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Abrí mis ojos heridos por un rayo de sol, recostada a mi lado estaba mi hermosa Berenice, con su cabeza reposando en mi brazo. El luminoso intruso, alumbraba totalmente la habitación un tanto desordenada. Creo que el impulso nos volvió locos y arrojamos nuestras prendas por aquí por allá. Mi pantalón tirado al suelo, mi camisa sobre el sofá, mis zapatos abandonados en la entrada de la habitación, y además no tenía idea donde había quedado mi ropa interior. Quizá por esa feminidad por demás evidente que Bere irradiaba, sus prendas íntimas parecían las más vistosas de nuestro nido de amor. Su rojo sostén pendiendo del espejo del tocador, su blusa y su minifalda sobre el buro, y sus calzones justo sobre mi almohada, muy cerca de mi nariz, tanto que hasta alcanzaba a percibir su excitante aroma. Ese aroma no a perfume precisamente, si no a vagina, envolventemente embriagante y seductor. Que mi cerebro tenía atrapado desde el primer contacto que tuve con una ellas. Si no fuera un adicto a la vagina seguramente no sería hombre, todos tenemos nuestros gustos. Algunos las prefieren afeitadas, a mí me encantan peludas. Me encanta el aroma que conservan los pelos de la vagina ummm. Es un placer vicioso el mío. Tanto, que a pesar de haber tenido una noche por demás activa, mi garrote se había puesto duro, al percibir el aroma e incentivado por mis cachondos pensamientos. Berenice continuaba dormida, un tanto abandonado por su sueño, me entretenía frotando sus pezones con la palma de mi mano. La sonrisa brotó en su rostro, cuando su piel se erizó y sus pezones se erguían erectos y sensuales.
—uuummm, eres un pillo insaciable cariño-.
—eso es bueno o malo mi amor.
—buenísimo, siento bien rico el calor de tu mano en la piel de mis tetas.
Calle su comentario dándole un beso apasionado, yo estaba más que listo para invadir su panochita. Pero Bere no quiso romper el contacto de nuestras bocas. Golosa devoraba mi lengua, mientras su manita acariciaba mi erección, no esperé un segundo más. Trepé encima de ella y de inmediato busqué alojarme en su vagina, ella enredó sus piernas en mi cintura abriendo de par en par su húmedo paraíso. La penetré de limpia estocada y Bere busco ansiosa mi boca. Agitaba sus caderas tan delicioso que facilitaba el vaivén veloz de mi garrote en su viscosa vulva.
Ella cerró sus ojos y paraba su boquita en una deliciosa queja golosa. Completamente desatado estrellaba mis huevos una y otra vez sobre sus redondos cachetes. Mi sensacio0n no tenía limites concentrado en mi afán sentía el calor de sus verijas y su humedad empapar mis pelotas. La tenía tan medida en su sensación, que no tarde en hacerla explotar. Sus uñas enterraron en mi espalda sin medir si me lastimaba o no. Feliz de lograr mi cometido, no sentí lacerada mi piel. Porque justo en ese momento, rendí tributo a su adorado reducto. Tres descargas seguidas me sacudieron hasta arrojar la última gota de semen. Hasta desbordarse de su ardiente receptor.
Me sentía feliz al lado de Barnice, solo lamentaba haber llegado tarde a su vida. Aunque parece que ese era mi irremediable destino. Jamás llegaría en el mismo presente que dictaba su juventud. Sin querer asomarme al pasado me vi arrojado a él por mi pensamiento. Amelia. Porque tuvo que ser nuestra vida de esa forma. Te amé con toda mi alma, porque callaste, porque no me dijiste que estabas embarazada. Eso hubiera cambiado todo. Cuanto lamento ese maldito viaje que nos separó para siempre. Lamento tu muerte como el más peor de mis pecados. El trabajo fue mi castigo y distracción, no busque el amor, me flagelé yo solo, no me creí digno de ser amado. Viajes por aquí, viajes por allá, entre trabajo, soledad y hasta carencias, ahora que Berenice está a mi lado, es cuando más me doy cuenta de lo estúpidamente que desperdicie mi vida... Sé que es demasiado tarde para reflexionar sobre todo cuando el otoño de mi vida es casi ya el invierno. Sin embargo, estando entre en sus brazos eso no me preocupa. Quiero disfrutar de su amor al máximo porque se lo limitado de mi tiempo. 10 largos años metido en aquel sitio sin esperanza de progreso me empeñe en no dejarme vencer, sin darme cuenta que vencido estaba desde el principio. Cuando regresé por ti me enteré de lo injusto de tu destino. Me sepultaste contigo 10 años más de soledad dentro de aquellas minas estériles mudas y adictivas. No era el único que pasaba más tiempo dentro de las entrañas de la tierra, que la cotidianidad del mundo exterior. No sé qué motivos tendrían los demás, pero yo, me sepultaba sin estar muerto entre penumbras y mi estado de soledad. Preso de culpas y remordimientos. La fortuna me sonrió cuando ya no tenía a quien ofrecerla, de pronto miré desfilar dinero a montones, apenas haciendo un mínimo esfuerzo. Desafortunado en el amor afortunado en el dinero. Es rara la vida porque el amor llego cuando menos lo esperaba. Cuando estaba convencido que mi sino era permanecer solo hasta el resto de mis días. Recuerdo cuando llegue a este sitio huyendo de todo contacto con la gente. Es una pequeña isla rodeada por una gran cantidad de islas, un poco más grandes. El sitio ideal que necesitaba para vivir donde una pequeña barca era el único modo de comunicarme al mundo exterior, solo cabe la casa en la isla, esta fue construida por un loco estrafalario tal vez igual que yo. Me la ofreció poco antes de morir. Cuando la conocí me enamoré de ella, es como tener mi propio mundo. Muchas ocasiones era mi remanso cuando, la nostalgia me acometía...
Hay muchas cosas que ignoro de Berenice. Ella solo me cuenta lo que considera trascendente. Siempre lo más reciente. Bere llevaba ya cinco años de casada cuando las cosas mejoraron en su matrimonio. Ricardo de pronto comenzó a progresar y lograron una buena situación económica. Debido a ciertos problemas económicos habían decidido esperar para que creciera la familia. Más de pronto Ricardo le dijo a Bere que había llegado el momento de procrear, encontraron muchos problemas, pasaron más de dos años sin que Bere quedara embarazada. Esto contrarió a Ricardo que mostraba ansiedad ante el desconsuelo de su mujer, ella también deseaba tener un bebe. Lo deseó desde el primer día en que decidió casarse con él. Lamentablemente las cosas se complicaban a cada momento, cinco años pasaron Berenice cumplió treinta años entonces. Después de varios estudios a Bere, y encontrando todo bien el doctor decidió practicar exámenes a Ricardo. Días después estos estaban terminados y el doctor los cito juntos. Malas noticias, Ricardo era el problema, no había alternativa Ricardo era estéril. Derrumbe total, Ricardo emocionalmente quedo destruido. Berenice trato de darle consuelo, pero fue inútil su relación se fue a pique. El punto final ocurrió el día que Berenice intento convencerlo de que no era necesario tener el bebe.
— no te preocupes, hemos estado bien sin el bebe.
—no digas tonterías.
—no son tonterías debe imperar nuestro amor.
Ricardo lleno de amargura respondió algo que mato el amor de ambos.
— que sabes tú si nunca tuviste una familia.
--tienes razón, pero siempre te dije que era adoptada, la familia con quien crecí fue muy buena conmigo, aun cuando tu no la consideres mi familia.
—creo que será mejor que cada quien siga su camino.
—si Ricardo en eso estoy de acuerdo.
Ricardo quiso dejarle la casa a Berenice, pero esta se opuso y un día desapareció de la vida de Ricardo. El rompimiento provoco una reacción poco común en Berenice, de pronto las hirientes palabras de Ricardo se transformaron en deseo de conocer sus padres biológicos. Por fortuna se encontró muy pronto en la dirección correcta, aunque con ella se encontró con la poca alentadora noticia de la muerte de su madre. Estaba preparada para todo lo que se encontrara, así que la muerte de su madre no la detuvo. Al enterarse que su padre vivía se volvió loca de emoción. Busco sin cansancio hasta saber su paradero.
Regresé a casa después de varias horas de pesca hambriento y cansado, había recogido el correo por la mañana recibía pocas correspondencias, pero recibía, la mayoría no me molestaba en contestar, pero al ver el sobre que había sido enviado desde mi país de origen. Llamó poderosamente mi atención. ¿Quién podrá ser, finalmente alguien se acordaba de mi después de tantos años? Me costaba trabajo aceptar esa posibilidad seguramente mi familia me había olvidado como yo a ellos. Entonces ¿quién podría ser? Si quería terminar con mi curiosidad tenía que abrir el sobre. No puse mucha atención al remitente solamente abrí el sobre. Pocas frases, pero muy concisas, en el momento no supe que pensar o sentir, de pronto me entero que soy padre de una mujer, pues manda su fecha de nacimiento y el nombre de su madre. Amelia me había hecho padre y yo todo este tiempo sin saberlo. Me anunciaba su pronta presencia y me pedía que fuera por ella al aeropuerto. Confieso que de pronto vi amenazada mi privacidad, mi soledad mi apreciado deseo de permanecer solo. Sin embargo, si tenía curiosidad de conocer a mi hija. Me asaltó la emoción de tal forma que no pude dormir del todo bien esa noche. Imaginando uno y miles de rostros con quien familiarizar a mi hija. El día siguiente llegó, y contrario a mi costumbre, me levanté un poco tarde. Me bañe y afeite de prisa, debía salir hacia el aeropuerto y se había hecho tarde. Llegó la hora de arribo y me puse nervioso miré desfilar bastante gente y esforzaba mis ojos por reconocerle de pronto me sentí molesto, pues realmente no sabía de quien se trataba, casi al final del desfile, distinguí a lo lejos una figura femenina esbelta y muy bien formada. Conforme fue acercándose, mi expectación cayo como roca al precipicio. Berenice era la viva imagen de su madre. Su pelo lacio, rubio, largo hasta más allá de los hombros. Su rostro era un poco más rosado que el de su madre. Pero por lo demás idénticas. De pronto sus ojos me enfocaron primero seria, después su hermosa sonrisa y sus nuestra s de gusto al verme y pensar que yo era su padre.
—¿Berenice?
—si… pa…pá.
—si.
Quedé mudo y quieto fue ella quien me abrazo, sentí su corriente de energía impregnarse en mi cuerpo.
—Perdona…la falta de costumbre.
— ¿tienes alguna duda?
—ni una sola, eres igualita a tu mamá.
—Quiero saber mucho de ella ¿podrás contarme?
—espero saber cuándo menos lo que tú quieres saber.
Jamás imagine lo grato que sería estar cerca de Bere, mantenía mi vista fija en la carretera, apenas volteando a verla, la imagen fresca de Berenice puso a mi amor cerca de mí, después de mucho tiempo. Amelia había reencarnado en nuestra hija, de pronto recordé el tiempo en que vivimos tan felices, cuando llenos de pasión terminábamos haciendo el amor en mi departamento. Me pareció verla retorcerse entre mis brazos cada vez que penetraba en su más íntimo rincón, su rostro embelesado con sus ojos cerrados gimiendo al compás de mis estocadas. De súbito abriendo las ventanas de su alma mirándome con esa mirada tan tierna que tanto me gustaba. Sentí que mi vista se nublo y frené temeroso de no estar conduciendo atento. Sobresaltada Berenice me pregunto;
—¿pasa algo?
—he…no. Creí ver que algo se atravesaba.
Llegamos a mi isla cuando la tarde empezaba a caer. Teníamos tanto que decirnos y sin embargo el trayecto a casa fue en silencio. Compré algo de comida rápida en el trayecto y comimos. Para la cena Berenice se empeñó en cocinar algo tenia algunos pescados y los preparo debo confesar muy sabrosos. Quizá el hecho de que hayan sido preparados por una mujer fue lo que más le agradó a mi estómago. Terminada la cena Bere lavo los trastes y yo le ayudé a secarlos, mientras charlábamos me conto lo de su matrimonio y lo mal que este había terminado, me sentí apenado por ella después de todo ella no tenía culpa. Por fortuna había más de una recamara en casa, le indique a Berenice cual sería la suya y después de asear mis dientes me fui a mi cuarto. La luz del buro me alumbraba mientras leía un libro eran ya cerca de las doce cuando escuche golpes en mi puerta. Iba a levantarme abrirle cuando preguntó
— ¿puedo pasar?
Estaba vestido con mi pijama así que no había inconveniente.
—si pasa adelante.
Berenice portaba una bata larga un poco trasparente, intenté no dar importancia al hecho y hasta dirigí mi vista a otro lado, ella parecé que no noto nada raro. Pues no se mostró incomoda.
— ¿puedo platicar contigo?
—claro que si.
— ¿sabes? De pronto siento ganas de saber que se siente estar al lado de mi padre, dormir a su lado que me cuente un cuento, yo no tuve eso y me gustaría saber lo que se siente. ¿Me haces un lugar en tu cama?
En verdad me sentí perturbado no era una niña quien pedía eso, por más deseo que tuviera de sentirse niña se trataba de una mujer, muy sensual y tentadora para un hombre que creía haber olvidado cuál era su función frente a una mujer. Más comprometido que convencido le hice lugar a mi lado. Era demasiado pronto para asimilar aquella situación, para mi aún era una extraña, una extraña que mostraba familiaridad para mi incomprensible. Berenice se acomodó en mi pecho y deslizaba su suave mano justo a la altura de mi corazón. Contuve mi respiración me da pena confesarlo, pero me sentí inquieto con la cercanía de su cuerpo. Tragué gruesa saliva que se atoró en mi garganta.
Que podía decir temía que mi voz sonara entrecortada y nerviosa. Hice un esfuerzo e inicié una plática que no tenía ningún sentido cortada a cada rato por mis nervios.
—has de comprender Bere mi torpeza me temo que tendremos que aprender tu a ser mi hija y yo a ser tu padre.
—no te preocupes estar cerca de ti ya me hace feliz.
Un tanto cohibido acaricié su cabellera, ella frotó su cabeza en mi pecho en muestra de complacencia. Estaba cansada y durmió en menos de un minuto. Esa circunstancia me llevó a un estado de excitación que no pude contener, recargado sobre la cabecera podía mirar las formas de Berenice sin ningún pendiente, la bata solo tenía un par de cintas a la altura del pecho. Movió sus piernas y la bata se abrió descubriendo la blancura de una de sus piernas, rasqué mi cabeza desesperado, para mí era Amelia quien estaba junto a mí, expuesta a todas las travesuras que siempre le hacía, cuando dormía a mi lado. Bere portaba unas vistosas pantaletas amarillas, la bata se había corrido lo bastante para mi curiosa vista. Y contemplaba sin reparos cada parte de su excitante anatomía. Muchos pensamientos surcaban mi mente, unos a favor, otros en contra de mi deseo de tocarla y poseerla. Sin embargo, a cada instante sentía más fuerte la tentación, quizá podía acariciarla un poco, tal vez su sueño no fuera tan ligero, ¡cómo demonios saberlo! Claro tocando, tocando levemente. Así comencé mi aventura en el límite del nerviosismo y el deseo. Rodé ligeramente mi mano sobre su cabeza su cabello me pareció suave muy suave. Discretamente la bajé hacia su mejilla, y la acaricié hasta rosar su boca, froté sus labios y Berenice parecía no darse por enterada. Decidí continuar mi descenso y pase de su barbilla a su garganta camino a su pecho, me detuve un poco frotando y esperando una reacción, que no ocurrió. Los pies me sudaban hasta sentirlos mojados, ni quería acercarlos a los de ella, cosa que hacía con Amelia y me encantaba frotar sus piecitos con mis pies. Bajé hasta su vientre me elevé de nuevo haciendo contacto con una de sus tetas, Berenice tenía un poco más grandes las tetas que su madre. Eran deliciosamente esponjadas. Mi erección era cada vez más fuerte mi pijama se levantaba como tienda de campaña.
Y regresé a su vientre me entretuve insertando un dedo en su ombligo, nada parecía despertar a mi bella hija. Con el corazón a punto de estallar bajé mi mano y la pose justo en su intimidad, durante algunos instantes, pensé tantas cosas. Bere había sido casada así que no era virgen, era tan mundana como yo, quizá hasta buena gozadora de las mieles del sexo. Había renunciado a ese placer desde hacía mucho tiempo. Hasta llegué a pensar que mi arpón estaba muerto. Pero en este momento me demostraba lo equivocado que estaba, se erguía potente y vigoroso, ansioso por penetrar un húmedo orificio. Un orificio que estaba a unos centímetros de distancia, atormentando mis ansias de macho abstemio. Temblaba mi mano como un enfermo, al esquivar el escudo que representaban sus pantaletas. Temía por la humedad de mi mano que impedía deslizarla hacia sus adentros. Sin embargo, logre meterla y posarla en la áspera alfombra de su pelambre. De nuevo sentí la emoción que causaba estrujar los rizos entre mi mano. Sobé su montecito de forma ligera enterrando mi mano poco a poco en su a poblada zona púbica hasta que encontré la “la rayita” divisora de su vagina. Deslicé mi dedo en ella deseoso inconsciente. Sin medir consecuencias, estaba desatado loco febril. Escarbe en su cosita deleitándome en ello sin importarme si despertaba a o no, sentí tan deliciosa aquella humedad que me vine, cerré mis ojos y expulse una cantidad increíble de semen. Resoplé aturdido saqué mi mano de sus pantaletas y apreté mi tranca con fuerza queriendo hallar consuelo a mi ahogada pasión. Me relajé tanto que me quedé dormido tan profundamente, que contrario a mi costumbre desperté a las 9 de la mañana, me levanté rápidamente, tenía una rutina muy definida y estaba atrasado en ella. La luz del día alumbraba cada rincón de la habitación, un enorme ventanal cara al sol responsable de ello. Frente a la cama me quedé observando la descubierta figura de Berenice adornando mi lecho, me fue imposible apartar mí vista de su entrepierna, dios esta chiquilla me va a volver loco. Su travieso calzón se había incrustado entre los labios de su vagina, revelando con más claridad su adorado escondite. Alcé las sabanas y la cubrí antes de salir de la habitación. Fui hacer algunas compras y alimentos que sentí nos harían falta, no sabía cuánto tiempo permanecería aquí, pero era necesario estar prevenido. Al regresar Berenice había preparado el desayuno, una taza espumeante de leche con chocolate, y un gran trozo de pan de trigo.
—Mira traje una caja de galletas espero te gusten.
—gracias papá si me gustan.
— ¿quieres ir a pasear a la ciudad?
—hagamos lo que a ti place no quiero modificar tu ritmo de vida.
—¿crees soportar mi forma?
—¿tiene algo de especial?
— sí, no me gusta la ciudad, demasiado tiempo estuve expuesto a sus urgencias y prisas, prefiero estar aislado.
—creo que yo necesito algo de eso.
—¿te sientes triste?
—no ya no, es extraño, pero me siento segura y a gusto contigo aun cuando no lo creas.
Terminamos el desayuno, y le invite a dar un paseo.
—vienes conmigo quiero enseñarte un sitio lindo aquí cerca, es mío nadie tiene acceso a él, y tú vas a tener el privilegio de disfrutarlo y conocerlo.
Salimos hacia el lugar un tanto abrigados el viento era fuerte. Miré con agrado que Berenice se sintió encantada con el lugar. Era mi pequeño refugio dentro de la isla, lleno de vegetación algunos árboles y frescas flores adornando el lugar. Me había encargado que pareciera un jardín con el césped recortado semejando una alfombra. Tendí una manta que llevé conmigo y le invité a recostarse. Me senté junto a ella y comenzamos a charlar. Jamás pensé disfrutar la compañía de alguien como lo sentí con Bere en aquel momento. Sentí una paz tan hermosa como no había sentido en mucho tiempo. Tal vez me había cerrado demasiado al mundo no lo sé, solo sé que mi joven hija me hacía sentir vivo. El viento la tierra la vegetación todo aquel sitio tenían mas vida de lo que yo había descubierto. No me cansaba de contemplar la frescura de su rostro. Bere noto mi embeleso y me miro fijo al rostro. Dijo que algo que me desconcertó;
—me gusta como me miras hay ternura y amor en tu mirada.
Ella estaba acertada en su apreciación. Le amaba, pero no como su padre. Si no como hombre. Se ahogaron las palabras en mi boca, mi deseo era decirle a viva voz mi autentico deseo. Tiernamente acariciaba su cabello mis manos temblaban ansiosas de abrazarla y cubrirla de besos y caricias. Le di un beso en la frente, permanecí adherido a su frente como si quisiera en ella transportarme al sabor y humedad de su boca. Su cálido aliento chocaba en mi pecho y mi corazón latía al doble de su ritmo habitual. Ahora estaba despierta y no me atreví a tocarla como lo había la noche anterior. Llego el crepúsculo y tuvimos que regresar a casa. Ya en la casa cenamos un vaso de leche y galletas. Sentado en mi escritorio atendía algunos pendientes y la vi bostezar.
—ve a descansar.
No me atreví decirle hija.
—si ya tengo sueño ¿te vas tardar mucho?
—si aún tengo que leer algunos documentos.
—mejor me voy a dormir.
Se acercó hasta mi escritorio y me dio un beso en la mejilla, era tan delicioso su aliento dios me embrujaba con él. La vi retirarse a la habitación. Se había bañado y traía ya su bata de dormir. Por encima de mis anteojos fije mi vista para contemplar su figura en su sensual desfile. Si esto continuaba seguramente me volvería loco. Que lindas nalgas lucia Bere, sus enormes cachetes bailaban adornados por unas pantaletas rojas. Antes de desaparecer en las escaleras, volteó y me descubrió observándola de forma lasciva.
Me apené un poco, pero ella me regalo una sonrisa, acompañada de un guiño y termino de ascender desapareciendo de mi vista. Permanecí en mi escritorio durante dos largas horas. Cansado y somnoliento me retire a descansar. Al entrar a mi cuarto me encontré con una grata sorpresa, con la luz encendida Berenice estaba recostada en mi cama. No se había cubierto con las cobijas quizá un tanto acollarada, su bata desparramada en los costados dejando su cuerpo totalmente descubierto. Me fue imposible apartar mi vista de aquel delicioso y juvenil cuerpo. Permanecí como estatua contemplándola a distancia. Sus piernas entreabiertas y mis ojos fijos en ese sitio donde sus piernas se juntan, y que yo observaba deseoso y perturbado. Salí un momento de la habitación lo mejor sería dormir en otro sitio.
Fumé un cigarrillo intentando matar mi estado nervioso. Hice aseo a mi boca y me fui a la otra habitación. Tengo que confesar que en el fondo lo que realmente temía era verme rechazado por Berenice me enamoré de ella como un loco en tan solo unos días. Eran miles de pensamientos los que desfilaban por mi mente. Preso en mi propio mundo deseando que esa situación se me tornara favorable. Desperté tarde, ya se me estaba haciendo costumbre. Escuché ruido en la puerta e irrumpió Bere con una charola con el desayuno. Iba perfectamente vestida seguramente después de un buen baño.
—buenos días dormilón.
—buenos días te advierto que esto se puede volver una mala costumbre.
—¿Qué tendría de malo ocuparme de ti?
—nada por supuesto pero hace tanto que nadie me consiente, que me resulta extraño.
—yo te voy a consentir todo lo que quieras porque quiero que tú me consientas igual, me hace falta sentir tu cariño.
Terminé mi desayuno y me salí a solucionar algunos problemas y a tramitar una tarjeta de crédito para Berenice. Trabajé tanto para el dinero para no tener problemas económicos al hacerme mayor, tenía bastante y podía compartirlo con ella sin problemas. Además, seguía recibiendo algunas regalías que no permitirían que se terminara mi fondo. Me encontré con unos amigos y fuimos al bar a tomar algunas copas. Entre charla copas y humo se fueron las horas sin sentir. Llegué pasada la media noche a casa. Berenice se había acostado a dormir. Estaba cansado, alcohol nunca lo he tomado en exceso fueron a lo más tres copas. Fui a mi habitación por fortuna Bere dormía en el cuarto contiguo. Me dejé caer sobre la cama sin librarme de mi ropa. No sé cuántas horas pasaron no me fije en el reloj. Me dolía la cabeza como si se tratara de la resaca. No, no es la resaca definitiva me siento mal. Me levanté sintiendo que el aire me faltaba y al abrir la puerta de mi habitación caí desmayado. No tengo idea como se las arreglo Berenice, pero desperté en el hospital, así fue como amigos y conocidos se enteraron de la existencia de mi hija.
Por fortuna nada serio no se si fue el vino o la comida me intoxiqué y me tuvieron un día en observación y finalmente regresé a casa. Detalle tras de detalle me estaban amarrando más a Berenice. Me organizo una fiesta una fiesta de cumpleaños y hasta contacto a mis mejores junto con sus esposas no me puedo quejar fue una velada inolvidable casi perfecta, después de despedir al último invitado nos retiramos a descansar. Me quite la ropa conservando solo mis calzoncillos. Había observado a Bere muy contenta volteando a cada rato al lugar donde yo estaba. La vi tan radiante tan fresca tan linda. Me sentí inquieto al recordar lo bien que le ajustaba su ropa. Me daba temor pensar en qué momento regresaría a su hogar ahora sentía temor de quedarme solo. Empezaba a quedarme dormido y de pronto oí que tocar mi puerta, antes que permitiera el acceso Berenice ya se encontraba dentro de mi habitación. Ni tiempo me dio de cubrirme y no lo hice por no hacerla sentir mal.
—no puedo dormir quiero quedarme aquí contigo. ¿Me haces un lugar?
Traía una bata muy delgada toda su ropa interior se veía claramente era un coordinado en color rojo y negro brillante. No dije media palabra solo le hice espacio para que se acostara. Bere me trataba de una forma tan familiar que me desconcertaba, parecía mas mi mujer que mi hija recién descubierta. Se había acomodado recostada sobre mi pecho, los suyos quedaron aprisionados entre mi cuerpo y ante brazo. Mi respiración quedo contenida al percibir que su sexo reposaba al costado de mi pierna. Pánico sentí, sabía que irremediablemente provocaría mi erección como evitar que mi cuerpo se mostrara inerte ante la tentación. Bajo mi trusa mi falo comenzaba a estirarse y su piel a indicarme el delicioso ardor de mostrarse vivo. Su rostro terso me hacía sentir la grata suavidad su piel, y su fresco aliento como rica mezcla de flores fragantes. Luché como nunca en contra de mis deseos, pero no pude. Mi trusa parecía ocultar un pequeño fantasma, levantada por la fuerza vigorosa de mi erección. Apenado me puse de costado frente a ella. Sus ojos llenos de luz y de un encanto muy singular me miraron fijamente. Traviesa deslizaba un dedo sobre mi pecho. Paso su pierna encima de las mías se ajustó más a mi cuerpo, la abracé no pude contenerme más le besé la frente y la apreté contra mi pecho.
—Bere será mejor que regreses a tu cuarto.
—¿te molesta mi compañía?
—no. Me complace más de lo debido.
—…entonces dejame quedar aquí por favor.
—Bere por fortuna somos dos adultos. Por esa razón te voy hablar claramente. Ojalá no me mal interpretes.
—te escucho.
¡qué difícil! Respire de tal forma que parecía que en ello se me escapaba la vida.
—Bere me inquietas eres una linda y atractiva mujer. La verdad. Te deseo… pero estoy consciente de que no puede ser. Más si permaneces más tiempo aquí conmigo, me temo que no podre controlarme.
Traté de ser lo más sincero y conciso que pude. No se si convincente. El caso es que Bere me dio una contestación que no esperaba, más bien fue una sorpresiva pregunta.
—¿me amas?
—por supuesto, eso no tienes por qué dudarlo.
—¿Cómo… mujer?
La pregunta fue directa y mirándome a los ojos.
—¿Por qué insistes en ponerme en predicamento?
—sencillo solo dices sí o no. Como un adulto.
—que me condene el demonio… si te amo y te deseo como mujer.
—no sabes lo feliz que me haces, a mi también me pasó. Desde que te conocí me gustaste como hombre. Eres lindo, con razón mi madre se enamoró de ti.
—¿entonces no te molesta?
—como podría molestarme que ames como yo a ti. Quiero ser tuya en verdad lo deseo.
Así fue como llego el instante más hermoso de mi vida. Instante en el que tiempo se detuvo. O que al menos yo intente detener y si no fuera por esa razón mi vida ya no tendría sentido. Se agolpó en mi mente el deseo contenido de abrazarla, besarla y estrechar su delicioso cuerpo que me embrujo desde el primer instante en que la vi, nunca vi en ella a la hija recuperada, vi el amor con toda su expectativa. Y en este momento al tener su adorable cuerpo tan en mis manos, quería disfrutar de ella, con toda la emoción y pasión que mi corazón desbordaba. Tomar posesión del albergue que la naturaleza le había otorgado para dar y recibir placer. Ella fue la culpable de que mi cuerpo respondiera de nuevo con deseo y vigor. Vigor que mi impulsó a desnudarla, contemplarla y comer de su intimidad. Esto me hiso sentir feliz, cuando al separar los labios gruesos de su vagina y descubrir la humedad intensa, que daba un matiz rosáceo y brillante a su membrana interna. La suavidad de está al contactarla con mi lengua y el excitante placer que me produjo sus gemidos y sacudidas de sus caderas. El intenso placer que sentía al embestirla con toda mi fuerza, hasta sepultar totalmente mi virilidad en sus entrañas. La satisfacción enorme que provocó mi orgasmo, cuando sus gritos y muecas desesperadas precipitaron el mío.
Fueron tres meses inolvidables, un día Berenice se fue de mi lado. Dejando una dolorosa carta que decía. “No sé cómo llamarte. Te diré… Cariño, sé que esto va a resultar doloroso para ti, pero quiero que sepas que para mi también. Tu dolor es mi dolor, pero sabes bien que no puedo permanecer a tu lado. Estoy embarazada, espero un hijo tuyo y es lo que me da valor y fuerza para continuar. Siempre estaré contacto contigo. El, porque será varón, sabrá la verdad de su origen. No se si llegará a conocerte, será decisión de él. Pero te aseguro que sabrá la clase de ser maravilloso que fue su padre abuelo. Te amo y jamás te olvidare. Siempre tuya.
Berenice”.
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