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Repasando los recuerdos de mis años juveniles me encontré con esta historia, que ya había narrado antes, pero que siempre me resulta grato recordar
Ocurrió hace ya muchos, muchos años y es absolutamente verídica. Creo que me marcó para siempre e hizo que se desarrollara en mi una atracción especial por las mujeres maduras.
Por aquel tiempo yo tenía poco más de 16 años y prácticamente ninguna experiencia sexual.
Por razones de estudios tuve que hacer un viaje en tren especialmente largo. La travesía duraba 3 días y dos noches para recorrer algo más de 1800 kilómetros, en un antiguo y calamitoso tren.
Los vagones tenían una doble fila de asientos, para dos personas cada uno y puestos de manera tal que los pasajeros quedaban enfrentados. En el extremo de cada fila había un asiento un poquito más angosto pero donde cabía una sola persona.
Cuando inicié mi viaje escogí justamente ese asiento porque era más cómodo. Al frente mío se sentó una señora seria y respetable, blanca, tetona, bien vestida, llenita de carnes sin ser gorda, canosita, de unos 55 años. Colocó un maletín y una manta en el puesto de al lado, de modo que, en ese espacio, solo quedamos los dos frente a frente. En general en el vagón no iban muchas personas.
El primer día y la primera noche de viaje trascurrieron en medio de un gran fastidio. Apenas cruzamos algunas pocas palabras de simple cortesía.
En la tarde del segundo día la señora de pronto comento:
Estos viajes me hacen muy mal
¿Por qué?
Mire como se me hinchan las piernas
Diciendo esto estiró un poco una de sus blancas piernas
No se ven tan hinchadas
Pero las tengo muy duras. Tóquela para que vea.
Tímidamente toqué su pierna y la sentí suave y tibia. En ese momento sentí como una corriente que me sacudió hasta el pene.
Ella se mantenía totalmente seria.
El tiempo siguió pasando. Horas más tarde me atreví a preguntar:
¿Cómo se siente de las piernas señora?
Igual joven, y creo que aún están más hinchadas
Nuevamente toqué por un instante sus pantorrillas entre excitado y aterrado.
Por fin llegó la noche. Como a las 10, las luces del vagón se atenuaron para que los pasajeros descansaran, quedando el ambiente envuelto en una suave penumbra. El tren entró en una zona desértica. Todos los pasajeros dormitaban y yo también traté de acomodarme para dormir un poco. De pronto ella me dijo;
Usted está muy incómodo joven ¿Por qué no se recuesta sobre mi falda para que descanse mejor?
Lógicamente que acepte su invitación. Puse mis manos sobre sus piernas y apoyé la cabeza encima haciendo como que dormía, pero estaba preso de una terrible excitación.
Después de un rato, suponiendo que ella dormía, me atreví a bajar una mano y tocar suavemente sus pantorrillas.. En mi bendita inocencia temía que la señora se despertara furiosa y me insultara.
Durante largos minutos estuve acariciando muy suavemente sus piernas y tratando de subir, pero sus rodillas fuertemente unidas me lo impedían. Por fin se produjo una leve separación y, con un poco de esfuerzo pude acariciar sus rodillas por dentro.
Mi mano inquieta fue subiendo por sus tibios muslos mientras mi corazón latía espantado por lo que podía pasar, hasta que, de pronto, sus piernas apretaron mi mano. Luego sus muslos se abrieron y se volvieron a cerrar hasta volverse un movimiento lento y rítmico.
Por fin caí en cuenta que ella estaba despierta y que no le molestaba lo que hacía. Lentamente seguí subiendo hasta tocar sus calzones los cuales estaban tibios y húmedos. Con torpeza cubrí su sexo con mi mano y le di algunos suaves apretones.
Ella se movió y me vi obligado a retirarme. Nos miramos y ella sonriendo dulcemente musitó:
Eres un loquito
¿Por qué?
Porque le haces esto a una vieja. Búscate una muchachita de tu edad y le haces lo mismo.
Por favor perdóneme, no pensaba molestarla
Y no me molestas tontito. Eso que me estás haciendo está muy rico. Espérame un momento.
Se dirigió al baño y al regreso me pidió que me recostara nuevamente. Al meter la mano descubrí que se había sacado los calzones y que ahora podía tomar libremente toda su cucha peluda y mojada. Con susurros cariñosos me fue guiando:
Así mijito. …….Tómame fuerte……. ¡Ay que rico! …..Sigue……. sigue
Méteme un dedo….Ah………ah……..ah. Méteme dos
Así…. Así…….Mételos y sácalos despacito…….. Hazme gozar……...Ay Dios mío esto es la gloria
Aquí arriba busca una pepita. ……. Si ahí es. ……Sóbala suavecito ……muy suavecito……más suavecito para que no me duela…………. Mi niñito rico me vas hacer acabar
Mientras tanto, mi pene ya reventaba y me dolía dentro del pantalón. Así es que le pedí la manta para taparme y lo liberé. Tomé su mano y la atraje hacia él sin ninguna dificultad. Lo tomó suavemente pero con firmeza y empezó a darle un masaje
¡Que rico lo tienes y que duro está!
¡Como quisiera tenerlo adentro!............... ¡Mi niño lindo, me muero de ganas que me culees bien culiada!
¡Quisiera que me lo metieras hasta el fondo y me llenaras la cucha con tus moquitos!
¡Mi amor estoy acabando…….Haaaaaaa…ha….ha haaaaaaaaaaaaaaaaaa…….
Después de algunos minutos de descanso me dijo:
¡Déjame que me recueste sobre tus piernas para que me tomes las tetas!
Se abrió la blusa y se soltó el sostén y se recostó sobre mis piernas. La cubrí con la manta y por primera vez en mi vida tomé unas tetas de mujer.
¡Así…………amásalas…… sóbalas …..apriétalas……ah…….ah…aaaaaaaah!
Niñito…….. niñito lindo………ya sabes como hacer gozar a una mujer
Después de descansar un rato me dijo:
Mi amorcito , te voy a hacer algo para que nunca te olvides de mí.
Se recostó sobre mis piernas y se acomodó debajo de la manta, tomó mi pico y empezó a besarlo y chuparlo con delicadeza. No aguanté mucho tiempo y un torrente de semen se derramó en su boca. Se enderezó y mirándome lascivamente, con los ojos y los labios brillantes, empezó a tragárselo.
Así continuamos hasta cerca de las tres de la mañana, con varios orgasmos de parte y parte. A esa hora se levantó y se fue al baño. Al volver noté que se había puesto nuevamente los calzones. Me dijo
Ya me tengo que bajar. Gracias mi niño. Me has hecho volver a mi juventud .Hacía muchísimo tiempo que no gozaba así.
El tren se detuvo jadeando en un ínfimo pueblo del desierto. Ella se asomó a la ventana, hizo unas señas y luego subieron un hombre de unos 60 años y una mujer de unos 30. La señora les dio un afectuoso saludo y me los presentó:
Mi marido y mi hija
Este joven ha sido muy amable y atento conmigo
¡Gracias! (Dijo el señor)
Los recién llegados tomaron su maleta y sus bultos. Ella me dio un fortísimo apretón de manos, musitó ¡Adiós! Y se perdió para siempre en la oscuridad e la noche.
Nunca jamás la volví a ver. Seguramente ya no está en este mundo, pero abrigo la esperanza de que este relato sirva, como un recuerdo agradecido y último homenaje para aquella mujer, cuyo nombre nunca conocí y que, siendo solo un muchacho adolescente, tímido e ignorante, me hizo conocer el mundo de los hombres.
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