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La vida de Fermín a sus veintisiete años, se movía entre el aburrimiento y la más absoluta monotonía, sin diferir en demasía de la de muchos de los habitantes que pueblan cualquier ciudad de provincias. Su día a día consistía en ir de casa a la gestoría en la que trabajaba y de ahí, por la tarde, coger el coche de vuelta a casa. Y así día tras día sin mayor aliciente que llevarse a la boca. Cada dos semanas la visita de rigor a casa de su cuñada y de su hermano a comer con la familia y a pasar la tarde con ellos. El fin de semana lo cubría con el grupo de chat en el que estaba metido y ya por la noche salía con los amigos a beber cerveza tras cerveza y más tarde, en la discoteca, seguía bebiendo ahora cubata tras cubata hasta acabar la noche con el control bastante perdido. Luego, llegado a casa, trataba de satisfacerse con una paja a disgusto pensando en alguna de las muchachas que había visto y con la que le hubiera gustado pasar un rato. Aquello le dejaba aún peor pues, con el mucho alcohol ingerido, no disfrutaba de la masturbación. Tras esto, toda la noche durmiendo la mona hasta bien entrada la mañana del domingo. En fin, una vida asquerosa a más no poder.
Hacía largo tiempo que no se comía un colín, al menos año y medio, así que podéis imaginar el estado en el que se hallaba. Deseoso de hembra como iba, se las comía con la mirada cada vez que se cruzaba con una de ellas por la calle. Fuera una niña de veinte años, alguna treintañera o una mujer madura de edad ya algo avanzada, a Fermín igual le daba… en todas se fijaba.
Solo como vivía, solía ir al mercado a hacer la compra. Solía ir los miércoles y jueves que era los días que tenía posibilidad de hacerlo, y allí era donde compraba la fruta, la carne y las verduras dejando el resto para el supermercado. Y allí fue donde la conoció.
Ella era la mujer de la verdulería donde Fermín compraba las cebollas, los pepinos y los tomates. Era aquel un puesto pequeño en una de las esquinas de las calles principales del mercado. La verdad es que, debido a su poco ánimo, al principio no paró demasiada atención en ella, la típica mujer de mercado alegre y parlanchina. De unos treinta y tantos años y ya cercana a los cuarenta, le calculaba él, no muy alta y de bonito rostro en el que destacaban aquel par de brillantes y expresivos ojos. Tenía una media melena de un tono castaño oscuro, bien cuidada y con algo de flequillo cubriéndole parte de la frente. Vestía siempre bata gris por encima de aquellos finos jerseys con los que acostumbraba resguardarse del frío.
Fermín había ido a parar a aquel puesto como podía haber ido a cualquier otro. Ningún motivo especial le había llevado a elegir aquel en detrimento de otros. Sin embargo, y tras probar varias de las opciones que tenía, había acabado por hacerse cliente asiduo del lugar yendo semana tras semana.
La mujer se mostraba desenvuelta ante los clientes como correspondía a su trabajo cara al público. Siempre que Fermín iba le atendía con la mejor de las sonrisas sin diferir en nada el trato habitual que daba al resto de la gente. Hasta aquí nada especial para con él… Hasta que un día ella le guiñó el ojo al saludarle al llegar él a la parada. Aquello tampoco supuso para el muchacho algo extraño en cuanto al comportamiento de ella. Aquel gesto para una mujer habituada a tratar con todo tipo de gente, pensó Fermín, no sería más que una forma de ganarse su confianza.
Así regresó a casa con sus bolsas para una vez más volver a su día a día de aburrimiento y hastío mortales. Cada día cumplir con sus obligaciones en la gestoría, sacando lo antes posible los trámites que el señor Hurtado, su jefe, le encomendaba. Y del trabajo a su casa sin el más mínimo aliciente del que disfrutar.
Así fueron pasando los días volviendo a ver a aquella mujer de la verdulería cada día que iba. En una de aquellas veces nuevamente le guiñó el ojo mientras le sonreía abiertamente para enseguida empezar a hablar ambos no recordaba él muy bien de qué. Ya de camino a casa y cargado de bolsas, Fermín comenzó a pensar más en serio en aquella mujer. Por su cabeza pasó la idea de si realmente aquella casi cuarentona podría desear algo con un joven como él. No era la primera vez que aquellas cosas sucedían, conociéndose más de una historia de mujeres interesadas en muchachos más jóvenes que ellas. Era cierto que nada sabía de ella, más que las pocas palabras que habían podido cruzar en los cortos momentos en que se veían. No sabía si podía estar casada, separada, divorciada o viuda, si tendría hijos, ni tampoco conocía la vida que podría llevar.
Todas estas locas ideas y muchas más corrían por la cabeza de Fermín el cual sopesaba los pros y los contras de vivir algo con alguien desconocido. Una aventura o quizá algo más que pudiese dar aliciente a su existencia. En fin, aquello a lo que todo el mundo en mayor o menor medida aspira. Por otro lado, pensaba también que seguramente ella tendría una familia o alguien a quien estuviera unida. Esposo, hijos a los que cuidar y amar.
Con todo esto, estuvo durante días en un continuo sinvivir de pensamientos enfrentados considerando un montón de posibilidades en torno a todo aquello. En ocasiones se animaba creyendo en el hecho de poder conocerla, mientras que en otras todo su arrojo y resolución se iban al traste imaginando cualquier circunstancia que pusiera freno a sus alocadas reflexiones. Varias noches estuvo sin poder dormir, viendo en el display de su reloj de mesilla cómo se cumplían la una, las dos y las tres de la mañana sin parar de dar vueltas y vueltas.
Y finalmente se decidió a buscar solución a su continua desazón y pesadumbre. Necesitaba una respuesta, fuera cual fuese, en torno a aquello que tanto le preocupaba. Pensó cómo abordarla y cuál sería la mejor forma de poder hacerlo. Difícil como era el encontrarla sola pues siempre tenía alguien a quien atender, consideró el escribirle una nota que darle al ir a pagar. De ese modo, durante dos o tres días estuvo rumiando qué poder decirle en el pequeño espacio de una cuartilla. Al fin, la misma mañana en que iba a ir a verla, redactó unas pocas líneas en una pequeña hoja:
“Hola, seguramente no sea la mejor manera pero bueno… Me gustaría conocerte y tomar un café contigo. Si te interesa llámame. (Seguidamente le puso el número de teléfono). Espero tu llamada. Un beso. Fermín.”
Y con aquella nota en el bolsillo del pantalón, marchó al mercado siguiendo el mismo camino de siempre. Según se iba acercando, parecía que el corazón se le iba a salir por la boca. Llevaba la mano en el bolsillo agarrando aquel papel como si en ello le fuera la vida. Al llegar fue primero a comprar la fruta y el resto de cosas, dejando para el final la tan temida y al mismo tiempo tan deseada visita. Cada vez se sentía más y más inquieto. ¿Cómo reaccionaría aquella mujer? –pensaba mientras se acercaba a la parada cruzándose con el resto de gente que paseaba a su lado ajena por entero a los pensamientos de Fermín.
Por suerte estaba sola cuando llegó. Se encontraba colocando calabazas en el estante trasero, de espaldas y sin percatarse de su presencia. Él esperó, extrañamente paciente, a que se volviera.
¡Ah hola! –dijo al encontrarse cara a cara con el muchacho.
Hola, ¿qué tal? –respondió sin saber muy bien cómo podía articular las palabras.
Se la quedó mirando unos segundos sin decir nada más, pensando que aquel día la veía más guapa que en otras ocasiones. En realidad vestía igual que siempre, con un jersey de cuello alto por debajo de la bata. Pero había algo en ella que a Fermín le resultó hermoso no sabía muy bien el motivo.
Y dime, ¿qué se te ofrece hoy? –la escuchó decirle con su fresca sonrisa.
¡Oh, necesitaré tomates para ensalada! –respondió Fermín a la pregunta de la mujer. Un kilo estará bien –dijo viéndola inclinarse presurosa hacia delante en busca de los rojos tomates.
Mientras la mujer llenaba la bolsa, sacó del bolsillo el papel el cual sujetó con fuerza entre los dedos. Una vez acabó de pesar la bolsa le preguntó ella qué más quería, contestándole que unas cuatro o cinco cebollas de las que siempre le cogía. No siendo observador, se vio fijando la mirada en las manos femeninas las cuales descubrió sin anillo alguno. Aquello le animó pues imaginó que aquello significaba que no estaba casada. Entre los dedos seguía manteniendo fuertemente agarrada la nota que pensaba entregarle en breve. Por suerte, ninguna otra persona se acercaba a la parada permaneciendo así los dos solos.
Bien, ¿quieres alguna otra cosa? –volvió ella a preguntarle tras acabar con el último pedido.
No, no… nada más. De momento eso es todo.
Pues serán dos euros cuarenta y cinco –dijo ella metiendo todo en una bolsa más grande.
Y entonces el chico, quitándose los miedos de encima, le alargó la nota al tiempo que le pagaba con la otra mano.
Perdona, esta nota es para ti… ya me dices algo –se atrevió a decir con voz temblorosa y buscando el mejor tono en sus palabras.
Ella no dijo nada, quedando parada y sorprendida, al recoger el papel entre los dedos mientras se echaba hacia atrás separándose de él.
Si te interesa dime algo, guapa –exclamó despidiéndose de ella antes de coger pasillo adelante camino de la calle.
¡Qué tonto! Una vez más me olvidé de preguntarle su nombre… En fin, ya está hecho… ya no hay vuelta atrás –masculló entre dientes mientras regresaba con el corazón desbocado y notándose nuevamente tan inquieto como lo había estado minutos antes cuando cubría el recorrido inverso.
Durante todo aquel día y el día siguiente, el teléfono no sonó sintiéndose Fermín excitado y un tanto desilusionado por la falta de noticias. Por las noches no durmió apenas envuelto en el sinfín de pensamientos que le llenaban la cabeza. La segunda noche, sin darse tiempo para desnudarse, se tumbó en la cama y, muy intranquilo, trató de no pensar en nada, sino solo en dormirse lo antes posible. Cosa extraña, cayó dormido nada más hundir la cabeza en la almohada. El muchacho durmió durante unas cuatro horas, aunque de forma intranquila y sin poder coger un sueño profundo y reparador. Despertó súbitamente sobre las cinco, con el ánimo tan trastornado tras el sueño vivido que no quiso volver a acostarse, prefiriendo pasear unos minutos durante el tiempo suficiente para fumarse un cigarrillo. Sin embargo, la tarde siguiente estando en el trabajo y ya casi sin esperanzas, la tan deseada llamada llegó en su auxilio al escuchar repiquetear insistentemente el móvil sobre la mesa. Un vuelco le dio el corazón al ver en la pantalla un número que no conocía. ¿Sería ella?
¿Sí? –respondió tras descolgar.
Ho… hola. ¿Eres Fermín? –escuchó una voz femenina al otro lado de la línea.
Sí, soy yo. ¿Quién es?
Hola soy Sonia… Imagino que ya sabes quién soy. Debo estar loca por hacer esto –escuchó aquella voz entrecortada y alterada.
¿Sonia? –respondió sabiendo entonces sí que era ella.
No sé qué pensarás de mí… seguramente nada bueno… No creas que hago esto con todo el mundo.
El muchacho trató de tranquilizarla como pudo, con palabras suaves y llenas de dulzura. Poco a poco ella pareció irse quitando aquel peso de encima que tanto la agobiaba.
Sonia –murmuró su nombre en voz baja pero no lo suficiente para que ella le oyese.
¿Cómo dices? –preguntó ella de manera tímida.
No, nada nada… No decía nada importante. ¿Te gustó la nota que te di? –preguntó sin saber qué decir.
E… eso te decía hace un momento. No pienses que soy una cualquiera… es la primera vez que hago algo así. Llamar a alguien al que apenas conozco.
Sonia, no pienses esas cosas. Quizá fue demasiado osado por mi parte el dirigirme a ti de aquel modo.
¡Oh, no no!… si realmente me sentí muy halagada por tu nota. Nunca hubiera imaginado que un chico como tú se fijara en mí.
Bueno, a veces esas cosas pasan sin saber muy bien la razón para ello. No le des más vueltas –comentó Fermín en el mismo tono conciliador.
¿Y bien? ¿Cuándo podríamos vernos? –escuchó la voz temblorosa de la mujer preguntarle tras unos segundos.
Aquello sorprendió gratamente al joven, pensando que debía ser él quien diese aquel paso. No pensaba que fuera ella quien hiciera la pregunta y aquel primer paso por parte de la mujer le animó aún más.
Ummm, déjame pensar un momento. Hasta las ocho no salgo del trabajo. ¿Te va bien quedar en una cafetería sobre las nueve? –preguntó con rapidez.
Muy bien, sí. Sobre las nueve me va bien. ¿Dónde podríamos quedar?
Entonces Fermín le dio el nombre de una cafetería del centro de la ciudad contestando ella que prefería un sitio más discreto donde nadie pudiese verles. Así quedaron en un café que ella conocía terminando la conversación con un simple hasta luego. El corazón del chico palpitaba aceleradamente una vez volvió a sus quehaceres y durante el resto de horas no dio pie con bola recibiendo más de una reprimenda por parte de su jefe.
Salió del trabajo diez minutos después de las ocho y, sin tiempo de pasar por casa, se dirigió al lugar de la cita nervioso como un flan. En realidad los dos lo estaban tal como pudo comprobar minutos más tarde ya en la cafetería. Llegó él antes, con un cuarto de hora de antelación, aunque no tuvo que esperar mucho pues sobre las nueve menos cinco, y por el amplio ventanal que daba a la calle, vio acercarse a Sonia.
Vestía de forma informal con una especie de abrigo-capa oscura para defenderse del fresco que aunque aquella noche no era mucho, podía llegar a molestar un tanto. Se vieron nada más entrar ella al pequeño café, sonriéndose ambos de manera cómplice y llena de timidez. Fermín se levantó raudo a recibirla, ayudándola después a quitarse la prenda de abrigo antes de que Sonia se sentara. Un jersey azul celeste y de cuello cisne, acompañado de unos tejanos y unas zapatillas blancas de deporte completaban la vestimenta que ella llevaba.
¡Perdona, pero vine corriendo y no tuve tiempo de ponerme algo más adecuado! –se excusó una vez tomaron asiento.
No te preocupes por eso, estás perfecta. De hecho, yo también vengo directamente del trabajo sin tiempo de pasar por casa –respondió él.
Una vez pidieron dos cervezas, y ya los dos a solas, fueron tomando poco a poco mayor confianza. Ella le contó que estaba separada desde hacía cinco años y que tenía un hijo de doce. Por su parte, el muchacho relató su vida aburrida y monótona sin esconder nada. Quería mostrarse tal cual era ante aquella mujer por la que cada vez se sentía más y más interesado. Estuvieron hablando unos tres cuartos de hora, mostrándose más cercanos a cada minuto que pasaba. Casi al final de la conversación, el joven se atrevió a posar su mano sobre la de la mujer. Ella, por su parte, agradeció aquel roce manteniendo allí la mano sin apartarla un solo momento. Mirando el reloj, Sonia dijo que tenía que marchar a casa ofreciéndose el joven a acompañarla. Así fueron paseando entre la multitud, conversando de cosas sin importancia hasta que ella comentó que la dejara allí, que aún era pronto para que alguien la viera con un hombre cerca de su casa. Antes de despedirse entrelazaron las manos, dándose un primer beso con los labios abiertos, tocándose las lenguas y explorándose. Sonia tocaba el labio del muchacho, cerrando los ojos y dejándose llevar por aquella sensación olvidada hacía ya tiempo. Los dos temblaban como colegiales.
De ese modo fueron viéndose durante unos dos meses, intimando más, tomando cada día mayor contacto. Fermín seguía pasando por el puesto del mercado como si nada pasara entre ellos, como si nada hubiera cambiado y luego quedaban un rato por la noche a tomar un café, un refresco o una cerveza.
Y así, después de muchos encuentros decidieron ir más allá. Quedaron en una nueva cita, seguramente una noche del siguiente fin de semana -comentó ella en un susurro. Se despidieron con un nuevo beso, suave y tierno como los anteriores.
Fue la noche del sábado siguiente cuando se encontraron. Ella reclamó un lugar discreto y en el que pudieran sentirse cómodos y relajados. Había dejado a su hijo con sus primos en casa de su hermana y tenían toda la noche para estar juntos. Fermín, sin decir nada, supo lo que ella quería. La habitación de un hotel fue la opción elegida, seguramente resultaría algo frío pero a cambio tendrían un lugar donde relajarse y disfrutar lo que buscaban. Acordaron recogerla en el mismo lugar donde la había dejado la primera noche. Llegó con el coche diez minutos antes de la cita, hallando a Sonia mirando un escaparate mientras le esperaba.
Aquella noche se cubría del frío con un abrigo color camel que no le llegaba a tapar las piernas, protegidas bajo unas tupidas medias negras. Unos botines también color camel, con algo de tacón y de piel completaban el conjunto nocturno de la mujer. Al muchacho se le hizo la boca agua nada más verla.
¿Llevas mucho rato esperando? –le preguntó el muchacho una vez Sonia quedó sentada a su lado.
No, no… la verdad es que acabo de llegar –respondió ella mientras recibía un delicado beso en la mejilla.
Tras esto el coche se puso en marcha mezclándose entre las luces de neón de la ciudad. Durante el viaje al restaurante donde Fermín había reservado mesa, la mano masculina quedó posada unos segundos sobre el muslo de la mujer a la que notó temblar bajo aquel roce por encima de la media. Con los dos besos que le dio, aprovechando la parada en los semáforos, el chico hizo aquella caricia más intensa apretándole el muslo entre sus dedos. Sonia emitió un gemido dejándose acariciar de aquel modo tan exquisito. Cenaron sin apartar un momento la mirada el uno del otro. Ambos esperaban ansiosos lo que después vendría. Durante la cena hubo instantes de silencio aunque también hablaron mucho. Los ojos de ella brillaban de un modo especial y se la veía hermosa bajo el leve toque de maquillaje que le había dado a su rostro.
Y bien, ¿nos vamos? –interrogó Fermín tras haber tomado el café y pagado la cena.
Claro vamos –respondió ella cogiendo el pequeño bolso de la mesa.
No tardaron en llegar al hotel de las afueras de la ciudad donde, tras recoger la llave en recepción, se dirigieron a la habitación. Ahora sí, a la mujer se la notaba nerviosa. Él, mientras caminaban, trató de calmarla con un ligero apretón de manos, mezclando los dedos entre los suyos. La habitación a la que entraron era fría e impersonal, de esas de negro y oscuro mobiliario como suelen serlo en ciertos casos, pero a ellos aquello poco les importaba pendientes como estaban el uno del otro.
¡¡¡Uff!!! Al fin solos –exclamó ella después de que su compañero cerrase la puerta tras ellos.
¿Estás nerviosa? –le preguntó bien seguro de que así era.
Un poco, sí. ¿Tú no?
Sí, claro que sí… Me moría de ganas de estar contigo a solas.
Sin decir nada más, se inclinó acercando su boca a la de ella para acabar besándola haciéndola sentir sus labios húmedos y ardientes. Sonia tembló toda ella abrazada con fuerza a él mientras se dejaba besar. Los besos timoratos del principio fueron ganando en intensidad según se iban soltando. Se deseaban demasiado para que no fuera así. Fermín, yendo más allá, buscó con su lengua que ella abriera los labios y cuando lo hizo traspasó el cálido umbral de su boca entrando en contacto con el apéndice femenino. De esa manera mezclaron las lenguas en un beso ardiente que a los dos les supo a gloria. La mujer, abandonada y temblando aún más, gemía sin cesar sintiéndose amada como pocas veces lo había sido antes.
¡Me siento tan afortunado! –exclamó en voz alta encontrándose en compañía de aquella mujer.
¡Oh, cállate tonto y bésame! ¡Hazlo, Fermín… bésame! Hacía tanto que no sentía algo así… -dijo tomándole por la nuca con la mano hasta acercarlo a su boca de rosados labios.
Eres preciosa –exclamó él apartándole a un lado los pocos cabellos caídos sobre el rostro.
Así se besaron de forma delicada, reconociéndose segundo a segundo y buscándole la boca una vez más tocó con la lengua, los dientes y la lengua femenina que aparecía tímida entre los labios esperando el contacto. El chico se apoderó de los trémulos labios mordiéndolos y besándola hasta dejarla sin aliento. Olvidados del mundo se entregaron a los sentidos, disfrutando su amor hasta caer abrazados sobre la cama. Allí continuaron besándose, sin dejar de hacerlo y notando sus respiraciones aceleradas por el deseo.
Incorporándose ambos la ayudó a quitar el abrigo con urgencia malsana. Pronto las manos se apoderaron de aquel cuerpo recorriéndolo en su totalidad entre los suspiros que ella emitía. Entre continuos besos las manos del hombre corrían sobre las ropas de la hembra deseada, gozando de aquel primer encuentro. Ella le ayudó a desprenderse de la americana y del jersey y con los dedos fue soltándole los botones de la camisa sin dejar de mirarle con aquella mirada plena de deseo. Le deseaba y deseaba sentirse suya por entero.
Prenda a prenda fueron desnudándose, desapareciendo las ropas por el suelo entre las risas y palabras entrecortadas de ambos amantes. El quedó con el torso desnudo y ella con la falda y el blanco sujetador bajo el que se notaba su pecho palpitante y necesitado de mucho más. Cayendo el joven muchacho sobre ella, la besó con ternura mientras la mano se posaba sobre la cadera de Sonia.
¿Estás bien? –le preguntó él con voz grave y ronca tras separarse mínimamente.
Sí cariño… creo que nunca he estado mejor. ¡Bésame… oh, bésame… me tienes cardíaca! –confesó ella en un arrebato de pasión.
Fermín así lo hizo enredando la lengua con la de la mujer en el interior de la boca. Abandonando aquel húmedo contacto, el muchacho se interesó por aquel largo cuello, rígido como un arco, empezando a lamerlo hasta escuchar en ella sofocados gemidos. Hacía tanto tiempo que nadie le hacía algo así que la mujer creyó morir de gusto. El cuello era uno de sus puntos débiles y el simple roce de aquellos labios y aquella lengua la hicieron volver loca.
Mi niño… sigue, sigue así… eso me vuelve loca, mi amor –pidió tomándole la cabeza entre sus dedos.
Él, viendo éxito en el camino emprendido, continuó chupando y lamiendo arriba y abajo el cuello de la mujer, llenándolo con su saliva y con el calor de su respiración. Ambos respiraban ansiosos. Fermín por el placer logrado en ella y la hembra madura por una caricia largo tiempo olvidada. Subiendo hacia arriba, alcanzó la oreja y aquello ya fue demasiado para Sonia. Un escalofrío le corrió por todo el cuerpo nada más sentir los labios del hombre envolver la orejilla y el pequeño lóbulo. ¡Dios, qué bueno era todo aquello!
¡Qué bueno… oh, qué bueno es todo esto! ¡Nadie me ha tratado como tú lo haces, Fermín!
¿Te gusta, Sonia? –preguntó él con voz nerviosa.
¡Oh sí, cariño… es estupendo! Si sigues así creo que moriré de gusto –aseguró ella apretándose con fuerza al joven macho.
La mano masculina fue bajando desde su rostro hasta alcanzar el pecho el cual apretó por encima del sujetador.
Espera –pidió ella apartándolo de su lado hasta quedar incorporada frente a él.
Lentamente llevó hacia abajo con los dedos los tirantes del sostén, para enseguida soltar el cierre trasero dejando al aire sus pechos. El chico quedó anonadado disfrutando la imagen de aquellos senos algo caídos pero todavía interesantes.
¿Te gustan? –preguntó de forma temblorosa.
Son maravillosos –sólo pudo responder embelesado como estaba ante aquel par de montañas.
¿De veras no me engañas?
No seas tonta –contestó antes de lanzarse sobre uno de ellos empezando a lamerlo con fruición.
Nuevamente volvieron los gemidos de la mujer al notar los besos de su compañero sobre su piel tersa. Su excitación se hacía bien patente en los duros pezones y en su vello erizado. Y sobre los pezones cayó la boca del chico pasando del uno al otro succionándolos hasta provocarle un largo suspiro. Bajo la braga sintió su sexo humedecerse sin remedio, tan cachonda la estaba poniendo.
Ella, sin dejar de suspirar, llevó la mano a la entrepierna del joven notándola bien dura y dispuesta.
¡Ummm, qué dura está! ¿Todo esto es por mi culpa?
Pues claro, Sonia… tú también me pones mucho –declaró permitiendo que fuera ahora ella la que se apoderara de su cuello.
Déjame que te la chupe –musitó levemente la mujer junto a su oído al tiempo que con la mano sopesaba aquel bulto por encima de la tela del pantalón.
Entre besos y caricias trató con sus dedos de deshacerse del cinturón logrando finalmente soltar la hebilla y luego el botón. Arrodillado como estaba, Fermín dejaba que su compañera trabajara a su antojo en busca de aquel ansiado contacto. Bajándole la cremallera, Sonia hizo descender el pantalón junto al slip quedando así el miembro viril frente a ella.
¡Guau… qué polla más rica tienes, muchacho! –exclamó con los ojos como platos ante la presencia perturbadora que se le ofrecía.
Ummm, cariño… chúpamela –escuchó la voz del hombre reclamar sus caricias.
Ella se quedó un largo rato observando el miembro curvado, devorando con la mirada aquella polla enhiesta y cabeceante. Una polla de tamaño más que aceptable como hacía mucho no gozaba de una. Sacando la lengua mojó sus labios imaginando el montón de posibilidades que aquello le presentaba. Cogiéndola entre los dedos juntó los labios empezando a besar aquel tronco largo y venoso. Un tímido gemido escapó de la boca del chico nada más notar el roce sobre su piel sensible.
¡Me encanta! –dijo ella sintiéndose bien caliente ante ese miembro joven y duro.
Con la lengua empezó a lamerlo arriba y abajo notando al chico estremecerse con lo que le hacía. Estirándose hacia atrás para quedar más cómoda, Sonia golpeó la cabeza del pene con la punta de su lengua, titilando la lengua sobre él con total descaro. El soldado acariciado se elevó orgulloso en busca de mayores atenciones por parte de ella. La madura hembra sonrió ante la respuesta de su amigo. Tomándolo por la base volvió a lamerlo de abajo arriba, llenándolo con su saliva para enseguida descender sin dejar de mirarle a los ojos. Fermín suspiró feliz ante el arsenal inimaginable de caricias con el que la mujer le obsequiaba. Había fantaseado cientos de cosas pero aquello superaba en mucho lo imaginado.
Chúpala… chúpamela cariño –reclamó con voz ronca mientras entrecerraba los ojos esperando el siguiente ataque de Sonia.
Elevándose un tanto, le llenó el pecho de besos, lamiéndolo y recreándose en el mismo hasta alcanzar el pezón el cual succionó envolviéndolo entre sus labios. El mismo respondió con rapidez poniéndose duro y erecto. Sonriéndole le fue pasando la lengua por el velludo pecho haciéndole gemir, para seguidamente ofrecérsela y acabar juntándola levemente con la del hombre. Ahora era ella la dueña de la situación y quería gozar de aquel joven cuerpo que tanto le gustaba. Bajando fue lamiéndolo y besándole el vientre, terminando por hacerse con el pene que aparecía pétreo y palpitante.
¡Es fantástico! –murmuró con la mirada fija en su amigo.
Sin cogerlo con las manos, pasó la lengua subiendo de los huevos a la cabeza entre los gemidos roncos que la boca del hombre producía. Ahora sí, pasando los dedos a lo largo de aquella columna, se apoderó de la misma llevándola a la boca que la acogió de forma hambrienta empezando a degustar el grueso regalo. Entre murmullos, Sonia lo fue saboreando y chupándolo de manera exquisita sin dejar un momento de hacerlo. Paso a paso fue ganando en velocidad, humedeciendo aquella cabeza y tragando la parte del tronco que podía.
¡Oh sí… cómetela… vamos cómetela! –pedía Fermín gozando toda la multitud de sensaciones que aquella boca le provocaba.
Con la mano ella ayudaba el trabajo que la boca y los labios ejercían sobre el miembro excitado. Así estuvo largo rato chupando y mamando aquel estupendo miembro, metiéndolo y sacándolo de la boca, moviendo los dedos sobre la rocosa barra de carne y notando cómo el nerviosismo de Fermín iba creciendo con cada caricia que le daba. En una de esas llevó la boca a los gordos testículos los cuales chupó y chupó con delectación Luego, y en un ejercicio de osadía por su parte, abrió la boca y muy lentamente fue dejando ingresar aquel estupendo animal hasta acabar haciendo tope en el paladar. Aquello era tremendo, lo tenía dentro disfrutando por entero de aquel músculo enjaulado. El muchacho no podía más que jadear entrecortadamente mientras enredaba los dedos entre los cabellos de la mujer.
¡Sí… qué polla tan fantástica tienes, muchacho! –aseguró ella al tiempo que movía la mano arriba y abajo.
Me vuelves loco... si sigues así no tardaré en correrme…
Sí… eso quiero… que te corras pronto y me lo des todo –respondió Sonia mostrándose ante él como la auténtica leona en que se había convertido.
Volviendo a tragarse el espléndido dardo, lo fue masturbando de manera furiosa ayudándose de la mano para hacer el placer del hombre mucho mayor. Él supo que pronto se correría así que, tomándole la cabeza entre las manos, la fue acompañando en sus rápidos movimientos. Cogido a ella como estaba, notaba sus piernas temblarle ante el inminente orgasmo el cual le llegó súbitamente empezando a escupir la leche tanto rato almacenada. Uno, dos y tres trallazos saltaron por los aires cayendo sobre el bello rostro de la madurita la cual recibió la copiosa lechada con gestos de puro placer. La barbilla, la boca, los pechos e incluso sus cabellos notaron la visita del cálido y viscoso semen, semen que hacía tanto tiempo que no probaba. Así pues, tomando el que reposaba en la barbilla y sobre los labios lo llevó a la boca saboreándolo con auténtico deleite.
¡Uff, qué gusto me has dado… qué corrida más buena! –exclamó el joven guerrero una vez pudo abrir los ojos en busca de la realidad perdida hacía unos segundos.
¿Te ha gustado? Dime, ¿te ha gustado? –preguntó ella sin perder un momento aquella mirada viciosa.
Pues claro… ha sido estupendo –respondió antes de inclinarse sobre ella para besarla de un modo suave y delicado.
Recuperándose ambos de su locura, Sonia aprovechó para deshacerse de la falda y poniéndose en pie quedó ante el joven tan solo cubierta por la pequeña braga que ocultaba su sexo. Por su parte, él se deshizo del pantalón y del slip con premura.
Cariño, me has dejado perdida… mira qué desastre… Ven, acompáñame… vamos a la ducha… -murmuró alargándole la mano y haciéndole seguirla camino del baño.
Ya en el mismo, y después de deshacerse de la diminuta prenda que cubría su sexo, entraron ambos a la ducha cerrando tras ellos la puerta. El lugar era pequeño, ideal para llevar a cabo todo lo que ellos deseaban. Abriendo la ducha dejaron caer el agua por encima de sus cabezas. Los cabellos rápidamente quedaron humedecidos bajo el chorro de la ducha. El roce de los cuerpos les fue excitando una vez más y más se excitaron con la ayuda del jabón recorriendo los pechos, las caderas, los muslos… Tan juntos como estaban, él le masajeó los pechos y las nalgas mientras ella le masturbaba haciendo que su pene fuera recuperando el anterior estado. Costó algo pero al fin lo consiguió. Durante todo el rato que permanecieron en la ducha, estuvieron besándose como desesperados, buscándose las bocas, mordiéndose los labios.
Tras aquel festín de besos, salieron ambos de la ducha para dirigirse directos a la gran cama que les esperaba cálida y silenciosa. Allí continuaron sus juegos, ganando las caricias en interés y audacia. Fermín no paraba de subir y bajar sus manos desde los pechos a las caderas, los muslos y las nalgas para enseguida recorrer el camino contrario adueñándose de aquel par de buenas razones que la mujer le entregaba. Ella no dejaba de reír, divertida y enloquecida por aquellas caricias que tanto la hacían emocionar.
Cariño sí… sí ámame… hacía tanto tiempo que nadie me lo hacía –decía al tiempo que con sus dedos acariciaba el miembro masculino masturbándolo de forma lenta pero continua.
Los jadeos descontrolados de los amantes llenaban la habitación. El muchacho se tumbó sobre ella cubriéndola con su cuerpo desnudo. Un nuevo beso se hizo presente, jugando con sus lenguas y sus bocas entre tímidos suspiros. Se deseaban, se deseaban como dos jovenzuelos en su primer encuentro. Y así era pues para ellos aquella era la primera vez que disfrutaban el uno del otro.
La mano masculina, buscando vivaracha entre sus piernas, alcanzó por vez primera el sexo de la mujer notando el calor de aquel coño tan mojado. Un gemido ronco lanzó ella nada más percibir el roce de aquellos dedos hundiéndose entre sus labios en busca de la excitada almeja. Mientras tanto, la otra mano se movía desde el pecho hasta la cadera haciéndola desearlo aún más.
¡Oh sí, mi amor… vas a acabar conmigo! –exclamó al sentir uno de los dedos del joven introducirse en el interior de la vagina.
Al tiempo que la besaba, el diabólico dedo se movía en su interior entrando y saliendo muy lentamente. Gracias a lo muy mojada que estaba, los movimientos lentos y precisos del chico resultaban de lo más cómodos. No tardó en acelerar el ritmo de las penetraciones, follándola entre los gritos que ella emitía. El gusto que sentía era tremendo y enloquecedor. Un segundo dedo acompañó al primero, intensificando la caricia y provocándole un escalofrío que le corrió por toda la espalda haciéndola arquear como una perra.
Sigue… sigue mi vida… qué caliente me tienes -casi gritó mientras echaba las manos hacia atrás tratando de cogerse a la almohada.
El chico continuó acariciándola, llevando a cabo una mezcla de entradas y salidas de los dedos seguidas de caricias de la mano por encima del sexo de la hermosa mujer. Sonia se retorcía entre las sábanas, mordiendo la almohada para acallar su placer, hasta que finalmente explotó cayendo en un intenso orgasmo que la hizo llorar de emoción.
¡Qué gusto… dios, qué gusto me has dado, mi niño! –pudo decir mientras recuperaba con dificultad parte de su dominio.
Sonia, quédate así como estás –dijo él mientras se movía sobre la cama hasta conseguir quedar con la cabeza entre las piernas de la hembra deseada.
El muchacho hundió la cabeza entre sus piernas, empezando a comerse aquel coño tan húmedo y jugoso. Pasando la lengua por encima de la rajilla fue golpeándola haciéndole notar el calor de sus labios. Ella jadeaba removiéndose inquieta cada vez que sentía aquella lengua jugando con su sensible flor. Abriéndole los labios con los dedos, Fermín se introdujo entre ellos saboreando todo aquel manantial de flujos que la mujer producía.
¿Qu… qué me haces? Oh sí, cariño… eres malvado…
El despierto apéndice no dejaba de recorrerla, estirando los abultados labios, saboreando cada centímetro de ella, transitando lentamente y haciéndole aún más grande su placer. Las babas del hombre quedaron mezcladas a los jugos que la vulva destilaba. Con los ojos entrecerrados y la respiración entrecortada, acariciándose el pecho con la mano, Sonia veía cómo el muchacho reconocía los rincones más escondidos de su anatomía, introduciendo la lengua entre las paredes de su vagina y succionándola como un poseso. Envolviendo y apretando con los labios el diminuto botón, lo notó crecer al empezar a chuparlo y lamerlo frenéticamente para enseguida mordisquearlo levemente al escuchar la sinfonía de gritos y gemidos que ella emitía mientras abría más las piernas suplicándole que siguiera Un pinchazo agudo recorrió el cuerpo de la encantadora madurita, la cual sintió su piel erizarse y cómo aquel deleite intenso la martilleaba hasta lo más profundo de su cerebro. Nuevamente volvió el placer a visitarla en forma de un orgasmo que rápidamente encadenó con otro más haciéndola hundirse en una espiral completamente desconocida hasta entonces.
¡Dios mío… me vas a matar de placer… nunca había sentido algo así… es fabuloso!
Mientras el chico la saboreaba, bebiendo sus jugos, ella se acariciaba con los dedos por encima del clítoris tratando de llevar algo de alivio a su cansado coñito. La multitud de sensaciones era tan enorme que no podía creer que todo aquello fuera real. Su joven compañero se incorporó, subiendo hacia arriba sin dejar de besar cada centímetro de su piel temblorosa hasta acabar uniendo sus labios a los de ella en un beso lleno de ternura. Sonia se sentía morir, sintiéndose amada como pocas veces lo había sido.
¿Cómo estás nena? –le preguntó una vez se separaron.
Completamente en la gloria… creo que nunca me he sentido tan bien… ven, bésame mi amor.
Aquel nuevo beso la hizo notar el sabor de sus propios jugos y aquello la desconcertó al tiempo que la complacía. Toda una serie de emociones contradictorias se apoderaron de su mente, haciéndola sentirse culpable y ávida de mucho más a partes iguales. El haber probado los humores de su propio sexo la hacía sentir sucia pero, al mismo tiempo, la pasión por el muchacho era tan grande que no podía evitar desearlo.
Todo aquello era seguramente más de lo que la mujer podía resistir, sin embargo no todo iba a acabar ahí pues aún quedaba mucho más. Tras estar el uno junto al otro charlando unos minutos y conociéndose más, ambos sabían que algo les quedaba pendiente.
Sonia, ¿quieres que lo hagamos? –le preguntó un tanto temeroso y con la voz deseosa de una respuesta positiva.
Pues claro que sí… me muero por hacerlo y por sentirme tuya, mi amor –contestó bien segura de lo que en esos momentos tanto quería.
Con sus largos dedos apoyaba sus palabras al masturbar aquel miembro que a cada caricia parecía recuperar sus primeros bríos. Al mismo tiempo la mano del hombre quedó apoyada sobre el muslo femenino pudiendo así notar lo excitada y cachonda que ella estaba. Separándose de ella, Fermín se levantó encaminándose hacia la cartera donde encontró un preservativo. Ya los dos en la cama, la mujer le ayudó presta a ponérselo hasta lograr cubrir el grueso animal por completo. Tumbándose boca arriba la animó a montar sobre él, cosa que la madura hembra hizo pasando una pierna a cada lado hasta quedar a horcajadas encima de su pareja.
¡Qué gorda la tienes, cariño! ¡Métemela… quiero tenerla toda dentro de mí! –pidió entre susurros sin dejar de observar aquel largo monolito.
Abriendo las piernas y cogiéndola entre sus dedos, dirigió el enorme glande a la raja y se fue penetrando ella misma. Sonia dejó escapar un fuerte chillido de dolor, quejándose pues hacía tiempo que su sexo no probaba algo así. Poco a poco la cabeza fue presionando las paredes de su vagina hasta llegarle a lo más hondo. La mujer gimoteó, manteniéndose inmóvil al sentirse llena por completo. Puso los ojos en blanco gruñendo de placer y, hermosa como estaba, tuvo que morderse los labios para no volver a chillar. De ese modo y ya bien montada, se fue acostumbrando al tamaño de aquel eje empezando a moverse sobre el mismo.
Sí… qué polla tan rica… cuánto tiempo sin gozar de algo así… -exclamó subiendo y bajando muy lentamente como si así quisiera disfrutarla más.
Agarrándola de las caderas el muchacho empujó también haciendo que la hembra gimiera ahogadamente. En voz baja le pidió que se lo hiciera despacio. Los dos fueron acoplándose, imprimiendo un mismo ritmo, botando ella apoyadas las manos en el varonil pecho. Fermín respondió alargando las suyas y acariciando los pechos femeninos en pequeños círculos. La madura mujer, bien conocedora de los secretos del sexo, se acariciaba el clítoris con los dedos mientras lo cabalgaba de forma parsimoniosa para así hacer que el joven durara más. Entre jadeos y suspiros, cayó sobre él besándole como desesperada y sin cesar de moverse. Con el paso del tiempo los golpes de ambos se fueron haciendo más bruscos y secos aumentando el placer de los amantes. La habitación que hace un rato aparecía silenciosa, se había convertido ahora en una mezcla confusa de palabras entrecortadas y soeces, de gritos y voces apagadas cada vez que los vientres chocaban acompasadamente.
Así nene, así… dámela toda… dámela toda nene –reclamaba ella al tiempo que doblaba la espalda hacia atrás.
¡Cómo me pones querida! Me tienes loquito… - musitó deslizándose con facilidad dentro de ella.
Lo sé Fermín, no hace falta que lo jures –respondió sonriendo perversamente antes de volver a caer abrazada al chico.
Él fue embistiéndola, en ocasiones rápido y furioso y otras veces lento y como recreándose en cada centímetro de polla que le entraba. Tras la corrida recibida, el chico podía aguantar mejor las ganas de un nuevo orgasmo, disfrutando así los ataques que la hembra le daba. La mujer respondía a los movimientos intensificando sus quejidos o sollozando según fuera el ritmo de su pareja. Cabalgaba sobre Fermín moviendo la cintura adelante y atrás o bien en círculos, ofreciéndole con ello un placer sin igual. Entonces sí el muchacho, tomándola de las nalgas, empezó a moverse de forma inaudita, clavándola sin compasión entre los gritos que ella daba. En algún momento creyó perder el sentido de tanto gusto como sentía. El grueso miembro martilleó durante un buen rato en el interior de su vagina sin ofrecerle un segundo de tregua.
Fóllame sí, fóllame. ¡Voy a co… voy a correrme! ¡Voy a correrme otra vez mi niño! –exclamó con parte de los oscuros cabellos cubriéndole el rostro y notando la llegada de un nuevo orgasmo, fuerte e intenso, entre los constantes espasmos que convulsionaban su bello cuerpo.
Derrumbada sobre él, quedaron los dos quietos y respirando turbados, aún íntimamente unidos y abrazando las piernas de Sonia las del joven macho. Les costó largo tiempo recuperarse del esfuerzo, tantas energías habían gastado. Al fin, abriendo los ojos sorprendida al notar el pene masculino todavía removiéndose inquieto en su interior, la mujer miró a su compañero.
¿No te has corrido? Creí que te habrías ido conmigo.
Aún no mi vida… Quiero disfrutar un poco más de tu cuerpo.
¿Un poco más de mi cuerpo? ¿Es que no has tenido bastante? Me encanta, eres realmente tremendo… ven, ámame cariño…
Él asintió con un leve movimiento de cabeza mientras la atraía hacia él en busca de un nuevo beso.
Tras un lapso de tiempo lleno de besos y arrumacos, Sonia se separó para rápidamente quedar tumbada junto a su amigo. Al instante las manos de Fermín iniciaron un lento paseo por encima de las sinuosas formas femeninas, magreándole el pecho, acariciándole el muslo para enseguida introducirse entre las piernas en busca de su encharcada almeja.
¡Qué cachonda estás! –dijo comprobándolo una vez más al ingresar los dedos en la tierna flor.
Tú me tienes así… eres maravilloso, mi niño.
Vamos, levántate –le pidió tomándola de la mano.
Así cogidos, le acompañó hasta el amplio ventanal desde donde pudieron disfrutar la imagen nocturna de la ciudad. Quedando tras ella y abrazándola por la cintura, de cara a las luces de la ciudad y con la presencia muda de las estrellas alumbrando su cálido encuentro, estuvieron unos segundos contemplando el movimiento de los coches y cómo las gentes paseaban ajenas por completo a lo que pasaba en aquella habitación de hotel.
Las redondeces traseras de la mujer lo provocaban tanto que no pudo menos que pegarse a ella haciéndola sentir toda su dura humanidad. Ella emitió un sonoro suspiro al tiempo que removía el culillo contra el vientre de su atractivo amante. Fermín la hizo abrir bien las piernas mientras ella echaba el cuerpo hacia delante apoyando las manos en el frío cristal. Pasándole una de las suyas por la cintura con la otra la pegó más a él. Luego poniéndole la erecta polla sobre su culo, dejó deslizar la mano derecha por el muslo.
¡Oh, lléname entera, Fermín… métemela hasta el final!
En pompa como la tenía, empujó su pene resbalando jugoso y caliente y abriéndose paso entre las paredes del rosado y carnoso coñito de la mujer. Clavándole la polla, la penetró de una vez sin muchas contemplaciones, tan excitado estaba. Sonia aguantó la respiración ante aquella nueva acometida, furiosa y vibrante. Al momento, el muchacho empezó a moverse con facilidad, iniciando un lento mete y saca que la obligó a morderse el labio inferior. Cerrando los ojos sintió la nueva penetración y cómo el grueso miembro la llenaba. Entonces sí gritó de la emoción de verse follada de aquel modo. El turgente rabo se movía en su interior, entrándole a buen ritmo hasta darle a probar los huevos pegados a ella.
Cariño, fóllame… fóllame así, sí…
Haciéndola doblar la pierna, le quedó el camino despejado pudiendo así tomarla con mayor comodidad. La madura hembra sollozaba, gemía y gritaba al tiempo, vibrando toda ella con cada golpe que le propinaba y pidiéndole una y otra vez que no parase. Echándole mano al culo, Fermín se lo apretó entre los dedos con fuerza. Luego enredó los dedos en los oscuros cabellos para, agarrándola de los mismos, llevarla hacia él besándola con desesperación. Ambos mantenían con dificultad el aliento boqueando el aire que les faltaba. Buscándole el cuello volvió a comérselo, dándole un chupetón que a la mujer la hizo enloquecer. Una vez más la tentadora caricia en aquella parte tan sensible de su cuerpo, consiguió hacerla sentir un fuerte escalofrío corriéndole de arriba abajo.
¡Ummm… cómemelo, querido… eso me pone tan cachonda…!
Fermín prosiguió llenándola de besos y lametones entre los suspiros ahogados que su compañera lanzaba. Le encantaba verla tan entregada y jadeante. Obligándola a girar levemente la cabeza se apoderó de la pequeña orejilla lamiéndola con verdadera pasión. Mientras tanto, el pene continuaba su trabajo golpeando frenéticamente su abierta concha. Y fue aquella doble sensación la que la llevó a un sonoro orgasmo al gozar del roce de aquellos labios adheridos a su oreja.
¡Me corro… me corro otra vez… dios, no puedo más… qué placer tan bueno!
En ese momento y sin esperar a más, el inquieto macho inició un salvaje movimiento de golpes duros y precisos que le hacían alcanzar lo más profundo del sexo femenino. Llevaba mucho tiempo aguantando sus ganas y ya no podía más. Necesitaba lograr su propio orgasmo que le hiciera descargar toda la tensión acumulada. Así pues, estuvieron follando y follando, entre los continuos gritos y lamentos que ambos producían, hasta que finalmente su agradecida compañera metió la mano entre sus piernas y alcanzando los cargados testículos los apretó con fuerza haciéndole quedar quieto tras ella. Los dos cayeron en un orgasmo conjunto que les hizo perder el sentido. Fermín explotó notando poco a poco cómo se le iban perdiendo las fuerzas. Ella aullaba como una perra mientras su amigo se derrumbaba sobre la espalda de la mujer envolviéndola con su cuerpo cansado.
Ya fuera de ella se quitó el condón dejando gotear parte del semen en el negro suelo. Sonia estaba empapada en sus propios jugos, tremendamente abierta y mojada, escurriéndole su corrida sin poder dejar de gemir.
¡Oh, mi amor… no sé cuántas veces me he corrido pero seguro que han sido muchas!
¿Cómo te encuentras?
En la gloria, mi cielo… muy cansada pero feliz –aseguró buscándole la boca para unirse a él en un beso cálido y sincero.
Toda aquella noche la durmieron de un tirón el uno en brazos del otro. Ya por la mañana, Fermín despertó gozando de una nueva felatio por parte de su compañera de cama. Al parecer empezaba a acostumbrarse rápidamente a lo bueno…
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