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El tiempo sigue pasando desde la separación que casi nos llevó al divorcio. Pero a medida que la rabia, los celos y el dolor se procesan, vamos sintiendo la necesidad de recuperar el tiempo perdido de placer entre nosotors. Es una tarde de fin de semana. Acabo de bañarme y estoy arreglándome en el cuarto de baño. Joseph abre la puerta por accidente. Yo ya estaba terminando de peinarme. Me ve con deseo mientras sostiene la puerta. Le indico que entre, silenciosamente, con la mano. Ve nerviosamente hacia afuera y nota que nuestro par de gemelas adolescentes están distraídas en la habitación contigua viendo TV. Entra y me comienza a besar apasionadamente en la boca. Me topa a la pared y me pone la palma de la mano abierta sobre la vulva. Quiere meterme el dedo dentro del calzón. Me bajo el pantalón para facilitarle. Ya desnuda yo, él se saca el pene erecto del pantalón y me lo restriega sobre la vulva. Abro las piernas para sentirlo más adentro. Enloquecemos. Me soba con la verga desde los labios de la vulva hasta llegar a la entrada de la vagina sin dejar de besarme. Hacer el amor, en silencio, en el baño de la casa, mientras tratamos que las niñas no se den cuenta, acelera la adrenalina. En la posición de pie nos está costando la penetración. Me inclino sobre la taza del inodoro con las piernas abiertas y él se apresura a penetrarme. Lo siento inmenso. Me llena totalmente y con cada embestida sus testículos me dan golpecitos sobre la vulva y el clítoris. Me coge fuertemente sofocando sus ruidos. Se me escapa un gemido y me dice 'Shhhh...' Me muerdo el labio. Tocan la puerta. PÁNICO. ¿Sìiiii?, dice Joseph con la voz ronca por la excitación. "Papi, ¿dónde está mami?" ¡Ay no! ¡Pero si mami está inclinada sobre el inodoro con la verga de papi insertada en la vagina...! *Conserva la calma. Respira hondo. CONSERVA LA CALMA.* "Aquí estoy, mi amor, ya salgo", respondo tragando saliva. Silencio al otro lado de la puerta. "Ok...", dice la nena, ¡ay!. No pasa nada, no hay forma de que sepan la escena que ocurre al otro lado de la puerta, tranquila. Nos matamos de la risa por lo cómico de la situación. Y suavemente Joseph me dice mientras se inclina para acariciarme los senos con ambas manos: "No hay nada de malo que sepan que mami y papi se aman". No, mi amor, no hay nada de malo... "Te amo".