AÑO 1.930
Cumplí los doce años enfermo en la cama durante una semana. Días antes de mi cumpleaños estábamos en el jardín jugando al críquet, Nere, Megan y yo. Megan, como buena inglesa, nos ganaba siempre. De repente, cuando iba a golpear la bola, lo vi todo negro y perdí el conocimiento. Lo que me ocurrió me lo explicaron unas horas más tarde, al recuperar la consciencia.
Me vieron caer sobre la hierba, hiriéndome en la cabeza con la bola. Comencé a sangrar con la abundancia típica de las heridas del cráneo. Se asustaron tanto que las dos comenzaron a chillar como locas. Nere me colocó la cabeza sobre su regazo, lamiendo la sangre que me corría por la mejilla. Total, que se puso la falda blanca como si la herida la tuviera ella.
Fue Manuela la única que supo lo que había que hacer. Nela fue la única que tuvo serenidad, quizá por ser la mayor de todas ellas. Fue un remedio casero pero que me cortó la hemorragia rápidamente. Me puso una compresa de agua fría y vinagre bien apretada contra la herida y, entre todas, me subieron a mi habitación.
Llamaron al médico de Lalín por teléfono que llegó en su Fotingo negro al cabo de dos horas. Dijo que estaba sin conocimiento y, como estaba tiritando aseguró muy convencido que tenía fiebre.
Después de auscultarme con el fonendoscopio, según su diagnóstico yo había contraído una pleuresía, lo que era mucho menos grave que si hubiera contraído matrimonio. Como la pleuresía estaba en sus principios, sería cuestión de guardar cama durante quince días o tres semanas si no se complicaba. El hombre no estaba muy seguro del tiempo que tardaría en curarme.
Recetó unos medicamentos para diluir en agua, unas inyecciones para pincharme el culo y muchas aspirinas para la fiebre. Me dio dos o tres tortazos a ver si me despertaba. Dijo que volvería dos días más tarde. Nere le dijo que si lo necesitábamos ya lo llamaríamos y quería pegarle a él también; Megan lo evitó acompañándolo al Fotingo que salió del Pazo entre un concierto de ladridos que se oían en la capital de provincia.
La que menos estuvo de acuerdo con el diagnóstico fue Nela. Ella aseguraba a quien quisiera escucharla que aquello no era más que otro arrechucho de crecimiento. Y tuvo razón.
Me puso mantas encima y dos bolsas de agua caliente. Al cabo de diez minutos había dejado de tiritar. Entonces echó a todo el mundo de la habitación. Aún no me explico como logró que Nere le hiciera caso.
Al día siguiente cuando me desperté de madrugada, allí estaba Nela con la cabeza apoyada en mi almohada y dormida. Por aquel entonces Manuela debía rondar los cuarenta años, pero aún conservaba toda la belleza de sus años mozos. Yo me notaba la fiebre, porque me dolían los ojos cuando miraba hacia el techo, siempre me ocurría lo mismo en estado febril.
Pero de todas formas mirando como dormía, y como se alzaban rítmicamente sus tetas al compás de su respiración, tuve una erección mayúscula. Cogí su mano apoyada en la colcha y poco a poco la llevé hasta colocarla encima de mi verga congestionada.
De momento no ocurrió nada, solo notaba su mano más fría que mi caliente erección. Luego noté una contracción de los dedos, quizá involuntaria, que poco a poco se cerró completamente aunque sin lograr abarcar todo el grosor del mástil.
Lo apretó más, pero estaba tan duro como un trozo de granito. Volvió a aflojar y a soltarlo un par de veces. Vi que parpadeaba y abría los ojos. Se enderezó y tomó conciencia de lo que pasaba. Me pegó un tiró que a poco más me lo arranca. Movió la cabeza, apretando los labios pero sin soltar la verga.
-- Este gran carajo tuyo nos va a meter a todos en un buen lío. Como Teo se entere te matará sin remedio. Prométeme que dejarás de ir a verla.
Me quedé estupefacto. Creí que nadie estaba enterado de mis visitas a la mulata, y aunque ya duraban seis meses, siempre había procedido con gran sigilo. Mi sorpresa fue tan grande que no supe ni siquiera negarlo. La miraba con la boca abierta. Se rió de mi asombro y comentó:
-- Sabe más el diablo por viejo que por diablo, rapaz. Escúchame con atención y hazme caso. Deja de ver a Margot. Si no tienes suficiente con dos, búscate otra entre las que hay en la casa porque...
-- ¿ Cómo? - pregunté más asombrado aún. Su mano apretó mi miembro con más fuerza.
-- Ya me has oído y sabes de qué te hablo. Aunque cualquier hombre daría un brazo por tener esta gran herramienta tuya, no pienses con esto - y me la sacudió bajo las sabanas - piensa con la cabeza y nos evitarás a todos un gran disgusto. Cuándo lo necesites habla conmigo, ¿ me prometes que lo harás?
-- Ahora lo necesito, Nela - respondí rápido, haciendo saltar mi verga en su mano.
-- Estás enfermo y necesitas todas tus fuerzas para reponerte - se rió mientras se levantaba para darme un beso en la frente.
Aproveché su proximidad para meter la mano rápidamente bajo las faldas y apretarle los abultados labios de su coño. Me apartó la mano, pero sin enfado, mientras su otra mano apretaba mi verga con toda su fuerza. Levantó las ropas de la cama para cubrirme bien y de paso echar una rápida mirada a mi tremenda erección.
-- Se ve que has mejorado mucho - comentó apartándose mientras se alisaba el pelo - anda, tienes que tomar un poco de leche y una aspirina. Luego será mejor que te vuelvas a dormir, es muy temprano todavía y dormir te hará bien.
No sé si la esperanza de follarme a Nela cuanto antes influyó en mi pleuresía, lo que sí sé es que al cabo de una semana estaba recuperado totalmente. Manuela había tenido razón, medía cuatro centímetros más, los trajes y los zapatos me quedaban pequeños y era más alto que Megan y Nere. Se pusieron muy contentas, no sé si porque estaba sano o porque ya era mas alto que ellas. Nunca he comprendido la manía de las mujeres por los tipos altos.
Desde entonces, cuando alguien se ponía enfermo en casa, en vez de llamar al médico llamábamos a Nela, y que yo recuerde nunca falló en su diagnóstico.
También mi verga aumentó de tamaño. Aún no había alcanzado su máxima dimensión, cosa que no ocurrió hasta cinco años más tarde, pero Nela, que todo lo sabía, me dijo que medía veintiséis centímetros de largo y veinte de grueso. Por supuesto, fue ella quien primero probó su nuevo tamaño y, como la manoseó a su gusto y tenía buen ojo para las medidas, no tengo por qué dudarlo.
El día que la follé, aunque más justo sería decir que me folló ella a mí, estábamos solos en la casa. Teo se había llevado en el Hispano Suiza a Megan y a Nere porque necesitaban comprar ropa interior en Vigo, y eso sólo podían hacerlo ellas en persona. Las acompañaban Marisa y Elisa.
Cuando entré en la cocina para desayunar Pepita estaba pelando patatas y Manuela preparando carne de cerdo para hacer chorizos y empanadas. Nela, al verme entrar, se lavó las manos y comenzó a prepararme el desayuno. Al poco rato le dijo a Pepita que ya tenía bastantes patatas peladas y que fuera a la aldea, a casa de los Garrido, a buscar levadura para las empanadas de hojaldre.
Cuando nos quedamos solos le dije que no había vuelto a ver a Margot desde que se lo había prometido pero, por lo visto, ya lo sabía y nunca quiso decírmelo como lo supo.
Eran sus secretos, lo sabía y con eso bastaba. Tampoco me importaba mucho. Sólo le recordé su promesa de que me dejaría follarla cuando la necesitara. No me contestó. Me puso delante el desayuno, me dejó que le tocara el chumino y las tetas, apartándose después para que pudiera desayunar.
Luego se quitó el delantal y me dijo que no me diera prisa, pero que cuando terminara fuera a su habitación.
Procuré no darme prisa, pero mi verga, tiesa como un garrote, no sabía de esperas, así que en diez minutos me planté en su habitación. Cuando abrí la puerta, no había nadie dentro y pensé que me había tomado el pelo. Nos encontramos cuando yo salía. Ella venía del baño envuelta en una bata hasta los pies. Me tomó del brazo, cerró la puerta con cerrojo y sin más preámbulos comenzó a desnudarme. No opuso resistencia cuando le quité la bata y su cuerpo desnudo quedó ante mis ojos.
Tenía la carne tan blanca como la leche, estaba rellenita y las tetas algo caídas pero fabulosamente bien hechas, con unos pezones marrón claro dentro de unas areolas rosadas muy apetitosas. Su coño, que hacía años había visto, no me pareció tan peludo al tenerlo cerca, lo tenía abundante y rizado y algo húmedo, pues se ve que se había duchado recientemente. Su carne era tibia y maciza y no tenía una sola arruga en todo el cuerpo.
Los muslos eran gruesos pero muy bien proporcionados y las piernas en proporción a los muslos torneadas desde los tobillos hasta las corvas. Las nalgas eran tan prominentes como las de Margot, tal como me encantaba agarrar y magrear mientras follaba.
-- ¡ Jesús, que mango muchacho ! - susurró cogiéndolo con la mano entera.
La empujé hacia la cama, chupándole un pezón. Se tumbó arrastrándome por la pinga entre sus muslos separados, llevándoselo al chumino. Sentí su calor cuando mi capullo le abrió los gruesos labios de la vulva. Ella misma lo llevó con la mano hasta la entrada vaginal.
-- No la metas de prisa, me harías daño, niño - volvió a susurrar sobre mi boca. Su aliento olía a pasta dentífrica y su lengua sabía a mentol.
Apreté intentando meterla, no conseguí más que hincarle la cabeza y no toda. Encogió las piernas hasta que sus talones casi tocaron sus nalgas. Volví a empujar y, para hundir todo el capullo en su coño, tuve que hacer más fuerza que para partir leña. Me detuve para preguntarle incrédulo:
-- Pero Nela ¿es la primera vez?
Me besó levantando las caderas para hundírselo más, supe que se estaba haciendo daño por sus gestos de dolor y sólo consiguió levantarme a mí también, pero la verga no pasaba adelante. Suspiró profundamente.
-- No, niño - ella siempre me llamó así - pero casi.
-- ¿ Qué quieres decir ?
-- Que hace dieciocho años que no me toca un hombre y que el que me tocó dos o tres veces, tenía un pizarrín y no este leño garañón.
-- Te voy a hacer mucho daño, y no quiero hacértelo. Si quieres lo dejamos.
-- No, no quiero. Tu cumpliste y yo también. ¿ Es que no te gusto ? - y me apartó la cara para mirarme.
-- Claro que me gustas, a rabiar, pero.......
-- Espera. Déjame hacer a mí.
Me puso las manos sobre las nalgas y comenzó a apretar mientras levantaba las caderas. Lo malo era que como se hacía daño, me mordía la tetilla y también me lo hacía a mí. Se detenía, aflojando la presión y de golpe y porrazo levantó las caderas apretando mis nalgas con todas sus fuerzas y la hundió hasta la mitad mientras sus dientes rechinaban de dolor. Si llega a cogerme la tetilla me la arranca del mordisco. Estuvimos lo menos cinco minutos sin movernos, con la verga a mitad de su camino, tan apretada como si me la hubieran cogido con un torniquete.
-- ¡ Jesús, niño, es tremenda ! ¡ Qué barbaridad ! No me extraña que...
Se detuvo y pregunté curioso:
-- ¿ Qué es lo que no te extraña, Nela ?
-- Nada, no me hagas caso, niño.
-- Vamos, dímelo, anda, por favor Nela...
Suspiró antes de responder escondiendo la cara en mi hombro.
-- No me extraña que le cueste tanto entrar.
-- Esta bien, no me lo digas, si no quieres - respondí, porque aquello no me convenció.
Volvió a presionar mis nalgas y empujé despacio, fue entrando lentamente. Me detenía para preguntarle si le dolía, negaba con la cabeza y volvía a apretar. Llegué al fondo de su vagina, mi congestionado glande tropezó con la cerviz del útero y me detuve aunque me faltaban más de dos centímetros para tenerla toda dentro.
-- Bueno, ya está - dijo besándome suavemente - Niño, me parece que soy la primera mujer que desvirgas ¿ verdad?
-- Pero. ¿ En qué quedamos? ¿ Eres virgen o no ?
-- Claro, niño, era virgen, pero ya no lo soy. Te lo has llevado tu con tu gran aparato. ¿ No te parece bien ?
-- Nela... Nela. Cariño. no lo sabía... tu dijiste...
-- Oh, Dios mío, qué niño eres.
La besé con toda la boca abierta sin atreverme a bombearla por temor a lastimarla. Mi verga se estremeció de placer dentro de su apretado estuche.
Me cogió la cara con las manos, mirándome al tiempo que alargaba sus piernas cruzándolas sobre mis muslos. Su calor lo sentía en toda la longitud de mi mástil y comencé a temblar entre sus brazos al empezar a correrme. Quise besarla, pero quería mirarme mientras me corría y sostuvo mi cara frente a ella durante todo el orgasmo.
Cuando terminé de jadear me soltó la cara y me derrumbé sobre sus poderosas tetas. Siguió quieta, besándome, metiendo toda su lengua dentro de mi boca, metiéndola y sacándola como si me estuviera follando. Luego se quedó quieta, totalmente quieta, igual que si estuviera muerta. Casi ni respiraba.
Noté en la punta del capullo batir su leche sobre mi glande y me extrañé de su inmovilidad. Cuando la miré, sus ojos color castaño oscuro había cambiado al color avellana. Ahora, había dejado de respirar totalmente aunque nada demostraba que estaba teniendo un orgasmo y soltando leche a chorro. Parecía muerta, no movía ni una pestaña y aquellos ojos extrañamente claros me asustaron.
Me sorprendí, casi me asusté de aquella parálisis orgásmica.
En ninguna parte había leído yo semejante comportamiento, ni siquiera Martín de Lucennay explicaba algo parecido. Casi todas las mujeres con las que había tenido experiencias se comportaban de forma completamente opuesta. De pronto, suspiró tan profundamente como si regresara del otro mundo, parpadeó varias veces seguidas, el color avellana de sus ojos fue volviéndose más oscuro por momentos. Sonrió levemente, mordiéndose al tiempo los labios con suavidad.
-- Ha sido maravilloso, mi niño - musitó con media sonrisa de felicidad - Pero... creí que tu...
-- Si, yo tuve un orgasmo.
-- Pero, todavía sigues tan duro como.....
-- Volveremos a hacerlo otra vez.
-- Tú si, yo no creo que pueda.