El segundo día luego de estar con mi amante, yo ya tenía unas ganas locas de estar con ella. Como la información que me había dado ella era que el arquero de su marido (jugaba para uno de los equipos amateurs de la ciudad) no volvería hasta la próxima semana, me tomé la libertad de hacerle otra visita. Pero estas libertades no me quitaban el miedo, ya que se me pasaba por la cabeza la posibilidad de que Edmundo adelantara el regreso y de encontrármelo del otro lado de la puerta cuando a quien requeriría yo era a su mujer. Entonces, esperé adentro del auto hasta que la vi sola. La incorporación de mi miembro vino al verla y recordar nuestra noche juntos. La llamé para al auto. En dos segundos ya ibamos en el vehículo camino a la laguna que está a las afueras de la ciudad. Pensabamos que por la hora que era, ya estaría desocupado, pero aún estaba ahí un puertorriqueño llamado José junto a su familia, pero ya estaban por partir.
Una vez que se fueron, nos metimos al agua. Yo me quité el pantalón y ella la bombacha. Después la penetré en el agua, pero yo quería jugar un poco más, besarla y tocarla como en una amasandería. Problemas habrían si nos ibamos al auto ya que el vehículo no tiene vidrios polarizados, pero nos arriesgamos. Luego de algunos instantes dentro del automotor, mi pene comenzó a subir tanto como el IGPA. Después, me acomodé sobre ella y comenzamos a jugar. Hicimos un 69, y al teminar, yo fui subiendo con mi boca hasta sus senos, para acabar en su propia boca con un beso eterno. En ese momento la penetré, mientras seguía besando a veces su boca y otras su cuello y más tarde su tetas. Después de un tiempo de tocarnos, besarnos y gemir, todo acabó y nos quedamos junto a la laguna por varios minutos.