CAPÍTULO 2 DE UN CAMBIO EN LA VIDA
René entró al vestíbulo de la mansión con paso resuelto y juvenil, a pesar de su edad ampliamente desbordada sobre los 40 años. Con mucho afecto saludó a su madre, tías y abuela, quienes conversaban entristecidas sobre el lamentable desenlace que terminó con la vida del querido Raymond. Después de tomar un poco de té se despojó de su elegante chaqueta de cuero oscuro y pasándose la mano por la generosa cabellera negra subió ágilmente los escalones para ir a saludar a Marie en el piso superior.
En medio de la penumbra de la habitación y sobre la exquisita cama, del más rancio estilo de las cortes francesas en el siglo 18, Marie parecía meditar. En sus manos temblaba aún el acta de defunción del hombre que le había prometido la felicidad. Triste recordaba aquellos momentos de agonía en el hospital, en especial cómo la fiebre sumía a Raymond en un espantoso delirio. Unos lacerantes aumentos de temperatura que oscilaban hasta los 38 grados terminaron haciendo trizas la mente de Raymond antes de reducir su cuerpo a un guiñapo de apenas 20 kilogramos de peso. El Dr Maillen le había explicado que el enfermo en estos casos pierde todas sus defensas orgánicas y la muerte se hace un proceso francamente irreversible.
La mano blanca, viril y segura giró suavemente el pomo de la puerta. –Mara…- susurró en la oscuridad, -Mara…- como se había acostumbrado a llamarla desde aquellos años en que los tres se habían conocido en la universidad, él como profesor de ingeniería y ellos como dos bisoños estudiantes enamorados. Por su mente pasaron a raudales aquellos instantes felices cuando Raymond obtuvo su grado de ingeniero de vías e informó que ya estaba contratado para ir a trabajar en un proyecto de ferrocarril en sur América. Regresaría para ir después a proyectos en África y en otros países europeos. Todo u profesional exitoso. Pudo entonces, 5 años atrás, estabilizar su relación amorosa y casarse con la bella Marie.
-Mara…- Casi sin esperar a que se incorporara en la cama, la abrazó con un inmenso cariño, sin poder proferir palabras mudo por la emoción. Así estuvieron durante largos minutos mientras él besaba sus cabellos y sus húmedas mejillas casi con reverencia.
-Ven, siéntate…- atinó a decir Marie mientras terminaba de quitarse los zapatos y cruzaba tristemente sus piernas con sus manos entrelazadas y apoyadas sobre una de sus rodillas. René se sentó a su lado, muy cerca, y ella recostó su rostro sobre aquel hombro que ahora le brindaba seguridad y nostalgia. Al rato ella se quedó dormida y él la recostó delicadamente en el lecho y procedió a cubrirla con una manta. La silueta de Marie se destacaba maravillosa bajo la sábana mientras un sueño inquieto agitaba su pecho. René se levantó para retirarse, pero antes se quitó los zapatos para caminar de puntillas y no turbar el descanso de aquella diosa de amor cuya respiración perfumaba dulcemente la estancia. Se retiró poco a poco de la cama llevando los zapatos en las manos. Al llegar a la puerta nuevamente su mano blanca, segura y viril hizo girar el pomo de la puerta. En ese momento sintió cómo una súbita e inesperada emoción recorrió de modo fulminante su cuerpo, cubriéndolo de un fino sudor, mientras un leve temblor se apoderaba de sus rodillas. ¡Sí! Lo que sentía sobre su espalda en aquel momento eran los jóvenes y hermosos senos de Marie… y sobre su mano la mano de ella haciendo girar el pomo en sentido contrario.
Continuará