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Categoría: Incestos

Amor prohibido con la ahijada, sexo del mejor

El relato que sigue está escrito desde el afecto, donde el recuerdo de este hecho dejó su impronta indeleble, que con el devenir del tiempo fue sedimentando y acrecentando el dulce encanto de lo grato.

Vivo en una ciudad pequeña, donde casi todos nos conocemos, muchos somos amigos desde infantes y aún seguimos en esa condición.

Tal es mi caso, con uno de esos amigos que compartí travesuras, andanzas y alguna que otra aventura con mujeres. Mi amigo se casó con una chica de la ciudad, somos muy amigos, hasta fui su testigo en el casamiento civil, visitante asiduo a su casa.

Rondamos los cuarenta y pico, yo sigo soltero, tuve varias parejas del estilo cama afuera, casi siempre con mujeres que no son de esta ciudad, y cuando lo fueron tuve la suficiente discreción para que siguiera siendo una relación entre dos solamente. Soy comerciante en cereales, buen pasar, deportista y temo perder el bien más apreciado: la libertad.  Defendiendo mi soltería a capa y espada, no soy mal parecido y me mantengo en buena forma física. Frecuento la casa de mi mejor amigo para compartir comidas, alguna excursión de caza o simplemente compartir la rutina semanal de una cerveza.

Con hija de mi amigo, llamaré Ro, nos conocimos hace diecinueve años, totalmente desnuda, claro recién llegada de la maternidad, dos días de nacida.

Nos fuimos conociendo, la tuve en brazos, colaboré dándole alguna mamadera, acercándola al jardín de infantes algún día de lluvia, ayudándola con los deberes o siendo compinche en alguna travesura. Con el tiempo la muchacha fue creciendo y desarrollándose hasta convertirse en una apetecible mujer, partió a una ciudad vecina, viviendo en la casa de sus abuelos, mientras cursó toda la escuela secundaria, ahora concluida y con el flamante título bajo el brazo volvió a la casa paterna por un tiempo antes de volver a ausentarse para comenzar en la universidad.

Durante ese verano que pasó nos volvimos a ver con la frecuencia de antaño, pero una tarde de esas que paso para compartir unas cervezas con mi compadre, se apareció y como al descuido se sentó sobre mis rodillas, pero, esta vez no fue como otras muchas que se sentaba sobre su “tío”.

Sentí algo distinto, un roce accidental, traté de desviar mi atención y pensar en algo totalmente accidental, pero volvió a repetirse ese roce, solo que ahora era notablemente causal. Sin darme cuenta respondí como un macho ante una hembra, acto reflejo e instintivo. Todo tan bien puestos, un cuerpo glorioso, apetecible, moviéndose todo en actitudes que ahora son atrevidamente intencionadas.

Recuperé la compostura, busqué alejarme lo más rápido posible, quería escapar de este pensamiento fugaz e incestuoso, me llenaba de pudor de solo pensarlo. Aún dentro de la turbación por el suceso creí notar en ella un brillo especial en la mirada, gozando con esta circunstancia, tenía actitudes de mujer que está segura que domina la situación.

En los días siguientes evité encuentros, en especial a solas, eludí cuanto pude, tenía miedo de sucumbir, a que me traicionara el deseo y la lujuria que había despertado en mí. El conflicto mental era notable, estaba ido, el pensamiento pecaminoso, rayando lo incestuoso, adicionado a la relación con su familia. No cabía en mí siquiera pensar en la hija, ahijada, de un amigo de la vida, temía que la debilidad de la carne pudiera sobre el recto y leal proceder que está implícito en la condición de amigo. Pero..., la carne es débil, y la voluntad de Ro por conseguirme inclinó el fiel de la duda para saciar sus ganas de tener sexo conmigo.

Para hacerla corta, una tarde al retirarme de la casa, Ro me pidió, delante de su madre, que la acercara a la casa de una amiga, no pude zafar.

Alejados de miradas indiscretas, ordenó detenernos a un costado del camino poco transitado, exigió explicaciones de por qué le huía, desde “esa tarde”, mi reacción era la confirmación que necesitaba para avanzarme.

Todo fue como si fuera parte de un libreto, en un momento se hizo ese silencio espeso que presagia la tempestad, las miradas intensas y profundas, las bocas tan cerca que podíamos sentir el aliento del otro. Nuestras bocas se fundieron en un beso de esos que jamás se olvidan.

El instante se cargó de tensión y erotismo, de lujuria y voluptuosidad, cada gesto, cada movimiento expresaba la carga interior, abrazado a esta preciosura que doblaba en edad, consolidaba los valores esenciales de mi obstinado machismo. Ro se expresaba como hembra apasionada vibrando al ritmo de sus emociones consumida y consumada en la hoguera de su calentura. La dulce jovencita inocente trocó en la imagen vívida de la tentación.

Lo que siguió fue todo torbellino y premura. En mi casa, subimos al dormitorio, sentó en la cama donde fantaseaba, en la soledad de cada noche, tenerla. Un nuevo universo sexual se abría a su avidez, un cúmulo nuevo de sensaciones incorporadas a su archivo afectivo.

La admiración de sus formas llenó de gloria mis ojos y de tensión mi verga, tanto que se catapultó en una urgentísima erección, peligrando las costuras de la bragueta para contener el crecimiento espontáneo. Ro, gozaba con el efecto devastador que su provocativa desnudez me provocaba.

La tomo por el talle, voy bajando, abro sus muslos y beso su cálida cuevita. Dócil, se dejó conducir al confín del pacer, la lengua recorriendo la humedad producida por calentura feroz. Sus manos enlazadas en mi nuca presionaban para meterme adentro de su cueva, jadeos y gemidos desordenados, palabras y groserías desarticuladas, indicios evidentes que transitaba el camino sin regreso al orgasmo incontenible.

Traspuso la línea sin retorno del clímax, explotó en mi boca, sentí esa lava que recibida en la lengua, sentirme el artífice de su éxtasis era una maravillosa sensación.

Quedó muerta de placer, atravesada en la cama. Vestido de Adán, a su lado, de costado mirándonos por primera vez en desnudez, nos necesitamos. Es mi turno, decidida a ser el instrumento de mi placer, me besa todo, pronto descubrió el resorte que me hará saltar. Tomó la verga enhiesta y palpitante en sus manos, miró como de su “ojo” manaba una “lágrima” y compadecida por el sufrimiento la consoló besando con singular afecto, robándole esa gota de rocío, anticipo de mayor cantidad de lácteo enriquecido.

A éste le siguió una profusa mamada que me ponía al borde de la eyaculación. Se resistió a serle retirada la mamadera. La coloqué de espaldas, las rodillas elevadas, preparé el preservativo para entrar en ella.  Se anticipó diciendo que no era necesario, que estaba protegida por la píldora y no era virgen, pero que emocional y afectivamente no se había entregado a nadie, que no había tenido ese goce que esperaba conseguir, que se guardó para mí, asomaron lágrimas de emoción en sus ojos.

Gustoso y emocionado fui a su encuentro, buscando su intimidad más profunda, escarbando con el trépano de mi urgencia en la cueva virgen, en el afecto, de su femineidad, ansioso por ser el primero que la hiciera realmente mujer. – ¡Quiero ser tu mujer!

Desde el primer avance del glande entre los labios, desbrozado el escollo de su estrechez incrementado por haberlo hecho solo dos veces, accedí a la vagina, para confundirnos en una sola carne, vibrando y quemando en brutal calentura hasta que los chorros urgentes de semen llegaron para aplacar, en orgasmo compartido, el fuego generado en esta encamada gloriosa. Quedamos abrazados, gozando de sentirnos acoplados con la leche bañando nuestros sexos.

Fue la sublimación de un acto de amor, parte del semen descargado en lo profundo de su vagina comienza a escurrirse de su conchita, agradeciendo el brindis lácteo que marcaría nuestras vidas. Nos besamos, entregándonos en esa comunión de almas.

Durante ese tiempo de verano, fueron una sinfonía de gemidos y jadeos producidos por los encuentros amorosos, cada vez más frecuentes e intensos. Recorrimos todo el repertorio de posiciones y accesos, no quedó nada por probar y experimentar. La hice probar todo y por todos lados.

En los días siguientes busqué hacerle la cola. Siempre se mostró decidida a ser alumna muy aplicada y tan pronto le insinué entrar por la “otra puerta” consintió con cierto temor por el tamaño, confiada cedió a mis deseos. Se avino a mi voluntad por sodomizarla, se colocó en cuatro patas, bien lubricado, se la coloqué en el culito tan cerradito, con toda la energía del deseo acumulado en toda la semana, se la pude mandar a fondo, hasta los testículos, se dejó por considerar que sería la forma de ser totalmente mía.

Ensartada, gemía sin parar, hasta que el semen presuroso se derramó en el interior del ano ensanchado por el miembro palpitante. En la conmoción de la culeada quedamos tendidos, con la leche fluyendo en ella en acabada interminable, Ro en disfrute inexplicable, como si estar sometida activara sus hormonas potenciando el goce. Se estaba graduando, con honores, como experta amante y completa en todas sus facetas del arte del sexo.

Fue un tiempo pleno, nos acoplamos espiritual y sexualmente, parecíamos nacido el uno para el otro, pero... Dentro de lo glorioso del sexo, siempre rondaba el temor a que esta relación pudiera ser descubierta, y tildara de incesto nuestro amor, que descubierto nada importaría si fue una elección voluntaria y en libertad.

Todo es finito, también esta relación, llegó el momento de partir para iniciar sus estudios terciarios.

A mitad de año volvió, nos saludamos con afecto, como antes de los hechos en cuestión, ahora está de novia con un chico de su edad. En nuestro trato imperaba el afecto, con naturalidad, sin molestias, con el sabor grato que dejó haber vivido una hermosa relación carnal.

Ro, vaya pues todo mi amor, con la misma sinceridad y pureza que tendré siempre para vos, y nada ni nadie podrá modificar por el resto de mis días, en los que siempre llevarás sabor a mí.

Me gustaría conocer la opinión de una mujer, su particular visión de esta historia que testimonia una parte importante de mi historia personal. 

Lobo Feroz

Datos del Relato
  • Categoría: Incestos
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