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La frutera de mi barrio

Estoy con la putita pelo de colores (como le llama la frutera) 

Estamos discutiendo y de pronto me suelta un 

- Me vas a peinar el chocho.

Lo dice con esa soltura canalla y próxima tan suya.

- Si lo tienes “afeitao” niña. Le digo con humor. 

Me mira con picardía y me suelta 

- Que tú te crees. Y, añade.

- Tengo púas y tú no me las vas a limar. 

Me surge espontánea la risa y se la contagio. Luego, se me cuelga por detrás y me pide que corra haciéndole de caballito. Es chiquita y ligera como una niña, la llevo al trote y sube los brazos y hace giros de mariposa. Estamos manifiestamente gilipollas, pero nos complace estar en libertad. 

Después, me pide que la lleve a su casa para hacerle mis guarrerías, está obsesionada con mis comidas de coño. 

No estoy por la labor porque me apetece ir a mi aire, se lo digo y coge un cabreo de órdago.

Me dice que está dispuesta a pagarme y la dejo allí mismo sin más. Así soy yo. 

Deambulo luego con una sensación de extraña soledad. Poco a poco me invade la melancolía y, tengo ganas de que me acojan con cariño. Necesito cobijo en unos brazos tiernos y amorosos, sentir afecto. El niño chico que llevo escondido en mis entrañas me surge como casi siempre cogiéndome de improviso. Estoy próximo a las lágrimas, es una cosa absurda y sin sentido, pero igualmente, así soy yo.

Me tocan el claxon sin justificación porque ando por la acera, me giro y aparece por la ventanilla del coche la cara sonriente de mi exjefa, que como siempre lo hace de forma inesperada. 

El carácter se me cambia automáticamente, de la melancolía anterior paso a la euforia, me acerco a ella con un gesto seductor y ella me recibe complacida, pero con gesto serio (es un: no me vengas con rollo ó por ahí no sigas). Tiene mucho mundo y pocas ganas de tontería, me pregunta si ando sin prisas, vamos que sí quiero acompañarla y me apunto a la primera. 

Conduce con la misma soltura que se manifiesta, tiene seguridad en sí misma y el ego no le va a la saga. Me mira de hito en hito con una sonrisa que llama a la confianza. Cuando sale del centro se dispara en la conducción y en nada ya estamos a las afueras. No deja de sonreírme para transmitirme buenas vibraciones. A partir de este momento su actitud se va transformando, deja en libertad su cuerpo que se manifiesta con una carga sensual tremenda, la falda se le acorta con sus movimientos y me muestra sus muslos redondos y trabajados de gimnasio, alarga su mano y la apoya en mi rodilla a la vez que me mira interesada y amorosa. 

El bribón se percata y se mueve inquieto como sintiéndose invitado, me quedo quieto mirando al frente, tengo la sensación de que manda ella y no me complace, en otro momento habría entrado en su juego y a fuerza de pistón la pondría bien y le bajaría los humos, pero va de sobrada y me rechina en la hombría. 

Le digo que acabo de estar con dos tías y lo encaja mal pero sabe estar, da media vuelta y me deja en mi zona. Me despido cortes y, sin mediar motivo alguno, vuelvo a estar inmerso en el estado de pena anterior. No sé que me pasa pero me siento lamiéndome las heridas internas. 

No hay casi nadie en la calle y lo agradezco. Ya en mi barrio descubro abierta la frutería de Ana, estoy seguro de que anda liada pero no me importaría poner la cabeza en su hombro. 

Me acerco, me paro en la puerta, me lo pienso dos veces, estoy por irme cuando me llama desde el interior, me ha visto y yo a ella no (efecto de la penumbra interior). Paso y la veo al fondo con la falda arremangada pasando cosas de un lado a otro. Esta sudada y con muestras de cansancio. Me aproximo y pone un gesto amistoso. 

- ¿Cómo tú por aquí?, me pregunta con el tono familiar que usa conmigo.

- Ando algo perdido, le digo en confianza. 

- ¿Quieres que hablemos?, me pregunta dejándolo todo.

- Estás muy liada, ¿no?

- Me viene bien un descanso, añade dirigiéndose a un lado y sentándose frente a mí. 

No es consciente (presumo) de que lleva la falda levantada y me pone las bragas como pantalla principal. 

El briboncete que viene incentivado de antes se mueve inquieto y, en su mirada descubro, que se ha apercibido de mi cambio de actitud y que del estado de pena he pasado al del granuja de siempre. Se desconcierta, está algo pérdida, más que nada porque presumo que anda escasa de empujones. 

- Me gustaría ayudarte, es una forma de decirme que está por la labor, cuál sea ésta. 

- Venía a que me consolaras, pero ahora lo que me apetece es llevarte detrás.

Se lo digo así, sin ambages.

- No te andes con cortedad, me dice con un gesto de falso enfado. 

Cuando me acerco ya no le queda duda de a dónde vamos a ir.

- Espera, me dice nerviosa y se va a cerrar la puerta. 

Cuando viene a reunirse conmigo detrás ya está mas acalorada.

La espero sentado, la miro y me hace un gesto de que tiene que componerse. La sigo con la vista hasta una pila que tiene a un lado para lavar la fruta o a saber, se levanta del todo la falda se quita las bragas y se pone a mear allí mismo, luego se lo lava con un chorro vivo de agua. Levanta la vista y se ríe de su poca vergüenza.

- Te tengo mucha confianza, granuja, me dice justificándose. 

Me acerco quitándome los pantalones y ya tiembla de emoción. Tengo el bribón en un estado imponente, se relame antes de que llegue, no aparta su vista de él y lo recibe en la boca con un manifiesto deseo. Cuando ya lo ha saboreado bien le digo.

- ¿Quieres que te coma el coño como a la pelos de colores?

Hace un gesto afirmativo con la cabeza y sin más se echa sobre una pila de sacos vacíos y cierra los ojos. 

Me aplico bien y la llevo enseguida a unos gemidos largos. Cuando traspasa todas las barreras la pongo en posición y no me ando con chiquitas, le doy a tope hasta que grita como una posesa.

Esta muy deseosa y mis embestidas le saben a gloria celestial, me hace elogios cochinos, me pide que le haga de todo y no deja de gritar porque le estoy dando requetebién. Le cambio el ritmo a la vez que la saco por completo y se la meto suave y dura, le tiembla todo el cuerpo.

- Me llevas donde nadie, granuja, me dice con voz ronca y yo vuelvo a las andadas   

Antes de irme me llena dos bolsas con todo lo que pilla, está demudada y gozosa como si nunca lo hubiera hecho antes. Ni siquiera se anda con precaución o cuidado de que no me vean al salir, creo que en este momento le da igual todo.
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