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Llegamos al pueblo a las dos de la tarde aproximadamente. Mi chico y yo nos las prometíamos muy felices este año: íbamos a estar solos los dos en su pueblo; su padre, ya viudo, no podía acompañarnos, pero nos ofreció su casa para que pasáramos ahí unos días.
Llegamos al pueblo a las dos de la tarde aproximadamente. Nada más bajar del coche, Jesús me dijo:
-Aquí el calor es mucho más húmedo. Si quieres, mañana podemos ir a bañarnos al río...
Razón no le faltaba, pero el calor era tan intenso y el viaje se me había hecho tan largo, que como toda respuesta le fruncí el ceño. El termómetro rozaba los cuarenta grados, la luz del día era casi cegadora y la ropa se me pegaba al cuerpo. Pensé que no resistiría una semana en ese lugar... ¡Y acabábamos de bajarnos del coche!
-No te preocupes, dentro de casa hay aire acondicionado. -Dijo Jesús leyéndome el pensamiento.
-Menos mal, ¡porque creo que me va a dar algo! -Contesté riendo.
Entramos a los bultos a la casa y yo enseguida pregunté por el termostato. Subimos las escaleras y me enseñó las habitaciones.
-Esta será la tuya. -Sentenció con su voz ronca.
-Pensaba que íbamos a dormir juntos.
-Sí, pero es mejor que dejes aquí tus cosas. Si viniera alguien y viese todas las bolsas en una sola habitación...
Jesús y yo llevábamos 2 años saliendo juntos y ninguno había salido del armario. Jesús, desde luego, no podía hacerlo, en su bufete no lo hubiesen entendido, y yo, si quería seguir siendo su pareja, debía permanecer en un discreto segundo plano. Tampoco nuestras familias sabían de nuestra relación ni de nuestra orientación sexual; o al menos, se habían acomodado a no saberlo...
Durante los siguientes días apenas salimos de casa, al menos durante las horas de sol. Por las noches, salíamos con algunos amigos de Jesús a cenar, a hacer una copa o simplemente a pasear disfrutando de la bajada de la temperatura. El pueblo era uno de esos rincones perdidos en el Pirineo aragonés, tan lleno de encanto, con restos de lo que fue una ciudad floreciente, un antiguo (y muy deteriorado) monasterio, un par de acueductos y unos habitantes encantadores. Esos días perdí la noción del tiempo y los horarios. Aunque solo duró justo hasta que llegó su hermano.
Serían las once de la mañana cuando comenzó a sonar el móvil de Jesús. En la penumbra que ofrecían las persianas bajadas escuche en silencio la conversación:
-Sí, estaba durmiendo. Si, si, es que anoche salimos de farra con Sergio y los demás. Ah! Debe de estar también durmiendo. Claro, claro. Venga, un abrazo "txiquet".
Tan pronto como colgó, Jesús me dijo que me fuese a mi habitación que su hermano estaba de camino. Busqué mis calzoncillos y le ayudé a cambiar las sábanas que estaban arrugadas y manchadas de sudor y semen, restos de nuestros revolcones. Lo cierto es que mi chico tiene un pollón -le mide unos 13cm, pero del grosor de un vaso de cubata- y, después de dos años juntos, sabe perfectamente cómo hacerme jadear igual que una perra en celo.
Mi novio y mi cuñado son bastante parecidos físicamente, aunque mi chico tiene una barriguita cervecera que mi cuñado no, y algo menos de pelo. Eso hace parecer a mi cuñado un par de años más joven. De ojos verdosos, mentón pronunciado, piel clara y cuerpos velludos ambos son bastante bien parecidos (pero mi novio más, jajaja).
Cuando llegó Mauricio –en casa le llaman Mauri- me levanté a saludarle llevando tan solo unos bóxer holgados. Creí ver cómo me repasaba con la mirada, pero no le di más cuenta pensando que serían imaginaciones mías... Le extendí la mano y nos miramos durante un segundo fijamente a los ojos, me ofreció una sonrisa amplia y sincera que yo respondí disculpándome:
-Siento estar de esta guisa, pero es que estaba durmiendo...
-Tranquilo, estás en tu casa. Jesús ya me ha dicho que ayer volvisteis tarde, ¡que os pasasteis la noche de parranda!
-Jajaja, ¡ya veo que tu hermano no se calla una!
-Jajaja, no creas, que algún secretillo seguro que debe esconderme. Me dijo entornando ligeramente los ojos mientras se le iluminaba ligeramente la mirada volviéndome a repasar el cuerpo.
Estando a solas, Jesús me explicó que Mauricio había discutido con su mujer y por eso había decidido ir al pueblo a pasar unos dias "hasta que se les pase el enfado".
La compañía de Mauri no se convirtió en un inconveniente como había yo pensado. Todo lo contrario. Los dos hermanos se llevaban de maravilla y la convivencia con ellos era de lo más amena. El único inconveniente, claro, era que los encuentros sexuales con mi chico se habían reducido a cero pues su hermano, supuestamente, no tenía ni idea que fuésemos pareja.
Al tercer o cuarto día de su llegada decidimos ir a bañarnos al río. Jesús se embadurnó todo el cuerpo de crema protectora y se zambulló el primero en el agua. Decía que no tenía ganas de pasar calor. Mauri y yo también nos metimos en el agua y comenzamos a jugar tirándonos de la goma de los bañadores hasta que sin querer le rompí la suya.
-¡No sabes cuánto lo siento!
-Pero si no pasa nada, hombre, ¡ya está muy viejo!
-¿Hablas de ti o del bañador? Preguntó Jesús divertido.
Jesús se salió a la orilla a recostarse un rato. Mauri y yo continuamos jugando, cada vez aproximando más los cuerpos mientras yo le intentaba quitar el bañador y él se resistía.
-No es justo. Dijo.
-¿El qué?
-No estamos en igualdad de condiciones. ¡Tu bañador se sujeta bien sin necesidad de que tú lo hagas! ¡Yo solo tengo una mano para defenderme!
-Ah, se siente...
Entonces deslizó la prenda entre sus piernas hasta quedar completamente desnudo. Lo que vi me dejó estupefacto: era la polla más grande que jamás hubiera visto. Le colgaba un tronco fláccido que era más grande que el mío en erección. La tenía descapullada y le colgaban dos huevos bien proporcionados al miembro.
-¿Qué pasa? ¿No habías visto ninguna polla antes?
-Sí, sí – titubeé- pero no de ese tamaño.
Mi cuñado me miró a los ojos, miró hacia donde estaba Jesús (que se había quedado dormido y no se enteraba de nada, el pobre) y volvió a mirarme a los ojos, ruborizado.
-Volvamos a las toallas. Dijo.
Sentados en las toallas, yo no podía dejar de mirar el impresionante pollón de mi cuñado. Le miraba de reojo, intentando disimular sin mucho éxito, igual que la incipiente erección que comenzaba a tener bajo la tela. Mauricio fingía no darse cuenta mientras demostraba demasiado interés en arreglar su bañador. Hasta que se despertó Jesús ninguno se atrevió a hablar. Cruzamos un par de miradas furtivas y nada más.
Durante la cena, Mauricio nos anunció que marcharía al día siguiente. Esa misma tarde había telefoneado a su mujer y los dos estaban más calmados para discutir las cosas. Jesús y yo le felicitamos por su decisión, aunque yo lamentaba por dentro que tuviera que irse tan pronto. Acabamos de cenar y rápidamente nos fuimos cada uno a su habitación.
Yo no podía conciliar el sueño. La visión de mi cuñado desnudo me tenía tan caliente que estaba pensando en asaltar a mi novio en su habitación... Así caí en un duerme-velo, del que desperté al abrirse lentamente la puerta de mi habitación. Imaginé que era mi novio, que me había leído el pensamiento y venía a apagar mi calentura, por eso apenas me moví cuando se metió en mi cama. Me giré para abrazar a mi novio, pero me encontré con su hermano, completamente desnudo y empalmado.
-Como te había gustado tanto antes, había pensado que igual te apetecía verla de más cerca... Susurró.
-Mauri, esto no está bien y yo...
Calló mis argumentaciones con su boca, rozando su lengua con la mía. Sorbía mi boca mientras me sacaba los bóxer, aguantando mi cabeza con la otra mano. Apretó su cuerpo contra el mío sin dejar de besarme con furia. Agarré su mástil y comencé a masturbarle. Me detuvo un momento, el tiempo necesario para pasar el pestillo de la puerta y volver a la cama. Ya más acostumbrado a la oscuridad admiré su tranca que apuntaba al techo. A sus treinta y nueve lucía muy buen tipo. Y esa verga tan larga y gruesa, con un capullo tan grande como un huevo, y chorreando líquido preseminal me estaba volviendo loco. Cuando llegó a la cama, me abalancé sobre ella y me la metí con dificultad en la boca. Me sujetó la cabeza con ambas manos e intentó meter más verga en mi garganta, comenzó un ritmo cadencioso como si quisiera follarme por la boca. Estuvimos así por diez minutos aproximadamente hasta que noté como la polla se le endurecía y le engordaba todavía un poco más.
-No me quiero correr todavía. Dijo mientras me sacaba su rabo.
Le miré suplicante y volvió a besarme. Con sus manos cacheaba mis nalgas buscando mi ano. Metió un dedo en mi boca y lo chupé como si de su polla se tratase, lo sacó y me lo metió por el culo suavemente, metiéndolo y sacándolo, moviéndolo en círculos, dilatándome para acoger su miembro.
-Ponte en cuatro.
-Pero me va a doler...
-No te hagas el tonto, seguro que mi hermano ya te tiene bien entrenado en esto.
Me sorprendió que supiera lo mío con Jesús y que aun así se hubiera metido en mi cama. Al ver mi reacción, puso mis piernas sobre sus hombros y fue bajando la cabeza hasta encontrar mi entrada. Comenzó a lamerme, a meter su lengua en mi intimidad, hasta hacerme retorcer de gusto. Tapó mi boca con la mano para callar mis gemidos sin dejar su tarea. Luego fue girando hasta quedar su polla delante de mi cara. Me la volví a meter en la boca todo lo que pude.
-Venga, ahora sí estás bien lubricado. Ponte en cuatro.
Obedecí esta vez sin recatos y se puso detrás de mí apretando su capullo contra mi ano. Poco a poco se abría paso. Yo apretaba la cara contra el colchón y el seguía con el avance implacable de su polla en mi culo hasta ensartarla toda entera hasta la empuñadura. Estuvo un momento quieto, besándome el cuello y las orejas antes de comenzar a bombear lentamente. A medida que me acostumbraba a su tamaño, comencé a moverme a su compás. Él enseguida se dio cuenta y empezó a embestir con fuerza. Me follaba violentamente, con firmeza y seguridad. Sentía sus jadeos en mi nuca. De vez en cuando me mordía o metía sus dedos en mi boca. El ritmo de su follada era frenético, teníamos que hacer verdaderos esfuerzos para no despertar a Jesús que estaba en la otra habitación. En el silencio resonaba el plap-plap de su cuerpo impactando con el mío. No sé cuánto tiempo estuvimos así, tal vez más de media hora. Finalmente, me agarró fuertemente de las caderas y echó su cuerpo hacia atrás mientras yo sentía su polla palpitar derramando su semen en mis entrañas.
-Me corro, me corro! Bramó.
-Shhhhh que te va a oír
Se dejó caer encima mío y estuvimos un rato así, con su pollón todavía metido hasta que perdió firmeza y se salió solo. Cuando dejamos de resoplar, Mauricio se levantó de la cama. Me dio un beso y dijo:
-Cuñadito, has estado muy bien. Habrá que repetirlo de vez en cuando!
Me lo quedé mirando mientras atravesaba el umbral y volvía a su habitación.
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