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Los siguientes sucesos ocurrieron un lunes a media mañana. Yo me encontraba resacoso tras un fin de semana colmado de alcohol y sexo y reconozco que no estaba rindiendo demasiado en el curro. Llevaba paquetes de un sitio a otro a ritmo desacostumbradamente lento, los abría y colocaba su contenido en las vitrinas con bastante desgana.
Quiso la casualidad que, en uno de los frecuentes descansos de cinco minutos que me tomé aquel lunes (probablemente el sexto o el séptimo), apareciera la supervisora. La encargada es una mujer bien entrada en la treintena, sin vida social reconocida, ni como soltera ni como casada. La única a persona que no conocí bien en aquel empleo. Tenía un culo bastante generoso y unas tetas carnosas que gustaba lucir a través de los sugerentes escotes de sus blusas. Pelirroja de pelo rizado y largo, tez pecosa y ojos color avellana, era una madurita resultona que, como muchos compañeros coincidíamos, tenía un buen polvo.
Sin embargo, la mujer se tomaba el trabajo muy en serio, y por consiguiente, demasiado en serio. No le gustó nada descubrirme vagueando sin dar palo al agua y me echó una buena bronca. El establecimiento ya había abierto hacía algo más de una hora y varios clientes marujones presenciaron los gritos y reproches que mi jefa me dedicó. En condiciones normales, me habría sudado la polla lo que me dijera, pero en aquella ocasión se me hincharon los cojones, no estoy seguro de por qué. Afortunadamente, justo en el momento en que pensaba responderla y mandarla a la mierda (dicho suavemente), alguien requirió de su presencia en el almacén.
- Cuando vuelva espero, por tu propio bien, que estas cajas estén colocadas en su sitio y recogidas.
En su tono se percibía de forma clara y concisa la superioridad que todo jefe capullo sabe demostrar, y en esto no importa si el susodicho es hombre o mujer. Sin embargo, siendo una mujer como era mi jefa, verla humillada iba a ser mucho más divertido.
Mis agotadas neuronas se pusieron en marcha y trazaron un plan a una velocidad asombrosa que me sorprendió a mí mismo. El plan consistía en esperar un par de minutos allí de pie, sin hacer nada o como mucho mirarle las tetas a alguna guarrilla que pasase por allí. Tras el intervalo de espera, me dirigiría al almacén, esperando que la jefa responsable se encontrara allí sola. Una vez allí, le diría cuatro cosas, renunciaría al trabajo y me iría al bar de Paco a tomarme un par de cañas para quitarme la resaca. Un plan cojonudo.
Pasaron dos guarrillas durante el tiempo de espera. Una quinceañera con shorts ajustados y bikini con un par de tetitas prometedoras que apenas un año seguro que ya darían beneficios si se invertía en ellas y una veinteañera con dos globos interesantes aunque demasiado tapados para mi desgracia. No pude evitar que un cosquilleo recorriera mi miembro. Partí entonces en dirección al almacén. Justo cuando yo llegaba, se iba Marta, una de las compañeras de trabajo, probablemente quien había requerido la presencia de Sofía.
Entré en el almacén dispuesto a dar un par de gritos y dejarle claro a aquella zorra que nadie me echaba la bronca como lo había hecho ella pero su culo en pompa impidió que mi boca articulara palabra alguna. Sofía estaba rebuscando algo entre unos palés y estaba doblada sobre unas cajas embaladas, quedando así su culo en una pose realmente interesante. Llevaba una falda de longitud media con los colores de la empresa que le daba algo más de morbo a la situación. Cambié rápidamente de estrategia y decidí que mejor que insultarla y despedirme sería follarla. Disfrutaría más.
Así que me acerqué por detrás con sigilo y cuando estuve lo bastante cerca, con una mano le apreté el culo y con la otra le agarré un brazo para tenerla bien sujeta por la espalda. Sofía reaccionó dando un fuerte grito, algo que, tonto de mí, no había previsto. Tuve que soltar su culo y taparle la boca. A falta de manos para sobar sus redondeces, arrimé la polla a sus nalgas.
Sofía no era ninguna flojucha y se revolvía con ímpetu, pero tras recostar mi peso sobre su cuerpo, comprendió que le iba a ser tarea imposible zafarse de mí y dejó de moverse. A pesar de agradecerlo por un lado, eché de menos el roce que su trasero infligía sobre mi rabo, que se había ido animando por momentos.
- A mí nadie me deja en ridículo delante de la gente como lo has hecho tú y se va de rositas, y menos una zorra como tú.
No es tan fácil como parece doblegar a una mujer mientras intentas meterle mano, sobre todo ante la falta de manos libres y con el riesgo de que si le dejas la boca libre, esta empieza a gritar como una posesa. Se llevó un buen par de golpes en la cabeza por los gritos, pero la muy puta seguía reincidiendo. Al final, me las ingenié para quedar con una mano libre y subirle la falda hasta la cintura. Comprobé que llevaba pantys y bajo estos unas bragas negras de encaje. Le dejé ambas cosas por las rodillas, reduciendo de paso la movilidad de sus piernas.
Me desabroché los pantalones, saqué mi polla y la acerqué a su coño. No estaba para nada lubricado y mi verga tampoco estaba en completa erección, por lo que resultó difícil iniciar el coito. Escupí reiteradas veces en mi mano libre y restregué la saliva por el conejo de Sofía. Sentí con los dedos el tupido vello que debía tener mi jefa aunque no le hice demasiado caso. Introduje un par de dedos en su vagina y toqueteé su interior sin entusiasmo. Volví a intentar la penetración.
Mi verga seguía sin estar completamente dura, y aunque empujada, la maldita se negaba a entrar. Por suerte, el aroma del conejo que intentaba follar fue animando a mi rabo y poniéndolo en condiciones. Por fin logré entrar satisfactoriamente en el chocho de mi jefa. Fue todo un éxito físico y moral. Sentí que ya había ganado, el resto era lo de menos.
Comencé a bombear como un loco, más con ira que con lujuria. Cada penetración simbolizaba una puñalada contra la posición dominante del jefe. Cada vez que mis huevos hacían tope en el agujero de mi superiora, el aliento de esta se escapaba entre los dedos de la mano que le cubría la boca. Fue un polvo rápido pero intenso como pocos. La situación de peligro y la infracción de las normas arrojaban un contenido de morbo fascinante. Me dejé llevar y comencé a palmear sus nalgas.
- Esto te pasa por ser una maldita puta amargada!
Le decía al oído.
- Zorra!
Le repetía incesantemente entre jadeos.
- Espero que aprendas la lección!
Le recordaba tras cada palmetazo en el trasero ya sonrojado. Cansado de palmear nalgas, su orificio trasero me llamó la atención y comencé a jugar con él. Para mi sorpresa, se adaptaba al tamaño de mis dedos con pasmosa facilidad. Estaba ya pensando en clavársela también por el culo cuando me sobrevino el orgasmo. Me corrí sin pensarlo en el interior de su coño. Copiosos chorros de esperma regaron su vagina.
Para cuando el placer de la corrida me abandonaba, Sofía ya no se resistía de ninguna forma. La solté y ni se inmutó. Había conseguido mi objetivo. Estaba tan humillada que no era capaz de pedir auxilio. No era ni tan siquiera capaz de mirarme a la cara. Cuando salía presuroso del almacén, aún seguía recostaba sobre las cajas apiladas con las bragas por las rodillas.
Tres horas y dos litros de cerveza más tarde, llegué a casa. Tenía el siguiente mensaje en el contestador:
- Espero que mañana rindas mejor en el trabajo que hoy. Tenemos varias cosas que discutir, entre ellas tu posible ascenso y las condiciones del contrato. No dejaremos ningún resquicio sin estudiar. Sé puntual.
Reconocí la voz de Sofía en el acto, aunque tuve que escuchar varias veces el mensaje para asegurarme de que decía lo que yo creía que decía. Nunca pensé que me fuera a gustar ir a currar.
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