Un juego de niños se convierte en la primera vez de Mabel, siendo chantajeada por su amigo. Todo transcurre en un matorral.
Mis inicios en términos de sexo empezaron a los doce años, en juegos de niños. "Todo vale", decían mis amigos y amigas. Pero los juegos inocentes pronto empezaron a transformarse en experiencias más profundas.
El grupo de mis vecinos eran de cuatro niños: Raúl de 13 años, Cristian de 12 años, Harold de 11 años y yo; junto a dos niñas, Yasmin de 12 años y Mabel de 11 años. Siempre salíamos a jugar cualquier juego que nos hiciera reír, sin ninguna malicia, a un parque que quedaba cerca de nuestros hogares. El sitio no era peligroso; sin embargo era poco frecuentado por personas mayores.
Un día empezamos a jugar al escondite. Esa vez, lo recuerdo muy bien, le tocó contar a Raúl. El inició la cuenta muy suave, por lo que me dio tiempo a esconderme lo más lejos posible, llegando a un matorral con forma de herradura que me protegía de cualquier mirada. Además poseía un pastal muy suave en su centro. Luego de un rato, creo que Raúl ya nos estaría buscando, oí a alguien correr con una risita asustada dirigiéndose hacia el matorral. Era Mabel, que ingresó al matorral mirando hacia el exterior sin percatarse de que yo me encontraba allí. Quería asustarla y, por lo tanto, me quedé muy callado en mi lugar, observándola.
Mabel llevaba una blusa corta azul cielo que permitía observar sus pequeños senos, una minifalda de jean con florecitas, unos tenis blancos y una balaca en su hermoso cabello negro. Algo empezó a suceder en mí. Estaba a unos tres pasos de ella y podía sentir su aroma a niña, su olor intenso y delicioso. Sentía una pequeña presión en mis genitales y ya entendía lo que estaba sucediendo. Estaba teniendo mi primera excitación con una mujer real. Mi madre alguna vez me había comentado algo al respecto pero realmente era como si hablara chino en ese entonces. Por fin estaba entendiendo lo que me dijo.
Ella continuaba parada mirando hacia fuera sin percatarse de mi presencia. La curiosidad me asaltó. Yo estaba sentado en el suelo y, desde mi posición, cada vez que ella se agachaba se alcanzaba a observar un panorama blanco bajo su falda. Me acerqué muy sigilosamente gateando, mejorando mi panorama, llegando a estar a un sólo paso de ella. La vista era espectacular. Sus calzoncitos eran blancos, con maripositas, y su sudor seguía excitándome. Sentí la necesidad de llevar la mano a mi pequeño bulto y apretarlo fuertemente. Eran nuevas sensaciones que me estaban introduciendo en este mi mundo morboso.
Sentía nuevamente su aroma a niña sudada. Era increíble lo que sucedía. En ese momento la observé detenidamente y vi que llavaba sus manos al estómago. Tenía ganas de orinar pero no se atrevía a salir porque si salía Raúl la podía descubrir y tendría que pagar alguna penitencia. (Mabel era una niña muy inocente y le tenía gran miedo a su madre, que siempre la regañaba por todo. A veces tuve que presenciar cómo la castigaba delante de mí por no pedir permiso para levantarse de la mesa cuando estaba almorzando). Ella seguía llevándose las manos al estómago hasta que no aguantó. Algo más de lo que yo esperaba estaba sucediendo. Ella no encontró otra solución que orinar en el mismo lugar donde se encontraba y, sin mirar hacia atrás, se bajó los calzoncitos.
Mis ojos se abrieron lo más que pudieron y quedaron petrificados en un sitio en especial. Era la primera vez que observaba la vagina de una niña. Era realmente preciosa, un botón diminuto más oscuro que su piel. Era una joya y yo quería esa joya. Ella se agachó y, sin más preámbulos, empezó a orinar en esa posición. No lo creía. Estaba excitadísimo. Mi pene me saltaba del pantalón y mis ideas empezaron a llegar con intenciones muy oscuras.
Cuando ella terminó de hacer sus necesidades, se percató de mi presencia por el sonido de una rama seca que quebré al mover un pie para acomodarme mejor. Se levantó inmediatamente sin haberse levantado sus calzones y me dijo: "¿Que haces ahí?". Hizo el intento de subirse los calzones pero yo paré esa acción diciéndole "quédate quieta como estás o le cuento a tu mamá que te orinaste en el parque y me invitaste a que te observara". Mabel se puso roja de la vergüenza al sentirse atrapada. Creo que pensó en su madre y sabía que lo mejor era hacerme caso o el castigo que le iban a dar sería peor que los anteriores. Ella me preguntó qué quería y yo le contesté: "No quiero que pronuncies palabra alguna. Tú te quedas callada y yo haré todo lo que quiera. Al fin al cabo soy el que mando en este juego". Mabel agachó la cabeza y sentí que se resignaba a lo que yo quisiera. Mientras tanto yo me sentía diferente, un rey con su esclava. Muchas ideas me cruzaban por la mente y quería aprovecharlas todas.
La acerqué a mí y le di un beso en la boca. Ella cerró los labios y trató de retirarse. Yo le recordé a su mamá y entonces se dejó. Suavemente fue abriendo sus labios, dejando penetrar mi lengua en su boca. Yo disfrutaba mucho la situación. La apreté junto a mi cuerpo y sentía que ella todavía no salía de su trance, aunque notaba algunos movimientos de su lengua contra la mía. Mis manos sobaban su espalda y, rápidamente, culminaron cerca de su pubis. Quería tocarla y esta era mi oportunidad. Suavemente acerqué mi mano hasta su vagina sin un pelo todavía. Era lo mejor que había sentido en mi vida. Dejé de besarla y me agaché. La tenía frente a mí, dispuesta a lo que quisiera.
La retiré de la entrada del matorral y la acosté en el centro de él. Ella seguía sudando y su transpiración cada vez me ponía más cachondo. Empecé a tocarla por todos lados, con mis manos inexpertas pero con el hambre de un lobo mayor. Palpé su vulva. Estaba húmeda. Tal vez la situación la estaba excitando, pero ella era una piedra y no decía nada. Se dejaba hacer lo que yo quisiera. No tuve restricciones y toqué su capullo con mi dedo. Ella soltaba gemidos de vez en cuando pero los ahogaba muy bien. Toqué su culo y sus pequeños pezones. Mi boca estaba ávida de ellos. La mordía y ella gemía mucho más que antes. Se notaba que lo estaba empezando a disfrutar. Al cabo de unos cinco minutos, ella tomaba mi cuerpo y lo apretaba contra el suyo. Ya nos deseábamos. La miré fijamente a los ojos, me hice hacia un lado, bajé mi cremallera y saqué mi pene. Se veía radiante, queriendo tener su primera experiencia. Nunca lo había visto tan erecto. Ella no despegaba la mirada de él. Suavemente, llevé sus manos hacia allí y, con mucho cuidado, le hice darme unos mimos leves. Yo estaba en la cima. Sin más preámbulos, con mi pene en sus manos, me acomodé nuevamente encima de ella, apretándole sus manos con su pubis, hasta el momento que ella lo soltó.
Mis movimientos hacían que mi pene sin guía alguna buscara instintivamente lo que la madre naturaleza le había destinado y, con unos pocos movimientos, fue encontrando lo que iba buscando. Su capullo se fue abriendo; estaba super húmedo, lo que me permitió tener un acceso fácil. Poco a poco introducía mi miembro y ella se retorcía del dolor pero no se atrevía a echarse para atrás. Yo seguía en mi tarea hasta que encontré una resistencia a mi entrada. Realicé tres pequeñas embestidas y sentí cómo hacía mi entrada triunfal a ese pequeño tesoro.
Mabel era mía y yo la estaba penetrando como la naturaleza manda. Estuvimos en ese agite unos cinco minutos. Ella me agarraba la espalda. Sus movimientos eran cada vez más frenéticos junto a los míos. Sentía que estaba llegando a su primer orgasmo hasta que, por fin, pegó un grito que creo se oyó en todo el parque. Yo me quedé petrificado ante este suceso. Del susto, saqué mi pene lo más rápido que pude. Observé que había sangre a su alrededor y una sustancia blanquecina. No me importó. Cerré mi cremallera, me levanté del suelo y la miré allí, casi desfallecida. Le dije "fue increíble, de ahora en adelante seguirás jugando conmigo de este modo y espero que no se lo cuentes a nadie o tu madre se va a enterar de todo lo que hicimos". Ella movió la cabeza aceptando lo dicho. Me incliné sobre ella, le di un beso en la boca y la ayudé a vestirse.
Salimos del matorral cuando ya todo estaba oscuro. Mis amigos se habían cansado de buscarnos y empezaron a jugar a otro juego sin contar con nosotros. Sigilosamente cada uno de nosotros nos fuimos para su casa. Mientras tanto mi mente se llenaba de nuevas ideas.
que rico hubiera sido que yo jugar a si, con muchas amiguitas que conocí