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Esta historia transcurre a finales del 2016.
Eran los últimos exámenes en la Universidad. El trabajo me tenía al borde del colapso y el metro por las mañanas me volvía loco. Nunca fui una persona con privilegios. En mi casa, la situación económica no era de lo más favorable y si no trabajaba no podía estudiar. A mis 24 años, el estrés ya tomaba un rol indeseable en mi vida y la idea de no poder controlarlo me agobiaba el doble, más en esas fechas.
La abstinencia sexual claramente era otro factor que me afectaba. Llevaba dos años soltero. De niño tuve una personalidad introvertida y tener éxito con las mujeres no era algo que me caracterizara.
Leí por primera vez acerca del yoga una noche en la que me quedé estudiando hasta las 4 am. Estaba cansado pero mi mente seguía activa y la luz de la pantalla me había quitado toda intención de poder dormir. Me llamaba mucho la atención la idea de recurrir a prácticas naturales que me ayudaran a conciliar el sueño y a bajar los niveles de estrés. No esperaba tomar pastillas ni menos acostumbrarme a ellas.
Fui a consultar a una escuela que quedaba a varias cuadras hacia el sur de mi casa, llegué a ella por el dato de una vecina que practicaba yoga hace un par de años. El barrio era muy diferente al mío y se notaba que el tipo de gente también, en especial las mujeres.
La escuela era parte de una amplia casa con ventanales y una decoración muy acorde a la práctica.
Toqué el timbre y al rato me atendió una cálida voz femenina por el citófono. Me pidió que pasara y que la esperara unos minutos porque estaba terminando de darle clases a un grupo.
Crucé el jardín y dejé mi bicicleta apoyada junto a una reja. La sala de estar era una estancia acogedora y agradable, había mándalas de tela colgados sobre las paredes y estatuas budistas sobre las mesas, parecía un verdadero templo.
Ya se estaba oscureciendo y el atardecer hacía lo suyo a través de las ventanas. Pasaron unos 15 minutos cuando salió el grupo que estaba dentro, el grupo estaba formado por mujeres de todas las edades que me miraban al pasar, debo admitir me cohibía la idea de ser el único hombre en las clases.
Ella salió al final.
Era una mujer de unos 35 años. Llevaba el pelo tomado y una sonrisa que hacía de su rostro uno de los más bellos que había visto en el último tiempo, pero no eran su cara ni sus facciones lo que me dejaron boquiabierto.
Tenía unos senos firmes y hacían que su polera se levantara y dejara al descubierto parte de su abdomen trabajado.
- ¡Disculpa por haberte hecho esperar! - me dijo mientras se acercaba a saludarme. -Ven, pasa por acá-.
Se dio vuelta, dejando a la vista un potito de ensueño, de esos que te hacen imaginar un centenar de maldades en cosa de segundos.
Me hizo pasar a un cuarto que usaba como oficina. Me explicó en qué consistían las clases, en cómo me ayudarían a manejar el estrés y quedamos en que nos veríamos el jueves en la clase de las 20:00 hrs. Me entregó unos folletos con información y un número de teléfono que guardé como "Paola YOGA".
Al llegar a mi casa, entré a Facebook y me puse a stalkear a Paola. No me costó encontrarla ya que la busqué por el número de teléfono. Llevaba tres años casada, había hecho un viaje a la India, era fotógrafa y en sus tiempos libres profesora de yoga. Tenía algunas fotos practicando con poca ropa al aire libre, guardé algunas en el celular y me dormí.
Ese jueves llegué 10 minutos más tarde, no me acordaba de la dirección y me había metido por la calle equivocada. La clase ya había comenzado y había alrededor de ocho mujeres dentro de la sala. Entré de la manera más silenciosa que pude e instalé mis cosas en un rincón que estaba desocupado.
Paola dictaba las clases en una plataforma que estaba al centro de la sala.
Era la primera vez que practicaba yoga y mi cuerpo lo sabía, terminé cansado y muy adolorido. La clase duró alrededor de una hora y media.
Al terminar, las demás chicas ya se habían ido, a mí me costaba mucho guardar el mat en el estuche (colchoneta que se usa para la práctica). Aún me encontraba en la sala de estar y la clase ya había terminado hace 20 minutos.
-Llegas a la hora que quieres y te vas a la hora que quieres- dijo Paola desde la puerta de la sala de estar, donde me encontraba guardando mis cosas.
-Sí, perdón. Me costó llegar a la escuela y no sé cómo guardar esto.- le dije, un poco nervioso.
Paola llevaba un pantalón pescador blanco, que hacía que sus nalgas levantadas destacaran aún más. Se acercó entre risas y me ayudó a guardar el mat. Al agacharse se le notaban más las tetas y eso me excitaba demasiado.
-¿Te gustó la clase? ¿Cómo te sientes?- me preguntó, mientras cerraba el mat.
-¡Muy bien!, me duele un poco el cuerpo, porque nunca había hecho esto, pero me siento muy relajado.- respondí.
-¿Sí? ¿Dónde te duele? A ver, ven.- Me tomó del brazo y me hizo pasar a la sala.— Eso es normal en las primeras clases, así que no te preocupes.
Una vez dentro, sentía que el pene se me iba a salir del buzo con lo duro que estaba.
-Siéntate no más- me decía mientras se tomaba el pelo. – Sabes, no es común que los hombres practiquen yoga, de hecho eres el primero que se inscribe en la escuela.
Se puso detrás de mí, yo le señalaba el punto donde me dolía y ella comenzaba a masajear de forma lenta. Me relajaba mucho, pero tenía la respiración agitada de la excitación y la idea de estar solo con ella me prendía más.
-Sácate la polera, me incomoda un poco poder masajear esta parte.- me pidió. Estuvo unos cinco minutos masajeando la zona lumbar, donde más me dolía.— Saliste tan apurado que se te quedó el celular aquí en la sala, y por cierto, tengo fotos mucho mejores que esas.
Quedé en estado de shock, se me había quedado el teléfono en la sala y ella lo había revisado. La respiración se me cortó unos segundos, tragué saliva, sin saber qué decir. Su mano se fue hacia delante, y me comenzó a masajear el pene por encima del buzo.
-Se te pone muy dura, no he dejado de mirártela desde que llegaste.- Metió la mano dentro y comenzó a masturbarme. Tenía el pene húmedo, con una erección que no daba para más.
Me paré, me di vuelta y comencé a besarle la cara hasta llegar a sus labios. Su lengua hacía contacto con la mía, mis manos apretaban su cintura y ella me seguía masturbando.
Ya era de noche, teníamos la luz apagada y la escuela era nuestra.
-Paola, ¿está tu marido adentro?- le pregunté.
-No, está de viaje por La Serena y llega el domingo. Estoy sola- me respondió, agitadísima.- Qué grande la tienes, qué dura.
Metí una de mis manos por debajo de su ropa hasta llegar a su seno izquierdo. Tenía los pezones duros y sentía el latido de su corazón como si quisiera salir de su cuerpo. Mientras la besaba, apretaba sus tetas y sentía como se agitaba cada vez más.
-Vamos adentro.- me dijo.
Continuará.
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