Desde hace meses vengo a este bar restaurante de comida casera. Lo hago por hábito, cumplo con esta necesidad del mediodía y no podría decir que me complace del todo. Tiene un menú diario que conozco a la perfección, sé lo que voy a encontrar cada día y puedo seleccionar poco, todo está preestablecido. Me sirve siempre Encarna, aunque no le corresponda mi mesa, lo hace porque me conoce bien y sabe de mis manías y costumbres. Yo se lo agradezco con una propina algo más generosa de lo que es aquí habitual. Ella es siempre conmigo amable y correcta, hablamos lo preciso y me atiende con la máxima diligencia que le permite la cocina.
Me gusta elegir la mesa del fondo junto a la ventana, ella cuando puede me la reserva, cuando no, me busca alternativas. Hoy estoy sentado en mi sitio, por la ventana veo la parra de brazos largos y nervudos sujetos en los tablones que cubren el techado del amplio porche exterior, le cuelgan racimos desiguales de doradas y pequeñas uvas e infinitos reflejos se hacen hueco entre su entramado. Debajo algunas mesas llaman a un público más social y sediento de sol. Encarna hoy me observa con una curiosidad distinta, la conozco bien, sus reacciones me son familiares, tiene sus propios tics. Incluso su forma de andar y de moverse cambia cuando está excitada, nerviosa o contrariada por algo. En su mirada percibo siempre gestos de complicidad conmigo, me advierte cuando alguien es pesado, la inquiere de forma impropia o viene ya de antemano indispuesta y se echa la culpa consciente de ello. Hoy percibo, sin embargo, algo más, resultaría imperceptible para otros, pero no para mí. Me busca con la mirada y la esquiva al encontrarla dispuesta, esta sensiblemente afectada y lo que sea gira directamente conmigo. Analizo cada instante anterior para encontrar la causa, pero ésta no está en mí, viene de ella y me planteo que puede ocurrirle y pueda ser yo participe. Mas incisivo que otras veces percibo detalles nuevos, sus prendas ponen una musicalidad distinta a sus movimientos. Su precisión tiene giros más abiertos como dejándose llevar. Incluso diría que se contonea, abriendo una ventana a mi curiosidad varonil. Ya me sabe advertido y pone acordes sutiles con gestos naturales antes no manifiestos. No me cabe duda de que soy su centro de atención y que está jugando a una invisible danza de cortejo. Lo inesperado de su actitud me lleva a no estar a su altura, no sé cómo actuar, incluso cual es mi percepción real. Abre expectativas antes imprevisibles y sin conocer sus causas me llevan a una inquietud salpicada de interés e incluso a ilusionarme con posibilidades antes impensables.
Una de las veces que pasa a mi lado me susurra al oído,
- No te vayas cuando termines, quédate, por favor.
Es algo que no ha ocurrido jamás, pero me suena normal considerando mis percepciones anteriores. Como soy de los que acaban de comer, piden la cuenta y salen disparado, no me encuentro en esta nueva actitud contemplativa. A los demás tampoco y me miran extrañados, pero se van marchando hasta que quedo solo en el comedor. En la parte interior queda el personal de cocina y la otra camarera. Encarna me pide que le acompañe y me lleva a una dependencia anexa, la componen una cama, una mesa y dos sillas, un servicio y poco más. Nos sentamos por indicación suya y me dice,
- Hoy han ocurrido cosas, entre otras que voy a vivir aquí. Ya no tengo que volver a mi casa y sufrir a mi marido. También, que ya libre solo te veo a ti y esto, no sé como tu lo vas a entender. Hace un corto paréntesis y prosigue,
- No quiero que te compliques si no quieres y tampoco que pienses que me entrego sin más. No quiero compromisos ni ataduras, pero desde hace tiempo sueño con echar un polvo contigo y tu me dirás.
Toda esta parrafada la ha soltado sin más, con soltura, mirándome a los ojos y con actitud decidida y valiente.
- No había soñado esto ni de lejos, te llevo algunos años y además, eres demasiado guapa para mí, es un regalo imprevisto.
Podríamos haber seguido si ella hubiera querido, pero no es así.
Se me planta delante, me coge la cara con sus dos manos y me da un morreo de los de antes, con paradas y regodeo, creí que esto ya no se daba, que las tías se espatarraban y de seguido venía un mete y saca furioso.
Esto es otra cosa, los prolegómenos tienen nombres y apellidos, nos acariciamos hasta el infinito antes de desnudarnos. Cuando lo hace ella yo ya la tengo tensa como una cuerda de violín y dura como un marmolillo. A Encarna le brilla el pubis como si se hubiera untado crema de cacahuete. Le descubro mi baluarte y siento que lo adora y hace suyo como una piedra preciosa. Le faltan dedos para acariciarlo y pone también su boca. La veo entrar y salir de ella y tengo que cerrar los ojos para no incentivarme más. No puedo estarme quieto y busco saborear su crema de cacahuete pero no es tal, es jugo de mar y sabor de centolla. Me hundo en su raja con desespero, la oigo gritar y pienso que son mis propias resonancias. Su lengua me hace relinchar de placer mientras miro su almeja abierta y su ano oscuro y reluciente, le meto un dedo por detrás y luego dos al sentir cómo le complace.
Estamos a punto y la embisto de pie, ella ahora está totalmente espatarrada y le llega hasta los ovarios, no puede ni gritar, le sale un ronquido fuerte y desesperado, después le vienen las contracciones y me pide que no pare,
- Sigue, sigue, sigue, y continúa su larga letanía amenizada con frases breves.
- Me vas a matar,
- Que grande la tienes,
- Acelera,
Y por último,
- Córrete dentro cariño.
En mi estado de disfrute no quiero que acabe jamás. Sigo y siento cada centímetro de mi polla que ahora es la más importante del mundo. No hay nada comparable con una buena follada, siempre que el coño sea apetecible. La saco del todo y la vuelvo a meter, primero lento, luego rápido y sigo lento, estoy por lo que valgo y ella ya es consciente de ello y tampoco quiere parar.
Me pide tiempo y lo concedo.
Se levanta, pone el culo en pompa, apoya las manos en la mesa y dice.
- Ahora por detrás.
Me la miro y la veo tan imponente que pienso que le va a doler, su ano se mueve con vida propia y no me lo pienso más, le pongo el cabezón en actitud de ir a por todas y ella colabora hasta que la tiene dentro. Entonces, es consciente de lo que le viene, pero ya es tarde, sin embargo, para echarse atrás, voy poquito a poco, pero la tengo a reventar y ella grita,
- Dame fuerte, creo que es una forma de sentirse capaz.
Se la clavo al completo y se queda quieta, como asustada, comienzo un mete y saca lento y al poco me grita
- Daaaaamee.