la tensión bajó, incluso me permitía conversar con ella sobre temas que trascendían lo laboral, aunque un tanto alejados del plano personal. Su capacidad e inteligencia me dejaban cada día más perplejo. La verdad es que estaba muy satisfecho con su trabajo y al parecer ella se sentía cómoda con mi dirección. Hacíamos un buen equipo.
Cierto día, entre consultas y charlas de circunstancia, se quedó callada por unos instantes mirándome fijamente. Le sonreí, un poco incómodo y pregunté: - ¿Qué pasa..?
- Anoche soñé con usted!- respondió. Un poco turbado por la confesión, atiné a preguntar sonriendo: ¿Y qué soñó?. Ella no se inmutó con mi sonrisa y con la misma seriedad con la que había iniciado su confesión, ignorando mi pregunta, dijo: - La verdad es que usted es un hombre admirable, ¡gracias por ser como es y gracias por permitirme conocerlo!. Los colores se me subieron al rostro, quedé acongojado y mudo por unos instantes -…. Gracias a usted por sus palabras – atiné a decir completamente turbado, - ¿No me está tomando el pelo…..verdad? – pregunté torpemente. – ¡Para nada, estoy siendo completamente sincera!- respondió, segura. – Bueno…., el hecho de haberla apoyado o ayudado en su trabajo no significa que yo sea admirable, apenas cumplo con mi labor…. y con usted no me cuesta nada, dado que es una profesional muy competente……., de cualquier forma agradezco su apreciación…. - ¡No hablo del plano profesional! – interrumpió, dejándome nuevamente frío.
Hice una pausa y esbocé una sonrisa de aquellas que desnudan la incomodidad, sintiendo nuevamente el rubor en mis mejillas. Atiné a balbucear apenas un: - ¡Gracias!. - agregando para salir del paso: - No me contó lo qué soñó….
- ¡No le puedo contar, es algo privado! – respondió con sonrisa de picardía, para luego pararse y salir de mi oficina, volviendo la cabeza antes de de cerrar la puerta para despedirse, tal como lo hacía a diario, aunque esta vez, no pronunció las clásicas palabras sin sonido de “hasta luego”, sino que dijo: “chau”…. y me regaló una hermosa sonrisa que a mi me pareció extremadamente sensual….
Esa noche no pude dormir repasando en mi mente, lo que había sucedido. ¿Será que se me estaba insinuando?, ¿Qué habrá querido decir?, ¿No será que estoy interpretando lo que no es?, al final la he ayudado bastante, nuestras conversaciones son amenas, y hasta es lógico que se sienta agradecida, tal vez por eso me encuentra “admirable…”, pero… dijo que “no era en el plano profesional …”. ¿Cuál habrá sido su sueño?.
Al día siguiente, viernes, no asistió a mi oficina en todo el día, cosa que me pareció muy rara, ya estaba acostumbrado a sus visitas, aunque no solo la recibía a ella. Pasé el fin de semana pensando, repasando una y otra vez nuestra última conversación, sin poder atar cabos y con muchos temores de equivocarme.
El lunes en la mañana, se presentó en mi oficina como si no hubiera pasado nada consultándome sobre algo del trabajo. Lucía más hermosa que nunca. – La extrañé el viernes – le dije -¿no necesitó de mis “admirables” consejos? – ironicé. – Si!, la verdad, no me sentía bien. Para serle franca, me dio mucha vergüenza de lo que me animé a decirle el otro día – respondió. – ¡Yo también me soñé con usted! - dije, casi sin pensar y en tono de respuesta. Ella abrió los ojos, se sentó lentamente en la silla, dejó, en mi escritorio, el fólder que traía en las manos y mirándome fijamente a los ojos preguntó azorada: - ¿Puedo saber qué soñó?.
- Soñé que nos fundíamos en un apasionado beso en los labios!- respondí lanzándome al abismo con la esperanza de salir del paso diciendo, en caso adverso, que era solo un sueño y que uno no puede controlarlos. Ella se quedó mirándome sin palabras y antes de darle tiempo a que escapara, según mis temores, agregué: - No es justo, ya le conté mi sueño y usted no me ha contado el suyo, ¿también se soñó que nos besábamos? – comenté en tono de broma. –No!- dijo, bajando la cabeza avergonzada sin reparar en mi tono – en mi sueño llegué mucho más lejos!. Ese comentario hizo que mi corazón se disparara, comencé a sudar frío como un quinceañero. – Y….¿usted cree que los sueños se hacen realidad…? – Continué, siguiendo con el juego de palabras……. – Eso depende de los protagonistas…- respondió sin mirarme a los ojos. Ni corto ni perezoso, rodeé el escritorio, me coloqué a su lado, ella continuaba sentada con la cabeza gacha, agarré su mentón e hice que me mirara, acerqué lentamente mis labios a los suyos y la besé apasionadamente por unos instantes que a mi me parecieron eternos, dada la ansiedad y el temor de que abran, en cualquier momento, la puerta de mi oficina y nos descubran.
Volví a mi asiento ejecutivo sin dejar de mirarla y le dije: - ¡Bueno, ya hicimos realidad mi sueño, ahora falta el suyo!. Ella sonrió y en tono melancólico dijo: - Usted es lo más lindo que me ha pasado en mi vida, lástima que llegó un poco tarde… - Solo es tarde para aquellos que ya no están en este mundo – corregí temiendo su arrepentimiento de lo que acababa de pasar, aunque me sentía extremadamente feliz de haber podido conquistar a una muchacha casi once años menor. Ella pidió disculpas y se retiró.
Ese día, como tenía acostumbrado a mi personal a que ingresara a mi oficina sin ningún tipo de antesala; con el pretexto de que estaba preparando un proyecto muy importante, di instrucciones a mi secretaria de que no permitiera que nadie ingresara a mi oficina sin hacerse anunciar previamente por el intercomunicador, incluyéndola a ella misma, precautelando de esa manera, el no ser sorprendido en situaciones incómodas si es que se presentara alguna oportunidad, tal cuales eran mis planes.
Esa tarde, Nadia se hizo anunciar y permití su ingreso. Al abrir ella la puerta, me encontró de pie, para recibirla. Tras cerrar la puerta, completamente ansioso, la abracé, la besé en los labios y mis manos fueron directamente a sus preciosas nalgas que había deseado tanto. Ella correspondió al beso de una manera ardiente entrelazando su lengua con la mía, permitiendo que mis manos recorrieran su cuerpo. Sin dejar de besarla, acaricié sus piernas e introduje mi mano derecha por debajo de su falda azul, sentí su biquini, lo ultrapasé y puse en contacto directo mi mano con la piel de sus rígidos glúteos, mientras que con mi mano izquierda acariciaba sus pequeños pechos por encima de la blusa blanca de su uniforme. Ella por su parte, bajó su mano derecha y comenzó a acariciarme la entrepierna, encontrándose con la tremenda erección que me estaba causando la situación. Así, sin separarnos, trasladé mi mano derecha por debajo de la prenda íntima hacia la parte delantera sintiendo su monte de Venus en mi palma ahuecada. Introduje mi dedo medio haciéndome camino entre sus labios vaginales hasta llegar al clítoris, arrancándole un gemido. Estaba completamente húmeda. Con la otra mano desabotoné unos cuantos botones de su blusa hasta llegar a palpar sus pechos, desde dentro del brasier, sintiendo muy rígidos sus pezones. Ella bajó la cremallera de mi pantalón e ignorando mis boxers fue directamente a presionar mi erecto miembro masturbándolo con la furia que provoca el deseo contenido. Arranqué de un tirón sus interiores, la empujé dirigiéndola a la credencia cercana que le sirvió de apoyo a sus preciosas nalgas, abrí sus piernas con las mías y acerqué mi pene a su vagina. Nadia direccionó el miembro con su mano y se dejó poseer. Entró hasta el fondo. Ella se contorneaba agitada y había entrelazado sus piernas a mí alrededor, mientras yo le besaba los pechos al descubierto, aunque aprisionados por el brasier. La excitación, el deseo de ambos y las circunstancias hicieron que acabáramos juntos en un tiempo record. Inundé su vagina con mi semen mientras ella ahogaba los gritos de pasión moviendo su pelvis incansablemente al igual que su cabeza moviendo sus largos y rubios cabellos de un lado para otro. Besé nuevamente sus labios y luego me separé guardando mi pene, ahora flácido, en mis pantalones. Ella, presurosa, mirando la puerta, acomodó sus pechos dentro del brasier, bajó su falda y recogió el biquini, roto, del piso. – ¡Qué locura! – dijo – ¿ahora qué hago? – preguntó, mientras me mostraba la prenda de color negro. – No se preocupe! – respondí, cogiendo los pequeños interiores para introducirlos en uno de los cajones de mi escritorio, a tiempo de que la invitaba a tomar asiento en una de las sillas de visita. Ella se sentó y avergonzada reflexionó: - No puedo quedarme así, desnuda, toda la tarde….qué vergüenza…., ¿qué pensará usted de mí…?. – ¡Que es la mujer más bella y fogosa que he conocido en mi vida! – dije. Fuimos interrumpidos por el timbre del intercomunicador. Era mi secretaria pidiendo permiso para ingresar a mi oficina para sacar alguna correspondencia ya firmada. Accedí y mientras ella retiraba los documentos, Nadia me mostraba el supuesto material de trabajo que debía presentarme. Al retirarse la secretaria, en tono nervioso volvió a preguntarme, agarrándose la cabeza: - ¿No se habrá dado cuenta?, qué incomodidad…., qué locura! . De pronto se sobresaltó: - Me estoy mojando la falda…, se está saliendo el semen… Acto seguido corrió al baño privado de mi oficina. Mientras estaba solo, saqué del cajón de mi escritorio los biquinis rotos, algo húmedos, por los fluidos vaginales y los olí, sintiendo ese delicioso aroma mezcla de perfume con sexo.
Cuando Nadia regresó, la sentí más tranquila. – Traigo toallas higiénicas a manera de interiores – comentó sonriendo. – ¿Usted tiene algún tabú en el aspecto sexual?. –pregunté a bocajarro. – No entiendo su pregunta…. – respondió poniendo cara de duda. – Le pregunto, por que no me gustaría intentar hacerle algo con lo que no esté de acuerdo o simplemente no le guste – expliqué. – Ah,… era eso, pues….., ¡con usted no!, … me gusta tanto que puede hacerme ¡“lo que quiera”! – dijo poniendo énfasis en las últimas palabras y de una forma tan sumisa y sencilla, que al escucharla tuve otra erección. – Sigo deseándola – atiné a decir – no he quedado satisfecho, me falta mirar su cuerpo desnudo – continué, agarrando y besando sus manos. – ¡No aquí por favor, nos pueden descubrir! – rogó. – No me aguanto – insistí - ¡vamos al baño!. – ¡No!, ¿y si entra la secretaria… y si alguien quiere hablar con usted? – replicó nerviosa. –Usted conoce a María, es incapaz de incumplir una instrucción, me cuida mejor que un perro guardián, primero llamará por el intercomunicador y, si no le contesto, pensará que no deseo ser molestado; jamás entrará ni permitirá la entrada de nadie, además no tengo programada ninguna visita…. – expliqué para tranquilizarla. Ella sonrió, mientras yo me levantaba y la jalaba de las manos con dirección al baño. Se dejó llevar cerrando los ojos. Puse el cerrojo y sin desprender la mirada de sus ojos, fui desabotonando su blusa, luego el brasier y finalmente la falda. Ella se descalzó y retiró las toallas higiénicas que, a manera de interiores, se había puesto, quedando completamente desnuda. ¡Perfecta!. Recorrí con la mirada sus rígidos y pequeños senos, su plano vientre, su perfecto ombligo y su monte de Venus, lleno de rizados vellos color miel. Permitió que la observara de punta a punta mientras que yo, con mi pulgar, contorneaba sus labios e introducía parte de él en su boca. Ella pasaba su lengua y lo mordisqueaba entrecerrando sus ojos por instantes. - ¡Qué bella eres! – le dije, dejando aquel aire de formalidad, propio de oficina. Desabrochó mi cinturón, bajó la cremallera del pantalón permitiendo que la física se encargara de hacerlo caer al piso. Dirigió sus manos a mi camisa desabotonándola, tarea en la que ayudé mientras nos fundíamos en un beso. Más que rápido me despojé de camisa, corbata, zapatos y medias, quedando sólo en boxer. Ella se alejó un poco y se quedó extasiada mirándome por unos segundos. Luego se acercó y me bajó los interiores lentamente dejando al descubierto mi erecto pene a punto de reventar. Continuaron nuestras miradas, descubriendo, cada uno el cuerpo del otro. - ¡Qué hombre! – comentó, a tiempo de arrodillarse y tomar mi miembro para metérselo a la boca. ¡Qué sensación tan deliciosa!. Se lo introducía casi por completo y luego lo sacaba unos segundos para volver a arremeter. Después pasó a los testículos, los mordisqueaba, los chupaba para de nuevo volver a mi pene. Cuando sentí que no iría a aguantar más, decidí incorporarla colocándola contra la pared y aprisionando sus brazos en lo alto, recorrí con mis labios su cuello, sus senos, primero el uno y después el otro, bajé besándole el abdomen hasta llegar a su vagina, en donde me detuve. Ella facilitó la faena colocando una de sus piernas encima del inodoro, dándome la oportunidad de encontrar fácilmente su clítoris, el cual mordisqueé, lamí y succioné a mi antojo, bebiendo sus líquidos que corrían a raudales. Me senté en el inodoro. Ella, presta a cabalgarme, se montó, agarró mi pene, lo dirigió a su vagina y lentamente se lo introdujo iniciando los movimientos sin ninguna prisa. Me volvía loco observarla, ¡no podía creer que eso estuviera sucediendo!. Chupaba sus pechos y mordía sus pezones mientras que con mis manos acariciaba sus nalgas. Era tan grande la excitación que, no se en qué momento, toqué, con mi dedo medio, su orificio anal. Ella, al sentir el contacto, redujo la velocidad de sus movimientos. Sin apartar mi dedo del lugar, la miré a los ojos. Ella cerró suavemente los suyos y continuó con los movimientos, gesto que asumí de conformidad, por lo que, con más confianza, fui masajeando su esfínter y poco a poco logré introducir parcialmente el dedo. Sus movimientos se aceleraron al sentirse penetrada por ambas cavidades, gimiendo de placer. Moví el dedo en círculos logrando dilatar su anillo rectal hasta que cupieron dos y luego tres dedos. Sus gemidos de placer fueron en aumento, por lo que tuve que colocar mi mano libre, en su boca. Me incorporé quedando ella de pie frente a mí. Le di la vuelta besando su cuello mientras rozaba mi pene en el centro de sus nalgas y acariciaba sus pechos con mis manos. Ella comprendió lo que yo deseaba y, apoyando su vientre en el lavabo, se puso de puntillas, abrió sus piernas lo máximo que pudo y con ambas manos separó sus glúteos permitiéndome observar su delicioso orificio anal completamente dilatado. Introduje el glande empujando suavemente; el amplio espejo me permitía apreciar sus senos y principalmente su rostro de ojos cerrados. Ella, al sentir la parcial penetración, abrió descomunalmente sus ojos y su boca e hizo una mueca de dolor, luego empujó hacia atrás. Completamente excitado, arremetí con fuerza llegando a introducir poco más de la mitad del miembro. Con los ojos cerrados, soltó sus nalgas y apoyó sus manos en el espejo y haciendo un movimiento pélvico lo introdujo entero, mientras contorneaba su cabeza hacia atrás, escapando de su boca más gemidos de dolor y placer. – Así, así, métemela toda!! – balbuceaba, a la vez de llevar mis manos hacia su vagina. Yo introducía mi pene, con fuerza, por aquel estrecho agujero, tenía dos dedos dentro de su vagina y amasaba sus pechos con la otra mano. Nadia, ahogaba sus gritos tapándose la boca y masturbaba su clítoris con la otra mano. Fue en ese momento, que ella cerró sus piernas aprisionando mi pene en su ano, asentó los talones al piso y volvió a ponerse de puntillas, repitió esa operación una y otra vez mientras presionaba con los músculos del esfínter. No puede aguantar más, eyaculé en sus entrañas empujando al máximo mi miembro hacia dentro. Ella, al sentirme, empujaba también hacia atrás, logrando la penetración total. Sentía mis vellos púbicos en contacto directo con sus glúteos. Su orgasmo duró más que el mío. Ayudándose con las manos en el lavabo me empujó hasta que mi espalda hizo contacto con la pared y comenzó un baja y sube incansable hasta que explotó en un largo suspiro. Sentía el palpitar de su ano en mi pene, aunque ya éste había bajado la intensidad de su rigidez.
Nos tumbamos al piso, completamente exhaustos. Nadia tomó mi pene entre sus manos y comenzó a acariciarlo mientras besaba mis labios. – Mi amor, es lo más bello que he sentido en mi vida…, qué cosa increíble!. Me has hecho disfrutar, en unos minutos, mucho más que mi esposo en dos años de matrimonio- murmuraba. El timbre del intercomunicador, a lo lejos, nos interrumpió nuevamente. Ella volvió a la realidad, se incorporó rápidamente y comenzó nerviosamente a vestirse. – ¡Dios!, nos van a descubrir, yo muero si María entra y no nos encuentra en la oficina…- comentaba, atropellando sus palabras. Una vez vestidos, le pedí que esperara a que primero saliera yo. Me cercioré de que no haya nadie en la oficina y la llamé para que salga. Sentados en el escritorio, llamé a la secretaria para saber quién me estaba buscando y la respuesta fue que no era nada importante, solo llamó por que ella quería ingresar para dejar algunos documentos. Instruí que lo haga más tarde por que estaba en medio de una discusión sobre un importante proyecto, que no quería ser molestado hasta que Nadia salga. Más tranquilos, continuamos nuestra plática:
- En verdad usted no había tenido tabúes con el sexo – expresé con ironía, volviendo a tratarla de usted. – Fue mi primer vez por atrás – confesó – creía que me iba a doler mucho más, pero usted había sido un experto en ese campo – ironizó. - ¿En qué más no tiene experiencia? – retruqué sin hacer caso a su observación. -¿Qué quiere decir?- preguntó -¿hay más?. -¿Ha participado en tríos, orgías o ha tenido experiencias lésbicas? – aclaré. – ¡No!, por Dios, nunca lo he hecho, y no creo que pueda ser capaz… - respondió categórica pero a la vez sumisa. – ¿Y qué pasó con aquel: “puede hacerme lo que quiera”? – parafrasee.
– Bueno…, si las cosas son como han sido hasta ahora…, podría animarme a hacer cualquier cosa con usted… - murmuró agarrando mis manos y lanzándome un beso a labios sueltos.
Mi historia con Nadia fue larga y hermosa. Hicimos muchas cosas, juntos, cosas que, algún día les relataré!
espero un día trabajar para ti ;)