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Categoría: Maduras

Paki, mi Diosa Madura.

Mi cuñada Paki siempre fue un icono para el que os habla. No se pueden explicar los sentimientos; aunque más que sentimientos, Paki despierta en mí un incontrolable impulso sexual. Más bien puedo contaros cómo es ella, y cómo sucedió. Todo hombre tiene un día que recuerda como el mejor de su vida, y que siempre lleva a gala en su secretismo interno. En mi caso, con solo treinta años de vida, ya puedo decir que tengo el mío. Y no crean que estoy falto de momentos inolvidables, pues no puedo quejarme, pero encontrar la compañía, en cama, de Paki es algo que me aupó a las nubes de una forma tan dulce y femenina, que el solo recuerdo hace que mi ánimo se venga arriba, rompiendo bajo mi bragueta.



Soy hombre de morbo familiar, más por cercano que otra cosa. Desde que empecé la relación con mi actual mujer, Paki, una de sus hermanas mayores, se convirtió en mi obsesión. No por belleza arrebatadora, no por cuerpo monumental, que nada de eso tiene; sino por hembra. Mujer de su casa, buena persona, con la belleza madura de las mujeres normales: jamona, voluptuosa y zalamera.



A sus cuarenta y seis años, lo que rodea a Paki es la sombra morena de las mujeres del sur de España. Pelo moreno caído sobre sus hombros, ojos negros y morena mirada de tizón dulce. Piel blanca, pero no tanto, menos brillante de lo que realmente es cuando la ves totalmente desnuda. Sonrisa de buena gente, más o menos alta; aunque un poco más baja que yo, pónganle unos 170 cms, todos de hembra, desde los pies a la cabeza. Su tipo recuerda una juventud alegre y marchosa, que se escapa poco a poco; ¡oh, tiempo indomable!. el culo, y las caderas, en su sitio, aunque ampliados por la edad, pero ya quisieran mujeres que un hombre como yo arriesgara el cielo para caer al infierno agarrado a ellas, como hago con las caderas de Paki.  Pechos bonitos, agrandados en su cotidiano saber vestir, pero más pequeños y apetitosos al tacto. Como dos peras gruesas, de pezón amplio y aureola espléndida, suave y sensible.



Una mujer con la que perderse. La mejor cuñada que se puede tener. Mi mayor secreto. Orgulloso de ella. Si me pidiera dinero por verla se lo daría como a la más caras de las putas. Esa es Paki para mí, si fuera perfecta no me atraería en absoluto.



Imagino que todo lo que ocurrió desde que nos conocimos contribuyó. Desde cada mirada furtiva, hasta cada vestido llevado por ella para gustar; solo por el placer de estar guapa. Desconozco si ella me vio como yo a ella desde el principio. No sé si alguna vez fantaseó con estar conmigo, como yo cada noche que he puesto su cara a la de su hermana.



Las pajas pensando en ella empezaron pocos días después de verla por primera vez. En cada una la imaginaba en una situación diferente, y me creé un cuerpo imaginario. Y voto a Dios que la realidad supera la ficción. Ni mejor ni peor, solo diferente. Su olor, el tacto de sus carnes cálidas, sus gemidos, sus susurros dando ánimos cuando anduve galopándola… Nada de eso fui capaz de imaginar.



No pretendo aburrir al ávido lector con mis melancolías, deseos y sentimientos. Solo he creado un necesario marco donde situar esta historia real; como si de un cuadro se tratara. He visto oportuno describir cómo es ella, e intentar presentar mis emociones con la mayor veracidad posible.



Sepa, adorado lector, que su nombre es real, y su descripción física también.



Podría estar más tiempo explicando el devenir del océano que nos separaba al principio, y el cómo al final se convirtió en un estrecho riachuelo, en el que mojamos juntos nuestros más oscuros deseos. Pero el lector querrá masturbarse, espero poder ponérselo en bandeja. Paki merece muchas pajas en su nombre. Por tanto centraré mi relato en el fin de semana en el que ocurrió todo.



Hará como un año y algunos meses desde que uno de los hermanos de mi mujer, y por tanto de Paki, contrajo matrimonio en las afueras de un apacible, bello y poético pueblo de Andalucía. En un coqueto hotel enclavado entre pinares. Naturaleza desbordante. Los primeros colores del otoño daban tintes oro y pardizos al emblemático pinar. La luz del sol nos acompañaba con absoluta dedicación, pero con ese tono apagado y oblicuo con el que lo hace en el mes de octubre.



En aquel momento mi primer hijo tenía pocos meses de vida, y mi mujer dependía de adquirir tranquilidad para darle el pecho y cuidarle.



Muchos de los invitados, entre los que nos encontrábamos mi mujer y yo, contratamos habitación. Pero este no fue el caso de Paki. La mala situación económica por la que atravesaban, su marido y ella en el desempleo, hizo que ambos, y su hija, planteasen su vuelta en el autobús que por la mañana comunicaría con la ciudad a los invitados que así lo requiriesen.



Cuando el sol del sábado desapareció, una manta de estrellas cubría un precioso cielo carente de luna. Desde el balcón de mi habitación, lo contemplaba fumando un cigarrillo ya con el traje puesto y el pelo engominado. Dentro, sobre la cama, mi mujer daba el pecho, también vestida.



Al rato salimos camino de la recepción de la boda. Muchos invitados ya bebían y comían, charlando en grupos. Poco a poco fueron llegando más. Nosotros nos unimos con un grupo en el que ya estaban todos los hermanos de mi mujer, con sus respectivos y sobrinos.



Paki provocó mi primera erección de verdad. La mamada que me dio mi mujer sobre la cama una hora antes, no consiguió hacer circular la sangre en mi pene tan bien como la simple visión de su hermana mayor. Sonreía como solía, hablaba lo que solía: gallarda en conversaciones intrascendentales y callada cuando la inteligencia mandaba en la dialecta (no era amiga de culturizarse, la hembra de Paki). Vestía de azul marino, corto de faldera, mostrando una cuarta de muslo encima de la rodilla, y no demasiado escotado en una elegante terminación floral bajo el cuello. Espalda al aire hasta casi la cintura, disimulada con una chaquetilla torera negra, que también tapaba unos brazos desnudos hasta la axila. El pelo recogido atrás, con el flequillo algo caído sobre la  frente y mejilla. Piernas relucientes de medias claras y tacones de aguja, que deberían estar destrozándole los pies; pero que ella demostró llevar con elegancia y sufrimiento durante toda la noche.



Ya en la cena, el vino me hizo tomar la palabra rotunda sobre política. Notaba la mirada fija de Paki en muchas de mis afirmaciones marciales; el efecto del vino no me hizo percatar debidamente el mensaje de esas miradas, casi por primera vez noté que me miraba espesamente, lástima no haberlo saboreado en el momento, pues esta conclusión la saqué a la mañana siguiente, mientras fumaba un cigarro desnudo sobre la cama de nuestra habitación, plenamente satisfecho, oyendo el ruído del agua de la ducha que se estaba dando Paki.



La cena concluyó y se inicio el tiempo muerto entre el final de los postres y la barra libre. Yo encendí un pitillo mientras apuraba mi última copa de vino, con la camisa remangada y la chaqueta puesta sobre la silla. Mi mujer fue a la habitación a dar a nuestro hijo el pecho y algunos se levantaron al baño o a echarse la primera copa. En la mesa solo nos quedamos Paki y yo.



Paki – Muy buena la cena, ¿verdad?.



Yo – Me gusta la carne menos hecha, pero el vino no es malo del todo.



Paki – Tú siempre criticando, ¿no?. A mi me ha parecido muy rica.



Encendí otro cigarro, la llama azulada de la cerilla iluminó mi rostro. Exhalé el humo lentamente y me eché hacia atrás, con aire divertido.



Yo – Se nota que tu marido te saca poco a cenar por ahí. Es una pena, te pierdes muchos manjares, hay sitios verdaderamente buenos en la ciudad.



Mi cuñada abrió un poco la boca, adoptando una mueca de indignación que no acabó de completar. Luego se echó hacia delante y apoyó los codos sobre la mesa.



Paki – Estoy abierta a invitaciones de cuñados.



Reí.



Yo – Si estás abierta, se puede estudiar. En ese caso te llevaría al mejor sitio.



Reí de nuevo, dándole aires jocosos al comentario. Ella también río. Iba a comentar algo pero en ese momento su marido llegó con dos copas, le dio una y se sentó a su lado. Yo me levanté y fui hasta la barra a pedirme la primera.



Mi mujer me llamó al móvil diciéndome que ya se quedaba en la habitación pues el pequeño estaba dormido. Le dije que intentaría no hacer demasiado ruido al llegar y colgué aliviado. No es mala en la cama, por eso sigo con ella, pero últimamente no siento nada más; es descuidada y sus aficiones no coinciden con las mías. Pero mientras me la siga mamando, no tengo por qué negarle la mitad de mi sueldo de cuatro mil quinientos  euros de ingeniero. La muy puerca nunca  tuvo oficio, sabe que su estado del bienestar depende de la frecuencia y calidad de sus mamadas y polvos. Y es precisamente nuestra muy saludable vida sexual la que la mantiene con un buen nivel de  vida a mi lado. No obstante no soy hombre de estar mucho tiempo con una sola mujer, y ya iba para cinco años que solo la cataba a ella. Mi deseo creciente por su hermana mayor estaba, en parte, provocado por ello, y en parte por lo extremadamente hembra que era Paki.



Las siguientes dos o tres horas se resumen fácilmente: Música alta, luces psicodélicas, alcohol creciendo en las venas, bailes en grupo y por separado, mi cuñada Paki cerca de mí, mi cuñada Paki más lejos, busco con la mirada a Paki y cuando la encuentro me está mirando, mi cuñada Paki se acerca y bailamos juntos, o tal vez yo me acerco a ella; igual dá,  me dice algo que no entiendo por la música y por que ella lleva las mismas copas que yo. Un lento, ella con su marido y yo sentado mirando a las pocas parejas que bailan en el centro de la pista. Hablo con un cuñado. Me pido otra copa y sigo bailando, mi cuñada Paki mirándome descaradamente. Mi pene muy empalmado y al lado noto una vibración. Tardo en percatarme que es el móvil, lo saco del bolsillo, es mi mujer. Miro la hora, las 5:45 de la mañana. Me salgo algo sobresaltado a un patio contiguo para poder hablar fuera del ruido. Mi voz a pena es entendible merced a las copas. Fuera hace frío. Acierto a escuchar a mi mujer diciendo que el niño no para de llorar, pues la música de la fiesta se cuela en la habitación. Me dice que se vuelve a casa con el coche. Que me busque la vida al día siguiente para volver.



Mi cuñado, el marido de Paki, sale a preguntarme si todo está bien. Le cuento la historia  y él ve el cielo abierto. Sale Paki con su hija y preguntan qué ocurre.



Yo – Tu hermana, que se va para casa,  el niño aquí no puede dormir.



El marido se dirige a su monumental, por hembra del montón, mujer.



Marido – Pues creo que deberíamos irnos con ella. Los tres cabemos, así no tenemos  que esperar al bus.



Hija – Me parece bien, estoy muy cansada.



Paki – ¡no!, me lo estoy pasando bien.



La buena de mi cuñada no podía disimular lo bebida  que estaba, igual que yo.



Yo – Te puedes quedar en mi habitación. La cama es grande, pero dormiré en el suelo.  Da igual, estaré muy cansado.



Después de un silencio Paki miró a su marido pidiendo aprobación. Buen detalle de hembra, a merced del que manda.



Marido – Está bien, mañana os volvéis con alguien. Cuídamela.



Esto último me lo dijo guiñándome un ojo, en tono de broma.



Cuando el coche partió con mi mujer, mi hijo, mi cuñado y su hija; Paki y yo nos miramos.



Paki - ¿Otra copa?



 Yo – y dos.



Entramos en la sala de fiesta. Fuera empezaba a amanecer y quedaba poca gente bailando, todos borrachos.



A las ocho de la mañana estábamos tres personas: Paki, Alba (mujer de uno de sus hermanos, es amplia  familia) y yo. Bebidos. No recuerdo de qué hablamos. Solo que nos levantamos y nos despedimos.



Por el pasillo Paki y yo íbamos riendo, casi de lado a lado. Muy bebidos. En un traspié, justo ante la puerta de mi habitación, ella por poco no se cayó. La sostuve por la cintura y la apreté contra mi cuerpo. Sin duda tuvo que notar mi erección, la cual no me había abandonado en casi toda la noche. Hubo un instante de silencio. Nos abrazamos, ella se meció, rozándose. Todo quedo ahí, de momento.



Casi como caímos en la cama nos quedamos dormidos. Yo solo atiné a quitarme los pantalones y la chaqueta; quedé dormido en calzoncillos, camisa y corbata holgada. Ella solo se quitó los tacones y la chaquetilla torera; quedando dormida con el vestido algo subido, mostrando casi todas sus piernas hasta donde empezaban las medias, y la zona superior del traje  algo aflojada de las cuerdas que la amarraban.



Sé que dormimos así vestidos porque así estábamos cuando desperté a eso de las diez de la mañana. Ella en la parte derecha de la cama y yo en la izquierda. Ni siquiera habíamos desecho la cama,  dormidos sobre la colcha y sábanas. A penas había dormido hora y media. Aun aturdido por el alcohol, con la boca seca y muy caliente (Como siempre que tengo resaca).



Ella dormía profundamente, su respiración la delataba. Notaba mi pene reventar los calzoncillos, necesitaba descargar. No recordaba muy bien la noche, pero en ese momento agradecí que no hubiese pasado nada. Me levanté con cuidado y fui al baño con toda la intención de masturbarme.



Mi reflejo en el espejo no era el mejor. Mala cara, ojeras y el pelo medio despeinado, todavía con el efecto de la gomina. Me lave los dientes y la cara con agua fría. Me coloqué sobre el wc y dejé caer los calzoncillos. Ellos, junto a la camisa, con tres botones desabrochados y la corbata holgada y puesta de cualquier manera, seguían siendo mis ropajes. El tacto de mi mano en la polla me hizo suspirar, no era aquello lo que necesitaba… De repente me pareció oir algo. Me detuve y presté atención, de nuevo la oí:



-        ¿Hola?



Me subí el calzoncillo y salí del baño. Pakii estaba semi incorporada en la cama, apoyada con los codos, despeinada y con cara de dolor de cabeza.



-        Ah, estás aquí, pensé que estaba sola. Dios, me duele todo.



Estaba bellísima en su naturalidad. Una belleza digna de ser follada, a pintada, belleza humana, auténtica.



-        Iba a darme una ducha.



Ella entonces me miró, noté que notó mi bulto. Pude ver claramente que se sobresaltaba, que su expresión ganaba entereza, que de repente le dolía menos la cabeza. Suspiró y se dejó caer en la cama. Decidí que me lanzaba el mensaje de no hay prisas. Mi pene pensaba por mí. Fui a la cama y me tumbé junto a ella.



Su cuerpo pedía sexo tanto o más que el mío. El mío lo manifestaba en la incontrolable y no disimulada erección. El de ella en sus movimientos de gata sobre la cama, en la forma en la que su maduro, algo relleno y voluptuoso cuerpo se giró hacia mí, colocándose de lado.



En el pasillo había silencio. Toda la planta estaba ocupada por invitados del hotel, todos debían estar dormidos a esas horas. Toda la magia animal del ser humano se apoderó de aquel coqueto cuarto de hotel. Paki y yo éramos solamente meros actores que iban a interpretar la danza más antigua e innata de la humanidad. Y, por supuesto, ninguno iba a poner trabas a ello. De repente, dejarse llevar  fue infinitamente más sencillo de lo que imaginé en mis decenas de pajas pensando en cómo sería estar con ella.



El sentirnos todavía bebidos después de dormir tan poco, para qué engañarnos, ayudó.



Todo empezó cuando dije, por supuesto sin pensar, que en esos momentos agradecería que allí tumbada estuviera su hermana; es decir, mi mujer. Para pecar a lo grande, mejor empezar con una gran mentira. Mi mujer es quien menos me apetecía tener allí en esos momentos, y Paki quien más.



Y después todo continuó:



Paki – Puedo imaginármelo, pero ¿por qué lo dices?.



La miré de frente, a los ojos. Sentía como si el diablo mirase a través de ellos; me pregunto si ella también los vio diferentes.



Yo – Porque no hay nada como una buena mamada y un buen polvo, sin prisas, en días de resaca.



Noté asomar su lengua, relamiéndose imperceptiblemente el labio superior.



Paki – Bueno, todos duermen ahora, hay tiempo. Para darte una mamada  y un buen polvo solo necesitas a una mujer.



Juro por Dios que nunca una mujer ha sabido excitarme tanto con una sola frase.



Intenté hacerme el duro, pero no debí resultar convincente.



Yo - ¿tengo cara de ponerle los cuernos a mi mujer con su hermana mayor?, ¿tan cabrón me crees?.



Me  sorprendió lo rápido que respondió.



Paki – Solo quiero que compares mi mamada con la suya. Nadie sabrá nada.



Le sonreí, ella respondió mostrándome su mejor sonrisa. Me bajé los calzoncillos y los tiré, mi polla quedó al aire. La agarré hasta dejar el capullo al aire. La tenía gorda y grande, me sentía orgulloso de mostrársela. Ella soltó un “guau” y se relamió.



Yo – Vamos Paki, ya estás tardando.



Lo que vino después fue, hasta la fecha, el mejor sexo que tuve en mi vida con diferencia:



Se quitó algo de la boca, sonriente, y se dejó deslizar hasta los pies de la cama. Debía tener muchas ganas de polla pues a penas tardó en engullirla entera. La masturbó una vez hacia abajo y la contuvo sostenida por los huevos, dejándola entera libre. Apenas dos lametones al capullo y su boca la tragó entera. Rápidamente cogió ritmo, ya no me miraba, solo se centraba en el trabajo. Una y otra vez, arriba y abajo, a veces se ayudaba de su mano derecha, masturbándola.



No podía dejar de mirarla, no podía creer que Paki estuviera ahí, dándome una monumental mamada. Sentía mi polla derretirse en el calor húmedo de su boca. Cerré los ojos un instante, dejándome llevar;  Paki la comía  extraordinariamente bien, sentía subir el placer hasta todos los poros de mi piel. Me acordé de las muchas veces que cerraba los ojos en mamadas de mi mujer, imaginando que era su hermana quien me la hacía. Pero ella la comía mucho mejor.



Alternaba periodos de mamada  fuerte con partes de relax absoluto, en las que escupía sobre la polla para lamerla suavemente  luego, dándoles besitos pequeñitos; mirándome, con los flequillos sobre la cara.



Nunca me han trabajado así el pene. Ni las putas más caras a las que solo he pagado cuerpos esculturales. Paki sabía que nunca me lo habían hecho así de bien. Se detuvo y me desabrochó la camisa para lamerme el abdomen y el tórax. Luego me miró con suficiencia, no me preguntó que tal porque sabía que era lo mejor que me habían hecho en mi vida, me sentí ligeramente incómodo ante la seguridad en si misma de aquella mujer en la cama. Sin ser la más bella, entrada ligeramente en edad y en carnes.



Me desnudó por completo y luego lo hizo ella. Primero las medias, luego el vestido, luego las bragas y el sujetador rojos. No dijimos nada, pues en ese momento hablábamos un idioma universal.



Me levanté y la coloqué boca arriba. La abrí de piernas, igualmente su coño se abrió como una flor. Con pelos, pero bien cuidado y limpio. Acaricié sus muslos y los besé, metí sus pies en mi boca, chupando cada dedo. Luego me acomodé y pasé mi lengua por todo su sexo. Sabores salados y amoniacados de pis, inundaron mis papilas gustativas. Sus gemidos me alentaron a pasarla otra vez, y otra. Mordí sus labios y metí la lengua. Acabé lamiendo su botón mientras el dedo índice de mi mano derecha entraba y salía, retorciéndose, buscando rozar para otorgar más placer.



No podía más, necesitaba dar merecida follada a semejante hembra madura. Ella pareció leerme la mente.



Paki – Vamos, cuñadito, fóllame. ¡A qué esperas!.



Yo – Voy, mi yegua.



Le dí la vuelta, quería darle por detrás. Ella obedeció dócil e hincó las rodillas, agachando las caderas casi a ras de cama y empinando mucho el culo; manos y cara apoyadas sobre la almohada.



Verla  así me animó. La imagen que tenía ante mí era majestuosa.



Yo – Eres una hembra muy dócil, me sorprendes y agradas, Cuñada.



Ella se limitó a gemir, meneando el culo lentamente de lado a lado, pidiendo guerra.



Palpé el coño y coloqué mi polla hasta meter la cabeza. Ella gimió pausada y largamente. La agarré por las nalgas-caderas  y comencé a galopar. Buena yegua, se movía acompasando mi follada,  permitiéndome entrar mejor, sin perder la majestuosa compostura de hembra a cuatro patas.  



Cuando resulta extremadamente fácil y placentero follar a una mujer, es porque esa mujer folla muy bien. Y eso me pasó con Paki. Follaba muy bien, y me lo volvió a demostrar cuando saltó sobre mi polla, en cuclillas sobre mi. Primero dándome la cara y luego la espalda,  apoyando sus manos en mis pies. De esa follada acabó cabalgándome de forma imperial. Casi sin posarse sobre mí,  pero ofreciéndome continuamente sus peras y su lengua, quisiese lo que quisiese en cada instante. Trabajando bien la polla en un movimiento de culo que me permitía entrar hasta lo más profundo de su coño, empezando cada embestida desde arriba del capullo; y no desde la mitad de la polla, como hacen la mayoría de las mujeres.



Estaba muy sorprendido por la resistencia física de Paki,  para nada parecía que pudiera follar de aquella manera.



A la hora de evacuar, como no podía ser de otra manera, ofreció su boca. Y así esperó, a gatas sobre la cama, que yo  terminara de masturbarme de pié a los pies de la misma. Al llegarme abrió la boca y me dejó enchufarle la manguera hasta la campanilla. Mi semen salió disparado recorriendo su garganta y llenando su boca de mi blanco amor.



Desde aquel día comencé a plantearme seriamente mantener a Paki, en lugar de a su hermana. Nunca se ve igual a la mujer que te da semejante sexo. Paki ya nunca será mi deseada cuñada mayor, ahora es la mayor hembra de la que me he aprovechado. Dejó mis huevos limpios, pues antes de salir de la habitación descargue otra vez, esta vez en su culo. No le hacía mucha gracia, pero me impuse; y ella, como la buena hembra que es,  accedió.


Datos del Relato
  • Categoría: Maduras
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