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Tenía apenas cinco minutos para terminar de ponerme “guapo” si quería acudir con puntualidad a mi cita con Rosa. Nunca me ha gustado llegar tarde a una cita y menos cuando se trata de una mujer. Terminé de arreglarme la barba de 3 días y peiné mi negro cabello hacia atrás. Sólo me faltaba un toque final de colonia. Mientras comenzaba a aplicármela, sonó el teléfono móvil. Tuve un desagradable presagio.
―¿Sí? ¿Quién es?
―Hola Antonio, soy Rosa ― la voz de la mujer con la que estaba citado sonaba indecisa y apagada ― verás, me ha surgido un problema familiar de última hora y no vamos a poder vernos.
―¿Algo grave? ― respondí con sincera preocupación.
―No, grave no es, afortunadamente.
― ¿Y no hay manera de solucionarlo? ― repliqué con un cierto mosqueo interior.
―Pues no. Lo siento mucho, Antonio, pero es un tema delicado y no puedo esquivarlo. De verdad que me apetecía mucho quedar contigo esta noche, pero no tengo alternativa. ¿No te enfadas, verdad?
―No pasa nada, mujer ― le mentí caballerosamente, pues me había dejado realmente jodido ― ya quedaremos en otra ocasión.
―Gracias Antonio, eres un solete, ya te recompensaré, te lo prometo. Ciao.
No me cabía duda alguna de que cumpliría su promesa, aunque en realidad esa recompensa me la habría dado esa misma noche. Con 35 años, 5 menos que yo, Rosa es una mujer simpática y muy voluptuosa, rubia teñida de pelo corto, con buenas tetas, pero lo mejor es que en lo sexual se presta a todo y tiene la experiencia que da la madurez para hacerlo bien, muy bien, especialmente las mamadas, que son de infarto. Además no tiene ataduras sentimentales con lo que era el plato ideal para una buena noche de jodienda.
Seguramente por ese motivo había llamado a Rosa y no a otra de las muchas conocidas que tengo en mi agenda telefónica. Necesitaba con urgencia tener una noche “completa” después de casi un mes de continuos viajes de trabajo en los que no había tenido tiempo para nada ni incluso ganas de hacerme una paja. Había regresado a casa por fin a primera hora de la tarde y lo primero que había hecho era concertar y preparar con mimo esa cita que ahora se desvanecía en el último momento, dejándome con las ganas y con un monumental cabreo que no quise mostrar a Rosa.
Busqué una solución de emergencia, agenda y teléfono en mano, intentando no desperdiciar la noche, pero no hubo manera de conseguir resultado alguno. Parecía que todas mis amigas se habían puesto de acuerdo para arruinarme la noche. El destino me empujaba a una velada solitaria en mi apartamento, frente al televisor y con una copa como única compañía. ¡Un plan cojonudo, vamos!
Llevaba ya un rato medio adormecido en el sofá, bajo el influjo del devenir monótono y uniforme de una película de misterio, cuando sonó de nuevo el móvil. Me desperecé, ilusionado con la posibilidad de que alguna de mis contactadas hubiera cambiado de idea y de que al final tuviera la velada deseada.
―Hombre Antonio, por fin estás de vuelta ― reconocí de inmediato la voz de mi buen amigo Pedro al otro lado del teléfono.
―Hola Pedro, pues sí, por fin he terminado con este puto mes de trabajo ― la verdad es que contesté con la desgana natural que me había dejado comprobar que la noche seguía teniendo el mismo aspecto negro que antes. Pedro se dio cuenta de ello, me conocía bastante bien.
―Joder Antonio, pues no parece que estés muy contento de tu vuelta, te noto como cabreado.
Le conté la situación y bromeó conmigo, queriendo darme algo de ánimo, aunque tampoco tuvo demasiado éxito.
―Vale Antonio, reconozco que después de un mes sin mojar debes estar desesperado y más si tenías casi a tiro a la buenorra de Rosa, pero date un día más de descanso hasta mañana, así la cogerás aún con más ganas.
―Ya, tienes razón, intentaré quedar de nuevo con ella y desquitarme ― contesté
―Oye, ¿y si te vienes conmigo? He quedado con Pepi en su casa. Tiene un pequeño ático con terraza y me ha invitado a un picoteo.
―No sé ― contesté con desgana ― tampoco me seduce mucho la idea, yo no conozco a esa Pepi, ni ella a mí. ¿Qué pinto yo allí?
―Pepi no pondrá pegas, no te preocupes, tú eres mi amigo y yo ya llevo un tiempecillo con ella. Además se trata de algo informal, ya lo ha hecho otras veces e invita a varios amigos suyos. No se trata de una orgía, claro, pero al menos podrás comer, beber, charlar y entretenerte un poco.
La verdad es que la cosa seguía sin interesarme, pero Pedro me insistió y no pude encontrar ninguna excusa, sabiendo él, como sabía, cuáles eran mis expectativas para esa noche. Quedé en que me llevaba él y pasó a recogerme una media hora más tarde, sobre las 10 de la noche.
Nos recibió Pepi, una mujer morena, bastante alta e interesante, a la que Pedro me presentó como su amiga, aunque él me había dicho que eran algo más que eso, y que me trató desde el primer momento con mucha simpatía. Pasamos a través de un salón no muy grande hacia la terraza del ático, pequeña, pero muy coqueta, en la que, alrededor de una mesa baja de cristal, charlaban los invitados de Pepi, bajo la luz indirecta de un foco lateral que iluminaba la estancia abierta a la noche madrileña de inicios del mes de Septiembre.
Todos estaban sentados en asientos que eran distintos entre ellos y algo cochambrosos, probablemente retales regalados por amigos o familiares, por lo que imaginé que Pepi no era precisamente una ricachona. La anfitriona se percató de que faltaba una silla y se aprestó a traérmela, dado que Pedro se había ya acomodado en una de las dos que estaban libres. Al entregármela, Pepi me dijo por lo bajini y con una amplia sonrisa “Toma Antonio, no puedo consentir que ese cuerpazo esté mucho tiempo de pie”. Me halagó y me gustó el interés y el trato de la mujer, aunque la silla era tan vieja como las otras. Incluso comencé a hacerme ilusiones sobre ella, dudando si Pedro decía la verdad y si, realmente, era territorio prohibido.
Apenas diez minutos, entre sorbos de cerveza y canapés fríos que llevarme a la boca, fueron suficientes para darme cuenta de que la velada iba a ser un auténtico rollazo. La charla versaba sobre fútbol, un tema sin interés para mí y sobre el que además no podía intervenir, por desconocimiento. Como me aburría, me dediqué a observar a los allí presentes, que tampoco eran muchos, con los que formaba un círculo alrededor de la mesa de picoteo.
A mi derecha había dos hombres de más o menos mi edad que tampoco intervenían en la conversación y se dedicaban básicamente a comer. Los dos iban de negro y ambos tenían la cabeza rapada. Parecían gemelos.
Continuando el círculo, una chica de unos 30 años, requetepintada, con el cabello teñido de un morado chillón y una vestimenta de mil colores super hortera. Ella sí entraba al trapo del fútbol, con un espantoso y desagradable tono de voz cazallero.
El siguiente invitado se llevaba la palma, un tipo cincuentón, con unas greñas negras y onduladas a lo afro, gafas enormes y una vestimenta de pantalón y camisa blanca Ariel. Su aspecto era de friqui total, y era el que manejaba la conversación futbolera, sentando cátedra con sus opiniones, secundadas siempre por la hortera, en mi opinión interesadamente, y por mi amigo Pedro, al que tenía justo a mi izquierda.
El círculo lo cerraban Pepi y una mujer también cincuentona y feísima que llevaba un traje verde pistacho horrible. Ambas charlaban entre ellas, ajenas al tema principal. Lo único interesante e ilusionante parecía seguir siendo Pepi, a la que pillé un par de veces dirigirme su mirada de ojos negros, pero un gesto de Pedro agarrándola por la cintura, seguido de un piquito en los labios por parte de ambos, echó por tierra las estúpidas esperanzas que mis ganas de un mes de sequía me habían hecho concebir.
Tuve el impulso de marcharme, pero eso hubiera sido una descortesía hacia Pepi y hacia mi amigo Pedro, que además se había prestado a hacerme de chofer. De modo que me resigné a permanecer formando parte del pintoresco cuadro de los allí presentes y esperar a que la charla pudiera desembocar en un tema en el que por lo menos pudiera intervenir, si es que antes no me dormía.
En ese momento sonó el timbre y Pepi nos anunció: “Debe ser Tato, ya me extrañaba que se retrasara tanto”, y se fue al interior de la casa. De inmediato pensé que, visto el panorama, a saber qué aspecto tendría el recién llegado, de modo que ni quise mirar el regreso de la dueña de la casa con el amigo Tato.
―Pues me equivoqué ― apuntó Pepi al regresar ― no era Tato, os presento a mi amiga Laura.
―Hola, ¿Cómo estáis? ― saludó una voz dulce y femenina que me sacó del trance
Junto a Pepi había una mujer de unos 35 años, no muy alta y algo rellenita, con el cabello castaño liso y a media melena. Vestía, afortunadamente, de un modo normal, con una camisa a rayas blanca y azul, y una falda negra corta, unos centímetros algo por encima del muslo. La camisa, holgadita, no dejaba entrever demasiado bien el tamaño de las tetas, aunque estas prometían. Esbozaba una sonrisa bonita y natural, muy a tono con las agraciadas facciones de su cara. Destacaban los ojos, grandes y de color marrón oscuro, con cejas curvadas y cuidadas. Tal vez no era un bellezón, pero a mí me parecía muy atractiva, aunque en mi estado, y visto el resto del personal femenino a excepción de la imposible Pepi, era lógico que me atrajera. El caso es que me interesó desde el mismo momento en que se presentó y más aún cuando vi que se sentaba junto a mí, ocupando la silla que cortésmente le había dejado Pedro mientras él buscaba otro asiento en el interior de la casa.
El greñas insistió con el tema del fútbol, pero esta vez recibió, ante la sorpresa general de todos, las réplicas de Laura, que parecía saber bastante del tema y no estaba muy de acuerdo con él. La confrontación entre ambos se acentuó y yo comencé a disfrutar viendo el creciente disgusto del sabiondo recibiendo las críticas de Laura y saboreando el modo de hablar, agradable, firme y a veces hasta socarrón de la última invitada. Creo que incluso llegué a aprender algo de fútbol en los pocos minutos que duró la discusión.
Luego Laura contó un par de chistes, siempre relacionados con el balompié, demostrando tener mucha gracia y arte para hacerlo, e iba a contar un tercero cuando Pepi, extrañamente, la cortó por lo sano, preguntándole por las vacaciones que acababa de disfrutar. A partir de ahí la conversación se animó para todos, repasando los lugares en los que tanto ella como los demás habían veraneado. Como yo viajo mucho, por temas laborales, tuve ocasión de intervenir y participé en la charla mucho más animado. Tocamos varias ciudades que conocíamos tanto Laura como yo, lo que me permitió dirigirme más directamente a ella, sin poder remediar quedar cada vez más atrapado por su simpatía y estilo al hablar. Por fin me encontraba a gusto y entretenido, y se me fue pasando el cabreo que tenía por no haber podido follar esa noche.
Hubo un momento en el que las mujeres se levantaron para traer más bebida, y aproveché para intentar saber algo más de Laura, preguntándole a mi amigo Pedro, pero él no la conocía ni había oído hablar a Pepi de ella. Viendo mi interés, me dijo que le iba a intentar sonsacar algo más a Pepi y se metió en la casa. A la vuelta se me acercó y me dijo al oído con aire burlón:
―Tío, creo que has pinchado en hueso. Está casada y tiene dos hijos pequeños. Ha podido venir porque su marido se ha quedado con los niños, pero Pepi cree que se irá prontito.
Las palabras de Antonio me sorprendieron. No sé por qué, pero en ningún momento se me había pasado por la cabeza la posibilidad de que Laura estuviera casada, es más, estaba convencido de que era una mujer libre, tal vez porque Pepi lo era y parecía que también sus otras dos amigas. Otra vez una jodida noticia y las ilusiones que me empezaba a hacer se rompían. Pedro notó mi decepción.
―Lo siento chico, está claro que esta no es tu noche ― y añadió burlonamente ― ¿Otra cervecita?
―¡Venga con esa cerveza! ― le dije sin titubear ― al fin y al cabo nada ha cambiado respecto a cómo estaba cuando llegué. Bueno, no es cierto del todo ― añadí, señalando con un ademán a las otras dos invitadas ― al menos ahora hay una mujer guapa y bien vestida.
―Oye, no te pases, que también está Pepi ― salió Pedro en defensa de su chica.
―Tienes razón ― le contesté mientras recordaba que también ella había suscitado mi atención al recibirme en su casa. Me di cuenta de que estaba realmente muy desesperado, así que decidí pensar de nuevo en Rosa, decidido a intentar quedar con ella el día siguiente.
La velada fue decayendo un poco, con la charla monótona y acaparadora del “enterao”. Ahora se las daba de atleta, fardando de tener unas técnicas cojonudas para correr largas distancias sin cansarse. En eso saltó Laura:
―Pues mi hermano también hace footing y hace unos días me mandó un mensaje que hablaba precisamente del el tema.
―¿Ah sí? ¿Y qué decía el mensaje? ― preguntó Pepi, con desgana.
―Pues trataba de un informe científico. Según ese informe, por lo visto, si bebes mucha leche te corres mejor.
Todos nos quedamos en silencio ante lo que Laura acababa de decir, observando como un dulce y encantador rubor asomaba en sus mejillas. Fue ella la misma la que empezó a reírse de un modo tan natural como cautivador.
―¡Ayyy, que me he equivocado! ― dijo Laura, ya entre la risa generalizada de todos nosotros ― que no quería decir eso. Vamos, ya sabéis lo que quería decir, que la leche es buena para correr. ¡Jolín, ya me entendéis! ― y se le volvieron a escapar unas carcajadas encantadoras, sólo cegadas por las desagradables y cazalleras de la chica de los mil colores.
Eran los momentos más divertidos y mejores de la noche, y cuando parecía que todos nos calmábamos las risas volvían a salir. Y Pepi decidió aplicar unas dosis de picardía dirigiéndose a su amiga:
―Oye Laura, ¿y el informe decía que tipo de leche es la que hay que tomar para conseguir tan buenos resultados?
Hubo nuevas risas de todos los presentes, incluidas las de Laura, que contestó:
―Pues no sé, supongo que de vaca ¿no? A lo mejor desnatada, para que no tenga grasa, pero no recuerdo que el informe dijera nada de eso.
De nuevo se hizo el silencio, y ninguno de nosotros tenía claro si la cándida respuesta de Laura era sincera o fingida, ya que también ella se había reído con la pregunta de Pepi. Pero su semblante parecía apuntar hacia la inocencia. Ella notó que algo pasaba, pues todos la mirábamos expectantes.
―¿Qué pasa? ¿Qué he dicho ahora? ― y por primera vez en la noche vi que posaba su mirada directa en mí, una mirada breve, que pareció esquivar en cuanto yo la descubrí, mientras esperaba una aclaración de alguien.
―¡Jo tía! ― intervino de nuevo Pepi, que para algo era su amiga ― a veces eres más inocente que un petisui. No me refería a leche de vaca o de cabra, sino a otro tipo de leche.
―No te entiendo Pepi, ¿A qué tipo de leche te refieres? ― preguntó Laura, con toda la inocencia del mundo.
―¡A leche de macho, coño, al semen! ¡A ver si sales algún día del cascarón! ― replicó Pepi, dando expresivamente a entender que su atractiva amiga no tenía remedio.
―¡Vale! Ya tuviste que salir con algo así, como siempre. ¡Es que tienes una mente! ― protestó Laura
―Pues claro ― intervino, bromeando, la cincuentona ― la cosa viene muy al caso, el semen tiene componentes nutritivos y vitamínicos. Ya lo dice el refrán “una buena mamadita por la mañana y … a correr”.
―¡Puaff, qué asco! ― replicó Laura, sin poder evitar lo que parecía una natural mueca de repulsión.
―¿Qué pasa hija? ― siguió la cincuentona ― ¿Tanto te disgusta?
Laura no contestó, repitió la mueca de repulsión y buscó a su amiga Pepi, quien, sin embargo, no la ayudó precisamente.
―Déjalo ya Vicky, Laura es así, Si no es capaz ni de chupársela a su marido.
De nuevo los colores asomaron en la linda mujer, y optó por no seguir con la conversación aduciendo la necesidad de ir al servicio. Pepi se aprestó a acompañarla, posiblemente para disculparse por haber abierto a los invitados algunas de sus interioridades. De hecho me pareció escuchar que discutían, mientras los presentes iniciaban una nueva conversación intrascendente que ni quise ni pude seguir pues mi atención seguía concentrado en esa mujer que empezaba a alterarme. Laura había dado síntomas de firmeza y aplomo en su discusión con el pelanas, pero el aspecto íntimo que había conocido de ella poco antes me intrigaba. Las mujeres de mi agenda no eran para nada remilgadas en esos asuntos, para mí era una novedad que existiera una mujer así. Noté un leve y agradable cosquilleo en mi entrepierna. Y me propuse intentar entablar una conversación con ella, apenas volviera.
En ese momento se levantaron los dos “men in black”, despidiéndose de la mesa, pues al parecer actuaban en algún garito. Tal vez por eso iban con el mismo atuendo. Temí que al marcharse ellos, Laura, con el enfado que parecía tener, decidiera hacer lo mismo, pero afortunadamente apareció de nuevo en la terraza, ocupando su asiento, junto al mío. Pepi y Pedro seguían despidiéndose de los dos invitados y pensé que era el momento de hablarla, antes de que se desarrollara una nueva tertulia entre todos. Me dirigí a ella con cautela intentando suavizar su herida:
―Siento lo que ha pasado antes, espero que no te haya incomodado demasiado.
―¡Bah! No pasa nada, ya estoy acostumbrada ― me contestó, con tono de circunstancias y sin levantar la mirada del vaso de coca―cola que sostenía en sus manos, lo que me hizo dudar en seguir la conversación. Pero, para mi sorpresa, fue ella misma la que continuó.
―Además, ¡qué leches! Es verdad lo que ha dicho Pepi ― y mirándome fijamente a los ojos siguió ― es por esa babilla que se os pone a todos los hombres en la punta del pene cuando os empalmáis ¡Puaahh!― Y repitió una vez más la mueca de desagrado.
Reconozco que eso me desconcertó. El tema sobre el que estaba hablando Laura no era precisamente de los que se cuenta fácilmente a un casi desconocido, como era yo, y menos sin quitarle la vista de los ojos, pero ella lo hacía con firmeza, con toda la naturalidad del mundo. No pude evitar pensar que, aun refiriéndose genéricamente a todos los hombres, ella se estaba dirigiendo directamente a mí y que seguramente debió pasar por su cabeza, al igual que por la mía, una imagen, aun fugaz, de mi polla empalmada y pringada de líquido preseminal. Esa mujer era todo un misterio. Mezclaba candidez, firmeza, simpatía y naturalidad a partes iguales. Lástima que estuviera casada, cada vez me ponía más. Los cosquilleos aumentaron mientras buscaba las palabras adecuadas para la respuesta que ella esperaba, mirándome sin cesar.
―Bueno, es algo natural. Ya sabes, sirve para preparar el terreno. Lo mismo os pasa a las mujeres en el coño ¿no? ― Y me arrepentí de inmediato de no haber usado otra palabra más suave, como vagina o sexo, pero creo que ella ni le dio importancia.
―Ya, si ya sé que es así ― afirmó ― pero, no sé, me pasa igual que con la gelatina, es verla y me da repelús y seguro que luego sabe muy bien.
―No lo dudes, pero hay que probarla para conocer el sabor ― añadí tal vez con excesiva picardía, consiguiendo que me mostrara de nuevo su preciosa sonrisa, abierta y franca, aunque no llegué a saber si había entendido el doble sentido de mi respuesta o si había regresado a la inocencia mostrada antes, con su amiga Pepi.
Durante unos segundos estuvimos callados, hasta que le pregunté de qué conocía a Pepi. Me comentó que eran amigas desde niñas y que habían pasado por etapas de mejor o peor sintonía, pero ahora coincidían trabajando en la misma a empresa. Me dijo también que eran buenas amigas aunque Pepi solía meterse mucho con ella, sobretodo en el tema del sexo. Luego hablamos durante un buen rato de nuevo sobre muestras experiencias viajeras, tema en el que manteníamos una muy buena sintonía, lo que provocó que me fuera prendando de ella cada vez más.
Mientras Laura y yo manteníamos nuestra particular conversación, en la mesa había otra tertulia, pero noté en más de una ocasión que Pepi nos observaba en silencio. Intuí que había algo especial entre las dos mujeres, pero no podía saber qué era. Intentando averiguar algo más, pregunté a Laura en qué trabajaban y me dijo que se dedicaban a captar clientes en una operadora telefónica, nada que pudiera darme pistas sobre la relación entre las dos amigas. Lógicamente ella también me preguntó:
―Y tú, ¿a qué te dedicas?
―Pues he tenido un mes loco trabajando para la Ashley Madison ― le contesté
―¿Para quién? ― me preguntó ella.
―Ashley Madison ― reiteré con firmeza, pero viendo que ella ponía cara de póker seguí ― ¡No me digas que no lo conoces!
―Pues no ― contestó Laura ― ¿qué es eso?
En el fondo no debía sorprenderme su inocente desconocimiento, pero aun así me extrañó, así que la saqué de dudas.
―Es una empresa que se dedica a promover aventuras infieles con discreción.
―¿Queeeé…? ― Exclamó con un gesto de sorpresa encantador y que mantuvo hasta que contesté.
―Lo que has oído, si quieres tener una aventurita infiel sin dejar rastro alguno, no tienes más que contactar con ellos.
―¿Y tú te dedicas a organizar los contactos? ― me dijo aún sorprendida.
―No, no ― le dije ― yo soy publicista, durante este último mes he estado promocionando la empresa en varias ciudades de España. Los contactos se consiguen a través de internet, bajo anonimato.
―No me lo puedo creer ― y tras quedar un rato pensativa siguió ― ¿Y a quien le puede interesar eso? Es como contestar a un contacto del periódico o algo así ¿no?
Me parecía muy interesante hablar con Laura de eso, estaba siendo una oportunidad para conocerla un poco más y mejor. Y le expliqué la “ventaja” básica.
―Bueno, si tienes una aventura infiel con un amigo o compi de trabajo siempre queda abierta la posibilidad de que antes o después llegue a saberlo tu pareja. Con este sistema no hay rastro alguno, y tú puedes tener tu infidelidad sin problemas.
Laura volvió a quedarse pensativa, hasta que me replicó con absoluta firmeza y convencimiento:
―¡Pero eso es absurdo! ― hizo una pequeña pausa, mientras me miraba con incredulidad, y siguió ― Es que no entiendo que una infidelidad se contrate de antemano, vamos que a uno se le ocurra un día, de la noche a la mañana querer ser infiel, así sin más, y que encima busque un desconocido para conseguirlo ― se mantuvo algo pensativa antes de concluir su opinión ― yo supongo que una infidelidad es algo espontáneo, algo que surge sin quererlo, simplemente porque se den circunstancias especiales que la provoque, pero sin haberlo meditado de antemano.
Su razonamiento era sincero y en el fondo coherente con su aparente manera de pensar, pero lo mejor es que dejaba cosas muy interesantes en el aire. Por si acaso intenté investigar más allá, echando un anzuelo:
―¿Es que te ha pasado eso a ti alguna vez?
―¡Nooo! ¡Claro que no! No lo digo por experiencia propia, por supuesto. Yo nunca he sido infiel a mi pareja. Es sólo una opinión ― hizo una pausa y siguió ― Además yo nunca he tenido necesidad de ser infiel ¿Por qué iba a serlo?
Su última frase invitaba aún más a ilusionarme. Seguramente Laura era de ese tipo de mujeres, felices con sus parejas, a las que ni se les pasaba por la cabeza ser infieles, pero ella misma no había cerrado la puerta a la posibilidad de que surgiera espontáneamente, hasta llegar a necesitar serlo. Era una perspectiva más que atractiva y observaba que ella seguía pensativa, dejando claro que el tema del que charlábamos seguía rondándola por la cabeza.
Verla así, tan callada, pensando en Dios sabe qué, hizo que mi imaginación se desbocara y que regresara el cosquilleo en mi polla. Empecé a pensar en que tal vez pudiera llevármela a la cama, no esa noche, claro, pero me propuse buscar durante el resto de la velada la forma de poder quedar con Laura otro día para intentar conseguirlo. Algunas de mis conocidas eran también casadas, pero volcadas alegre y conscientemente a la infidelidad. El caso de Laura era distinto, ella era una esposa fiel, seguramente muy feliz en su matrimonio, y eso hacía que follármela fuese difícil pero muy morboso y excitante. Aún así, necesitaba algún signo más por parte de ella que me diera más confianza para intentarlo. Se me ocurrió ver cuál era su reacción antes una maniobra tan inocente como la de apoyar mi mano descuidadamente sobre el nacimiento de su falda justo por encima de la rodilla, mientras le decía:
―Tengo la impresión de que esta conversación tal vez te resulte algo incomoda.
Laura observó mi mano posada sobre ella y me dirigió una mirada directa, pero no hizo gesto alguno para apartarla ni para recriminármelo. Simplemente me contestó:
―¡No, que va! En absoluto. Es que nunca había pensado en este tipo de cosas. Me ha resultado curioso que exista alguien que se dedique a eso.
Volvió a quedarse pensativa y entonces fue ella la que me preguntó:
―¿Y tú? ¿Buscarías una infidelidad a través de ellos?
Ahí ella me sorprendió. Tuve de inmediato la sensación de que hacerme esa pregunta era una de los cosas que le rondaba por la cabeza y que incluso le había costado hacerlo. Su interés por mí no era sino un acicate más para lo que yo ya estaba tramando.
―Nunca he tenido que pensar en eso ― contesté mirándola fijamente y sin quitar mi mano de su muslo ― Yo no tengo ataduras sentimentales, no puedo ser infiel.
―¿Ah sí? ¿No estás casado? Vaya, no sé por qué pensé que lo estabas. Debí imaginármelo ― dijo ella bajando la mirada y quedándose una vez más pensativa sin poner reparo alguno a mi mano, dormida sobre su pierna.
Su estimulante pasividad me dio valor, y moví suavemente las yemas de los dedos de mi mano, lo suficiente para acariciar la dureza de su muslo, por encima de la fina tela de su falda negra, mientras que el cosquilleo se comenzaba a convertir en un ligero alzamiento de mi polla. Ojeé rápidamente alrededor y allí estaba Pepi, observándonos una vez más con atención y descubriendo mi insignificante, pero atrevido escarceo con Laura. Y entonces la muy cabrona se levantó de golpe, diciendo que ya estaba bien de charla, que tocaba bailar. Laura salió de su ensoñación, pero no se levantó de inmediato, dejando que le acariciara aún un poco más. Lo hizo lentamente, cuando ya todos habían abandonado la terraza, dejando conscientemente que mi mano resbalara hasta quedar lejos del dulce apoyo de su muslo. Entré tras ella, convencido de que poder tirármela no era tan descabellado.
Poco después todos estábamos en el pequeño salón de la casa bailando salsa y rumbas, algo que no se me da muy bien, aunque viendo moverse al greñas y a mi amigo Pedro, tampoco salía yo tan mal parado. La que se movía de miedo era Laura, o eso me parecía a mí claro, con mucha gracia y feminidad. Nuestras miradas se cruzaron varias veces, e incluso me pareció que intencionadamente por parte de ella. Cada vez la deseaba más. Lo único malo es que ella miraba con frecuencia su reloj de pulsera, casi anunciando que ya debía marcharse.
Llevaríamos una media hora de baile y yo aguantaba sólo para ver si conseguía tener la oportunidad de volver a abordar a Laura e intentar invitarla a comer un día, por muy casada que estuviera. En ese momento ella le dijo algo al oído a Pepi y esta quitó la música, Tal y como me temía, Laura anunció que se marchaba y el resto de invitados la imitaron. Mis planes parecían irse al carajo, pues no iba a tener tiempo ni de hablar con ella de nuevo. Iban ya saliendo todos de la casa y despidiéndose, cuando vi que Pepi cogía del brazo a Laura, quien ya tenía incluso su bolso al hombro, y la llevaba a parte en un rincón del descansillo, mientras los demás desaparecían por el ascensor. Yo, desilusionado, le hice señas a Pedro de irnos también, pues la verdad es que ya no me apetecía seguir allí, pero él no me hizo caso. No sabía de qué diablos estaban hablando las dos mujeres, pero vi que Laura ponía en más de una ocasión cara de contrariedad señalando a Pepi el reloj de pulsera, haciendo ver que era tarde.
Finalmente las dos se acercaron de nuevo a la casa, mientras Pepi decía:
―¡Joder! Lo que me ha costado conseguir convencerla de que se quede un poco más.
―Pero sólo un ratito ― matizó Laura con su preciosa sonrisa ― tengo a mi marido y a los niños solos en casa.
Justo antes de entrar en casa, me percaté de que Pepi, una vez más, me observaba y al descubrirla me lanzó una sonrisa, justo antes de abrazarse a Pedro y adelantarse al interior. Seguía sin entender esas miradas de Pepi, pero lo cierto es que igual que me había aguado la fiesta cuando invitó a todos a bailar, ahora me proporcionaba una oportunidad única para abordar de nuevo Laura. Una copa, Pepi y Pedro a su bola, muy difícil no tenía que ser encontrar el momento para charlar los dos a solas. Lo malo fue que Pepi insistió en lo de bailar y eso me jodió el plan, porque Pedro y Laura aceptaron seguir moviendo el cuerpo y yo no tuve más remedio que hacerlo también, con toda la desgana del mundo.
Llevábamos unos desesperantes 10 minutos bailando una música moderna que a veces yo oía por la radio. Tenía que hablar como fuera con Laura y pensé hacerlo en medio del baile, aunque fuera a voces, cuando de pronto el ritmo cambió, como la noche y el día, y empezó a sonar una música lenta y melódica. Ante nuestra sorpresa general Pepi trato de explicarse:
―¡Uyy! Lo siento. Se me ha colado este tema ― y acercándose a un sorprendido Pedro le dijo ― bueno, ya que estamos, ¿por qué no?
Y se agarraron los dos, dejándonos a Laura y a mí paralizados, sin saber muy bien cómo reaccionar. Laura pareció hacer un amago de dejar la improvisada pista de baile cuando Pepi se dirigió a ambos:
―¡Vamos chicos! ¿Qué pasa? ¡Acompañadnos en el baile! ― pero nosotros seguíamos indecisos y ella añadió, dirigiéndose directamente a mí ― Venga, no mordéis ¿no?
Yo no sabía interpretar el comportamiento de Pepi, pero lo cierto era que me lo estaba poniendo en bandeja de plata y no podía desaprovecharlo. Ante una todavía aturdida Laura me acerqué a ella y la tomé suavemente de la espalda y el costado. Afortunadamente ella me siguió, poniendo un brazo sobre mi hombro y apoyando una de sus manos sobre mi pecho, en claro ademán de querer guardar las distancias. Empezamos a bailar despacio y muy separados, pero yo la notaba en tensión, suponía que por la situación, aunque en el fondo ésta tampoco tenía nada de especial, simplemente era rara, por poco habitual. No estaba muy convencido de proponerle en ese momento la cita y me pareció que tal vez era preferible que nos sentáramos a hablar. Le pregunté con cautela:
―¿Estás bien? ¿Prefieres que vayamos a la terraza a beber algo?
Laura me miró con esos embelesadores ojos marrones oscuros y esbozó una sonrisa
―No, no te preocupes. No pasa nada.
―Es que te noto tensa
―Hace mucho que no bailo agarrado, ni con mi marido. Se me hace raro, pero me gusta bailar y además me apetece. Venga, sigamos bailando, acompañemos a estos tortolitos.
El “me apetece” me encantó, indicaba que se encontraba a gusto bailando conmigo, eso era un as a mi favor a la hora de triunfar en lo de verla otro día. Seguimos girando y al poco tuve la sensación de que ella estaba menos tensa, de que incluso se movía con más naturalidad que yo. Tener tan cerca a esa mujer me alteraba, eso era evidente, y pensé que ese era el momento de poner en marcha mis planes parar quedar con ella otro día.
―¿Qué horario de comida tenéis en el trabajo? ― le pregunté sin rodeos.
Laura me miró con extrañeza, esbozó su sonrisa y se tomó un tiempo antes de contestar:
―¿Y eso? ― y dejando pasar un rato, como si pensara la respuesta, siguió ― tenemos una hora para comer ¿Era eso lo que querías saber, verdad? Suelo comer con Pepi u otras compañeras, pero a veces lo hago sola.
Parecía querer ponérmelo a huevo, diciendo que a veces comía sola, tanto como que sabía hacia donde iba yo. Le seguí el juego.
―Veo que eres un poco bruja, así que sabrás cual es la próxima pregunta, aunque no sé si contestarás lo que quiero.
―A ver, deja que adivine. Me vas a invitar a comer, pero crees que como estoy casada no aceptaré ¿verdad? Pues claro que no aceptaré ― concluyó, dejándome más cortado que una paraguaya y sin palabras. Ella seguía mirándome risueña, notando mi desconcierto y decepción, y amplió su sonrisa antes de volver a hablarme:
―Que no hombre, que es una broma. Claro que podemos quedar a comer un día ¿por qué no? Me gustaría. Además me tienes que contar más cosas de esa Madi Fenison ― y apoyó suavemente su rostro sobre mi pecho y hombro.
―¡Estupendo! ― exclamé ilusionado, sin corregirle lo más mínimo el mal pronunciado nombre.
Me sentía genial bailando agarrado a esa preciosa mujer, aunque fuera a distancia. Además iba a quedar con ella otro día y eso me iba a permitir explorar lo que para mí era todo un terreno virgen por descubrir, como era conquistar y llevarme a la cama a una preciosa y fiel esposa. Desde luego no iba a dejar de intentarlo. Incliné mi cabeza y la junté a la altura de la suya, mientras bailábamos al son de la música lenta que seguía desgranando notas desde hacía un buen rato. Instintivamente intentaba arrimarme más a Laura, pero su mano en mi pecho me lo impedía.
En uno de los giros me fijé en la otra pareja, y coincidí con Pepi, cruzando ella, una vez más, su mirada con la mía, tal vez llevaba haciéndolo un buen rato ¿Pero qué diablos quería decirme con tanta mirada? Mientras pensaba en ello, la anfitriona se separó de Pedro y apagó la luz principal del salón, regresando con su pareja. La estancia quedó sumida en una cálida e intima penumbra, iluminada tan solo por la pequeña luz de una lamparita de mesa al fondo del salón. Ni que decir tiene que la semioscuridad hizo subir la temperatura erótica ambiental un par de grados.
Pero en mi caso subió varios grados más cuando poco después Laura retiró de mi pecho su brazo atenazador y me lo puso junto al otro rodeándome por el cuello. Tardé unos segundos en reaccionar, lo justo para convencerme de que con ese gesto voluntario, ella estaba quitando todo obstáculo para arrimarme a su cuerpo. Aún dudaba, pero debía arriesgarme y la arrastré hacia mí con suavidad. Noté con alegría que ella no ponía oposición alguna y al poco pude sentir todas sus carnes apretarse a las mías. El baile se sumergió en un tono de erotismo que crecía y crecía, del mismo que lo hacía mi polla, sin esconderse para nada a Laura, que ya tenía que sentir claramente mi erección, sin que al parecer eso la incomodara. De igual modo yo notaba su pubis contra el mío y sobretodo la rotundidad de sus pechos, que ya presagiaba su holgada blusa. Sumamente excitado con lo que estaba pasando, quise ver qué más podía sacar de lo que quedara de baile, poniendo mis manos en funcionamiento para acariciar la espalda de Laura. Tanteé toda su piel por encima de la blusa arriesgándome en ocasiones por los costados hasta casi rozar sus tetas, que como intuía, se sentían voluminosas a la presión.
Pero lo mejor era que Laura no estaba quieta, me acariciaba de cuando en cuando el pelo del cogote y eso me dio más ánimos para seguir y ocuparme de su trasero. La falda era bastante fina y mi mano inquieta pudo sentir con deleite la redondez de su culito. Acaricié abiertamente todo su trasero y noté la marca del elástico de sus bragas. No usaba tanga, sino una prenda convencional y tal vez por ello recordé en ese momento que en realidad estaba manoseando una mujer que decía estar felizmente casada y que jamás había sido infiel. Pensar en ello me provocó un placentero escalofrío y unos deseos incontrolables de ir aún más allá, pero recordé que no estábamos solos allí y levanté la mirada temiendo lo peor. En efecto allí estaba Pepi contemplándome a mí a y mi mano paseándose por el cuerpo de Laura. Eso me hizo parar y casi retroceder. Valoré la posibilidad de invitar a Laura a irnos de allí, pero sabía que era el encanto de la situación que se había creado la que me estaba permitiendo disfrutar de ella. Laura apoyaba su frente en mi pecho, con el rostro agachado, ajena por completo al comportamiento de su amiga. Tras un par de giros más vi que Pepi seguía mirándonos, pero sin decir nada, casi como una voyeur a la caza de su presa, y decidí pasar de ella, o tal vez contentarla, para buscar lo que más ansiaba ya, tocar directamente la carne de la preciosa mujercita con la que bailaba estrechamente agarrado, esperando que ella siguiese consintiendo en dejarme meterla mano allá por donde yo quisiera.
Bajé una de mis manos por su muslo y comencé a enrollar la fina tela de la falda. El camino seguía libre y me apoderé de su carne tibia a medio muslo. Acaricié la zona descubierta circularmente y avancé rápidamente. Me apoderé de su culo y le magree los cachetes, deleitándome con la redondez de los mismos. Temía que la música terminara y estaba tan encendido que pensé en investigar cuanto antes a la zona de su sexo. Cuando Laura notó que me separaba para facilitarme el paso a la zona de su coño, me cogió la mano y la retuvo, diciéndome suavemente al oído:
―No Antonio, no. Estoy muy a gusto, estoy muy bien. No lo estropees.
Yo no entendí su actitud. Me estaba dejando sobarla a conciencia y ahora me frenaba en seco. Contesté casi con la inercia de la premura:
―Vámonos a otro sitio, Laura. No nos quedemos aquí.
―Chissss, ― me susurró aun mas sensualmente ― he dicho que no lo estropees, por favor.
―Perdón ― le dije apesadumbrado y confuso
Ella arrastró mi mano de nuevo sobre su trasero, manteniendo la suya encima, pero dejando que la moviera libremente por esa zona. Giró levemente la cabeza dejando su cuello a la altura de mis labios. Sin tener ya muy claro cuál sería su reacción, la besé allí suavemente, sintiendo en ella un claro estremecimiento de placer, por lo que de inmediato busqué su boca, encontrándome con un rechazo suyo que me desconcertó aún más. Tal vez ella estaba a gusto sólo con esos escarceos amorosos, propios de adolescentes, pero yo quería más, no me podía conformar con bailar agarrados y tocarle el culo o rozarle el cuello con mis labios. Un nuevo intento fallido de meterle mano por su zona púbica me enfadó y pensé en dejar de bailar y desistir de Laura. En ese momento escuché el ligero ruido de una puerta cerrarse. Laura separó el rostro de mi cuerpo para mirar y de inmediato se volvió a apoyar en el. Al girar me percaté que Pepi y Pedro ya no estaban allí con nosotros, nos habían dejado solos, probablemente para ir a follar.
Pensar en la pareja follando me excitó aún más y decidí acabar con esa absurda situación. Una vez más intenté tocarle su zona delantera, pero en esa ocasión no encontré la resistencia de Laura, aunque su mano permaneciera pegada a la mía. Daba la impresión de que la no presencia de Pepi y Pedro junto a nosotros hubiera roto sus barreras. Animado por ello, decidí cambiar la situación. Le cogí su mano, la apoyé sobre mi duro paquete y la solté viendo, con morboso gusto, como ella presionaba levemente mi polla por encima del pantalón. Libre de todo obstáculo, avancé decididamente hacia mi objetivo. Le acaricié el pubis por encima de sus bragas aterciopeladas e hice un primer recorrido en la zona de su raja. Laura se estremeció en esa primera pasada, en la que noté perfectamente marcado y húmedo el surco de su rajita, lo que ya me indicaba que su coño era de escaso vello. Intensifiqué mis caricias y comprobé con entusiasmo como la esposita empezaba a gemir y retorcerse con mis dedos, abandonando su juego adolescente. Hasta su mano cobro vida y empezó a tantear el tamaño de mi encendido cipote.
En ese momento supe que finalmente la noche no iba a acabar blanco y que no iba a tener que esperar a otro día para poder follarme a esa dulce y preciosa mujer casada. Metí mis dedos por debajo de las bragas y busqué sin más su ardiente clítoris. Cuando me puse a masturbarla Laura pareció descontrolarse y sus gemidos se hicieron demasiado sonoros. Volteé con la otra mano su rostro hacia el mío y pronunció en alto “¡Ay no!¡Nooo!”. Le reprendí suavemente con un “Shhhh”. Laura se frenó y entreabrió sus maravillosos ojos, diciendo en un tono más bajito “¡Déjalo ya, por favor!”, pero suplicándome con ellos que continuara adelante. Aproveché para ahogar sus gemidos besándola en la boca, y ella ahí sí que me respondió y con voraz pasión. Mientras nos comíamos las lenguas, la seguía masturbando, y tenía que sujetarla pues se retorcía de placer. Nunca había visto que una mujer se excitara tanto solo con la estimulación manual, hasta parecía poder correrse allí mismo, algo que desde luego yo no quería que aún sucediese. Empezaba a sentirme algo incomodo así y pensé otra vez en llevármela de allí, pero temía estropearlo todo si ella se enfriaba. Oteé en la penumbra de la habitación y me percaté que, además del baño, solo había un dormitorio, donde seguramente estaban Pepi y Pedro. La única opción que me quedaba era el sofá y allí arrastré a Laura con el firme propósito de tirármela cuanto antes.
Ya en el sofá me puse sobre ella y sin dejar de besarla en la boca di una primera pasada con mis manos sobre sus tetas, comprobando que efectivamente eran grandes y esponjosas. Le desabotoné a toda prosa la blusa y ella misma se aprestó a desabrocharse el sostén por la espalda. En un momento la dejé desnuda de cintura para arriba y me apoderé de sus grandes pechos, algo blandos, pero con unos pezones voluminosos y duros por la excitación. Me dediqué a ellos unos instantes comprobando que acariciárselos no era lo que más ponía a Laura, de modo que me deslicé hacia abajo para besárselos mientras que le volvía a meter mano en el coño, por debajo de las bragas, para concentrarme en su rajita, pues no quería que perdiera su calentura. El efecto fue instantáneo, Laura comenzó de nuevo a gemir y moverse al toque de mis dedos en su clítoris. Me maravillaba y gustaba comprobar la pasión y calentura de esa mujer con solo masturbarla. Me preguntaba si su cornudo marido se lo haría también o no. Laura tiró de mi pelo hacia arriba, obligándome a unir mis labios con los suyos. Su lengua jugaba con la mía con el mismo descontrol que movía su pelvis al compás de mi estimulación. Joder con la casada, como besaba la tía.
No me quise detener mucho más en ese juego, quería follármela ya, pero antes quería contemplar y comerme ese caliente chocho cuya fidelidad iba a profanar. Imaginaba que si con los dedos Laura se excitaba tanto, con la lengua iba a ser la leche. Repté sofá abajo rozándola con mis labios en mi descenso. Miré su rostro, la boca entreabierta y los ojos cerrados, soltando gemido tras gemido, pues yo no había querido parar en ningún momento de pajearla, aunque ahora utilizaba el pulgar en lugar dl dedo índice, por mi posición sobre ella. En ese momento también me percaté de que ya no sonaba música alguna, oyéndose sólo los gemidos de la mujer que tenía por fin a mi merced.
Dejé de masturbarla para quitarle la falda y dejarla solo con unas bragas blancas, de tejido parecido al terciopelo. Las bragas no tenían nada de especial, pero a mí lo que me interesaba era lo que ocultaban. Cuando empecé a bajárselas, muy despacio, ella cerró púdicamente sus piernas, aunque ya no podía hacer nada por evitar enseñarme su chocho. Descubrí primero un monte de Venus con escasos y diseminados pelillos antes de dejar asomar el principio de su brillante raja. Una vez tiradas las bragas al suelo, le fui separando y alzando los muslos, sin hacer ningún caso al poco convincente “esto no, no puede ser” que pronunció ella mientras se intentaba cubrir. Un intenso aroma a sexo femenino inundó el aire cercano a mi nariz, cuando aparté las manos de Laura y por fin quedó a mi vista. Ahí estaba, todo para mí, el coño de esa fiel y bella esposa.
La visión era embelesadora, la raja era muy larga y aparecía muy cerrada salvo el bultito que formaba en la parte superior lo que sobresalía de los labios mayores. Unos penachillos de vello largos y castaños se esparramaban por los bordes de su rajita, Tal vez yo estaba muy salido, después de tanta inactividad, pero a mí me parecía un coño precioso, aunque lo mejor vino cuando fui abriendo los pliegues con mis dedos, descubriendo un surco tortuoso y muy profundo, completamente húmedo y lubricado. Laura miraba expectante y yo lance mi boca en picado sobre esa maravillosa raja, la lamí, la mordisqueé, cogí sus pliegues con mis ansiosos labios, metí mi lengua por su ácida abertura y me volqué con su clítoris, esperando que Laura se contorneara baja mi trabajo y a ser posible hasta que me echara su jugos corriéndose.
No encontré la reacción que deseaba. Ella permanecía rígida y ni tan siquiera gemía. Temí que perdiera la excitación, con lo que volví a usar mis dedos para estimularla, y eso funcionó, una vez más. Me di cuenta de que el sexo oral no era de su gusto, o eso es lo que demostraba y si ella no gozaba no tenía tampoco atractivo para mí. Había llegado el momento de penetrarla, de follarla bien follada, de que los cuernos a su marido fueran completos. Cada vez que pensaba en su condición de casada y en el marido en casa con los hijos, ajeno a todo lo que le estaba haciendo y le iba a hacer, me sacudían unas sensaciones morbosas y desconocidas. En eso Laura me sorprendió agradablemente:
―¿A qué esperas, Antonio? ― me dijo sensualmente entre gemido y gemido ― ¡Házmelo ya! Vamos, estoy esperando.
Me incorporé y me quite rápidamente toda la ropa, Me acerqué a ella, enseñándole mi polla, completamente tiesa y dispuesta. Laura acerco su mano y me la acarició suavemente en toda su extensión, incluidos los huevos, para luego darme uno cuatro o cinco meneos que me parecieron increíbles.
―Házmelo ― repitió, usando esa curiosa palabrita, como si le diera miedo decir “follame” ― vamos, ponte el preservativo ― añadió, soltando mi instrumento y colocándose mejor en el sofá.
Un escalofrío me recorrió. No tenía globitos, no había pensado ni por lo más remoto que fuera a necesitarlos esa noche. Y Laura seguro que tampoco tenía, claro. ¡Qué problema!
―No tengo condón ― le dije con un hilo de voz
―¡Nooooo! ― protestó Laura
―Podría pedirle uno a Pedro, seguro que …. ― y deje a medias la estupidez que se me había ocurrido y de la que me arrepentí al instante.
Laura sonrió ante mi falta de iniciativa y fue directa:
―Pues tendrás que bajarte. No creo que pase nada, pero mejor no arriesgar ― y me agarró de nuevo la verga, que había declinado, para volver a masturbarme, consiguiendo que recuperara de inmediato su esplendor.
Esa mujer era sorprendente, lejos de sus anteriores valores cándidos y melindrosos, ella se mostraba ahora firme y decidida en su propósito. No había pretexto alguno, ni que faltara el preservativo, ni que estuviéramos a apenas unos metros de distancia de su amiga Pepi y de mi amigo Pedro, ni que lo que iba a hacer significara ponerle los cuernos a su esposo y traicionar su feliz matrimonio. Quería follar, simplemente eso.
Me situé entre sus piernas y coloqué mi polla a la entrada de su coño, recreándome en esos últimos instantes previos a penetrar a la fiel esposa que tenía entera para mí. Al iniciar la deliciosa penetración sentí las paredes de su vagina adherirse por completo a mi verga mientras ella emitía un pequeño quejido de dolor seguido de un inmediato suspiro cuando se la enterré por completo. No soy de polla larga, pero sí la tengo gruesa, por eso los primeros movimientos, al follarla, los hice lentamente, para acoplar nuestros cuerpos Laura se aferró a mi culo y empecé a moverme ya con más rapidez, transformando sus suspiros en gemidos de placer. No quería perderme nada de ese cuerpo, me agarré a sus tetazas pellizcando sus grandes pezones y busqué su boca para besarnos. Por fin estaba follándomela, ella había sucumbido y gozaba a cada embestida, incluso arañándome el trasero y la espalda.
En un determinado momento ella despegó sus labios de los míos y me susurró:
―Házmelo más despacio, más despacio ― y añadió ― pero fuerte.
Ahí estaba otra vez con la palabrita, pero yo no estaba muy seguro de lo que quería, con lo de despacio y fuerte. Intenté complacerla, pero no tardó mucho en decirme:
―Mejor lo hacemos al revés.
―¿Hacer qué? ― le contesté, harto ya de la palabrita
―Pues eso ― contestó, empujándome suavemente para que me saliera de ella.
Se incorporó y me indicó que me tumbaran el sofá y entonces fui yo quien le preguntó:
―¿Qué es lo que me vas a hacer, Laura?
―Pues eso ― repitió, como sorprendida
―¿Eso qué? ― insistí, queriendo oír otra cosa de sus labios, mientras le sonreía con malicia.
Laura por fin captó el mensaje y aunque le costó, acabó pronunciando lo que yo quería escuchar
―Vale. Te voy a follar, eso es lo que te voy a hacer ― afirmó colocándose sobre mi y empalándose ella misma en mi herramienta.
Esa postura nunca ha sido muy de mi agrado, pero los siguientes minutos los recordaré toda mi vida. Ya en su primer descenso, Laura se movió con extrema lentitud, dejándose caer poco a poco hasta el fondo, para reiniciar la subida con igual lentitud. Los movimientos los fue repitiendo con igual cadencia lo que me hizo comprender qué era lo que ella quería con lo de despacio y fuerte. En cada bombeo iba notando como su coño se comía mi polla centímetro a centímetro, provocándome un placer indescriptible, haciendo que mi verga alcanzara un punto de erección que hacía a un más excitante la siguiente penetración. Laura acompañaba cada lento descenso sobre mi polla con un prolongado gemido que culminaba con una especie de quejido final cuando terminaba de ensartarse mi instrumento, antes de reiniciar la subida. Su corrida parecía muy cercana y yo mismo podía correrme también si seguía aplicándose en esa forma maravillosa de follarme. Me apoderé con una mano de uno de sus pezones y me puse a chupar el otro, estimulándola de tal modo que ya no pudo aguantar mucho más. En uno de sus descensos el tono del gemido fue mayúsculo u el quejido final, al terminar de hincarse en mi polla, fue un grito ronco y largo. Laura se corrió gimiendo y gritando sin control y tuve miedo de que Pepi y Pedro pudieran oírla, pero confiaba en que ellos mismos estuvieran a lo suyo.
Terminado su orgasmo, Laura se derrumbó sobre mí, quedándose quieta y suspirando suavemente, sintiendo mi verga, dura como una piedra, enterrada en su interior. La dejé relajarse hasta que ella misma abrió sus ojos para mirarme y preguntarme “¿Y tú?”. La besé dulcemente en los labios y le dije “salte”. Lo hizo y se quedó a la expectativa. Yo mismo la puse de rodillas frente al sofá e incliné su cuerpo hacia adelante. Me coloqué detrás de ella, contemplando la belleza de su redondo trasero, lista para ser embestida. Laura giró su rostro y sonrió viendo mi admiración por su culito, mientras me masturbaba frente a él. Fue inevitable inclinarme y meter mi cabeza entre sus piernas. Le lamí toda la raja y saboreé con deleite los restos húmedos y olorosos de su reciente corrida. Sin buscarlo me encontré ante el pequeño agujerito de su ano y decidí terminar ahí mi exploración, aplicándole unas caricias con mi lengua que la hicieron estremecerse. Tal vez por eso, cuando apunté con mi verga, ella debió pensar que iba a encularla y no dudó en mostrarme su rechazo.
“No, no, eso no” ― dijo mirándome con rostro de evidente susto.
No era mi intención hacerlo, no era el momento más adecuado para sodomizarla. El polvo comenzaba a durar bastante y en cualquier momento podían salir Pepi y Pedro de nuevo al salón, aunque eso a mí me preocupaba bien poco. Puse el capullo de mi verga a la entrada de su coño, calmando así sus temores sin necesidad de contestarle. Un fuerte empujón y de nuevo tenía mi polla enterradas en su delicioso chocho. Me agarré bien a sus caderas y empecé de nuevo a follarla, utilizando mi propia técnica, la de moverme de atrás a adelante salvajemente, agitando su cuerpo como a una muñeca de trapo.
Estaba disfrutando follándomela a placer, a lo bestia, profundizando en su sexo todo lo que podía, haciendo que todo su cuerpo se agitara con mi bombeo, y sobre todo sus tetas, que subían y bajaban en un delicioso y mareante meneo. Tenías ya unas ganas locas de correrme, pero lo de tenerme que salir del coño de Laura, para hacerlo fuera, me disgustaba enormemente. Entonces se me empezó a ocurrir una idea perversa, obscena y sobretodo muy difícil de conseguir. Seguí follándola mientras ideaba como ponerla en práctica y se me hizo evidente que lo primero que tenía que conseguir era volver a excitar a Laura, algo que ni yo misma sabía si era posible, una vez que ella ya se había corrido poco antes. Mantener el ritmo impetuoso con el que se la estaba metiendo no era lo más adecuado en ese momento. Debía aprovecharme de las enseñanzas y puntos débiles que Laura me había mostrado antes de llegar a su anterior orgasmo.
Dejé de follarla y la hice tumbarse en el sofá, boca arriba. Me puse sobre ella y al penetrarla, la besé en la boca. Eso era una de las cosas que ya sabía que le excitaba. La otra era aplicarme en su forma de follar y así lo hice, entrando y saliendo con lentitud en su coño pero profundizando en él todo lo que podía. Despacio y fuerte, como ella quería. El efecto fue inmediato, como demostraban sus crecientes gemidos y sus manos arañándome la espalda. A mí también me estaba atrapando, como antes, esa manera de follar, llevándome a un grado de excitación peligroso, cercana a provocar mi propia corrida.
En unos pocos minutos de jodienda, me di cuenta de que Laura ya estaba de nuevo lo suficientemente excitada como para querer correrse de nuevo. Debía salirme de su precioso coño, algo que me seguía costando hacer, e incluso por un momento pensé en dejarme llevar y correrme dentro de ella, pasara lo que pasara, pero estaba también seguro de que, si conseguía lo que me había propuesto, no me iba a arrepentir.
Bajé mi mano izquierda a su sexo y me puse a pajear su clítoris, mientras sacaba mi estaca de ella, incorporándome. Laura entreabrió los ojos y puso su mirada en mi polla que apuntaba al frente, dura e imponente. Ella seguramente esperaba que yo me corriera sobre su barriga, pero eso no iba a pasar, claro. Acerqué mi cara a la suya y la besé de nuevo en la boca, sin dejar de masturbarla, constatando que ella cerraba de nuevo los ojos y me correspondía con voracidad, de nuevo totalmente entregada. Mientras la besaba, la abracé por debajo de sus hombros, rodeándolos, moviendo su cuerpo suavemente hacia arriba para apoyar su cabeza en el brazo del sofá, para que ésta quedara a la altura de mi herramienta.
No me costó mucho conseguirlo, hasta ella colaboró, supongo que pensando que lo que yo buscaba era otra forma de aumentar su placer, sin saber que realmente ahora lo que buscaba era el mío.
Todo iba bien, tenía a esa mujer en mis manos, excitada y deseosa, y en la posición adecuada para abordar la parte más complicada del plan y que no era otra que conseguir que Laura me chupara la polla. Sabía por Pepi y por ella misma que no lo había hecho nunca y la posibilidad de que fuera yo el que disfrutara de su primera mamada, antes incluso que su propio y amado esposo, me tenía en un estado de excitación sexual sin precedentes. La tarea no era sencilla, debía romper sus barreras psicológicas y su rechazo natural a meterse en la boca una buena picha.
Aceleré el movimiento de mis dedos sobre su clítoris, mientras yo mismo me pajeaba. Laura se retorcía sobre el sofá, presa de la excitación, momento que aproveché para acercar mi polla a su cara y apoyarla sobre ella. Ella no reaccionó inmediatamente, hasta que notó mi capullo sobre sus labios. Ahí fue cuando, entre gemido y gemido, protestó suavemente
―Ay, no Antonio, es que …..la babilla ― y echó la cara al otro lado.
Maldije mi torpeza, al no haber tenido en cuenta la humedad en la punta de mi picha. Pero La protesta de Laura había sido mínima, mucho menor de lo que yo mismo esperaba. Me limpié y le volteé el rostro hacia mí. Aproveché que tenía los labios entreabiertos y le metí la punta de mi polla. Quería penetrarla por la boca tan despacio como ella misma hacía al follar, pero Laura, en uno de sus incontrolados movimientos de placer, se metió sin querer mi picha hasta la mitad. Un escalofrío de gusto y morbo me recorrió cuando vi mi verga a medio enterrar en su boca y sentí su calidez sin que ella la rechazara. Dejé de sujetarle la cabeza y comencé a meneármela entre sus labios, esperando que mis líquidos preseminales, mezclados con su saliva, no le produjeran asco alguno. En realidad ella estaba tan excitada que no creo que lo notara. Estuve un par de minutos haciéndome una de las más deliciosas pajas de mi vida, con mi polla a medio hundir en su boca. Vi que los gemidos de Laura se hacían más intensos, estaba próxima a correrse. Se apartó de su presa para susurrarme:
―No lo hagas dentro, ¿eh?
Y dicho esto dejó la boca entreabierta, dándome permiso para volver a metérsela. No dudé en hacerlo y en cuanto la tuvo dentro ella misma empezó a usar su lengua, mamándomela. Lo hacía con algo de torpeza, con sus sentidos más volcados al placer de su inminente corrida, pero para mí era una gloria que ella misma se aprestara a chupármela. Por si eso fuera poco, Laura acercó su mano a mis huevos para acariciármelos. Una vez más me vino la imagen de su marido, allí en su casa, viendo la tele y pensando que su mujercita se entretenía charlando en casa de una amiga. Esa imagen y la excitación que me producía Laura chupándomela fue demasiado. Me di cuenta que me iba correr en poco y eso hizo que instintivamente comenzara a follarme a Laura por la boca, intentando llegar lo más adentro que podía. Tras unos instantes de maravillosa follada, Laura dio un fuerte respingo y con un largo y sonoro gemido inició su segundo orgasmo de la noche, justo en el momento en que yo mismo notaba mi leche subir por mi verga, lista para derramarse también. Me salí a toda prisa de su boca para correrme fuera, pero no pude evitar quedarme apuntando a su bello rostro. Dos largos chorretones de leche le cubrieron cada lado de la cara, cubriendo incluso sus ojos, que mantenía cerrados. Era demasiado morboso y excitante ver su boca aún abierta, mientras seguía corriéndose. Haciendo caso omiso de sus deseos y cumpliendo los míos propios, volví a metérsela por la boca mientras un tercer chorro salía disparado a su paladar. Los siguientes fueron ya directamente a su garganta, mientras yo me corría a gusto y copiosamente, empujando mi picha al fondo de su boca.
Nuestras dos intensas corridas simultáneas llegaron a su fin. Laura me miraba, desfallecida. Entre sus labios aún se sumergía mi polla, nadando en el charco natural de semen y saliva que se había formado en su boca, mientras yo me sujetaba la base, meneándomela suavemente.
Repentinamente subió la intensidad de la luz.
―¡Vaya, vaya con Laura! ― escuché la voz de Pepi junto a nosotros
Laura soltó de golpe su caramelo, incorporándose y exclamando en alto:
―¡Pepi! ¿Qué leches? ― al hablar dos grueso goterones de lefa se escaparan de su boca ― ¿Qué haces aquí? ― siguió, mientras se tragaba lo que aún le quedaba dentro.
―¿Que qué hago aquí? ¡Pero si esta es mi casa! ― replicó Pepi con aire de ofendida ― Más bien, ¿qué haces tú?
―Quiero decir que qué haces aquí, en el salón, creía que estabas con tu novio.
―Claro que estaba con él, pero no has sido muy silenciosa precisamente ― y añadió con sorna ― ¡si te vieras la cara! Creo que con tanta leche, la próxima vez que tengas que correr lo vas a hacer muy bien.
En ese momento vi salir a Pedro del dormitorio de su chica, acercándose a nosotros, mirando atónito el cuadro que allí se desarrollaba.
―¡Madre mía! Esto no puede estar pasando ― murmuraba Laura sobresaltada, mientras se quitaba con los dedos los restos de leche esparcidos por su rostro, sin importar a donde los echaba, sacudiéndoselos después y salpicando todo a su alrededor, incluso a nosotros.
―¡Ay Dios! ¡Ay Dios! ¿Cómo he llegado a esto? ― se decía a sí misma, evidentemente muy nerviosa.
―Como has llegado no parece muy difícil de entender, querida, lo que no sé es qué vas a hacer ahora ― intervino de nuevo su amiga, que volvía manifestarse con notable crueldad ― supongo que afrontarlo y decirle a tu marido lo que ha pasado aquí esta noche ¿no crees?
Laura la miró con enfado y le recriminó:
―¡Tú no estás bien! ¿Cómo voy a decírselo? ― y bajó la vista unos segundos, justo antes de levantarse, preciosamente desnuda, y abandonarnos rauda y pesarosa, murmurando ― ¿Qué leches hago ahora? ¿Qué hago?
―¡Joder, quien me lo iba a decir! ― nos dijo Pepi a los dos, mientras Laura se metía en el baño.
Pepi la siguió y se encerró con ella. Las oíamos hablar a distancia, básicamente a Pepi que parecía sermonearla. Al rato esta última salió a recoger la ropa de Laura, esparcida por el suelo, y regresó al baño con su amiga. Yo me puse el slip y vi a Pedro acercarse a mí y decirme algo apagado:
―¿Y quién te lo iba a decir a ti?
Vi que mi buen amigo me sonreía sinceramente, contento y feliz de que mi nefasta noche hubiera tenido ese giro tan imprevisto.
―¿Sabes Pedro? ― le dije ― te debo una comida, o dos o, bueno, las que quieras. Aunque no lo creas, gracias a tu invitación probablemente he disfrutado del mejor sexo de mi vida.
―No exageres ― me contestó ― tú has pasado ya por muchas mujeres, esta es una más ¿no? Además, ya la has visto marcharse, se la veía mal, muy jodida. Es una mujer casada, con compromisos, con la vida arreglada. ¿Crees que está bien lo que le has hecho?
Tardé unos segundos en contestar, mientras seguía vistiéndome. Quería que entendiera lo que yo sentía. Finalmente le dije:
―Precisamente eso es lo que me ha hecho disfrutar como nunca. Tú lo has dicho Pedro, está casada, felizmente casada y vive en completa armonía con su marido e hijos. Pero hoy le ha puesto los cuernos a su esposo y lo ha hecho conmigo, he sido yo el que se la ha tirado, tío. Y ahora parecerá estar arrepentida, pero te juro que ha disfrutado como una cerda, que me ha pedido ella mism
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