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En un anterior relato expliqué como fue mi primera vez, unas semanas antes de mi incorporación al servicio militar obligatorio, y como hasta pasados varios meses, no volví a echarme un polvo.
Bien, pues pretendo contar como fueron los siguientes. Esto ocurrió en el año 1964 y 1965
Cuando supe que me quedaba a hacer la mili en mi ciudad y el cuartel al que iba destinado, mi padre me dijo que en ese cuartel tenía un amigo que era capitán, que había estado en la guerra con él.
- Se llama Gutiérrez, ya me habrás oído hablar de él alguna vez.
- Si, si, lo recuerdo, él era el sargento y tú el cabo.
- Éramos, y somos todavía muy amigos. Un día iremos a hablar con él ¿Te parece bien?.
Fuimos a verle, de lo cual se alegró muchísimo, y más cuando le dijimos que iba destinado a su cuartel. Me preguntó cosas sobre mí. Le dije que era electricista, que había terminadola MaestríaIndustrialy que quería seguir estudiando Peritaje Industrial, pues ya había aprobado el ingreso enla Escuelade Peritos.
- Cuando llegues al cuartel, después de terminar el campamento, pregunta por mí, que ya veré de conseguirte un destino que puedas seguir estudiando durante la mili.
Hice el campamento a unos quince kilómetros de la ciudad. Eran barracones. Estuve casi tres meses. Me puse hecho un “cachas” de la cantidad de ejercicios que hacíamos: instrucción, gimnasia, marchas, maniobras, etc…
Una cosa tengo que decir, y es que no era cierto lo que se decía de los cuarteles, de que echaban bromuro en el agua para apagar el deseo sexual de los soldados. Y lo digo porque por las mañanas, al menos yo y casi todos los compañeros amanecíamos con el miembro más duro que el fusil.
Bien, se acabó el campamento, llegué al cuartel. Pregunté por el capitán Gutiérrez, para ir a verle, pero no hizo falta, un cabo vino a decirme que me presentará en su oficina.
- ¿Conoces al capitán Gutiérrez?
- Si, es amigo de mi padre. Hicieron la guerra juntos.
- Pues que suerte vas a tener, porque es el oficial que se ocupa de dar los destinos. Seguro que te consigue un buen “enchufe”.
Fui a la oficina del capitán Gutiérrez
- Bien, bien, así que quieres estudiar Peritaje Industrial ¿no?
- Si, es que me gusta mucho la especialidad de electricidad.
- ¿Te gustaría un destino que pudieras compatibilizar con los estudios?.
- Si, claro, si fuera posible, me gustaría mucho.
- Pues mira, te voy a colocar de “asistente” de un teniente. No te creas nada de lo que te digan de que los asistentes son como las criadas de los oficiales. Además con este teniente no vas a tener que hacer casi nada.
Efectivamente, no hacía casi nada. Mi trabajo normal era el siguiente: a las siete y media de la mañana tenía que estar en el cuartel para pasar lista. A continuación, en la imprenta tenía que coger la orden del día para llevársela al teniente a su casa (pero nunca llegué a dársela porque cuando yo llegaba, ya se había ido). A continuación, tenía que recoger una botella de leche que traían de una granja que había en el campamento y llevarla a su casa. Ahí terminaba la faena, es decir que antes de las nueve de la mañana ya estaba libre y podía ir a clase.
El teniente en cuestión tenía fama de ser algo borrachín (luego pude comprobar que sobraba el diminutivo, era un auténtico borracho). Había ascendido recientemente. Al igual que el capitán Gutiérrez, había sido sargento provisional durante la guerra, pero no consiguió ascender a oficial hasta ahora.
El primer día, al llegar a casa del teniente, toqué al timbre de la puerta y no sonaba, por lo que golpeé con los nudillos. Me abrió la esposa del teniente.
- ¿Eres el nuevo, verdad?. Perdona, pero es que se ha estropeado el timbre.
Dejé la leche y la orden del día, me disponía a salir y se me ocurrió echar un vistazo al timbre. Estaba roto.
- Si quiere se lo puedo arreglar, soy electricista.
- Ay, que bien.
- Ya le traeré uno nuevo mañana. Mi padre tiene una tienda de electricidad.
La señora en cuestión iba con una bata y me pareció que no llevaba nada debajo. En fin me fui. Al día siguiente llevé el timbre, me lo pagó y se lo puse.
- Ven, que te he preparado el desayuno, me dijo.
Efectivamente en la mesa de la cocina, había dos buenos tazones de café con leche y unas pastas.
- ¿Te importa que desayune contigo?
- No, no, al contrario.
- Con el hambre que pasamos durante la guerra, da gusto ver desayunar así a un joven como tú.
- Pero usted no es tan mayor como para haber conocido la guerra.
- No te creas, ya tengo mis años. Me casé el año 1939, nada más terminar la guerra.
- ¿Sería usted muy joven?
- Tenía dieciocho años recién cumplidos.
De repente, me sorprendió con una pregunta.
- ¿Te gusta follar?
- ¿Cómo, cómo… dice?. No me creía que lo estuviera preguntando.
- Que si te gusta follar. Claro que te gusta, como no te va a gustar. A mi me encanta.
Me cogió de la mano, fuimos a su habitación, la cama aún estaba sin hacer. Se quitó la bata. Efectivamente, como sospechaba no llevaba nada debajo. Me ayudó a desnudarme. Me empujo hacía la cama y me tumbó. Se puso a horcajadas sobre mí, me cogió la polla y sin decir palabra se la metió en el chocho.
Yo creo que estuvo experimentando para ver como le daba más gusto, porque subía, bajaba, hacía círculos con el coño, como si buscara la mejor posición para sacar más placer.
- Así, así, me estás dando mucho gusto, ¿te doy gusto a ti?
- Mucho, mucho.
- No te preocupes por sacarla, puedes correrte dentro. ¿Quieres correrte ya, cariño?
- Todavía aguanto
- Pues no hagas nada, que ya lo hago yo todo, cielo mío.
La corrida que me pegué fue inmensa, hasta el punto que ella mismo lo debió notar, porque me preguntó si hacía mucho que no lo había hecho. Le dije la verdad, que desde un poco antes de ir a la mili.
Al día siguiente, lo mismo, pero esta vez lo hicimos de forma clásica, ella debajo. Se la metía y se la sacaba del todo, hasta que me dijo que era mejor no sacarla del todo, y que me moviera más despacio. Era muy cariñosa, me besaba, y me decía palabras muy dulces, Daba gusto follar con ella. Terminamos y preparó el desayuno. Ella siguió hablando del asunto.
- ¿Sabes que lo haces muy bien? Seguro que tienes novia y le das mucho gusto.
- No tengo novia.
- Pero se nota que has follado bastante.
- No se crea, hace solo tres meses que perdí la virginidad.
- ¡Ay!, como me gusta que hables así. ¡La virginidad!. ¡Qué tiempos aquellos! Yo la perdí cuando la guerra. Era muy jovencita.
Parecía dispuesta a contarme su vida. La animé.
- Claro, si se caso usted a los dieciocho años.
- Ya no estaba virgen. En mi pueblo se pasó mucha hambre. Primero estuvo tomada por los rojos. Había mucha gente dela CNT, anarquistas, milicianos y milicianas.
- No me dirá que las violaron.
- ¡No, no que va! Lo que pasa es que estaban siempre hablando de la igualdad, de que hombres y mujeres éramos iguales, que nos teníamos que liberar. Que había que practicar el amor libre y cosas así. Total que nos llenaron la cabeza de esas tonterías y la mitad de las chicas jóvenes y hasta las mujeres maduras, caímos en la trampa.
- ¿En que trampa?
- Pues lo que yo te diga. Para mi eso de la igualdad y el amor libre era un cuento de los hombres para poder follarse a cuantas más mujeres mejor. Y después, si te he visto no me acuerdo.
Bueno, pues conversaciones así, llevábamos todos los días, generalmente durante el desayuno tan bueno que ella preparaba después de habernos echado el polvo diario.
- Y cuando llegaron los nacionales, ¿qué pasó?, le pregunté otro día.
- Pues que la cosa cambió. Hacían animaladas, fusilaron a algunos, pero esto del amor libre, se acabó. Entonces conocí a mi marido. Era a mediados de 1938, era sargento. Al verlo tan gallardo con su uniforme, me enamoré como un tonta. Gracias a él dejamos de pasar hambre en casa, siempre nos traía pan, latas de conserva, chocolate y cosas por el estilo.
Ese día habíamos follado en una postura especial. Ella se tumbó al borde de la cama y yo la cogí de las piernas poniéndomelas sobre los hombros, de tal manera que el coño estaba a la altura de mi polla. Se la metí de un golpe. El gusto que le debió dar debió ser grande, porque se corrió mucho antes que yo.
- ¡Madre mía que bien follada me has dejado!. Repetiremos esta postura.
- Y si quiere podemos probar en otras posturas.
Obsérvese que yo no dejaba de tratarla de usted, pese a la confianza que demostraba conmigo. Cuando ya llevábamos quince o veinte días follando diariamente, ocurrió que cuando fuimos a la cama y se quitó la bata, se quedó en bragas. Yo ví que sobre la mesilla tenía unos paños higiénicos (entonces no se había generalizado el uso de las compresas)
- Hoy no se puede, pero desnúdate de todas formas
- ¿Por qué?, le pregunté
- Porque estoy con la regla.
Todavía de pie, me la empezó a menear. Me empujo hacia la cama y siguió masturbándome. Lo hacía con mucha delicadeza, apenas me apretaba. Varias veces pasó su lengua por encima del glande. Casi lo estaba pasando yo mejor que cuando follábamos, porque no paraba de decirme cosas cariñosas alusivas a mi miembro viril. Yo ya no aguantaba más
- ¿Te vas a correr ya, cariño mío?
No hizo falta que le dijera nada, ella lo notó, cogió un paño higiénico y me lo puso en la polla. Allí eyaculé.
- Que cantidad de semen que te sale. Mañana haremos algo especial.
Lo que paso al día siguiente, fue que me hizo una gran mamada. Se la metía hasta el fondo de la garganta, la sacaba y se quedaba solo el capullo en la boca, pasando la lengua por todo alrededor. Algo delicioso. Nunca me la habían chupado así (bueno, la verdad es que solo me la había chupado una vez la prostituta de mi relato anterior).
- ¿Te da mucho gusto, verdad, corazón?. Espera ya verás que bien. ¿Te gustaría correrte en mi boca?
- Si.
Siguió chupándomela. Al final me corrí en su boca. Ella cogió uno de los paños y escupió todo el semen en el mismo.
- Casi me has llenado la boca. ¿Te ha gustado, verdad?
Durante el desayuno, derivó la conversación no hacia como lo había pasado en la guerra, que era su tema favorito, sino a lo que hacíamos nosotros.
- ¿Te molesta lo que hacemos?
- No, al contrario, me gusta mucho. Es usted muy buena, muy guapa.
- ¿Soy buena folladora?
- Lo hace usted muy bien. Nunca lo había hecho así.
- ¿No pensarás que soy algo puta?
- Por favor, no me diga esas cosas, como lo voy a pensar.
- Lo que pasa es que tanto tú como yo tenemos una necesidad y nos la cubrimos mutuamente.
Otro día se empeño en contarme por que se caso con su marido. Eso sí, nunca me hablaba del él en presente. Yo no se si follaba conmigo, porque él no lo hacía, o no la satisfacía lo suficiente, pero la verdad es que me cogía con mucha pasión. Quizá, a lo mejor era ninfómana. No lo se.
Resulta que durante la guerra, el frente estaba cerca de su pueblo que había estado tomado por los rojos. Cuando lo tomaron los nacionales, los soldados iban a descansar al pueblo.
- Muchas mujeres si liaron con algunos, pero yo me fije en mi marido, tan apuesto con su uniforme de sargento, vamos que me enamoré de él como una tonta. A los dos o tres días nos fuimos a un pajar y follamos. Nunca me preguntó sobre mi virginidad. Seguramente se imaginaba lo que había pasado en el pueblo.
- ¿Y fue él quien dijo de casarse?
- Pues si. Tenía ya veintinueve años. Se quería quedar en el ejército, pues era la mejor forma de no pasar hambre, además no tenía una profesión concreta.
Mi vida se desarrollaba muy rutinariamente pero muy agradable para mí. Me levantaba, iba al cuartel un momento, iba a casa del teniente, me follaba a la señora y me iba clase, cosa que también me gustaba. Todavía me quedaba algo de tiempo para hacer algún trabajillo de electricidad. Cada dos meses me tocaba guardia en el cuartel.
La rutina con la señora del teniente era muy llevadera. Todos los días follábamos, pero haciendo cosas especiales, posturas, y variantes diversas. Cuando estuvo con la regla otra vez, se quitó la bata en la cocina y me dijo que me quitara solo el pantalón y el calzoncillo.
- Hoy algo especial, lo vamos a hacer con mantequilla.
Se puso apoyada en la mesa de la cocina, se bajó la braga, dejando solo al aire su culo, cogió la mantequilla y con un dedo se la puso en el ojete.
- Ven, dame tu polla, que te voy a poner a ti, dijo a la vez que lo hacía. Ahora me la vas a meter por el culo
Con el resto de mantequilla que le quedaba en la mano me frotó todo el miembro, dejándomelo suave.
Seguía apoyada en la mesa. Me dijo que le abriera un poco las nalgas y empezase a metérsela. Apenas había entrado el capullo cuando ella, empujando con el culo hacia atrás, hizo que toda la polla se hundiera en su culo. Pese a la suavidad con que entró, la diferencia con la vagina era muy grande. Me apretaba, pero el lubricante de la mantequilla hacia que el movimiento de mete y saca fuera suave.
Tiempo después vi la película de El último tango en Paris, y resulta que Marlón Brando hacía lo mismo que hacíamos nosotros, pues esto mismo lo volvimos a hacer repetidas veces. O sea que la película no descubría nada nuevo.
Alguno o alguna pensará que estoy exagerando, no ya en lo de follar todos lo días con la esposa del teniente, sino en que esto pudiera ocurrir en el servicio militar. Obviamente, en la actualidad, con un ejército profesionalizado, esto es impensable, pero en aquella época, cuando era obligatorio el servicio militar, los cuarteles eran muy distintos. Incluso la entrada de mujeres en las Fuerzas Armadas, hace que sea imposible, pero repito, así era en aquella época, o al menos así fue el servicio militar que yo personalmente conocí.
Yo era un “enchufado” porque prácticamente no hacía nada, gracias al amigo de mi padre, pero personalmente conocí otros casos que actualmente, sin más les llamaría corrupción. Por ejemplo al hijo de un suboficial de este mismo cuartel que vivía en mi barrio, solo lo vi durante el campamento. Después nunca apareció por el cuartel hasta el día del licenciamiento.
Más sangrante, si cabe, era el de un compañero de estudios. Hacíamosla MaestríaIndustrial.No faltaba ni un solo día a clase. Bueno pues su padre era comandante, sino en otro. Por casualidad un día lo vi por la calle vestido militar y con los galones de cabo primero. Pues bien, solo iba al cuartel el último día del mes a cobrar lo que llamaban “las sobras”. Los soldados cobrábamos 35 pesetas al mes (0,21 €).
También pude comprobar que a algún otro asistente le hacían hacer más cosas, tales como ir a la compra o incluso barrer la casa, pero creo que estos eran los menos. A mí, lo único que me mandó el teniente en persona, fue ir varias veces a por unos medicamentos ala FarmaciaMilitar
Con la mujer del teniente, llegué a tener mucha confianza (sin dejar nunca de tratarla de usted). Ella incluso me contaba cosas muy personales, sobre todo relacionadas con la guerra civil que ella había pasado. Una vez, me dijo, con su marido, entonces novio, se había alejado bastante del pueblo y entraron a un pajar medio derruido por las bombas. “Estábamos follando, los dos en pelotas, ya casi llegábamos al final, cuando de repente ¡Bommm!, cayó una bomba cerca de allí, a unos doscientos metros. Nos dio un susto tremendo, pero como mi novio vio que no había pasado nada al pajar, me dijo tranquila, tranquila, que no pasa nada, y seguimos follando, como si empezáramos de nuevo. Yo me corrí muy a gusto”.
No me puedo quejar de la mili, lo pase muy bien, aprendí muchas cosas de la vida y sobre todo sobre el sexo, pues aquella mujer era una auténtica experta en dar gusto. A cambio yo le iba haciendo pequeñas reparaciones de la instalación eléctrica de su casa, que por cierto, estaba hecha un desastre. El teniente me dio una buena propina por ello.
Podría seguir contando aventurillas de la mili, pero no creo que hoy interesen mucho y en cuanto a la experiencia con “la tenienta”, solo decir que a lo largo de los dieciseis meses que estuve de asistente para su marido, practicamos todo tipo de posturas, cosa que nunca jamás he podido volver a hacer con una única mujer.
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