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Cuando escribí la historia de mi primera relación sexual con Doña Carmen (ver Doña Carmen y mi debut sexual) abrí el armario de mis recuerdos. De a poco fueron llegando a mi memoria las vivencias juveniles con aquella extraordinaria mujer que me inició en el sexo dándome tantas satisfacciones..
Carmen, de su matrimonio con Ramón, había adquirido ciertas costumbres que se arraigaron en ella y que repetía cada vez que me invitaba a su casa. Le gustaba, antes de entrar en acción, hacer exhibiciones de su físico. Según ella misma me lo contó, con Ramón tenían una vida sexual intensa y cogían intensamente. Al parecer su marido era un portento del sexo y la satisfacía, o más bien se satisfacían, al principio de su matrimonio, todos los días hasta con tres polvos. Esto duró unos años y como es normal fue disminuyendo con el correr del tiempo, hasta llegar a dos polvos semanales cuando Ramón decidió marcharse al otro mundo.
Ese trance le produjo a Carmen una profunda depresión de la cual estaba saliendo cuando mi caída de la bicicleta y el comienzo de nuestra relación.
Según ella, a su marido le gustaba hacer variaciones cada vez que se encamaban. Ramón la había hecho conocer todas las posiciones del Kamasutra y mil variantes más que su mente febril inventaba para ella. La que más le gustaba era cuando le pedía que se desvistiera y se masturbara frente a él, en tanto que Ramón la observaba haciéndose una paja cuyo semen derramaba en los senos de Carmen. Ella lo contaba así
Evidentemente Doña Carmen tenía razones para extrañarlo. Mi aparición en su vida era un pequeño consuelo y estaba dispuesta a aprovecharlo. Después de contarme como hacía el amor con su finado esposo me preguntó si yo estaba dispuesto a seguirle la corriente en una nueva sesión de amor. Mi respuesta fue, por supuesto, afirmativa.
Esta vez llevaba vez debajo de su clásica levantadora negra, ropa interior blanca y un portaligas sosteniendo sus medias. Comenzó por quitarse las medias y la levantadora. Luego el portaligas y su corpiño. Terminó con sus bragas. Se tendió en el sillón y con la mirada me indicó que me quitara la última prenda que aún tenía, mi calzoncillo.
Sus manos empezaron a actuar. Primero una teta, la izquierda con su mano derecha; luego pasó su mano izquierda y se prendió con ella a la otra teta, para iniciar un intenso magreo mientras su lengua se deslizaba por sus labios demostrando su estado de excitación. Yo miraba atento con mi mano apretando mi verga que por supuesto estaba tiesa y expectante. Realmente era un espectáculo verla así, la lujuria y la pasión que ponía en la tarea.
En un momento levantó sus ojos y con ellos me ordenó que empezara a pajearme, lo hice de inmediato sin dejar de mirarla. Ahora ella deslizaba sus manos hacia su pubis. Muy suavemente acarició sus pelos haciendo un movimiento envolvente. Preparaba el ataque a su panocha que ya se veía húmeda de sus flujos. Primero con un dedo fue acariciando sus labios externos, para ir sumando los otros a medida que iba llenando su cuota de erotismo. Finalmente la mano que pasó varias veces por toda su raya de arriba hacia abajo. El acto siguió en aumento de erotismo cuando deslizó primero un dedo y luego otro en su vulva, para finalmente atacar su clítoris, al cual lo liberó de su piel protectora y lo sometió a masajes intensos que la acercaron a un orgasmo. El espectáculo de esa imponente mujer pajeándose era brutal y me llevaba la libido a niveles insospechados. Con el resto de conciencia que le quedaba me ordenó
Acercándome a ella me puse de pié, y cuando unos segundos después de su orgasmo llegué al mío, apunté mi verga a su cara y me derramé en ella, acto seguido lo hice en sus tetas. Fue una descarga brutal y no terminaba nunca. Su exhibición me había excitado tanto que largué casi todo lo que tenía.
No bien acabé, mientras que con una mano se desparramaba todo mi semen por su cara y cuerpo, con la otra me tomó la verga y se la llevó a la boca para darme una mamada y tragar lo que quedaba en mi miembro. Cuando me liberó, en un nuevo acto espontáneo me arrodillé y le comencé a lamer su cuca bebiéndome sus jugos. Eso le agradó mucho porque cuando me detuve a respirar me tomó de mi cara y me dio un profundo beso al tiempo que me decía
Nos tumbamos juntos en su sillón y nos dimos unos besos mientras nuestras manos jugaban con nuestros sexos que estaban llamados al descanso. En cierto momento se levantó y tomándome de la mano me llevó al baño. Ambos desnudos y felices.
Doña Carmen tenía un baño amplio, de esos antiguos con una bañera que medía casi dos metros. Ya la había estado llenando y la completó con agua caliente la cantidad necesaria para poder meternos. Como era de esperar además de limpiarnos de nuestros jugos sexuales, el baño sirvió como excusa para hacernos caricias y toquetearnos las zonas erógenas para mantener el ritmo de lujuria que teníamos. Nunca me habían limpiado mi picha, además con un esmero y suavidad que me agradó mucho. A mi vez, me deleité enjabonando sus senos, la vagina y hasta el ojete, adonde como al pasar metí un dedo para probar su reacción.
Salimos del baño, nos secamos el uno al otro y fuimos directo a la cama desnudos. Doña Carmen se echó boca abajo y luego se puso de rodillas apoyada en sus brazos en forma de carretilla abriendo bien sus piernas, ofreciendo a mi lujuria toda su raja trasera ostentando su ojete y panocha en toda su dimensión. Como en anteriores ocasiones, al ver ese panorama a mi disposición, alucinado me lancé sobre su raya para lamer y chupar su concha y su agujero, a quien le di una cantidad de besos y lamidas, rematadas con puntilladas con mi lengua que a Carmen la pusieron a mil.
Estuve unos minutos dando esos masajes, hasta que recibí la orden de atacar la retaguardia. Me pidió que lo hiciera muy lentamente hasta que su canal se acostumbrara al diámetro de mi verga.
Dejé sus tetas y la tomé de su cadera con ambas manos para pujar mejor. Puse la cabeza y empujé suavemente como me había indicado. Al principio hubo un poco de resistencia pero de a poco el ano se acopló a la verga. Era una sensación placentera porque sentía que mi picha era presionada por sus músculos, dándome mayor placer. Doña Carmen solo dejaba oír suspiros profundos sin ninguna queja. Pese a ello pregunté
Empujé y empujé despacio hasta que sentí que ya no me quedaba más por meter. Como no había más reclamos que unos gemidos que me parecían más de placer que de dolor, empecé con el vaivén. Acompasadamente lento al principio, para ir tomando un ritmo más acelerado después. Al contacto con su ojete, mi verga se había mojado con la crema que además era anestésica, razón por la cual mi glande había perdido sensibilidad y retardaba el orgasmo, así que estuve dando y dando como varios minutos mientras Doña Carmen agonizaba de placer y me pedía más y más.
Fueron segundos nomás y no aguanté más y le llené el recto de mi leche. Ella duró unos segundos más y también se entregó con un polvo brutal. Se dejó caer con mi cuerpo encima de ella y mi picha dentro de su ojete. Cuando la retiré empezó a salir mi semen de su agujero que Doña Carmen recogió con su mano y se lo llevó a la boca.
Se sintió cansada y me lo hizo saber. Es que la posición que habíamos adoptado era un tanto incómoda para aguantar tanto tiempo. Pidió un respiro por unos minutos que aproveché para ir a la heladera y traerle agua fresca que agradeció con un beso.
Las horas habían pasado rápido con tan grata ocupación, pero yo seguía empalmado y con ganas así que le propuse hacer un esfuerzo y darnos otro gusto. Esta vez con mi batuta. Aceptó.
Le pedí que hiciéramos un sesenta y nueve como ella me había enseñado una vez. De buena gana se puso de espaldas y yo encima. Yo me moría de ganas de comer esa cachucha peluda, así que me di a esa tarea con las pocas fuerzas que aún me quedaban. Estuve largo rato gozando de su vulva y clítoris arrancándole un par de orgasmos más que la veterana derramó en mi boca. Por su parte me dio una linda mamada que culminó con los restos de mi leche en su boca, que tragó con placer.
No hubo más tiempo. Además ya no podíamos ni siquiera hablar de agotados. Me vestí y salí de su casa dejándola en su cama descansando. Así fue como ese día fue la primera vez para ambos. Un ojete veterano perdió su virginidad.
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