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Categoría: Fantasías

Blancanieves 1

La vida empezó a cambiar cuando mi padre se quedo solo.  Se buscó otra mujer, que intentó ganarme con zalamerías y carantoñas, que no ocultaban que era fría, distante y egoísta.  Y cuanto más intentaba acercarse, más terminé por retraerme y refugiarme en los demás.  Mi padre, cegado por su belleza, sus encantos y alguna otra habilidad que entonces yo desconocía, no se daba cuenta de lo que pasaba.  Por muy Rey que fuera, seguía siendo un hombre. 



 



 



Si conseguía evitarla, los días pasaban tranquilos y la vida era placentera.  Cuando no era posible desaparecer de su vista, se sucedían los castigos sin motivo, los reproches y esa inclinación extraña a imponer su voluntad a todos.  No era más que una niña y se conformaba con eso.



 



Así pasaron los años y la niña quedó atrás.  Notaba como los hombres me miraban de forma diferente, y aunque nunca hubo una palabra o un gesto fuera de lugar, sus ojos buscaban mi cuerpo, que empezaba a mostrar unas curvas más pronunciadas. 



 



 



Una mañana, me crucé con ella en un corredor.    Era majestuosa.  El pelo oscuro apartado de su cara realzaba sus facciones perfectas, las cejas arqueadas enmarcaban sus ojos, sus labios gruesos y voluptuosos relucían rojos.  Su postura siempre erguida elevaba su pecho abundante y terso.  Era alta y esbelta, con las caderas torneadas.  Sus ropas siempre oscuras resaltaban la palidez de su piel.  A su lado, yo me veía como una niña,  con mis movimientos espontáneos y mi risa fácil.  Como si mi cuerpo hubiese crecido más rápido que mi mente, no sabía cómo manejar las nuevas sensaciones que a veces me invadían, los sofocos nocturnos y ese escalofrío que me recorría mirando a algunos hombres.  Los guardias, impasibles, fingían mirar a la nada.  Mientras cruzábamos unas palabras y me recordaba que ya tenía edad de buscarme un marido, su mirada, a la que nada escapaba, detectó los ojos del centinela más cercano clavados en mi escote.  Su mirada lo fulminó y él no pudo sino cerrar los ojos avergonzado.  Luego se volvió hacía mí y me pidió que la siguiese. 



 



 



Al cerrarse la puerta de su habitación se desató su furia.  La respiración agitada, los ojos encendidos de rabia, las palabras que querían salir todas a la vez.  Se contuvo y se quedó en silencio hasta que recuperó la compostura.  Entonces su voz fría y distante se dejó oír. 



 



- Te has convertido en una mujer hermosa, mi niña querida - mientras se iba acercando lentamente.



Petrificada no era capaz de moverme. La veía acercándose y sentí miedo.  No acerté a contestarle.



 



- Ya eres una mujer, y los hombres te miran.  Tendremos que buscarte un marido, o todo hombre que te vea tratará de acercarse a ti - ahora estaba ya a escasos centímetros.  Extendió una mano y la pasó por mi rostro - debes resultar irresistible con esa piel tan blanca, y toda la inocencia que se adivina en tus ojos - la mano baja un poco más, hasta los hombros - y cuando sigan mirando y adivinen tu pecho bajo el vestido, que apenas lo contiene, se van a volver locos.  Dime niña, ¿algún patán de palacio se ha insinuado?



 



Paralizada por el miedo, sólo fui capaz de negar con movimientos de cabeza.



 



- Por suerte para todos, tu padre ha concertado tu matrimonio con el hijo de un señor feudal, y pronto nos abandonarás y desaparecerá el problema. 



 



Abrí unos ojos como platos, pues nada sabía de los planes de mi padre.  Pero ella seguía hablando, aunque perdida en mis pensamientos sólo la escuchaba a ratos.  Continuaba desvariando, y haciendo planes para mi futuro. 



 



- ... y todo tiene que ser perfecto,  no vaya a pensar tu marido que eres una inepta.  Prepararemos todo juntas y te enseñaré cuanto debas conocer para tu nueva vida - ahora su voz se había vuelto suave y melosa - a partir de mañana dedicaremos un rato cada mañana a tu preparación.  No lo olvides, te espero mañana aquí mismo, después del desayuno.



 



Con una sonrisa que pretendía ser amistosa me despidió en la puerta y la cerró a mi espalda.



 



 



Al día siguiente mientras desayunaba me entretuve pensando en el encuentro que me esperaba a continuación.  Imaginaba me hablaría de cómo organizar banquetes, recibir invitados... Caminé por el corredor con esos temas en la mente y llegué hasta sus habitaciones. 



 



Me recibió a medio vestir, con una doncella revoloteando a su alrededor.  Esbozó su mejor sonrisa e inspeccionó mi indumentaria. 



 



- No me parecen ropas adecuadas para alguien de tu posición, más bien pareces la hija del molinero - suspiró consternada - empecemos por esto.  Probaremos algunas cosas.



 



Con un gesto indicó a la doncella que se acercase y me ayudase a despojarme de mi ropa.



 



La muchacha se acercó rápidamente.  Con habilidad deslizo las mangas del vestido por los brazos y luego el vestido entero hasta los pies.  Los levanté uno a uno para desprenderme de la prenda.  Se incorporó de nuevo y para mi sorpresa siguió con el corsé y las enaguas. 



 



Al sentir sus manos sobre mi cuerpo, y verme desnuda en medio de la habitación me turbó.  La mezcla de frio y vergüenza me puso la piel de gallina y vi mis pezones erectos, los sentí duros y sensibles.  Intenté cubrirlos con mis brazos cruzados.  Y oí de nuevo su voz...



 



- Prepara un baño para la princesa antes de empezar las pruebas



 



La doncella pidió inmediatamente agua caliente a las cocinas y procedió a llenar la inmensa tina colocada en un rincón, añadiendo unas gotas de agradable fragancia.



 



Me guió hasta la tina y me ayudó a introducirme en el agua.  El calor del agua y el floral perfume me tranquilizaron.  Medio recostada dejé que la muchacha enjabonara mi pelo.  Noté después sus manos sobre mis hombros, ayudada con un fino paño de hilo masajeaba la nuca.



 



Pasado ese momento incómodo, me sentí relajada.  La reina, de pie ante la tina, observaba satisfecha.  Un gesto imperceptible a la doncella, que apenas adiviné entre mis ojos entrecerrados... 



 



Las manos de la doncella enjabonando mis brazos y de nuevo en mi cuello, mi garganta... y descendiendo por mí pecho.  La sensación me dejó petrificada.  Inmóvil, sin apenas respirar, noté sus dedos sobre mis pechos, buscando mis pezones.  Los acarició y pellizcó ligeramente y sus manos siguieron hasta mi estómago. 



 



Abrí los ojos, entre perturbada y escandalizada, dispuesta a protestar.  La mirada fija de mi madrastra me silenció. 



 



Se incorporó la doncella y me tendió una mano para salir de la tina, esbozando una media sonrisa picara.  Me envolvió en un enorme paño y frotó mi cuerpo para quitar la humedad, arrastrando la tela sobre la piel.  Se acuclilló a mis pies y colocando sus manos en mis nalgas acercó su cara a mi pubis y comenzó a lamerlo.  Sus manos impedían que me separase y un calor intenso se apoderó de mi cuerpo.  Separó mis labios con su lengua y continuó lamiendo ávidamente.



 



Se oyó la voz de mi madrastra.



 



- Es suficiente, ahora va a necesitar otra cosa.  Ve a buscar a mi guardia personal, rápido.



 



La doncella se apresuró a obedecerla y no tardó en volver acompañada por el guardia.



 



Era un hombre de unos 30 años, apuesto y fuerte, algo rudo y de pocas palabras.  Si le sorprendió la escena, no se manifestó en su expresión. 



 



La reina se dirigió a él, con tono altivo.



 



- La princesa necesita aprender a complacer a un hombre.  Enséñale que debe hacer.



 



Ahora si puso cara de reparo, pero no se atrevió a contradecirla.  Aunque su  cara mostró cierta expresión dubitativa.



 



La doncella se acercó a él y abrió sus calzones.  Después de hurgar entre la tela apareció ante mis ojos su polla.  Dura, tiesa, sonrosada... hipnotizada... no podía apartar los ojos de ella.



 



 



La doncella me empujó suavemente hasta él.  Se había sentado en un escabel y me sentó sobre sus rodillas. Sus brazos fuertes me envolvieron mientras manoseaba ávidamente mi cuerpo.  Y yo notaba sobre la piel su polla caliente, húmeda y sudorosa.  Y cada vez la notaba más dura.



 



Al cabo de un rato se incorporó y me arrastró hasta la cama.  Me colocó tumbada boca abajo con las piernas muy separadas colgando por el borde. 



 



Se oyó de nuevo la voz de la reina.



 



-Cuidado, no tiene que aprenderlo todo hoy.- con tono autoritario.



 



Noté sus manos en mis nalgas separándolas más aun y el peso de su cuerpo sobre el mío.  El contacto de su polla pegada a mi piel.  El calor se extendía más y noté como mi espalda se arqueaba.  Y su voz susurró en mi oído... así, así, ofréceme tu coño...



 



Sus palabras me produjeron un estremecimiento y en ese instante noté como la clavaba en mi coño húmedo.  Un dolor sordo me traspasó por completo, como si me rompiese por dentro, como si me rasgase la piel. La presión y el peso de su cuerpo me ahogaban pero una parte de mi la quería dentro.  Cuando se acomodó dentro de mí la tensión cedió, seguía sus movimientos rítmicamente.  Sus movimientos eran cada vez más rápidos y más fuertes y notaba mis muslos húmedos y como mi cuerpo se convulsionaba, palpitando, esperando no sabía qué.   Su respiración en mi oído se hizo sorda, pesada, ansiosa, jadeante.  Noté un estallido dentro, su polla explotando con furia, llenándome de un líquido caliente que resbalaba fuera de mí. 



 



Y ese calor desató algo en mí.  Algo que quería estallar.  Unas oleadas de placer extendiéndose y que me hace temblar.  Y me deja sin respiración hasta que estalla y me llena de calor.



 



Cuando se separa de mí la reina interviene de nuevo y le pide que se retire.  Se arregla la ropa.  Se dirige  la puerta y se va.


Datos del Relato
  • Categoría: Fantasías
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