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Seduciendo a una mujer madura
Mientras sus húmedas bocas luchaban a brazo partido en un combate en el que no parecía haber un claro vencedor, Ciriaco notó la agradable caricia de la señora Lúzaro. Aquella recatada dama de momentos antes trataba desesperadamente de devorar aquel apetitoso bocado que hacía largo tiempo que no había saboreado.
CAPÍTULO II
Mientras sus húmedas bocas luchaban a brazo partido en un combate en el que no parecía haber un claro vencedor, Ciriaco notó la agradable caricia de la señora Lúzaro. Aquella recatada dama de momentos antes trataba desesperadamente de devorar aquel apetitoso bocado que hacía largo tiempo que no había saboreado. El problema estaba en que no sabía cómo gozarlo, corría demasiado como si fuera una carrera de la que debiese salir triunfadora. La falta de costumbre hacía que no tomase las pertinentes pausas y los descansos adecuados en toda relación amorosa.
Las rotundas caderas de Celia se agitaban sin descanso y su nervioso pubis se restregaba contra el de su amante. Aquello se había convertido en un verdadero acoso y derribo en el que él era el muro a derribar. Debía parar aquella avalancha de caricias o acabaría con su débil resistencia antes de tiempo. Pese a su dilatada experiencia aquella enloquecida mujer le estaba superando con creces, la verdad es que le sorprendía gratamente el tratamiento que le dispensaba. Además debía considerarse que llevaba acumulada la irritación que le había ocasionado su anterior contacto con Rosalía.
Trató de zafarse de modo infructuoso pues sólo logró que Celia acrecentara sus ánimos. Así es, la mujer se agarró a él sin dejarle escapar, gemía sin parar respirando con dificultad. Su alborotado pecho se estremecía, el revuelto cabello le caía por la cara, sus poderosos muslos no cejaban en estrujarle contra ella, no se detenía ni por un segundo en el roce de su pelvis contra la de Ciriaco. El muchacho notaba la presión de los erguidos pezones de la señora Lúzaro contra su pecho y cómo el cuerpo de aquella hembra irradiaba deseo a través de todos los poros de su piel. De la desamparada escritora que había conocido se había transformado, como por arte de magia, en una auténtica loba en celo.
Por favor, te necesito. Ámame, hazme tuya –sollozó mimosamente en el momento en que notó cómo Ciriaco separaba sus labios de su ávida boca y le acariciaba el mentón con sus dedos.
El bello rostro de la señora Lúzaro estaba encendido por el deseo que la dominaba. Celia se aferró a él con desesperación como si no quisiera dejarlo perder. Se sentía dichosa y segura al lado de aquel guapo muchacho que la providencia le había entregado para que disfrutase de él.
Tranquila mi niña, no corras….no hay ninguna prisa –afirmó con seguridad. Tenemos todo el tiempo del mundo. Déjate llevar cariño….confía en mí. Eres una mujer exquisita y sólo deseo hacerte feliz.
El cuerpo de Celia vibró impaciente y Ciriaco dudó por un instante de sus dotes de seducción que tan buenos dividendos le habían dado en el pasado. Sin embargo, la mujer ronroneó mostrándose plenamente dichosa y en ese mismo momento él supo que tenía la batalla ganada. Aquella encantadora hembra ya no sería capaz de negarle nada.
Como verás no te he engañado –sonrió tímidamente. Ya casi no recuerdo cómo comportarme, cómo dar placer a un hombre…ayúdame por favor.
Mi amor haré que recuerdes enseguida cómo gozar –le susurró al oído pasando a mordisquear con deliciosa dedicación el cuello de la escritora y de ahí trasladó sus caricias a la nuca para finalizar lamiendo el lóbulo de la oreja de la señora Lúzaro la cual sintió escalofríos de placer gracias a aquella exquisita caricia.
Fue bajando con premiosa lentitud por el cuello de la mujer recreándose en cada punto de la anatomía de ella. Al llegar al agitado pecho Ciriaco se topó con la molesta tela de la bata que cubría aquel par de tesoros y, al tiempo que besaba su sudorosa piel, aprovechó para soltar el cinturón que enlazaba el talle de la mujer. Los pechos de Celia se mostraron a la vista del muchacho el cual los admiró con mirada libidinosa. No pudo menos que humedecerse los resecos labios con la lengua imaginando el festín que iba a darse. Los senos de la escritora eran redondos como un par de manzanas y se hallaban rematados por dos pezones oscuros y deseosos de ser acariciados.
Ciriaco estaba seguro que debían de ser fácilmente excitables y sus sospechas se confirmaron en el momento en que jugueteó con uno de los alterados pezones rozándolo apenas con sus dedos. La madura mujer tembló de placer sollozando ruidosamente.
El joven se excitó aún más gracias a la respuesta de Celia a su caricia. Jamás había gozado de una hembra que respondiera de modo tan apasionado a un contacto tan aparentemente inocente. Aquellos pequeños pechos guardaban secretos que el apuesto recepcionista estaba dispuesto a descubrir. Se propuso llevar a la mujer al clímax con la simple caricia sobre aquel par de deliciosos pechos, la provocaría hasta hacer que reventara de placer, aquella mujer era un regalo de los dioses a la que había que tratar con sumo cuidado. Debía ser cuidadoso y tratarla con cautela hasta lograr arrancarle alaridos de deseo. Estaba convencido que la recompensa valdría muy mucho la pena.
La verga le dolía horrores bajo el pantalón pero se propuso olvidarse de ella por el momento. Debía dedicarse con plena atención al cuerpo de aquella linda mujer. Debía descubrir todos los puntos sensibles de ella para así conseguir su propia satisfacción en el cuerpo de esa espléndida dama y dependía de su pericia mantener un ritmo sosegado y pausado.
La señora Lúzaro, en un breve instante de lucidez, disfrutó del bello rostro del muchacho y pensó en qué deliciosa locura la había hecho llegar a ese punto sin retorno. Ya no había una posible marcha atrás. Estaba segura que iba a entregarse a él sin reservas. Suspiraba por que la hiciera suya, rendirse por completo a ese atractivo hombre.
La verdad es que era un completo extraño para ella, tan solo conocía su nombre cuando escuchó a la recepcionista llamarle. Ciriaco era un bonito nombre, le gustaba. Aquel muchacho no tenía un puesto concreto en aquel lujoso hotel, era como un comodín, servía un poco para todo. ¡La maldita polivalencia que tanto se demandaba en aquellos tiempos! Desempeñaba las labores de admisión de los clientes, se encargaba del equipaje del cliente así como del mantenimiento del hotel. Allí se encontraba ella, sudorosa y abrazada a él, dejándose mimar entre sus fornidos brazos. ¡Dios, hacía mil años que no se sentía tan afortunada! Aquel muchacho era como un soplo de aire fresco en su desdichada y tediosa vida.
Los pezones de la señora Lúzaro eran fácilmente excitables si se sabía cómo tratarlos, el caso es que en contadas ocasiones habían sido halagados de un modo tan delirante y cortés. El joven los pellizcaba sutilmente e iba saltando del uno al otro estimulándola de tal modo que logró que ella se retorciera como una loca pidiéndole que siguiera aún más.
No tardó Celia en percatarse de que ciertas zonas de su espléndida figura se revolucionaban con mayor facilidad que otras. Sus irresistibles caderas y sus endurecidos muslos se contoneaban plenamente agradecidos. En el preciso momento en el que Ciriaco volvió a pellizcarle uno de los pezones la mujer experimentó una especie de corriente eléctrica en su clítoris el cual se irguió al instante. El guapo recepcionista fijó su atención en su encendido botón toqueteándolo y lamiéndolo sin cesar hasta que logró que se endureciera.
La mujer a duras penas podía contener la emoción que sentía. Estando a punto de bramar gracias al goce que soportaba, Ciriaco la besó voluptuosamente mezclando su lengua con la de ella. Mezcló su saliva con la de la complacida dama y ésta fantaseó con la idea de que la húmeda boca del muchacho circulaba a través de sus inflamados senos y de su necesitada vagina. El orgasmo se aproximaba a marchas forzadas. No había respiro ni tregua para los excitados amantes. El cuerpo de la agradecida hembra vibraba de deseo.
La paciencia del muchacho para con ella era infinita, frotó sus duros pechos sin pausa mientras la besaba con gran delicadeza. Parecía que su sexo y sus pechos estuvieran en contacto pues cuanto más agasajaba aquel par de senos más placer sentía en su vulva. Sus labios vaginales se agitaban de la pasión que la consumía y su flujo emanaba entre sus piernas igual que si fuera un río caudaloso. La espaciosa suite olía a sexo, al aroma que desprendía el cuerpo de la complacida escritora. Sintió vergüenza de sí misma, se sintió igual que una vulgar ramera entregada a aquel joven macho.
Pese a los turbios pensamientos que inundaban la cabeza de la mujer el muchacho no parecía nada molesto. La besaba con más deseo que antes si cabe notando cómo ella disfrutaba con el tratamiento que tan gentilmente le prodigaba. Sentía cómo el erecto miembro del joven presionaba contra su muslo. Se sintió feliz por haber logrado semejante efecto en aquel donjuán que tendría a sus pies a todas las mujeres que quisiera. Sin embargo en ese momento era completamente suyo, no podía estarla engañando, estaba segura de ello. No tardaría en hacerle el amor.
Cariño, me haces muy feliz –le dijo mientras lloraba de placer.
Ssshhhhh, calla. Sólo disfruta el momento, lo estás haciendo realmente bien –contestó él secándole los ojos con su mano.
En esos momentos se sentía la mujer más dichosa del mundo. Su sexo cabalgaba sin descanso en busca de un placer desconocido. Podría haberse topado con un compañero que sólo buscase su propio placer, en cambio aquel muchacho la complacía sin reservas, haciéndola conocer terrenos totalmente ignorados por ella.
Aquellos ardientes labios buscaron con desesperación los pezones de Celia. Temía aquella caricia pues intuía que no sería capaz de soportarla. Sabía que cuando alcanzara su primer orgasmo se volvería loca por completo. La necesidad de correrse la trastornaba. Esperaba ansiosa el contacto de aquellos labios, de aquella lengua sobre sus pezones. Celia revolvió entre sus dedos el cabello del muchacho con enorme cariño, era la forma que tenía de agradecerle el modo en que la amaba. Notó como un latigazo en su cerebro al advertir el leve contacto de la lengua del muchacho contra su pezón.
No pudo soportar por más tiempo aquel sensacional tormento que recorría toda su anatomía y acabó corriéndose gritando sin parar, expulsando de su cuerpo toda la tensión acumulada. Aullaba como una fiera, temblaba de pies a cabeza. Disfrutaba de aquel momento retorciéndose bajo el cuerpo del muchacho. ¡Hacía tanto tiempo que no sentía algo así! Jadeaba con dificultad y por sus pómulos resbalaron lágrimas de satisfacción. Celia se contorsionaba desesperadamente pero la caricia del joven no cedía. La hambrienta boca de Ciriaco siguió deleitándose con aquel dulce manjar.
La señora Lúzaro acabó relajándose tras aquella sucesión de espasmos que recibió su cuerpo. Su bello rostro denotaba la profunda felicidad que la envolvía. El muchacho la dejó descansar por unos segundos y le apartó un rebelde mechón de pelo que caia sobre su frente. Aprovechó el leve reposo de los amantes para gozar de la imagen entregada de la madura mujer y logró que Celia anhelase con todas sus fuerzas sentirse suya.
Celia Lúzaro suspiró dulcemente al comprobar el ardor que sentía en sus entrañas, hacía siglos que no sentía algo así y su corazón latía desbocado deseoso de que aquella fuerza que recorría su cuerpo no acabara nunca. Aquel era uno de los mayores placeres que podía dar la vida. La unión perfecta entre dos seres, la comunión carnal entre dos cuerpos encendidos y deseosos de placer. Su vagina vibraba de emoción y lujuria por sentir el cuerpo de aquel joven macho. Aquel seductor recepcionista tenía todo aquello que una mujer podía desear. Sí señor, era terriblemente atractivo y él lo sabía y se aprovechaba de ello, tenía unos ojos que enamoraban nada más verle, una sonrisa con la que lograba encandilar a cualquier mujer que se le pusiera delante, un cuerpo fibrado y musculoso…..
Cariño, al fin te corriste….¿Qué tal te encuentras? Sólo buscaba tu placer, me ha encantado ver cómo gozabas.
Ha sido genial –respondió ella mientras resbalaba una pequeña lágrima de satisfacción por su cara. Pero….¿Qué pasa contigo? Yo también quiero que disfrutes y que te corras conmigo y me entregues toda tu leche. Te deseo amor, hazme el amor, fóllame por favor, no me hagas sufrir más….
Ciriaco empezó a soltarse el nudo de la corbata y se desabrochó con cierta urgencia los botones de aquella blanca e impoluta camisa. La mujer consideró si podría encapricharse de ese muchacho hasta, tal vez, poder enamorarse de él. No era tan descabellada la idea de poder caer rendida a los pies de aquel apuesto joven pues físicamente era realmente bello y por otro lado era un hombre conocedor de todos los secretos relacionados con el sexo. No tenía dudas de que sería capaz de hacer el amor con él, de entregarse hasta el final; su principal duda radicaba en el terreno de la pasión y del afecto. Estaba segura que aquella relación sólo supondría para el muchacho una conquista más, simple y llanamente sexo, nada de amor. Tenía miedo de poder enamorarse de él y no ser correspondida a su vez por él.
El joven se deshizo finalmente de la camisa y mostró su velludo tórax ante el cual la inexperta mujer quedó embobada y sin saber qué hacer. Alargó sus temblorosos dedos y le acarició el pecho recorriéndolo de arriba abajo disfrutando de aquel cuerpo masculino. Una vez le hubo dejado explorar su musculoso busto, el muchacho le agarró con fuerza las manos y las llevó hasta la hebilla del pantalón. Se mostró temerosa ante lo que él le ofrecía pero, tras un breve momento de duda, le aflojó el cinturón de piel y de ahí pasó a bajar con decisión la bragueta de los pantalones. Observó el prometedor bulto que se marcaba bajo la tela del mojado bóxer. La humedad del agua de la ducha hacía que aquel músculo se revelase a los ojos de la hambrienta dama en todo su esplendor.
No hubo que explicarle más; Celia llevó una mano hasta posarla sobre la tela que cubría la polla del muchacho. Acarició aquel bello ejemplar con evidente recelo y nerviosismo. La verga del muchacho se mostraba excitada y palpitante bajo la empapada tela del bóxer. Aquel hermoso espécimen parecía querer escapar del presidio en que se encontraba para así poder ser manoseado a placer por los dedos de la madura dama. La señora Lúzaro no pudo menos que sentirse temerosa ante el sorprendente tamaño que iba adquiriendo la polla de su amante.
El siguiente paso sí que resultó mucho más trabajoso para la inexperta mujer. Sus inútiles dedos parecían asustados ante la tarea que se les presentaba. Una tarea aparentemente tan sencilla como retirar la tela del bóxer para así dejar en libertad el miembro del muchacho resultó para ella un trabajo de chinos. Tuvo que ser el joven quien finalmente hiciera saltar desafiante su emocionado dardo ante los sorprendidos ojos de la mujer. Éstos se abrieron de forma desmesurada ante la horrible visión que se les brindaba. Era un aparato tan largo y grueso que no pudo menos que sentirse acobardada ante semejante intruso.
Por favor amor, ayúdame. No sé qué hacer ahora con ella –sonrió nerviosa al dar a conocer su manifiesta torpeza en aquellas lides.
Tranquila no te preocupes, yo te ayudaré…ya verás qué fácil que es.-la miró a los ojos tratando de conseguir que se sintiera cómoda. Cógela con cuidado entre tus dedos y mueve la mano de arriba abajo.
Dios mío está durísima, parece mentira…..es increíble –la miraba como si la estuviera adorando y seguramente así era.
Muy bien, ahora con los labios y la lengua debes chuparla como si te comieras un plátano o estuvieras disfrutando de un riquísimo helado.
La famélica hembra inició el camino lamiendo aquella oscura cabeza que sobresalía. Tiró hacia abajo la piel que cubría aquel enorme glande y estuvo jugueteando con él un buen rato golpeándolo con la punta de la lengua. Fue subiendo y bajando hasta hacerse con los cargados huevos los cuales succionó con fruicción. Por último se comió con gran apetito el falo del muchacho el cual gimió ante la avasalladora caricia de su compañera.
¡Así, qué bien lo haces! Cómetela vamos, lo estás haciendo muy bien.
En esos momentos se trataba de que la mujer fuese adquiriendo confianza, que se mostrara cómoda con aquel contacto. Celia se aficionó con facilidad al trato con aquel aterrador aparato. La mujer entabló confianza con rapidez pese al tamaño y al grosor del pene del muchacho. Su inexperiencia fue patente al tener que extraer aquella enorme verga del interior de su boca pues al tragarla hasta el final casi se atraganta.
Muy bien, veo que aprendes rápido –la animó Ciriaco mientras la ayudaba en la felación agarrándola del cabello y apretándola con fuerza contra su miembro.
De repente ella extrajo aquel tronco de su boca y escupió sobre él una buena cantidad de saliva para así humedecerlo mejor. Aquella actitud sorprendió al muchacho pues no imaginó que Celia perdiera los estribos de ese modo. Una mujer tan decorosa como ella no hubiera pensado jamás que pudiera escupir sobre su miembro como si fuera una vulgar ramera. Dejó caer su cuerpo sobre la cama y la ayudó a que se colocara sobre él a horcajadas en posición inversa a la suya. La mujer soltó el nudo del cinturón de la bata y se deshizo de ella lanzando la vaporosa prenda al suelo. Volvió a tragarse la polla del joven mientras él aprovechó para lamer con ganas la vagina de ella la cual se lubricó al instante. Pasó su húmeda lengua por su clítoris el cual se endureció nuevamente gracias a la caricia del hombre.
¡Ahhh, qué bueno es esto! Chúpamelo por favor. ¡Qué placer más bueno que siento!, conseguirás hacer que me corra otra vez.
Succionaron como desesperados sus respectivos sexos gimiendo sin parar. La caricia de él aumentó en osadía pues del inflamado clítoris pasó al oscuro agujero del ano de la madura mujer humedeciéndolo con su saliva. Celia dio un brinco agradablemente sorprendida ante la caricia del muchacho. Ciriaco observó cómo la mujer se retorcía al notar la entrada del dedo de él en su estrecho ano.
¿Qué me haces maldito bastardo? Me matas, qué placer tan bueno. Nunca me habían acariciado de ese modo ahí . ¡Qué delicia, sigue así!
¿De veras te gusta? Dime lo que sientes, cuentámelo anda…..qué estrecho lo tienes, me encanta.
Es difícil de explicar, es diferente a lo poco que he podido conocer. Sólo sé que si sigues de ese modo no tardaré en correrme.
Tras estas palabras ambos se dedicaron aún con mayor interés si cabe a dar placer a su pareja. La señora Lúzaro succionaba la verga del joven recepcionista al tiempo que se ayudaba con la mano masturbándole sin parar. Las venas de la polla palpitaban gracias al tratamiento que recibían. La sangre se iba acumulando en aquel músculo tan interesante de la anatomía del muchacho. Notaba cómo estaba a punto de eyacular en su boca y estaba deseosa de recibir el elixir almacenado en esos cargados testículos.
Ciriaco cerraba los ojos con fuerza y gemía animándola en su caricia demostrando el enorme placer que sentía. Lamió sin descanso tanto el duro clítoris de la escritora como su estrecho esfínter pasando del uno al otro alternativamente. Volvió a introducir uno de sus dedos en el oscuro conducto de la excitada hembra acompañándolo de un segundo y de un tercer dedo mientras aprovechaba para morder levemente la lubricada pepitilla de Celia.
No aguanto más.¡Me corro cabrón! Diosss, qué placer tan fenomenal. Correte tu también, vamos. Dame tu leche venga. Correte en mi boca, en mis labios….
La enloquecida mujer cogió con fuerza el miembro de su compañero y lo masturbó de arriba abajo hasta ver cómo eyaculaba sin parar llenándole la cara de espeso semen el cual fue a dar sobre sus insaciables labios que lo recogieron con grandes muestras de placer.
Cayó derrengada sobre él tratando de recuperar las fuerzas perdidas. Respiraba con dificultad a causa del fantástico orgasmo que le había hecho sentir. Se hizo a un lado dejando caer pesadamente la espalda sobre el mullido y amplio lecho.
¡Te odio! ¡Eres un maldito bastardo!
¿Un bastardo dices? Pues hace un momento no parecías pensar lo mismo.
No tuviste consideración conmigo. ¡Eres malo!
Pero te retorciste de placer. ¡Te corriste como una perra!
¿De verdad lo hice bien? –preguntó un tanto aturdida ante las palabras del muchacho.
Agarró nuevamente la virilidad de Ciriaco gratamente sorprendida al ver cómo pese a la reciente eyaculación aquel miembro se mantenía todavía bien erecto seguramente deseoso de volver a actuar. Lo chupó y lamió con ansias renovadas dejándolo bien limpio.
¡Diosss, qué enorme es! –se quedó mirando con los ojos vidriosos aquel pedazo de carne que tanto la maravillaba.
Ven conmigo –el muchacho la invitó a levantarse cogiéndola con suavidad de la mano.
¿Qué vas a hacerme? –preguntó con voz temblorosa.
Ya lo verás, confía en mí….Estoy seguro de que te gustará. Sólo déjate llevar y disfruta.
Le acompañó como un autómata hasta que el muchacho la hizo poner de espaldas a él apoyada en el teclado del centenario piano de cola que presidía la estancia. La abrió bien de piernas y se agachó entre ellas volviendo a chuparle el coño el cual respondió a aquella invasión empezando a lubricarse nuevamente.
Así muchacho, ponme cachonda otra vez. ¡Quiero que me folles de una buena vez!
¿Estás muy caliente, eh? Sí cariño, te follaré hasta que digas basta. Te haré gozar como nunca lo hayas hecho.
¡Cállate de una vez maldito y hazme gozar con tu lengua! Cómeme el coñito vamos.
El muchacho disfrutó con aquella inesperada entrega de aquella recatada mujer. Le había costado pero allí la tenía entregada por completo a él esperando que hiciera con ella lo que le viniera en gana. La verdad es que le rondaban muchas ideas por la cabeza. Se dedicó a ella lamiéndole aquel exquisito botón mientras la masturbaba al tiempo con su mano hasta que la hizo correr nuevamente entregándole sus dulces jugos los cuales sorbió con gran placer.
¡Asíiiiiiii, qué bueno es esto! No quiero que se acabe nunca. Muy bien, sigue así.
Ciriaco se levantó abrazándose a aquel cálido cuerpo que se pegó al suyo con gran necesidad de sentirle junto a ella. Apoyó su espalda sobre el pecho del joven y aprovechó para lanzar hacia atrás sus redondas nalgas en busca del preciado aparato que tanto deseaba. Suspiró con fuerza dejando descansar la cabeza en el pecho de él y notó la dureza de aquel temible enemigo al que debería enfrentarse en breve.
¡Qué gorda la tienes, cariño! Vamos fóllame ya, no me hagas sufrir más, quiero sentirte dentro de mí.
Sintió cómo su experto compañero le abría las piernas lanzándola hacia delante para que apoyara las manos en la fría madera del piano y cómo acercó su excitado miembro a su lubricada vagina y empezó a apretar con decisión tratando de dilatar la estrecha vulva. La señora Lúzaro se mostraba tensa llegados a ese punto así que el muchacho llevó uno de sus dedos hasta su clítoris haciéndola gemir de satisfacción. Ella sintió que le fallaban las fuerzas y que las piernas la abandonaban pero él la tenía bien agarrada de las caderas. Gracias a la suave caricia en su gruta se relajó completamente lo cual fue aprovechado por él para apretar la cabeza de su pene en las entrañas de ella.
Así, mi niño así. Metémela hasta el fondo, no te pares ahora. Aghhhhh, qué bueno, fóllame sí.
El apuesto joven embistió con fuerza entrando poco a poco en ella. Aquel tremendo instrumento fue alojándose paso a paso hasta llegar al fondo de aquella mujer. Celia notó cómo su amante golpeaba sus nalgas con sus repletos testículos y contuvo la respiración tratando de acomodar su dilatada vagina a tan salvaje invasión. El muchacho la ayudó quedándose quieto dentro de ella por unos segundos para que ella se acostumbrara a tan demoledor visitante. Aquella tremenda barra de carne la llenaba por completo. Mordió con fuerza su labio inferior para no chillar como una loca.
El joven empezó a moverse lentamente entrando y saliendo sin parar. Fue adquiriendo mayor velocidad aumentando las embestidas que tan amablemente le propinaba. Ella colaboró activamente con él echando sus nalgas hacia atrás y agitándolas de forma giratoria alrededor del eje que la perforaba. Ciriaco acercó su boca al oído de ella y le susurró débilmente mientras continuaba follándola de aquel modo tan exquisito:
¿Qué tal estás? ¿Te gusta cómo te follo? ¿Quieres que te folle más deprisa?
Te siento, te siento……cómo te siento condenado cabrón. Qué polla tan rica que tienes –respondió ella con voz trémula mientras explotaba en un nuevo orgasmo.
Él aprovechó la total entrega de la hembra que tenía entre sus manos para dirigir sus envenenadas atenciones hacia el ano de ella. Escupió sobre sus dedos y los llevó a la entrada posterior de la mujer humedeciéndola con generosidad. Celia volvió su sudoroso rostro hacia él sospechando cuál era el siguiente paso que su compañero pretendía dar. Evidentemente sabía lo que él quería. Iba a follarle el ano y sólo esperaba que fuera delicado con ella.
Follamelo con cuidado amor, ten cuidado no me vayas a lastimar. ¡La tienes tan gorda!
Tranquila cielo no te haré daño. Seré delicado contigo, ya lo verás.
Estuvo jugando con su entrada posterior mientras seguía martilleando sin pausa sobre su empapada vagina. Ciriaco sacó su verga del interior de la mujer y levantó una de sus piernas para facilitar la penetración en su estrecho conducto. Una vez hubo mojado la entrada del ano empujó con decisión tratando de dilatar el anillo anal. La presión sobre el mismo surtió efecto y pudo comprobar cómo iba ingresando sin aparente dificultad en aquel oscuro tesoro.
Su rendida pareja puso los ojos en blanco al acoger aquel gordo champiñón. Aulló como una fiera salvaje sintiendo el modo como él iba ingresando milímetro a milímetro en su estrecho orificio. El esfínter fue dilatándose recibiendo a tan placentero ocupante. Los aullidos de dolor fueron remitiendo y convirtiéndose en gemidos de placer una vez que el muchacho hubo ingresado en ella y empezó a empujar con ganas.
Fóllame, fóllame, destrózame el culo. ¡Me quema pero qué bueno que es! Qué placer tan rico me estás dando. Jamás imaginé que fuera tan bueno. Vamos, no te detengas ahora muchacho.
Los berridos de la mujer invadían toda la alcoba y seguro que podían oírse en el resto de la planta de aquel lujoso hotel. Aquellos eran berridos de dolor y placer, una sensación extraña pero encantadora al tiempo. Notaba sus entrañas doloridas por los incansables envites de su acompañante. El hombre la follaba sin compasión clavándola y desclavándola una y otra vez. No daba síntomas de cansancio lo cual hacía enloquecer a su compañera. Lo único que deseaba en ese momento era que aquel polvo no se acabara nunca.
¿Sabes que tienes un culito muy estrecho? Me encanta, así el placer es aún mayor.
Celia sintió que un nuevo orgasmo se aproximaba. Había perdido la cuenta de las veces que se había corrido. La cabeza le daba vueltas como cuando era niña y montaba en un tiovivo que no hacía más que girar y girar sin parar. Su joven amante la golpeaba brutalmente haciéndola conocer unos placeres completamente desconocidos para ella hasta ese momento. Ella lloraba de alegría por el goce que el hombre tan amablemente le ofrecía. Aquello superaba con creces las mejores expectativas que hubiese podido imaginar.
No aguanto más. Voy a correrme. ¿Es que no te vas a correr nunca? Vamos muchacho correte y dame toda tu leche.
Señora, ¿puedo correrme en su culo? –le preguntó con una voz implorante pero llena de vicio.
Correte donde quieras pero lléname con tu caliente esperma. No me hagas sufrir más, no lo soporto……me estás matando por dentro.
Ciriaco dio los últimos embites dentro de aquel estrecho agujero y acabó explotando dentro de ella. Una catarata de líquido seminal la llenó por completo, aquella leche la quemaba por dentro. En el momento en que sintió la corrida del joven reventó nuevamente en un orgasmo interminable y totalmente placentero.
¡Joder, qué bueno es esto! ¡Menudo polvo! Qué leche tan caliente, querido, me llena por entero –dijo abriendo los ojos como si volviese a la realidad desde un sueño delicioso y plenamente reparador.
¿Qué tal te encuentras? ¿Quedaste satisfecha? ¿Cumplí tus expectativas? –le preguntó él insistentemente como si deseara que aquella madura mujer ponderara sus habilidades como amante.
Ha sido excepcional, mucho más de lo que hubiera podido imaginar. Nunca pensé que pudiese enloquecer de este modo y tú has sido el culpable de todo…..
Nada de eso…la verdadera culpable has sido tú. Eres una mujer ardiente y llena de pasión que debes dejar que fluya para poder ser feliz. Aún eres joven y estoy convencido que muchos hombres desearán hacerte suya.
Recuerda que necesito ideas para mi próxima novela. ¿Podrás ayudarme durante los días que me restan en la ciudad? –interrogó ella con voz suplicante.
¿Acaso lo dudas? Acuérdate que hay que arreglar la maldita ducha –contestó mostrando sus cuidados dientes en una sonrisa maravillosa.
Pensó en cómo se las arreglaría para hacer gozar a la señora Lúzaro y a su compañera Rosalía al mismo tiempo. Por suerte la estancia de Celia en el Hotel Alameda duraría sólo una semana. Así pues trató de apartar de su mente aquel pensamiento y dejó que la exhausta mujer reposara entre sus brazos y ambos se abandonaron al tan necesario y reconfortante sueño.
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