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CONFESIONES PARA UN JUEGO PERVERSO II

Descubrí el artilugio de mi esposo un día de agosto en medio de la representación moderna del diluvio. Un resquicio oculto por Las Mil y Una Noches en el librero olvidado del desván soportaba un video enigmático nunca visto y que en ese momento me resultó intrigante.
Mi curiosidad e indiscreción me llevaron al sótano de mi casa y explorar el contenido de ese video preservado de la presencia ajena a la nocturnidad.
Las escenas fueron fulminantes: los tres hombres me poseían en medio de la cama sin ninguna reserva, con esa violencia sexual que ejercieron sobre mi cuerpo la noche entera y entonces lo descubrí: en el ángulo casi secreto del espejo de la recámara miré a mi esposo sosteniendo una cámara de video, grabando cada segundo de esa violación premeditada.
Un sincero director amateur, entregando a su esposa para un juego perverso, las tomas del filme resultaban grotescas, acercamientos a mis senos, a los besos profundos y húmedos que nos dimos, a mi boca gimiendo cada vez con más sinceridad, a mi sexo entregado a los juegos y fantasías duales de los hombres, a las dobles penetraciones en mi cuerpo, y sobre todo, a los abrazos, a los detalles tiernos del hombre que me hablaba al oído, que me estiraba suavemente los cabellos.
No sólo descubrí el video, también me descubrí a mí misma, gozando, gimiendo de placer, entregada a un sexo totalmente diferente al simple heterosexual, al de las fórmulas hechas, entregada un sexo perverso, estimulante y desequilibrado.
Una búsqueda no muy exhaustiva me permitió encontrar la caja que salía en el video. Adentro un repertorio de juguetes sexuales, dildos, videos, revistas y una braga perdida de mi ropa más íntima, tiesa y con un olor penetrante a semen.
El video duró más de dos horas. Nunca pensé que aquella noche me hubiera entregado tanto tiempo.
Por un primer impulso me sentí indignada, usada y engañada por mi esposo. Luego, la excitación de descubrir mi verdad me revitalizó la calma y encendió esa tarde de lluvia. Me senté frente al televisor que proyectaba esas escenas delirantes, con mis ojos vendados, mis manos atadas y atacada por tres hombres que resultaron ser unos maestros para el sexo y sentí un estremecimiento en mi vientre de placer y necesidad.
Tomé el mismo pene con que penetraron aquella vez y me masturbé pensando en ellos, necesitándolos y rogándole a mi fantasía se repitiera aquello. Mis piernas abiertas, mi culo despejado y mis senos adoloridos sintieron la firmeza del juguete recorrerlos con desesperación hasta que me vine en un orgasmo caliente.
En el fondo de la caja encontré los teléfonos, direcciones y correos electrónicos de los tres hombres. Por un momento dudé lo que tenía que hacer.
Tres llamadas nocturnas le dieron un giro definitivo a mi vida y a la de mi matrimonio. Tres llamadas que estaban predestinadas a volverse parte de este juego de pasión.
Conocí a Alberto tres días después de esa llamada nocturna. Aquella noche quedó suspendido en el silencio cuando le dije que era la esposa de Javier. –“No te preocupes, esta llamada es sin venda”- le dije para tranquilizar alguna idea que pudiera causarle un miedo inútil. Él sabía lo que buscaba.
Alberto es un hombre de mentalidad y actos mecánicos. Me sorprendió que en el video fuera tan suelto y despiadado.
Acordamos una cena en su casa sin que mi esposo entendiera esa pacto en el que le prometí entregarme toda bajo su lealtad. ¿Qué buscaba? No lo sé.
Esa noche me dediqué a mi cuerpo enteramente. Estaba excitada. Sentada en la silla del peinador alumbrado por una luz claroscuro, me sentí una mujer diferente, decidida. Mi esposo se detuvo en el vano de la puerta y me miró desnuda, se recargo en la pared mientras subía las medias lentamente y friccionaban mi piel, miró mis bragas subir por mis muslos y acomodarse en mi trasero, miró el acomodo de mi liguero y sintió el sonido débil del sujetador al abrocharse.
Yo lo miraba a través del espejo. Igual que en la escena del video cuando la cámara quedó de frente y sentí que me observaba. Pinté mis labios, peiné mi pelo largo y al final un vestido negro muy escotado cayo sobre la noche.
El camino hacia la casa de Alberto fue un acto de silencio. Él se mostraba nervioso y yo entendía ese sentimiento que le causaba un conflicto obvio.
La espectacular esposa de mi “violador” nos recibió en su casa posmoderna. Un largo pasillo hasta la sala presentaba cuadros de Picasso, Munch, Rubens y otras obras evidentemente plagiadas por un aprendiz.
No hubo ese protocolo indeseable de anécdotas, relatos y exposición de ideologías que acompañan los encuentros entre parejas. Fue un lineal discurso sobre la cena, las propiedades ficticias de los astros y sobre todo de un constante forcejeo visual con Alberto. Mis miradas sobre él era lacerantes y sé que las sentía. Mientras cenábamos lo miré fijamente en un descuido de nuestras parejas y le dije –“quiero que me cojas” - . Él lo aceptó con una sonrisa nerviosa.
Más tarde, en la ineludible tanda de baile desolado, esa que no sé porqué extraña razón siempre retorna en la más trágica nostalgia, cambiamos de pareja y empezó nuestro verdadero encuentro sexual.
La música lenta de Barry White nos permitió conectar nuestros cuerpos. Su esposa no me preocupaba mucho, mi esposo menos. Los dos parecían encantados con los recuerdos asegurados en los álbumes fotográficos. Bailamos tranquilamente, pegando nuestros sexos y sintiendo el calor de nuestra humedad.
Me sostenía de la cintura con sus manos, atrayendo mi cuerpo hacia su pene firme y palpitante. –“¿Vas a cogerme ahora?”- Lo reté. Sus palabras se contuvieron. Cuando la última página del álbum de 1998 se terminó, la esposa de Alberto le pidió a mi esposo que la acompañara a buscar los demás recuerdos estáticos de su relación. –“Le enseñaré a Javier el resto de las fotos corazón, regresamos”- dijo con emoción y subieron las escaleras con algo de indiferencia y hastío de mi esposo que parecía no estar muy pendiente de la afición daguerrotípica de la rubia.
Entonces Alberto se acercó a mis labios y me beso profundamente. Fue un beso acompañado de movimientos circulares de nuestros cuerpos, subió mi vestido hasta las caderas y apretó mis piernas, mis muslos, mis nalgas, mis senos hinchados, -“ ¿esto es lo que querías verdad?, voy a culearte como deseas”- me dijo con rabia y violencia.
Me tomó en su brazos y entramos a la cocina, apartada del sonido grave de Barry y mientras mi esposo bostezaba con las fotos de Alberto y Laura en los Campos Eliseos, me puso de espaldas contra la mesa del comedor, rompió mis bragas y abrió mis piernas para meterse en mi culo –“ábrete toda, enséñame tu culo para comérmelo, más, más”- . Yo me abrí toda para él, se escondió en mi vestido y con la punta de su lengua me penetró lentamente, sentía su lengua firme tratando de meterse hasta el fondo de mí. –“Así cojéme, méteme tu lengua hasta adentro, dame más”- le decía casi en silencio y con la voz excitada por la cercanía de ellos.
La prisa de la situación hizo que se parara detrás de mí y que de una embestida me penetrara por el culo. Sentí un ardor atravesarme y un gemido ahogarse en mi interior. Me sujetó por los senos y empezó a penetrarme muy rápido mientras me hablaba al oído y me decía puta una y otra vez hasta que sentí que terminaba y me agaché para mamarlo con fuerza.
Nos quedamos un rato en la cocina besándonos y acariciándonos hasta que el recorrido gráfico de nuestras parejas se terminó y bajaron. Nos despedimos a la una de la mañana sin pena ni gloria. Fue un buen intento.
Dos semanas después contacté al hombre tierno que me había hecho el amor aquella noche multitudinaria. Era cubano, revolucionario, brillante y sensualmente increíble. Hubiera dejado todo por él si no tuviera la idea de que un hombre así es una ficción perdurable hasta el día de su matrimonio. El día que lo llamé me sorprendió con una frase preparada y pensada con certeza –“pensé que nunca hablarías”- me dijo, pero su arrogancia me excitó aún más.
Nos encontramos en un viejo café de la zona centro, estaba tan excitada en ese momento que ni siquiera me esmeré en mi apariencia, cosa que me reprochó con un sutil comentario que olvidé al instante. Hablamos largo sobre la ideología comunista, sobre Fidel Castro, sobre los errores del modelo soviético, me cantó algunos versos de Silvio Rodríguez, y al final de la noche cuando lo último que pensaba era hacerle el amor me miró a los ojos y me llamó “princesa coronada”. “García Márquez” pensé sin decírselo para no arruinar su creativa conversación de melómano moderno.
Se llamaba Pablo. El timbre de mi celular sonó después de las doce la madrugada. Perdí la noción de la hora. Sabía que era mi marido y no pretendía contestar el teléfono.
Me llevó a un barrio viejo con casas extrañas en medio de la oscuridad. –“Vivo con dos amigos. A uno ya lo conoces así que te resultara familiar”- me dijo mientras me sujetaba la mano con delicadeza. Entramos a la penumbra del cuarto, una luz débil dejaban ver la figura del Che en varios cuadros sobre la pared y cerca del respaldo de la cama una serie de fotos que me resultaron familiares. Era yo de compras, en el supermercado, vestida para la cena de año nuevo, caminando por la calle, platicando con mis amigas, etc. Lo miré por un momento y sólo se sonrió.
-“¿Creerías que es amor?”- me dijo de forma seria.
En ese momento llegaron los dos amigos, uno de ellos era el que participó en la violación ficticia en mi cama. El teléfono volvió a sonar y entonces Pablo contestó en forma amenazante. –“Tenemos a tu esposa y vamos a cogernola el resto de la noche, ¿quieres oír?”- y dejó el teléfono en línea, abierto para que mi marido escuchara lo que iba a pasar.
Pablo se acercó despacio a mi cuerpo, me abrazó, me dio un beso profundo, eterno, mientras desabrochaba los botones interminables de mi blusa, fue un beso de real amor, movíamos nuestra cabezas acomodándonos para disfrutar nuestros labios. Los otros dos hombres permanecían expectantes hasta que los invité con mis manos a mi cuerpo.
El que conocía mi cuerpo, Alonso, se acercó a mí por la espalda, bajó el pantalón que llevaba y me mordía las nalgas, abriéndolas y chupando mi culo sin violencia.
Yo seguía envuelta en la humedad de ese beso irresistible que me daba Pablo. Nuestras lenguas chocaban intensamente. El tercer hombre se acercó y empezó a besar mi cuello, era un sensación deliciosa. Me besaba las mejillas y los oídos, fue acercándose a mi boca ocupada y entonces sentí en la mitad de mis labios las dos lenguas de ellos intentando meterse.
Abrí mi boca más por el gemido y excitación del sexo oral que me hacia Alonso y sentí sus labios chupando los míos. Un beso entre tres, sin reservas, con nuestras lenguas moviéndose sin discriminación. El teléfono seguía encendido y yo escuchaba una voz lejana que repetía mi nombre.
Dejaron de besarme y fueron bajando a mis senos, chuparon mis pezones, los mordieron suavemente, terminaron por desvestirme toda; sólo unos tacones blancos arropaban algo de mi cuerpo.
Sentí sus bocas en mis caderas, en mi espalda, bajando en un vértigo insaciable, sentí un pene chocando contra mi ombligo y sus lenguas recorrerme todo el cuerpo hasta los rincones más apartados.
Quedé rodeada por los tres, me hinqué ante ellos, los despojé de las ropas y empecé a mamar sus penes con agresividad, masturbando a dos mientras me comía a uno de ellos. Metí dos penes en mi boca y los chupaba con desesperación. Ellos repetían que los mamara, que me comiera sus vergas y así lo hice.
Me detuve con Pablo. Lo recosté sobre la cama y lo miré firmemente a los ojos mientras subía mi lengua desde sus muslos y terminaba en su glande. No aparté la vista de sus ojos en casi 20 minutos que estuve chupando su pene, teníamos un lenguaje más parecido al del amor que al nocturno sexual y eso me causaba más placer. Solamente cerré los ojos cuando sentí que Alonso me metía su pene por atrás. Lo soporté con firmeza y con el pene de Pablo dentro de mi boca.
Yo abría mi culo más para que ellos lo vieran. El hombre extraño y Alonso se intercambiaron por más de una hora y yo seguía perdida en la mirada de aquél hombre de aspecto enigmático.
Olvidé por completo el teléfono y no me importaban más. Me acerqué a Pablo, me senté en su erección fabulosa y comencé a besarlo de nuevo. Fue un diálogo incesantemente lírico y eso me gustó. Mientras me penetraba y yo sentía cómo entraba ese prodigio de la carne en mi sexo, él me recitaba poesías de Neruda con voz inestable –“te amo Cristina”- repitió varias veces. Sus palabras tenían en efecto enloquecedor en mi cuerpo, era un sexo diferente. Ni siquiera sentía las lenguas de los otros dos hombres recorriendo mi espalda y sus manos apretando mis senos.
Alonso caminó hacia mi espalda, se acercó suavemente y me besó el cuello largo rato, fue bajando con el filo de su lengua hasta mi culo en movimiento, me detuve un momento y él me untó una especie de crema, metió un dedo y cuando sintió que estaba lista, se acomodó y metió su pene hasta el fondo.
Me sentía tan llena de sexo y amor. Nos movimos con ritmo delirante, el cuarto se colmó de mis palabras obscenas y de mis gemidos sinceros. Pablo chupaba mis pezones y yo lo volvía a mi boca. El otro hombre observaba con algo de pánico y de inédito descubrimiento. Lo invité a que se acercará. Nos arrastramos hasta el borde de la cama, Alonso me montó como perro sin dejar de penetrarme, Pablo retiró sus piernas y el chico se metió en ese laberinto de piernas y cuerpos para apuntar su pene a mi culo. Fue muy rápido y pude sentir las tres vergas entrando en mi cuerpo, parece que al contacto de unas con otras su excitación llegó al límite. Se pararon rápidamente y vaciaron su semen en mis senos. Sólo Pablo se contuvo y siguió penetrándome durante largo rato.
Nos besamos mientras tomábamos un baño, mientras me ponía la ropa, mientras caminábamos hacia mi carro, dentro del auto y al final cuando llegamos a mi casa y se disponía a marcharse, me pidió que me fuera con él a Cuba.
Quizá esta narración termine en la Habana o empiece otra mejor.
Datos del Relato
  • Categoría: Orgías
  • Media: 5.06
  • Votos: 52
  • Envios: 10
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
dionicio bugallo
invitado-dionicio bugallo 29-06-2005 00:00:00

buenisimo tu relato.... me gustaria que tus partener sean dos negros bien armados y que te cojan maniatada¿si?hojala lo escribas pronto chau

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