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Categoría: Maduras

Diario sexual. Mi querida vecina (madura infiel).

Para la siguiente historia que os narraré de mi diario he de poneros un poco en antecedentes. Yo vivía en un bloque de pisos y el mío era un cuarto. Algunas veces subía por las escaleras, pero la mayoría iba en ascensor. En las últimas semanas había coincidido con Sonia, una madura mujer de unos cuarenta años que era todo un monumento de mujer, a mis diecisiete años me parecía la mejor del mundo. No sé si haría algún tipo de ejercicio o algo, la verdad es que lo único que sabía de ella es que estaba demasiado buena, aparte de que estaba casada con un hombre algo mayor que ella y muy serio.



 



Cada vez que coincidíamos en el ascensor la miraba de reojo y ella me preguntaba cosas banales para hacer más llevadero el momento que coincidíamos. Sin embargo notaba que había algo más, no sé lo que era, pero yo notaba algo raro. Durante dos semanas estuvo esta situación hasta que pasó lo que os narro.



 



"Domingo de Ramos de 1984.



 



Hoy me he levantado por la mañana temprano, había quedado con mis amigos para ir a misa. Tengo como costumbre la de ir a misa los Domingos de Ramos y traerme una ramita de olivo que pongo sobre un cuadro hasta que es sustituido al año siguiente.



 



Pues cuando me levanté no imaginé que este Santo Domingo iba a ser tan especial para mí. Después del acto religioso y en compañía de mis amigos, fuimos a tomar unas copas por los bares de la ciudad. Ya eran la una de la tarde cuando decidí ir para casa a comer algo.



Mis padres habían viajado a Sevilla para ver las procesiones de allí y aunque insistieron en que fuera, no consiguieron hacerme cambiar de opinión. Cuando llegué al bloque de pisos donde vivo, coincidí con mi vecina Sonia y su marido Juan Carlos para tomar el ascensor.



 



Nos saludamos cortésmente, ella con una preciosa sonrisa propia del día en el que estábamos y su marido con la seriedad que le caracterizaba. Al subir los tres en el ascensor quedamos muy juntos por la estrechez de la caja.



 



-Dile a tu madre que ahora le bajaré la olla que me dejó el otro día. –me dijo Sonia con una hermosa sonrisa.



 



-Mi madre no está, se han ido a Sevilla. –contesté y cuando lo decía me di cuenta que había fastidiado la oportunidad de haber estado un momento con ella a solas.



 



-¡Vaya! Y ¿qué estás solo?



 



-Sí… ahora me calentaré algo de comer… -dije sin saber bien que decir.



 



-Juan, ¿no crees que debemos invitar a este chiquillo a comer en casa? –le dijo a su marido que asintió con un movimiento de cabeza. –No te bajes en tu piso, seguiremos hasta el nuestro y comes con nosotros ¿Quieres?



 



La verdad es que no sabía si quería o no, pero aquella sonrisa y la belleza de ella me animaron por encima de la sobriedad de su marido. Cuando paró el ascensor en mi piso le volvimos a dar al piso de ellos que era el último del bloque.



 



Salimos y los seguía hasta entrar en su casa. En el bloque había dos pisos por planta y ellos tenían los dos de arriba unidos por el salón. Su casa era enorme y tenían todo tipo de obras de arte. Por lo visto el marido procedía de una familia de dinero que a causa del juego había consumido toda su riqueza, perdiendo varias fincas y millones en apuestas y partidas de póker. Desde entonces se había quedado en la situación anímica que estaba. Gracias a que Sonia era una mujer de carácter pudo salvar algo de las cosas que tenían y tuvo que ponerlo casi todo a su nombre. Desde entonces vivían con una pequeña renta que le quedó al marido y sobre todo al trabajo de secretaria de dirección que tenía ella en una multinacional.



 



Su marido se cambió de ropa y como un autómata se fue al salón, se sentó en su sillón y puso la tele. Sonia me enseñó toda la casa. Caminaba con ella y disfrutaba de su hermosura. A veces la dejaba pasar delante de mí y aprovechaba para fijarme en su cuerpo. Estaba hermosa con aquel traje negro ajustado que vestía para ir a misa. En la calle llevaba un suéter y disimulaban su pecho, pero cuando se lo quitó en su casa y con aquel vestido ajustado pude comprobar el volumen que tenía.



 



Después me pidió que la ayudara a preparar la comida. Me pidió que la esperara un momento en la cocina que se cambiaría de ropa. Tardó un minuto y apareció muy alegre y ordenándome como si fuera su pinche de cocina. Entre orden y orden la miraba, cómo se movía, sus expresiones, sus curvas… la observaba y poco a poco sentía que me iba gustando más aquella mujer.



 



Pusimos la mesa y nos sentamos a comer. El marido apenas hablaba, siempre serio y siempre viendo la televisión. Ella me hablaba de las cosas que solían hacer y me preguntaba por mi vida. Todo muy correcto y bien. Acabamos de comer y su marido le dijo a ella que se marchaba a su siesta.



 



-Bueno chaval, me marcho a dormir un poco, ha sido un placer tenerte aquí y vuelve cada vez que quieras. –me dijo dándome la mano y cortésmente le di las gracias.



 



Sonia empezó a recoger la mesa y yo la ayudaba.



 



-No déjalo, yo lo haré… tendrás que irte para salir con tus amigos.



 



-No, por dios, le ayudaré a fregar… todavía tengo que llamarlos y no sé si saldrán, no quiero quedar como un aprovechado que come y se va sin ayudar.



 



Ella me sonrió y entre los dos quitamos la mesa. En la cocina sacó una botella de vino dulce y puso dos vasos. Me ofreció y brindamos por la vida. Mientras fregábamos y entre trago y trago me contaba un poco su vida. Así me enteré de que nunca habían tenido hijos, que los que su marido tenían no le hablaban, no tenía amigas de verdad y no quería dejar a su marido solo por mucho tiempo. En fin que su vida era un drama.



 



Le dije que no se preocupara, que podía tenerme como amigo. Ella se volvió y vi que sus ojos estaban húmedos y a punto de llorar. La abracé y pensé que ella me separaría, pero al contrario, me rodeó con sus brazos por los hombros y con mis manos agarré su fina cintura.



 



-¡Qué ojos más bonitos tienes! –me dijo mientras clavaba sus ojos oscuros y húmedos en mí.



 



-No son más bonitos que lo que están mirando ahora mismo. –le contesté y eso la encendió.



 



Me agarró con fuerza y comenzamos a besarnos, sentía su lengua dentro de mi boca que se movía nerviosa y excitada. Hacía mucho tiempo que no tenía relaciones con ningún hombre y era un volcán de pasión. Yo la acariciaba con mis manos, tocaba su nuca con una mano, mientras la otra acariciaba su redondo culo, lo tenía duro.



 



Ella bajó las manos y también me acariciaba por todo el cuerpo. La giré y acaricié su barriga mientras ella me agarraba por la cintura para pegar todo lo posible su culo a mi abultado paquete. Volvió la cabeza y me ofrecía su boca para que nos besáramos. Con las dos manos agarré sus voluminosos pechos y los acaricié como queriendo darles más redondez.



 



Busqué los botones de su bata y los desabroché. Aparté la tela a ambos lado y la giré y la separé de mí para mirarla. No se había cambiado la ropa interior que llevaba cuando salió a la calle y mi excitación fue enorme al verla. Ella se quitó su bata y pude verla por completo.



 



Si vestida era hermosa y provocativa, cuando la vi allí de pie, con sus zapatos de tacón alto, con unas medias negras sujetas por un porta liga de encaje, con unas bragas también de encaje a juego con el porta liga y con el sujetador que contenían sus dos maravillosos pechos, no pude por más que arrodillarme delante de ella como si fuera una diosa, era mi diosa, mi ama que me poseía sólo con mirarme con sus ojos.



 



Delante de ella y de rodillas mi boca quedaba a la altura de su coño. La agarré por las caderas y la acerqué a mí. Con mis labios mordía el bulto que tenía entre las piernas. Ella gruñía y me acariciaba la cabeza. Paré y solté cada liga y las pasé por dentro de las bragas para volver a enganchar la media. Cuando acabé con las cuatro le quité las bragas.



 



Delante de mí apareció un peludo coño. Lo empecé a acariciar con una mano y la miré a la cara. La lujuria asomaba y parecía otra, aún más hermosa y sensual que la que tantas veces había subido conmigo en el ascensor. La senté en una silla y abrió sus piernas para ofrecerme su sexo. Aparté sus pelos y abrí los labios del coño. Una hermosa vagina rosada apareció ante mí. Estaba totalmente mojada y me llegaban los olores de su caliente sexo. Con un dedo busqué su clítoris y lo acaricié ligeramente. Ella se retorcía y ronroneaba como una gatita en celo.



 



Lanzó un pequeño chillido cuando sintió que mi lengua recorría su raja de arriba abajo. Me paraba a jugar con su clítoris de nuevo y después volvía a recorrer su raja hasta llegar a la entrada de la vagina. Intentaba follarla con mi lengua un poco y después volvía al clítoris. Estuve un rato haciéndole esto y decidí meter un dedo. Empezó a mover sus caderas con cada penetración de mi dedo al ritmo de mis succiones en el clítoris. Sus gemidos se convirtieron en chillidos que fueron aumentando de volumen.



 



En poco tiempo agarró mi pelo con fuerza y gimoteaba al sentir un orgasmo que me lleno por completo la boca de sus flujos. No paré hasta que ella no me lo pidió. Nos levantamos y fuimos al salón. Ella salió por el pasillo y fue a comprobar que el marido dormía en la habitación.



 



Entró de nuevo y cerró la puerta tras ella. Me abrazó y volvimos a besarnos con pasión. Con una mano acariciaba su hermoso culo y con la otra intentaba desabrochar su sujetador, estaba loco por ver aquellos volúmenes. Lo solté y me separé de ella para observarla.



 



Se lo quitó despacio, haciéndome sufrir a cada momento. Debía tener una talla ciento diez pues eran bien voluminosas. Las aureolas que rodeaban sus pezones eran medianas y muy oscuras, contrastando con el blanco de su delicada piel, pero lo mejor eran sus pezones. Eran grandes y estaban erectos y durísimos. Me incliné y comencé a chupar sus pezones, ella dejó caer el sujetador y me acariciaba. Agarré con ambas manos los dos pechos y pasaba de uno a otro mamando cada pezón.



 



Me separó de ella y se acuclilló delante de mí y me quitó toda mi ropa. Empezó a acariciar mi dura polla mirándome a la cara con aquellos ojos y pasando la lengua por los labios indicándome que se iba a tragar toda aquella carne hasta hacerme ver el cielo. ¡Y vaya si lo vi! Abrió la boca y sentí como mi glande entraba en su calida boca. Cerré los ojos y sentí cada chupada que me daba.



 



Miré hacia abajo y la veía meterse mi polla e su boca, debajo su par de tetas que se bamboleaban al ritmo de la mamada y al final, entre sus dos hermosos muslos su peludo coño. Sólo la visión de aquella preciosidad hacía que tuviera ganas de correrme, pero no podía aún, tenía que satisfacer a esa hembra y necesitaba todas mis fuerzas para conseguirlo.



 



Le quité la polla y me senté en el sillón y la invité a montarme. Ella se acercó a mí y sus muslos se colocaron cada uno a un lado de mis caderas y su coño quedó encima de mi polla. Entonces la paré pues no teníamos preservativo. Entonces me explicó que por unos problemas de salud estaba esterilizada y no quedaría embarazada.



 



Vi como mi polla se perdía entre aquellos pelos y el calor de su vagina la envolvía. Poco a poco se la fue metiendo. Hacía años que no follaba con un hombre y estaba disfrutando de cada momento. Agarré sus tetas y volví a lamer sus pezones. Cuando la tuvo toda dentro comenzó cabalgarme. Yo estaba loco por correrme, pero necesitaba que ella lo hiciera antes.



 



Yo tenía los genitales totalmente mojados por los flujos de ella. Hacía cinco minutos que follábamos y ya había tenido varios orgasmos. Se paró y se puso a cuatro patas sobre el sillón ofreciéndome su coño para que la penetrara por detrás. Metí mi polla y la agarré por las caderas para penetrarla a buen ritmo. Empezó gimiendo y al momento gritaba de placer, era una chillona.



 



Se volvió a correr una cuantas veces más hasta que empecé a sentir que me subía la leche por la polla. Se lo indiqué y dejó su culo parado para que yo le diera fuerte y descargara dentro de ella. Agarré su pelo y aceleré las penetraciones hasta que empezó a salir semen de mi polla que llenó su interior. Por el placer se la saqué y me senté al lado, aún salía algo de semen y ella me la empezó a mamar para que soltara todo. Fue increíble, volví a sentir un nuevo orgasmo algo más débil y como si me corriera de nuevo. Quedé sin fuerzas y con aquella hermosa mujer abrazada a mí. Descansamos por un tiempo y después marché a mi casa."



 



Con esta mujer he tenido más relaciones hasta que un día nos mudamos, ya buscaré algo interesante que tenga y os la escribiré para que ustedes disfruten como yo disfruté. Hasta la próxima.


Datos del Relato
  • Categoría: Maduras
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