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He de reconocer que me gusta mi mujer. En su plena madurez, me sigue encandilando como el primer día. Ha mejorado como el buen vino en barrica de roble. Las curvas ahora son más rotundas, más seductoras, y los pechos… ¡Qué maravilla! Han cedido algo por la ley de la gravedad, pero siguen siendo preciosos y tersos. Los pezones aún tienen la dureza de los de una jovencita, y os aseguro que cuando se miran sus pechos, uno se olvida de las pequeñas arrugas del cuello o del dorso de las manos.
Era la primera vez que íbamos a un camping. Siempre habíamos estado de vacaciones en buenos hoteles. Pero la puñetera crisis había hecho estragos en nuestra economía. Era eso o quedarse en casa. Y queríamos sol, playa, divertirnos y olvidar la asquerosa rutina del ahorro. Puede ser divertido hacer cosas diferentes, pensamos.
Al llegar nos sorprendimos de lo limpio y fresco que se veía todo, las parcelas tenían árboles frondosos y el verde dominaba en la paleta de colores. Tardamos una mañana completa en montar la tienda. En las instrucciones ponía que se tardaban veinte minutos. Y gracias a qué la gente que pasaba nos iba dando consejos. Pero en vez de frustrarnos y sentirnos antiguos e inútiles, disfrutamos de la experiencia. Las carcajadas cada vez que el armatoste se nos desmoronaba eran contagiosas. Hacía mucho que no nos reíamos de esa manera tan sana. Desde luego, el engendro no iba a ganar ninguna exposición, habíamos partido una de las varillas flexibles, y hubo que encintar un lateral para atarlo a un árbol. El conjunto quedaba un poco torcido, y algo más alto de delante que de detrás, pero aguantaba. Mirábamos la tienda como si hubiéramos construido una obra de arte. Así se debían de sentir los arquitectos al acabar una gran obra. Las pirámides, la gran muralla….
Tras la magna obra construida, nos habíamos ganado un refrescante baño en la enorme piscina que habíamos visto al entrar. Parecíamos el sheriff y su ayudante mientras andábamos por las calles del camping hasta la piscina. El sol estaba en lo más alto, el calor era insoportable a pesar de la vegetación que nos rodeaba. Pero impasibles, avanzábamos con la toalla al hombro en busca de nuestro destino.
Me llamó la atención encontrarme a casi todas las mujeres haciendo topless en la piscina. Me estaba gustando mucho esto del camping, hasta ahora todo estaba siendo perfecto. Tras la ducha de rigor, nos zambullimos en esa agua refrescante, flotamos en ella como dos tortolitos en su primera cita, besándonos y acariciándonos. Salimos del agua, y me fui a buscar algo frío para beber mientras Laura iba hacia donde habíamos dejado las toallas.
Me pedí una cerveza enorme y un san francisco para Laura. Al llegar donde ella estaba, me dijo preocupada:
—Creo que todos me miran. ¿Tengo algo raro?
Yo la miré de arriba abajo y sólo vi una mujer con un cuerpo precioso, con un bikini de dos piezas nuevo de esta temporada y que le quedaba muy bien. Quizás, algo pálida por la falta de sol, pero eso era fácil de arreglar.
—Estás estupenda, más que estupenda, estás divina.
— ¿Entonces por qué me miran todos?
Eché un vistazo a los alrededores, y sí que la miraban, pero con discreta admiración y curiosidad. A fin de cuentas, éramos unos recién llegados. Lo nuevo llama siempre la atención. Y realmente tenía un cuerpo increíble para su edad. Pero me apetecía jugar un poco con ella…
—Eres la única con la parte de arriba del bikini puesta, deben de estar pensando de que museo te has escapado. —dije para pincharla, sabiendo que nunca se la quitaría, era una batalla perdida.
—Sabes que no me gusta, no me siento cómoda.
—Pues entonces no te quejes si llamas la atención. Mira a todas esas mujeres disfrutando de su cuerpo, y llora como una cobarde.
—Eso ha dolido, no soy una cobarde —masculló mientras me miraba como una gacela herida.
—Perdona, no era mi intención, lo decía en broma. Gírate y te pongo la crema en la espalda.
Desbroché el bikini y le unté la crema protectora, mis caricias apaciguaron su enfado, no volví a sacar el tema. No quería tenerla enfada por la noche. Sabía cómo eran sus castigos, y necesitaba con urgencia echar un polvo tras estar todo el día viendo a mujeres semidesnudas botando los pechos.
Tras el baño fuimos a comprar bebidas para llevarlas a la tienda. ¡Alquilaban neveras! Pedimos una sin dudarlo. Compramos las bebidas, de todo un poco, y al llegar a nuestra tienda, ya estaban dos operarios descargando el frigorífico de un pequeño camión.
Al llegar la noche, enchufé un farolillo, y lo colgué de un árbol. Era una luz tenue y mortecina, pero bastaba para tomar unas copas de la botella de cava que había abierto. Había traído un par de copas, le ofrecí una a Laura y propuse un brindis.
—Por nosotros, porque sigamos otro montón de años juntos, y por la mujer más bonita del mundo.
—Que cursi que eres.
— ¿Te molesta que me alegre de tenerte a mi lado?
— ¿Cómo me va a molestar eso? Me gusta oír esas cosas, pero sé que son mentira.
—No son mentira, es lo que siento. He visto pocas mujeres más guapas que tú, y ninguna con tus cualidades.
—Adulador… Y no era necesario, ya te había perdonado la escena de la piscina. Sé que tienes razón, debería de soltarme algo más. Pero te has casado con una antigua. A estas alturas, no voy a cambiar…
—Ni yo quiero que cambies, sé perfectamente como es la persona con la que comparto mi vida.
— ¡Qué remedio! Pero sé que te has quedado con muchas ilusiones por cumplir, me siento culpable a veces… No tendrás trío, ni orgía, ni…
—Bueno… —interrumpí—, eso está por ver, aún estamos vivos, y mientras hay vida, hay esperanza. ¿Quién sabe que nos deparará el futuro? Igual acabamos en una orgía con esos jóvenes que están enfrente. Mira como se divierten… ¡Divina juventud!
—No creo que te gustara que pudiera comparar. En el fondo creo que te gusta saber que sólo he follado contigo. No pretendas negarlo.
—Anda…. Toma otra copa y no digas esas tonterías. ¿Qué tiene que ver un buen polvo con compartir una vida?
La primera botella de cava se acabó, y fui a por la segunda. Habitualmente Laura se tomaba un par de copitas como mucho. Hoy llevaba casi una botella, y yo apenas me había humedecido los labios. La conversación estaba siendo muy interesante, el alcohol hacía que se expresara con una sinceridad absoluta. Frente a nosotros, en una parcela desocupada, un grupo de chicos y chicas bebían y reían. Eran extranjeros, pero no sabría decir de qué nacionalidad. Ingleses, o alemanes quizás.
— ¿No te gusta saber que has sido mi único hombre? Sé sincero.
-¿Qué quieres que responda a eso? Es una pregunta trampa, no hay ninguna respuesta válida. Pero… ¿No te gustaría follarte a un jovencito de esos? Sentir cosas nuevas… —dije señalando al grupo.
— ¿Me dejarías hacerlo si me atreviera?
— ¡Por supuesto que sí! —exclamé convencido.
— ¡Ja! No te lo crees ni borracho, con lo celoso que tú eres…
Fui a por la tercera botella, había comprado seis pensando en tomarnos una cada noche. La conversación estaba yendo hacia sitios inexplorados donde llevaba años queriendo ir. Lugares en los que siempre me había encontrado con un muro infranqueable. Pero hoy la cosa avanzaba a toda vela.
—Tienes suerte, ninguno de esos jóvenes me miraría con el más mínimo deseo. Soy una vieja, y ellos tienen montones de chicas guapas en la flor de la vida, a su alcance. ¡Mira aquellos dos! ¡Están echando un polvo delante de todo el mundo!
— ¡Joder! Anda que se cortan… ¿Les digo algo?
—Déjalos, no seas aguafiestas. Los amigos ni se han enterado. Les tapan los arbustos. A su manera, están siendo discretos.
Serví otra copita, y me acerqué a darle un beso a Laura, aprovechando para manosearla un poco. El ver como la pareja follaba furtivamente me había puesto cachondo.
—Te aseguro que si te atrevieras, te dejaría que te follaras a uno de esos chicos, no lo dudes ni un segundo. Y no por eso te iba a querer menos, todo lo contrario.
Me miró con su mirada de polígrafo, la que usa para saber cuándo miento, la que no le falla nunca. Tras unos instantes que parecieron eternos, comprendió que era sincero. La cara que puso fue todo un poema. La sorpresa dio paso a una determinación sorprendente.
— ¿Les vas a pagar para que se follen a una vieja?
—No será necesario, eres la fantasía de cualquier joven. Bastará con insinuarles la posibilidad, y vendrán como moscas a la miel. ¿Me dejas hacer la prueba?
— ¿Así…? Sólo llevo la camiseta de tirantes y una falda de algodón, no llevo ni sujetador, y las tetas me llegan al suelo. Se puede vender mejor la mercancía.
—Estás perfecta. El buen paño en el arca se vende. Voy a hablar con los chicos.
Me levanté y comencé a andar hacia los jóvenes. Cada dos pasos, me giraba esperando que me pidiera que volviese, pero sólo veía una sonrisa burlona, retadora. Cuando acabé de cruzar la calle, apenas distinguía a mi mujer bajo la tenue luz del farolillo. Eran alemanes, como había imaginado. Me limité a decirles que teníamos mucha bebida, que los invitábamos, y que se pasaran por nuestra parcela cuando quisieran. Todo ello, evidentemente por señas, ni ellos sabían una palabra de mi idioma, ni yo del suyo.
Al volver, orgulloso de mi arrojo, me sorprendió la sonrisa socarrona con la que me recibió Laura.
— ¿Les has preguntado por la playa más cercana? Ja, ja, ¿A quién quieres engañar? Que son muchos años… Que te conozco como si te hubiera parido. Ja, ja.
—Laura, te juro que los he invitado —respondí dolido—. Más tarde se pasarán.
—Anda… Ponme otra copita ¡A mí me vas a engañar a estas alturas!
—Qué es verdad… —insistí.
—Sin problemas cariño, pero de uno en uno. Ja, ja, ja. Ordénalos por tamaño de pene, ja, ja, ja. —Su risa era realmente contagiosa, acabamos riendo juntos.
Al darle la copa de cava, un gesto brusco provocado por sus carcajadas, hizo que el líquido espumoso se derramara sobre su camiseta blanca. Ahora sus pezones estaban perfectamente definidos en la tela. Quizás el frío fuera el responsable de que se erizaran y se hincharan. Quizás fuera la visión de los chicos desfilando ordenados por tamaño de polla. Fuera por lo que fuera, estaba para comérsela, con sus mechones rubios cayendo sobre su cuello, los labios carnosos y húmedos, los pechos hinchados con los pezones a punto de reventar… Iba a lanzarme a por ella, meterla en la tienda y follarla salvajemente, cuando todos los alemanes entraron en nuestra parcela, como una horda de vikingos en un abordaje.
A Laura se le cortó la risa de golpe, no se lo esperaba y se asustó, pero se tranquilizó rápidamente, al ver que sólo me saludaban y brindaban conmigo. A pesar de estar borrachos, los ojos de los chicos se clavaban el los pezones de Laura, no podía ser de otra manera. Como buen anfitrión, fui a buscar al frigorífico varias cervezas de litro y se las ofrecí. Las recibieron con vítores y algarabía, debían de haber acabado sus existencias…
Todos los chicos y chicas bebían y reían. Mire a Laura a los ojos, y le dije muy seriamente.
—Si te sigues atreviendo con uno de estos jovencitos, entra en la tienda. El que yo elija, te seguirá y te follará. Y no lo hará como yo; no habrá cariño, ni amor, ni ternura. Te follará para obtener placer de tu cuerpo, serás poco más que un objeto. Si sigues siendo cobarde, si no quieres saber que se siente, no hagas nada, cuando se acabe la bebida, se irán. Seguiremos con nuestras vidas grises.
Esperaba una colleja y un grito. Que me pidiera que sacara a esa panda de beodos de la parcela. Nuestros ojos se cruzaron unos minutos. Laura se mordió los labios y me agarró las manos. Yo imploraba, sin decir nada, para que ocurriera un milagro. Me dejó las manos suavemente sobre la mesa y se levantó. Todos los ojos la seguimos mientras se introducía en la tienda. ¡Se había atrevido! ¿Me atrevería yo a seguir?
El pulso se me aceleró, era una de esas situaciones morbosas con las que llevaba soñando toda la vida. Y estaba a punto de hacerse realidad. ¿Me atrevería? Sin tenerlo aún decidido, examiné a los chicos que tenía al lado. ¿Cuál sería el más adecuado? Había uno que parecía menos borracho que los demás. Estaba casi fuera de lugar con sus gafas de empollón y sus prominentes dientes. Debía de ser el típico primo que se saca para airearlo de vez en cuando. Decidí que ese era perfecto, y me dirigí con una cerveza en la mano hacia él. Se la ofrecí y le dije en mi patético ingles.
—¿You fucking? —Mientras le señalaba la entrada de la tienda.
Me miró con cara de no entender nada, pero al repetírselo haciendo el gesto de introducir el índice de la mano derecha, entre el pulgar y el índice de la otra formando un círculo, me entendió. Sus ojos parecieron chocar con los vidrios de las gafas. Comenzó a moverse compulsivamente. Su cara se quedó pálida. Sus compañeros se acercaron a ver qué pasaba. Hablaron entre ellos excitados, y me miraban sorprendidos. Yo me limité a asentir con la cabeza. Intentaron empujarlo hasta la tienda entre risas, pero el parecía anclado al suelo. De vez en cuando me miraban, yo seguía asintiendo. La escena además de morbosa, era divertida. Al final consiguieron llevarlo hasta la entrada. No sé que le dirían, pero al final lo convencieron. Desapareció acojonado en el interior de la tienda.
Transcurrieron unos minutos durante los cuales el silencio fue sepulcral. Todos estábamos expectantes. No tenía ni idea de qué iba a pasar. Lo más probable es que recibiera un sonoro bofetón y saliera asustado. El tiempo seguía pasando, y no oíamos nada. Hasta que el corazón se me heló al oír un leve, casi inaudible gemido de Laura. Creí que lo había interpretado mal, que habría sido el viento. Pero al rato, los gemidos se convirtieron en rítmicos, a la vez que subían de intensidad. Ya no había lugar a dudas. Mi mujer estaba follando con un completo desconocido en mis narices. ¡Sé había atrevido!
Tuve que sentarme para asimilarlo. Tanto tiempo esperando algo, y ahora, no sabía si estaba preparado para ello. Los amigos empezaron a vitorear, a brindar como borrachos que eran. No tardaron en contagiarme su entusiasmo. Supongo que las copas de cava que me había tomado, ayudaron a ello. Empecé a sentirme bien. Eso era lo que había querido siempre. Había que disfrutar del momento. Me uní a los cánticos de los chicos, mientras en la tienda mi mujer conocía al segundo hombre de su vida.
Laura gemía ya de forma escandalosa, —su expresividad al disfrutar del sexo, era una de las cosas que más me gustaba de ella— tanto que una pareja que pasaba por el centro de la calle se giró para ver de donde procedía ese sospechoso ruido. No se me ocurrió otra cosa que soltar un “quejío” andaluz “Oléeeeee” y tocar las palmas para amortiguar el escándalo. Todos los alemanes me siguieron al instante, palmeando sin ritmo alguno. Yo acabé cantando una canción de Camarón; esa de “Soy gitano, y vengo a tu casamiento”, mientras a Laura la llevaban al séptimo cielo.
Tras lo que pareció una eternidad, el muchachote salió de la tienda como Dios lo trajo al mundo. Al verlo me cagué en toda su familia alemana. El cabrón chorreaba semen, se acababa de follar a mi mujer sin preservativo. No me preocupaba que se quedara embarazada, hacía tiempo que eso ya no era posible, pero sí que pudiera contraer alguna enfermedad. Había sido una imprudencia imperdonable. Corrí dentro de la tienda para ver cómo se encontraba.
— ¿Estás bien? —pregunté mientras la miraba preocupado.
—Estoy bien, ha sido increíble, te quiero mucho —dijo poniendo su mano en mi mejilla—. Ese chaval ha hecho que me corra como una adolescente.
En ese momento otro muchachote entraba en la tienda, y me hacía gestos de si podía.
— ¿Te atreves con otro? —pregunté.
—Si no te importa… Déjalo, por favor, necesito más polla. ¿Quién sabe cuando volveré a desinhibirme de esta manera?
Miré al chaval y asentí con la cabeza. Se bajó el bañador y dejó a la vista un pene grueso ya erecto. Esta vez le di un condón de los míos. No confesaré por qué llevo siempre un par de ellos encima. Nunca los he usado, pero la esperanza es algo que no se pierde. Y más vale estar preparado para los imprevistos. El joven no se anduvo con rodeos. Se lo puso en un momento y le levantó las piernas a mi mujer, la metió hasta el fondo de una estocada. A saco… Apoyó sus piernas sobre sus hombros y con las manos ya libres le acariciaba las tetas mientras se la follaba. Laura empezó a jadear enseguida. Entraba y salía como si le fuera la vida en ello. El ritmo era frenético. Ella suspiraba y se retorcía. Yo miraba la escena incrédulo. ¿Cómo se podía pasar de tener vergüenza de enseñar los pechos, a follar con dos desconocidos en el mismo día?
Este acabó demasiado pronto, supongo que por inexperiencia de juventud. Laura se quedó a punto de tener otro orgasmo. No le faltaba casi nada para llegar. Yo me había puesto cachondo viéndola follar, y pensé que era la mía. En cuanto el chaval retiró su pene flácido, la puse a cuatro patas y entré a fondo sin ninguna dificultad. Nunca la había follado con ese grado de excitación previo. Bastaron unas pocas embestidas para que se volviera a correr escandalosamente. Me gustó que lo hiciera con esa facilidad, hizo aumentar mi ego. Aunque el trabajo lo hubiera hecho otro, había conseguido que se corriera en un momento, y fui yo quien sintió su orgasmo. Era mío.
Fuera de la tienda, los chicos seguían cantando el tema de Camarón, que ya sonaba como si fuera de Michael Jackson. Pensé en seguir embistiéndola hasta correrme, pero decidí que era su día, no el mío.
— ¿Estás bien? —pregunté mientras acariciaba su pelo.
—Como nunca, me siento sucia, usada como si fuera una puta, pero me gusta… ¿Y tú? ¿No te importa que tu mujer sea una guarra?
—Te quiero lo mismo, o más que antes. Esto es sexo tan solo. Disfruta y no te preocupes por nada.
—Luis…
—Dime cariño.
—Quiero una grande, muy grande…
—La tendrás cielo, la tendrás, dame un minuto —dije antes de darle un beso en los labios.
Salí fuera, los chavales cantaban mientras las cervezas de litro pasaban de mano en mano. No quise fijarme demasiado en algunos cigarrillos sospechosos. Me señalé el pene e hice el gesto con las manos de separarlas para indicar grande. Tardaron unos segundos en entenderme. Todos señalaron al mismo, un joven escuálido con una camiseta negra con una calavera blanca estampada. Repetían mi gesto como si estuvieran tocando el acordeón. ¿Qué estaba haciendo? ¿No me estaría pasando? Quizás mañana cuando se hubieran evaporado los efectos del alcohol lo lamentaría todo, pero ahora no podía parar.
Me saqué el otro condón del bolsillo y lo puse en un recipiente para ensaladas. Era el último que me quedaba. Por gestos les indiqué que pusieran los que llevaran junto al mío. ¿Cómo decirles que sin condón no había nada que hacer? Dedo y pulgar de una mano formando un círculo. El índice de la otra con el condón agarrado entraba y salía en el agujero… Soltaba el preservativo y movía el índice de un lado hacía otro en señal de negación. Lo pillaron enseguida, pero vaya juventud. Sólo pusieron tres más. Hablaron entre ellos sobre el problema y juntaron dinero. Dos de ellos desaparecieron excitados. Supongo que irían a buscar alguna farmacia de guardia.
Le entregué un condón al superdotado, lo recibió con una sonrisa enorme, como si le hubiera tocado un premio fabuloso.
Esta vez lo acompañe a la tienda, no quería que fuera lastimada. Me senté cerca y me limité a mirar. La visión de Laura extendida en el suelo, totalmente desnuda, era sensual. Su coño recortado hipnotizaba. El chaval se desnudó y dejó a la vista un impresionante aparato. Se arrodilló frente a ella, le flexionó las piernas y se puso el preservativo. Quedaba cómico, pues no llegaba a cubrirle el pene entero. Fueron entrando algunos chicos y chicas para el espectáculo, y no me importó. Era como si estuviéramos en una sala de cine clandestina.
El glande entró en la vagina de Laura, que dejo escapar un leve suspiro. Las piernas de ella descansaban sobre los hombros del chaval. Fue tierno y cuidadoso, la introdujo lentamente. Mi polla estaba a punto de reventar. No sabía cómo colocarla en los tejanos para que no me doliera. Unas manos se posaron sobre mis hombros, era una de las chicas del grupo, vestida de cuero y adornos plateados, iba maquillada toda de blanco, con los labios rojo sangre, no protesté. Se sentó a horcajadas detrás de mí. y apoyó sus pequeños pechos en mi espalda. Noté como se me clavaban esos duros pezones. Me desabrochó el botón de los pantalones y me bajó la bragueta. Su mano buscó mi miembro hinchado y lo sacó al aire. Yo estaba a punto de reventar.
El joven entraba y salía de Laura lentamente, ella suspiraba y gemía. La chica vampiro empezó a masturbarme. Lo hacía de manera torpe e inexperta, o no como me lo hacía mi mujer. Pero no por ello era menos excitante, todo lo contrario. Olía a chicle de fresa ácida y cerveza. Me levantó la camiseta e hizo lo mismo con la suya. Sus tetas se clavaron directamente sobre mi espalda, sin nada de por medio. Juraría que esos pezones arañaban de lo duros que eran.
No creía que Laura pudiera gritar tanto, no sabía de dónde sacaba las fuerzas. El chico ya estaba desbocado, entraba y salía con todas sus ganas. Los dos llegaron simultáneamente, él se dejó caer sobre ella mientras estallaban de placer. Había sido un polvo impresionante. Un derroche de energía por ambas partes. La chica que me masturbaba debió de haberse excitado también, ahora lo hacía enérgicamente, con brío. No tardé en correrme, el esperma salió con fuerza en todas direcciones. Había sido una paja gloriosa. La tienda olía a sudor, sexo, lujuria...
Los chicos que se fueron, llegaron cargados de preservativos, pero esa noche ya no hubo más juerga. Aunque sí en las sucesivas. Iban a ser unas vacaciones memorables. Al día siguiente, hablamos tranquilamente mientras desayunábamos.
—Me ha gustado ver como disfrutabas del sexo, mucho.
—Te vi con la chica de negro —dijo mirándome con picardía—. No todo fue mirar…
—¿Vas a comparar los tres polvazos que te echaron, con una pajilla? Esto ha sido “sexo con maduras”, sin ninguna duda. El que me hayan masturbado, ha sido algo circunstancial.
Nuestra hija llamó para venir a pasar unos días con nosotros. Quería venir con sus niños. Pero la convencimos de que no lo hiciera. Le dijimos que el camping era cosa de pobres, y muy aburrido.
Y bueno… En los días siguientes, Laura ya hizo topless sin ningún pudor.
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