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―Cómo te fue este día en tu cita ―preguntó Gerardo a Cecilia, su pareja.
―A qué te refieres ―inquirió la chica.
―A qué a de ser sino…
―Mmmm… ya veo, te carcome la curiosidad…
―No sólo eso, es que hoy tuve un día terrible en la oficina y bueno… quisiera que me excitaras antes de irnos a la cama por la noche.
―Ya veo ―apuntó Cecilia esbozando una sonrisa maliciosa con sus sensuales y excitantes labios―. Por dónde quieres que comience a contarte lo que ocurrió hoy entre Roberto y yo.
―No sé…, tu eres la experta en relatarme tus aventuras escandalosamente eróticas, y excitarme increíblemente.
―De acuerdo ―dijo Cecilia con una sonrisa lasciva en sus labios― pero primero quisiera saber si cenamos antes de relatarte lo que ocurrió hoy, ¿o quieres saltarte la cena y nos sentamos en alguna parte para comenzar mi narración? pues veo que no te aguantas las ganas de enterarte de mis escarceos.
―Vaya, en tu boca y en esta situación hasta esa palabra se vuelve excitante. Pero creo que me gustaría cenar primero, y prolongar un poco mis ansias por saber lo que ocurrió hoy entre Roberto y tú.
La pareja se sentó a la mesa y tomó los alimentos que constituían la cena que les había dejado preparada la criada antes de marcharse por la tarde. Trataron de mantener un cierto sosiego aparente mientras consumían los alimentos, a pesar de que internamente deseaban: una relatar su aventura, y el otro escuchar lo que Cecilia le iba a contar. Después de la cena hicieron un tiempo de sobremesa, pues no se trataba de que la comida se les fuera a atorar en el gaznate mientras se les subía la libido a ambos con el relato de Cecilia. De manera que aguardaron media hora antes de comenzar la narración erótica, la cual Cecilia comenzó de esta guisa:
Nos encontramos con Roberto donde nos habíamos citado, en el restaurante Le Bon Cheff, allí tomamos un almuerzo frugal y luego nos dirigimos al hotel, los dos estábamos sexualmente ansiosos, nuestra lujuria se había ido hasta las nubes, nuestra calentura se había desbordado por completo deseándonos. Una vez entramos en nuestra habitación el tiempo se nos hizo largo para liberarnos de nuestras ropas y comenzar a liberar nuestros deseos de sexo…
* * *
Para entender un poco esta situación habrá que retroceder en el tiempo un par de años, hasta el momento en que Gerardo y Cecilia se conocieron.
Cecilia y Gerardo se vieron por primera vez en una galería de pinturas, en una exposición de cuadros elaborados con la técnica de la acuarela. Ambos profesionales jóvenes y exitosos, él un experto en finanzas, y ella una profesional con cierto renombre en el mundo del diseño y decoración de interiores. Ocurrió que después de aquel primer encuentro en el cual descubrieron que había cierta chispa entre ellos, comenzaron a citarse para ir a cenar a algún restaurante de lujo, al cine o a alguna presentación en vivo. Conforme iban pasando los días, y luego las semanas; cayeron en la cuenta que entre ambos había cierta afinidad, lo cual los llevó a plantearse la posibilidad de unir sus vidas. Gerardo era un hombre caballeroso, que con gran tino para tratar a las mujeres. Ella, Cecilia, era una chica de trato suave con bastante ternura, y muy amorosa; admiraba a Gerardo por la forma en que había sabido superarse. Aquella relación parecía ir viento en popa. Sin embargo, a medida que iba creciendo la confianza entre ellos, comenzaron a utilizar cierto lenguaje sicalíptico, con bastante picardía erótica; esto, como era de esperarse. Terminó por llevarlos a lo que ya se intuía, a hacer el amor; al fin de cuentas también habían decidido unir sus vidas. Un viernes, Gerardo fue en su coche a recoger a Cecilia al trabajo. Lo tenían todo planeado, se irían a pasar la noche a un hotel, sería algo así como como una breve luna de miel. A pesar de que ya eran personas mayores, el nerviosismo de aquella primera experiencia entre ellos los tenía un poco inquietos; habían probado su compatibilidad en casi todo, faltaba ahora la parte sexual. No podía dejarse de lado.
Entraron en la habitación del hotel, colocaron las pequeñas maletas sobre los taburetes que estaban allí para tal fin. Cecilia deseaba ansiosamente quitarse rápidamente la ropa, y quitársela también a Gerardo; pero este lo tomó todo con mucha calma como dándole tiempo al tiempo. Primero tomó a Cecilia entre sus brazos y se besaron, ahora sí, apasionadamente, desesperadamente. Cecilia aprovechó aquel momento, y apartándose un poco de Gerardo empezó a quitarse la ropa hasta quedar vestida únicamente con su piel. Era la primera vez que él la miraba desnuda, tenía un cuerpo trigueño muy deseable, con su cabellera negra llegándole hasta los hombros. No tuvo mucho tiempo para contemplar el espectáculo de aquella chica desnuda, pues ella se abalanzó sobre él, le empujó sobre la cama y, cuando hubo caído sobre ella, Cecilia, desnuda como estaba, de rodillas se plantó a horcajadas sobre él en la cama, y con una rapidez asombrosa le desabotonó la camisa. Luego, de pie sobre la alfombra, se inclinó sobre Gerardo, le liberó del cinto y a continuación le bajo la cremallera del pantalón. Después, se agachó para agarrar los extremos de las mangas del pantalón, y levantándose tiró de ellas con fuerza hasta dejarlo sólo con la ropa interior. Ahora sí, casi estaba desnudo, y él por su propia mano terminó de quitarse la camisa y los calcetines.
―¡Vamos, a qué esperas para quitarte los calzoncillos! ―le urgió Cecilia.
A Gerardo le cambió el color de la cara, se sentía apenado.
―Vaya ―continuó Cecilia desinhibida―, no creo que te dé pena que te vea desnudo una mujer.
―No, no es eso. Es que…
Cecilia, en su jugueteo erótico se acercó a él, y sin mediar palabra, como si fuera a darle un beso en la boca se le acercó y, en un abrir y cerrar de ojos, tomándola del elástico le zafó aquella última prenda que le cubría sus partes íntimas, y lo dejó igual que ella: desnudo.
La chica, como también era de esperarse, dirigió inmediatamente su mirada a la entrepierna de su acompañante e hizo un gesto como de sorpresa. Gerardo se cubrió, en un acto reflejo, con las manos.
Cecilia, se acercó, le quitó las manos de la entrepierna, le agarró el pene, se agachó y le dio un beso en la punta, en el bálano. Luego se introdujo en la boca aquel capullo y jugueteó con él con su lengua. Recorriéndolo completamente con ella varias veces. El miembro de Gerardo se puso rígido al instante; Cecilia quitó su boca de él y lo agarró con sus dedos.
―Eso es lo que me daba pena ―dijo avergonzado Gerardo.
―Qué cosa ―le preguntó Cecilia tratando de aparentar ignorancia.
―Vamos, no finjas, pues ya te has dado cuenta de que mi miembro es muy pequeño.
Cecilia ya le quería, y recurrió a un truco psicológico para que Gerardo no se sintiera mal.
―Lo importante ―le dijo con gran aplomo―, es cómo se hace, no el tamaño del dispositivo con el cual se hace. Y no vamos a desperdiciar este momento en el que estamos juntos en este hotel que, además debe de ser muy caro, filosofando sobre eso. Venga, vamos, quiero ser tuya y complacerte en todas las perversiones que se te ocurran. Y se quedaron allí toda la noche haciendo el amor y practicando una que otra perversión de las que se les ocurrieron a ambos. Aquella noche Gerardo también supo que la chica que le acompañaba era una experta en caricias amatorias, no era solamente aquella muchacha de suaves modales que derramaba ternura; pero no quiso saber dónde las había aprendido. Eso sí, aunque el instrumento de Gerardo no atemorizaba a nadie, su resistencia lo compensaba. Y pasaron casi toda la noche amándose con lascivia. Unos días después de aquella noche de amor lujurioso en el hotel, comenzaron a vivir juntos. Fijaron como residencia la casa de Gerardo, que era grande y estaba decorada con muy buen gusto.
Pasaron los días, luego las semanas, y después los meses; y todo parecía ir muy bien entre Cecilia y Gerardo, el sexo lo disfrutaban al máximo, pues ese era el idioma que mejor hablaban. Sin embargo, Gerardo intuía, con esa intuición que se gana con el tiempo de vivir con alguien, que a su compañera algo le pasaba, que tenía un vacío. Pero cuando trataba de ahondar sobre ese tema en conversaciones sostenidas con ella, la chica le decía que se sentía bien, que no echaba nada en falta. Que esas eran ideas que él se había formado en su cabeza. Y así continuaron las cosas.
Un día, después de poco más de un año de estar juntos, Gerardo tuvo que ir a oro país, con el fin de arreglar unos negocios con la filial de una de las compañías para la cuales trabajaba, tenía que irse por una semana completa, de lunes a lunes; era la primera vez que tenía que viajar al extranjero desde que había comenzado a vivir acompañado. El día que tenía que irse, un taxi llegó por él para llevarlo al aeropuerto. Antes de partir, entre arrumacos y besos se despidieron Cecilia y él.
Mientras Gerardo estuvo fuera, todos los días le hablaba por teléfono a su amada dulcinea. Pero la semana pasó rápido, y Gerardo que no era nada lento para las negociaciones, había terminado todo lo que tenía que hacer el viernes por la tarde, y los ejecutivos de la empresa quedaron muy complacidos con su labor. Por la noche, cuando estaba en el hotel llamó a la compañía aérea para ver si podía cambiar el vuelo del lunes por uno del sábado, pues ya no tenía nada que hacer en aquel lugar. Pero le dijeron que no había posibilidad, pues todos los asientos estaban ocupados. Pero, le aclararon, que para el domingo había uno en clase turista, temprano por la mañana. A Gerardo no le importó e hizo la reservación. Le daría una sorpresa a Cecilia, su dulcinea, llegando un día antes.
Cuando llegó a su país, el domingo por la mañana, dejó la terminal aérea y abordó un taxi, cuando ya se encontraban cerca de su casa, Gerardo le pidió al taxista que procurara hacerlo todo lo más silente que pudiera pues quería llegar por sorpresa. Le pagó al motorista, se bajó y cerró la puerta con gran cuidado para producir el menor ruido posible. Abrió con mucho cuidado la portezuela que permitía la entrada al parterre del jardín exterior, y la cerró de igual manera. Procuró no hacer ruido con las llaves de la puerta de entrada de la casa, luego la abrió con mucho sigilo, y la volvió a cerrar de igual forma. Cuando cerró le pareció escuchar en el interior algunas voces. En primer lugar identificó que en el fondo se podía oír la televisión, pero por sobre el parloteo de la televisión se escuchaba otra voz. Gerardo dejó la maleta en el piso del vestíbulo, y comenzó a caminar despacio, de puntillas, procurando no hacer el menor ruido. A medida se iba acercando se lograba entender lo que decía, era Cecilia, seguro que era Cecilia, pero lo que sus oídos escucharon no le agradó en absoluto:
―Roberto, métemela toda…
Luego un muy breve espacio de silencio.
―Así, así… hasta adentro.
Otra vez un espacio de silencio.
―Así, así quiero que me cojas, que me la metas hasta el fondo… también, también quiero mamártela, chupártela… me gusta tu verga grande… me hace sentir plena… Hay Roberto, me desnudé para ti, para que me cojas… así, así siento delicioso. No pares Roberto No pares, dámela toda…
Era Cecilia la que hablaba; y eso a Gerardo le encendió los ánimos, en un segundo se puso como bestia rabiosa, ¡quién estaba con ella!, ¡quién era el malnacido que se la estaba cogiendo en su propia casa! Por un momento pensó entrar abruptamente a la sala de la televisión, para ver quien era ese desgraciado y molerlo a patadas. Pero algo dentro de él le dijo que eso no era lo mejor, de manera que procuró calmarse un poco y continuó caminando sigilosamente. Llegó hasta la sala de la pantalla, pero no vio a nadie más que a Cecilia, la cual no se había percatado de que él estaba allí, pues ella se encontraba recostada en el sofá viendo hacia el lado contrario. Estaba desnuda, y con su mano derecha se introducía y sacaba un pene de plástico de tamaño considerable. En la pantalla estaba corriendo un video en el cual una chica se estaba cogiendo a dos tipos (en realidad la que coge es la mujer), mientras uno se la metía en la vulva por detrás, al otro se la mamaba con gran satisfacción. Entre tanto Cecilia continuaba disfrutando el juego con su pene artificial, viendo de cuando en cuando lo que estaba pasando por la pantalla. Mientras continuaba diciendo:
―Así, Roberto..., así, cógeme, cógeme.
Gerardo no sabía qué hacer, no sabía si acercarse y sacarla de aquel juego, o dejarla que terminase. De pronto algo iluminó su mente; esperaría a que ella terminara para luego acercársele y, sin hacerle ningún reproche hablaría con ella. Estaba seguro de que había averiguado qué era lo que le pasaba a Cecilia.
De pronto, la chica abrió las piernas y puso el pie derecho arriba sobre el respaldo del sofá. Inmediatamente después, entre quejidos y espasmos de placer terminó con una satisfacción increíble.
Cecilia quedó agotada, dejó a un lado su juguete erótico de plástico y cerró los ojos.
Gerardo aprovechó aquel momento para acercársele sigilosamente. En el sofá estaba ella, desnuda, divina, con los ojos cerrados, sosegada. Parecía una diosa reposando.
Gerardo rodeó el sofá y se fue a sentar a los pies de su princesa, se sentía culpable de haber pensado erróneamente que ella había introducido a alguien en la casa. Cuando Cecilia sintió el peso que se depositaba a sus pies abrió los ojos sobresaltada, pero cuando vio a Gerardo sonrió.
―Hola, ya has venido.
―Sí.
―Que bueno que ya estás aquí, te esperaba hasta mañana.
Pero de pronto el rostro le cambió.
―Dime…
―¿sí?
―¿Tienes bastante tiempo de haber entrado?
―Sí, bastante tiempo.
El rostro de Cecilia se sonrojó y buscó esquivar la mirada de Gerardo.
―O sea que has escuchado todo lo que yo decía…
―Bueno, en realidad no creo que me haya perdido mucho.
Entonces Cecilia intentó levantarse, pero Gerardo con suavidad se lo impidió, le dijo que permaneciera acostada, que no tenía por qué sentir pena.
―¿Me vas a pedir explicaciones por lo que he dicho?
―No, a menos que tú quieras dármelas. Sabes que te quiero y no podría pedirte algo que te hiciera sentir mal.
―¿Quieres saber quién es Roberto?
―Te voy a dar la misma respuesta que te di antes: Sólo que tú quieras decírmelo.
―¿No te molesta que yo me haya masturbado con la imagen de él en mi mente?
― En realidad no me molesta. Creo que cada quien es libre de pensar en lo que le plazca cuando hace eso.
Dicho eso, la chica se incorporó y le dio un largo beso a en la boca a su amante. Cuando volvió a su reposo en el sofá Gerardo le dijo:
―Sin embargo,…
―¿Qué?
―Creo que haberte escuchado me ha servido para aclararme cierto asunto. No me lo tomes a mal, pero quiero decirte algo…
―Me preocupas…
―Vaya, no tienes de que preocuparte. Lo que quiero decirte es que entre las cosas que tu dijiste, hiciste alusión a tamaño del…
―Por favor, Gerardo, me apenas ―dijo Cecilia sonrojándose.
―No, no sientas pena, lo único que yo quiero es que disfrutes tu vida; con un poco de medida, pero que la disfrutes. No quiero pensar que por algo que se pudiera resolver fácilmente tú vas a vivir tu vida con un vacío que no vas a poder llenar. Te comprendo, te entiendo… Sin embargo, voy a serte bien claro, y por favor no te avergüences. Si vas a tener un amante, espero que escojas a alguien que en alguna medida te aprecie; además de que la tenga grande…
Gerardo había dicho lo último en broma, y así lo entendió Cecilia; quien entonces se sonrió dándole a entender que sí, que lo había entendido.
―No voy a decirte exactamente quién es Roberto…
―En realidad no tienes que decírmelo, es más, prefiero que no me lo digas ―la interrumpió Gerardo.
―Sin embargo ―continuó Cecilia―, voy a decirte como lo conocí. Fue una situación bastante incómoda, estaba yo visitando a uno de mis posibles clientes para hacer un trabajo muy grande, y cuando terminamos la primera jornada de sesiones, para ultimar algunos detalles, como todas las mujeres, me sentí urgida de ir al baño, pero cuando llegué iba un poco distraída y en lugar de entrar en el baño de las mujeres entré en el de hombres. Y en ese preciso momento, cuando yo estaba entrando, alguien que estaba en los mingitorios, sin saber que la que entraba era una mujer, se dio la vuelta sin ningún cuidado, y sin haberse guardado todavía el pájaro dentro del pantalón. Como podrás darte cuenta, el momento fue embarazoso para ambos. Sin embargo, antes de que él reaccionara tuve tiempo para ver lo que le colgaba entre las piernas, era realmente grande. Debo de serte sincera que ese día, cuando hice el amor contigo, yo tenía mi mente en aquel instrumento que había visto. Él es el gerente de una de las divisiones de la empresa, de manera que tenía que entrevistarme con él con cierta frecuencia; y poco a poco, haciendo a un lado aquel incidente, comenzamos a conversar sobre temas más allá de nuestro trabajo. No, nunca me he acostado con el, pero tarde o temprano va a ocurrir. Él es un hombre con compromisos de familia y no está dispuesto a terminar esa unión. Pero eso es ideal para mi, pues no hay compromisos ni lazos sentimentales, sólo la atracción sexual mutua.
Cuando terminaron esa conversación, en la pantalla de la sala todavía seguían pasando unos videos eróticos; en el que pasaba ahora, una chica que estaba de rodillas sobre una alfombra se deleitaba con las vergas de dos chicos que se encontraban frente a ella, mientras le chupaba el pene a uno de ellos, al otro lo masturbaba con su mano izquierda, la expresión de la cara de la chica mostraba un placer inmenso, sentía que estaba en las nubes. El placer la tenía totalmente extasiada.
Al final Cecilia y Roberto se hicieron amantes, y de esa manera podía disfrutar de un instrumento de un tamaño que la hiciera sentir plena, pero conforme pasaban los meses el entusiasmo primero iba decayendo hasta que ahora, casi un par de años después, sus encuentros han disminuido considerablemente. Después de algún tiempo de estarse relacionando, cada vez que Cecilia regresaba de uno de sus encuentros, le narraba a Gerardo con lujo de detalles lo que habían hecho ella y su amante. Eso los excitaba en sobremanera y esa noche hacían el amor desesperadamente. Este día Roberto y Cecilia se encontraron, y como amantes sin inhibiciones disfrutaron del sexo durante el día. Esta noche, después de cena, ella le va a contar a Gerardo, con lujo de detalles, lo que hicieron como amantes; y por la noche cuando vayan a la cama van a disfrutar de un sexo sabroso y extenuante. Por otra parte, Cecilia descubrió también con su amante, que había en su cuerpo otro punto de gran placer entre sus caderas, el cual podía disfrutar mejor con el instrumento de Gerardo, su pareja, pues por su tamaño podía penetrar más fácilmente sin dañarla, y gozarlo con más deleite.
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