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Categoría: Confesiones

El cumpleaños

Cada vez que se aproxima mi cumpleaños me entra una especie de hastío. Algunas veces creí que era por encontrarme lejos de mi familia y de mi país, pero cuando lo pienso bien me doy cuenta que siempre fue así. El de mis 28 años no sería diferente, al menos en esa sensación.



Recuerdo que el día anterior estaba nublado y frío, se sentía el otoño y yo conducía silenciosa la furgoneta de la escuela, mi marido me acompañaba y me miraba de reojo, seguramente me estaba estudiando como lo hacía siempre.



Yo tenía los cabellos atados con un turbante rojo y con los anteojos, se me podía confundirme con una secretaria administrativa, pero estaba remplazando a una profesora de Historia. El remplazo era solo por un mes y medio, entonces no quería separarme de lo que ella hacía y me limitaba a seguir su sistema. Ella daba clases interactivas y eso me dio la idea de matar dos pájaros con una misma piedra, decidí llevar al día siguiente a mis alumnos en bicicletas a visitar algunos lugares históricos y, de paso, me distraería el día de mi cumpleaños. El director me autorizó y hasta me dio una dirección donde se podían alquilarlas y que ya trabajan con diferentes escuelas.



Yo decidí ir a buscar las bicicletas la tarde anterior y le pedí a mi marido que me acompañase para ayudarme a cargarlas en la furgoneta de la escuela.



El vehículo se desplazaba rápidamente y cuando atravesamos unos bosques, imprevistamente sonreí sin decir nada, apenas una luz extraña debe haber brillado en mis ojos. Pero mi marido conocía bien ese brillo de travesura y mis sonrisas sin explicaciones, sabía que estaban siempre ligados a mis deseos sexuales. "el espíritu de Asmode" lo llamaba él. Entonces puso su mano sobre mi pierna y sobre el pantalón me hizo una caricia comprensiva y volví a sonreír sin aminorar la velocidad.



El depósito era un enorme galpón y, cuando llegamos, dos hombres se narraban entre ellos historias de mujeres, yo hice como que no los había escuchado, sin embargo mi marido sabía que los había hecho y seguramente sintió que mis pensamientos de mujer estaban llenos de fantasías sexuales, era nuestra complicidad de pareja.



Llena de curiosidad examiné ese lugar con la vista. Era un inmenso depósito donde había cientos de bicicletas colgadas desde el techo, apiladas contra las columnas y otras tantas apoyadas sobre los muros que no dejaban espacios abiertos. Jamás había visto tantas bicicletas juntas. Al fondo del hangar se encontraba, casi oculta, una pequeña puerta que daba a la oficina administrativa. En realidad, la oficina era otra sala más pequeña, ocupada con grandes cajas de cartones y respuestos de bicicletas. Y, hacia un costado, casi debajo de una ventanilla de ventilación, había un antiguo escritorio de madera rústica con papeles desordenados y ceniceros que no habían sido limpiados nunca. Sobre el escritorio de madera, entre algunas piezas de bicicletas, se hallaba una medalla de unos 6 cm de diámetro con una figura erótica en relieve de una mujer en pollera y sin bombacha inclinada hacia adelante mostrando su culo, como invitando a que la penetraran. Yo fui la primera en descubrirla y le hice señas a mi marido para que también la contemplara.



El olor a humedad que había, el ambiente interior casi sin ventilación de esa sala y la presencia de los dos hombres con ropas de trabajo y manchados de grasas engendró en mí una situación rara, ambigua y un pensamiento vertiginoso me golpeó la cabeza ¿Qué arriesgaría yo si eso hombres me violaran? En el mismo instante que pensaba eso una sonrisa furtiva se dibujó entre mis labios, casi como un gesto. Mi sonrisa fue breve, pero no tanto como para que se le escapara a mi marido que también sonrió, pero no dijo nada. La complicidad entre nosotros, de nuevo flotó en al aire, era esa misma complicidad que habíamos vivido desde que nos conocimos cada que los deseos florecían epidérmicos y totalmente salvajes en cualquier de nosotros.



Esa noche mientras cenábamos recordamos el depósito y le comenté que los imaginaba primitivos, brutos y groseros y que me violaban descaradamente. El también rió de buenas ganas delante de mis fantasías de envilecimiento y ultraje y comentó:



-O uno se queda con las fantasías o uno las vive. No hay cien alternativas. ¿Hasta dónde estas dispuesta ir en la búsqueda de tu placer?



- Eso no lo sé nunca de antemano; respondí riéndome. Luego hicimos el amor como dos seres que se aman y se buscan.



Al día siguiente desperté de nuevo con el hastío de mi aniversario y, con esa misma sensación, me fui a la escuela. Durante el día imaginé que mi marido me esperaría esa noche con una cena festiva, como hacía en todos mis cumpleaños desde que nos casamos. Eso era totalmente previsible y servía para acentuar más mi tedio.



La salida con los alumnos se extendió bastante más de lo previsto y debía apurarme para llegar antes que cerraran el hangar sino correría otro día de alquiler y el director me mataría. Ya era tarde cuando llegué con las bicicletas al depósito y los hombres ya habían cerrado los portones y tuve que golpear. El día continuaba nublado y yo acarreando el hastío que me había acompañado todo el día. Después de descargar las bicicletas los dos hombres me invitaron a pasar a la oficina del fondo para controlar los papeles; de nuevo ese ambiente movilizó mis neuronas y presentí algo extraño en el aire, esa sensación extraña que despertaba mi excitación.



Yo vi mi piel bronceada reflejada bajo la penumbra cruda del lugar. Yo estaba vestida con una pantalón vaquero y une remera marcando mis formas de mujer joven y sensual. Entonces sentí que mis fantasías de violación no había desaparecido totalmente, al contrario mes hacían cosquillas por el cuerpo y mi vagina comenzaba a humedecerse. Yo sentía mis senos duros e hinchados por la excitación que ya trepaba por mi cuerpo a causa de mis propios pensamientos. Mi marido sabía decir que el pantalón vaquero era una trampa porque inventaba a las mujeres un cuerpo casi perfecto, de nalgas sostenidas y artificiales. Sin embargo yo sabía que mi cuerpo era atractivo con cualquier tipo de vestimenta, además era lo más práctico para andar en bicicleta, por eso me lo había puesto. Muchos hombres ya habían acariciado los contornos de mi cuerpo y yo conocía el poder de su seducción, sabía que no necesitaba de pantalones vaqueros para valorizar mi cola ni mis piernas. Tal vez fue esa experiencia que me hizo percatar rápidamente del comportamiento ansioso de esos dos hombres y estuve a punto de largar una carcajada.



Yo podía haberme mostrado altanera, fría y seca, pero era mi cumpleaños y decidí ser amable y sonriente, hasta entré más mi vientre plato para remarcarles mejor mis senos . Uno de esos hombres estaba frente mío, detrás del escritorio controlando los papeles y el otro se había ubicado casi pegado a mi costado. Entonces me acerqué discretamente sobre el que estaba a mi lado hasta rozarlo casi al descuido, sabiendo que eso aumentaría su ansiedad bestial. La reacción no se hizo esperar y, también como si fuera casual, él tocó mi pierna con la mano como esperando mi reacción. Yo no dije nada, solo le sonreí mirándolo a los ojos y él comprendió el mensaje, apoyó directamente su mano sobre mi cola. Al principio se limitaba hacer algunas caricias tímidas y furtivas sobre mis nalgas. Yo sentía su mano que subía y bajaba por la línea de mi cola, mi adrenalina montaba y mi útero sudaba sus flujos vaginales. Entre reticente y media divertida con la situación me dejé llevar en ese juego erótico. El tipo ya no ocultaba sus deseos ni sus intenciones y se había instalado detrás mío pegando su sexo sobre mis nalgas y sus manos aprisionaban descaradamente mis senos, parecía que me pretendía ordeñar como una vaca.



Yo sentía la emoción invadir mi cuerpo, porque poco a poco descubría la concreción de mi fantasía y saboreé ese momento con deleite renovado. El hombre seguía desde atrás sus impulsiones manifiestas y bajó su mano nerviosa entre mis piernas. Yo estaba perpleja por su osadía y me estremecía procurando ocultar la excitación estimulante que invadía todo mi interior.



El segundo hombre nos observaba perplejo y como si no supiera que hacer me pidió firmar un papel y tuve que agacharme para hacerlo, ofreciendo mi cola en mejor posición al que me estaba refregando desordenadamente todo el cuerpo. Y de pronto me empujó por la espalda haciéndome caer sobre el escritorio. El hombre que estaba frente mío reaccionó y apoyó bruscamente sus manos sobre mis hombros reteniéndome con fuerza en esa posición. Yo estaba inmóvil, sabiendo lo que vendría, sintiendo la agresividad de esos hombres salvajes, mi sangre bullía con fuerza. Un fuego inmenso devoraba mi vientre, mis senos y mi vagina ya totalmente humedecida por el deseo de ser poseída. Sin embargo, dije haciéndome la sorprendida ¿qué están haciendo?



En esa posición aprisionada contra el escritorio, el primer tipo, trató de sacarme el pantalón y a pesar que yo levantaba mi cola para facilitarle el trabajo no podía hacerlo; entonces, incontrolado por sus deseos, me rompió el pantalón y la bombacha para poder quitármelos y quedé desnuda desde la cintura para abajo. Yo los dejé hacer, abandonándome a la violencia de eso dos hombres groseros y sin ningún tacto, ávidos de una aventura sexual inesperada. Las manos del tipo que estaba frente mío saltaron sobre mis senos y los estrujaban agresivamente, eran como tenazas que me aprisionaban con fuerza, que ni siquiera me dieron tiempo a sostenerme de los bordes del escritorio. El que estaba detrás mío metió su mano en mi vagina penetrándome sus dedos, luego escupió sobre la misma mano y bañó mi ano con su saliva; entonces se recostó en mi espalda con su sexo recto y me horadó directamente por el culo con vigor. Yo pegué un grito de dolor y mis ojos lloriquearon. Me sentía envilecida, abusada y ultrajada; pero, al mismo tiempo, sintiendo su largo miembro que trazaba un camino en el interior de mi recto, la sensación de gozo se repercutía en mi cerebro y en mis lágrimas.



Yo traté de apoyarme lo mejor que pude contra el escritorio, bajo la presión del primer hombre que continuaba a penetrarme cada vez con más violencia. Abusada, ultrajada y prisionera abrí la boca como para gritar porque me faltaba el oxigeno, pero al mismo tiempo hacía esfuerzo para no llamar la atención del exterior ya que sentía una mezcla de ansias, de miedos y de lascivia, de rabia y felicidad y levanté mi cabeza tratando de mirar al hombre que estaba frente mío esperando su turno para ubicarse también detrás. Mis nalgas redondas y mi culo sediento de carne humana los atraía como un imán.



Yo sentía las manos cerrarse sobre mis caderas a cada golpe de penetración que me daba y quise girar mi cabeza para observarlo ya que siempre me gustó ver cuando me penetran, pero no pude verlo; entonces busqué ver la excitación en los ojos del tipo que estaba frente mío, quería verle ese gesto de animal desesperado y primitivo, pero tampoco llegaba a ver su rostro a causa de la posición que me encontraba. Lo único que podía mirar era la bragueta de su pantalón que parecía querer estallar, rompiéndose ante la presión de su verga en erección.



El que me culeaba daba golpes secos y largos, y me cuerpo entero se sacudía por sus empujones repetidos de esa penetración anal brutal, sin tomar la precaución de haberme dilatado bien el ano. Sin embargo, todo mi dolor se transformaba en un placer sin límites; mis senos, mi sexo, mis riñones, mis nalgas reclamaban una perforación todavía más profunda, como si quisieran sentir toda la agresividad de ese hombre que me violaba sin piedad. Entonces, levanté ligeramente mis nalgas, procurando de abrir un poco más mi culo para que su pene pudiera entrar libremente hasta el fondo de mis entrañas.



En ese momento todo el acto era primitivo, brutal y animal y desde el fondo de mi vientre también se despertaron mis instintos primarios que me hacía sentir más salvaje que ellos mismo, porque era ya una mujer caliente hasta la punta de las uñas. E el ardor de mi vientre se desplazó hasta mi boca y me humedecí los labios con la lengua. Entonces, indignada por la indiferencia del tipo que estaba frente mío y que no se daba cuenta de mis propios deseos, estiré mi mano hacia su bragueta y le saqué con rabia del pantalón su verga inflada. Era un largo y grueso miembro violáceo, tendinoso y asqueroso como un sexo canino, pero yo estaba invadida por mis ansias y mis deseos bestiales. Yo relajé un poco mis piernas para elastizar mi cuerpo y con un enorme esfuerzo pude estirarme hasta que mis labios tocaron esa verga dura. Allí le agarré el sexo con mi mano y lo atraje con fuerza más cerca mío para que el hombre se pusiera a mi altura y poder pasarle la lengua. Yo estaba impaciente, descontrolada y desesperada de ganas de comerme esa pija y con rabia me la metí toda en la boca y comencé a chuparla succionando fuerte desde son glande hasta sus testículos. Era la única manera de despertarle el instinto macho a ese cagón.



El hecho de que no podía casi sostenerme, porque mi cuerpo continuaba pegado contra el escritorio, me hacía sentir un deseo desmesurado de la posesión carnal. El hijo de puta que tenía detrás me reventaba el culo como si estuviera perforando en busca de petróleo y el que tenía adelante había finalizado por agarrarme la cabeza con las dos manos inmovilizándome y me cogía por la boca como si fuera mi vagina, golpeando su miembro en mis laringes sin dejarme respirar.



Yo resentí la acumulación de sangre en mis senos y en mis órganos vaginales, sentí la acumulación de energías sobre los músculos de mi sistema nervioso y un temblor espasmódico que nacía desde mis sienes y se extendía por todo mi cuerpo, parecía que me iba a desvanecer de un instante al otro y, presa en ese vértigo de impulsiones, largué un orgasmo que inundó mi vagina, casi al mismo tiempo que mi agresor también largara su leche al interior de mi boca y sobre mi cara.



El hombre que estaba en mi culo al ver eso eyaculó al interior de mi recto con un grito ronco, como el guerrero que ha ganado su batalla. Luego me obligó a bajar del escritorio para arrodillarme frente suyo y que le chupe su verga. Era ya un sexo flojo, endeble y sucio que me dejó un gusto rancio en el paladar, una mezcla de excrementos y de esperma pegados en su glande y que el hombre me imponía para limpiarla con mi boca.



Durante más de una hora esos dos tipos robustos y ordinarios abusaron y ultrajaron mi cuerpo a sus antojos; durante más de una hora mis insultos y sus gritos groseros llenaron la oficina inmunda del depósito de bicicletas, durante más de una hora todo mi cuerpo y mis ropas se ensuciaron con el esperma de mis agresores, durante más de una hora mi útero escupía orgasmo tras orgasmo y el placer me embriagaba como si hubiera bebido mil vasos de vino ordinario. Fue hasta que se cansaron y me echaron afuera del depósito como un saco de basura, ya inservible a sus instintos.



Más tarde, en la furgoneta de la escuela me cambié el pantalón roto por una pollera corta que siempre llevaba en mi bolsa de mano. Después me detuve en el camino para tranquilizarme y fumar un cigarrillo. Pensé en todo lo que estaba sucediendo el día de mi cumpleaños; entonces largué una carcajada y decidí retornar a mi casa.



Cuando mi marido me vio entrar no dijo nada, se limitó a observarme de reojo mientras terminaba de acomodar rosas rojas sobre la mesa donde cenaríamos, pero seguramente se había percatado que a la mañana yo había salido de pantalón y a la tarde regresaba con una pollera corta. Luego mientras me estaba dando una ducha rápida, él entró al baño con una copa de champagne y preguntó:



- ¿Todo va como tu lo quieres?...



- Si, todo va bien; respondí sin dar mayores explicaciones.



La cena pasó casi en silencio y yo hacía como si mirara la televisión. Esta vez no pensaba contarle lo sucedido en el depósito de bicicletas. Esta vez lo guardaría egoístamente como un secreto precioso para disfrutarlo en silencio. Posiblemente él tendría la impresión de ser un intruso en mi pensamiento y allí estabamos uno junto al otro, casi como dos extranjeros, en la evidencia de una primera incomunicación en nuestra pareja. Era mi cumpleaños y esos hombres brutos y salvajes habían hecho desaparecer mi hastío. Era mi triunfo ante el destino y quería disfrutarlo sola.



Mi marido me miraba fijo a los ojos, como Pigmalión delante de Galatea. El me había construido a su imagen, él podía adivinar mis fantasías perversas y mórbidas que podrían impresionar a cualquier otro ser humano. Yo gustaba de la brutalidad primitiva en el acto sexual y no lo negaba. Yo buscaba en cada relación el corazón del placer, de nuevas sensaciones que cada vez pudieran aportarme orgasmos más eléctricos y profundos.



- ¡Yo te amo! Le dije repentinamente como para tranquilizarlo, porque venía de darme cuenta que en sus ojos había bastante incomprensión.



- La rabia en el amor es un condimento que libera las entrañas, pero la desconfianza es un veneno en la vida de todas las parejas... Respondió con suma calma.



-Te amo... volví a repetir.



Entonces me tomó intempestivamente del brazo y me arrastró hasta el dormitorio, dónde me empujó violentamente sobre la cama. Caí con la respiración entrecortada, pero medio sorprendida medio curiosa por esa actitud. El se puso a mirar largamente mis piernas que restaron descubiertas en la caída. Allí traté de girar mi cuerpo para sentarme o levantarme, pero mi marido fue más rápido, se arrojó encima mío con todo el peso de su cuerpo casi cortándome la respiración. Yo tosí un poco por nerviosidad y aprisionada con su cuerpo sentía su respiración sobre mi rostro.



- Puta... ¡Tu dueño soy yo!... Tu eres mi esclava; me gritó con bronca.



- Si, yo soy tu esclava y haré todo lo que me pidas; le respondí comenzando a excitarme de nuevo, son palabras que dentro del contexto sexual despiertan mis instintos de mujer sumisa. Y cerré los ojos, resignándome con extrema facilidad a lo inevitable, puesto que él ya estaba montado a caballo sobre mi garganta, sentado sobre mis senos con su sexo tendinoso jugando sobre mi cara. El sonreía con una fulgurosa y repentina excitación.



Con la cabeza tirada hacia atrás, los párpados a medio cerrar y mis labios abiertos, yo acataba otra vez las ordenes que me conducían al placer exquisito del sexo. Yo tenía ganas de chupar su verga, quería sentirla entrar hasta el fondo de mi garganta, pero como él no lo hacía abrí los ojos para ver el motivo de su rechazo. El sostenía con vigor mi cabeza inmovilizándome y, súbitamente, sentí un líquido tibio que se desplazó entre mis labios, era un gusto raro y un poco salado; entonces comprendí que me orinaba a pequeñas gotas en mi boca y sobre mis labios. La idea de que se venía el gozo acompañado de una progresión de suplicios, de afrontes y de agravios me hizo sonreír de felicidad. Yo amaba aún más a mi marido cuando era capaz de liberar todas sus perversiones creativas; allí él se volvía un animal primitivo y sin tabúes, justo el cocktel de sensaciones que yo necesitaba para sentir en mi propia carne el fuego, el dolor y la voluptuosidad del placer y tuve que hacer un esfuerzo para no tener un orgasmo tan rápidamente.



Sin lugar a dudas yo tenía la suerte de ser joven y de poder sentir mi cuerpo dispuesto para hacer el amor sin censuras, sin límites y un fuego interior devoraba cada vez más tripas y le reclamé toda su colera que podía contener. Yo gemía portada por un torbellinto de voluptuosidad.



- ¡Oh mi amor... es maravilloso! dije. Dije. Y súbitamente me empujó con energía, haciéndome girar sobre mí misma, acostándome contra mi vientre porque él pensaba penetrarme por el culo.



- ¡No, así no!... Me duele bastante.



- ¿Por qué?... Me preguntó , pero no respondí nada



Entonces, con un movimiento lento, pero inexorable, me metió su pija en mi ano y continuó a meterla con un movimiento de va y viene, él habitaba mi cuerpo con rudeza y ternura. Ese coito me llenaba de placer, sentía su miembro duro que taladraba mi recto seco y doloroso, pero que no lograba borrar mi satisfacción del momento ni mis recuerdos del depósito de bicicletas y eso aumentaba mi excitación. El orgasmo me reventó como un volcán al interior del vientre. Mis orgasmos anales siempre habían sido más fuerte que los vaginales, mi marido lo sabía.



El no se detuvo allí, y continuó a limarme rítmicamente el culo, produciéndome lágrimas voluptuosas de felicidad. Sentía en mis entrañas el calor que me devoraba como un roedor y terminé mordiendo la almohada para ahogar mis gritos. Lo quisiera o no yo estaba emocionada colosalmente, me sentía cómplice del hombre que me llenaba el cuerpo con su carne y, cuando él quiso sacar su sexo todavía erecto de mi ano le pedí que continuara su sodomía, que me penetrara más profundamente su miembro porque un nuevo orgasmo ya estaba naciendo en convulsión, como si hubiera recibido una descarga epiléptica de placer y que se desplazaba al interior. El deseo incontrolado de uno aumentaba el deseo del otro y él terminó por eyacular al mismo tiempo que yo lo hacía, y yo alcé mis nalgas para que su leche se evacuara bien al fondo de mi intestinos. El eyaculó con un sonido gutural, ronco, y yo con el grito triunfal de una amazona. Luego mi marido se recostó a mi lado con un cigarrillo en la mano, mientras yo quedaba extendida en la misma posición, tendida sobre la cama, como el cuerpo inerte de una diosa pagana que fue abandonada en la playa por las olas del mar.



Sin duda ese día había sido particular. Al fin podía pensar que había tenido un cumpleaños diferente. Entonces le pedí a mi marido que me ofreciera también un cigarrillo y le pregunté:



-¿Qué me has comprado para mi cumpleaños? Pienso que este año, lo que me ofrezcas me gustará más que nunca.



- ¡Mi amor... Tu regalo ya lo has tenido! Me respondió con una infinita ternura



- ¡No!... ¿Qué fue?...



Entonces abrió el cajón de la mesita de luz y sacando el medallón erótico que se encontraba en el depósito de bicicletas me lo colocó sobre el vientre.



- ¡Mi regalo fueron esos dos hombres que te violaron. Yo estaba escondido entre las cajas de cartón mirando como lo hacían!...


Datos del Relato
  • Categoría: Confesiones
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