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~Buenos días, mi nombre es Flavio, soy de Guatemala y trabajo como Arquitecto. Llevo una vida tranquila y holgada, no soy rico, pero soy muy bueno en mi trabajo y logro ganar lo suficiente como para no tener ninguna necesidad. Además, a mi mujer también le va bien, ella es promotora de eventos, un ambiente en el que se mueve como pez en el agua.
Hoy quiero contarles una experiencia que tuve, cierto día en que fui a una reunión de trabajo, en una empresa trasnacional que deseaba construir un edificios de oficinas en la ciudad. Estaban aun buscando un arquitecto que se hiciera cargo del trabajo y, claro, yo era uno de los candidatos más idóneos. Era lunes por la mañana y tenía que reunirme con la gerente para el país, una hermosa mujer de raza negra, oriunda de Belice, con un muy especial estilo para evaluar a los candidatos.
Buenos días, tengo una cita con la gerente.
Permítame… – me dijo la recepcionista – ¿Su nombre caballero?
Flavio Montenegro, soy el arquitecto que le presentará una propuesta el día de hoy.
Un momento… licenciada, el arquitecto Flavio Montenegro acaba de llegar… como no… la gerente lo espera en su despacho.
Muy amable…
Entré a la oficina de la gerente, cuyo nombre era Blanche Johnson, y esta me recibió muy cordialmente, con un beso en la mejilla como saludo y un efusivo abrazo, desde allí me empezó a parecer sospechosa la cosa. Se trataba de una mujer sencillamente impresionante, negra, de labios gruesos y apetitosos, lucía un pequeño aretito en uno de sus orificios nasales. Llevaba un vestido violeta claro en tono pastel, demasiado corto para un trabajo de su nivel pensé yo, y es que era corto por todos lados, por arriba y por abajo. Abajo apenas tapaba un tercio de sus torneadas piernas morenas, arriba, con un escote recto y sostenido por 2 escuetas tiritas, cubría no más de la mitad de sus grandes glándulas mamarias.
Desde el principio me costó mantener la compostura que la reunión ameritaba, más cuando ella se sentó, como si nada sobre su escritorio, justo frente a mi que estaba sentado en una silla. Apenas tenía que bajar un poco la mirada para ver sus bragas blancas bajo su corta falda.
Bueno Arquitecto, ya revisé su propuesta inicial y debo decir que me agradó bastante – me dijo en un español perfecto – Sé que a los miembros del consejo también les gustó… es de muy buen gusto, muy moderno, pero con toques clásicos a la vez, muy interesante, la verdad.
Gracias… muy amable. – logré decir, la verdad es que no sabía hacia donde mirar, abajo estaba sus piernas y sus bragas, arriba ese enorme par de tetas y esos labios tan besables.
Ella me continuó platicando de más asuntos, pero yo apenas lograba seguirle el hilo de la conversación. Parecía que a la gerente no le importaba mi constante salivación, ni mi rostro rojo como un tomate, tampoco mis vacilaciones a la hora de contestarle. Es más, parecía que a medida que yo más me comportaba como un tonto, ella se sentía mejor.
En cierto momento hizo una breve pausa, esbozando una sonrisa llena de perfidia y sorna.
Parece sorprendido por algo Flavio… – me dijo, tuteándome por primera vez.
¿¡Yo!?… bueno… mire… es que… – me puse nerviosísimo, balbuceando cosas incoherentes hasta que decidí tomar al toro por los cuernos, era obvio que ella me estaba provocando – mire licenciada, la verdad es que usted… – no pude seguir, pues cuando me percaté, ya se había sacado una teta del vestido.
Jamás me podré acostumbrar a estas situaciones, porque no es la primera vez que me pasa y no quiero ser presumido… pero bueno, esas cosas se las contaré más adelante. Su seno moreno era redondo, de tamaño medianamente grande a grande, con un oscuro y puntiagudo pezón en medio de un pequeña aureola oscura.
Me veía sonriente, maliciosa, segura de su belleza y del tremendo efecto que hacía sobre mi persona. Respiré profundamente, retomando el poco control que aun me quedaba sobre mi persona, y viendo que aquello había dejado ya de ser una reunión de trabajo, decidí tirarme al agua, si ella se estaba mostrando así no era por nada.
¡Licenciada, si continúa haciendo esto no respondo de mis actos!
Yo tampoco… – fue su clara y directa respuesta, y agregó – además, puede ser provechoso para nuestra negociación.
No necesité escuchar más, sin perder tiempo me levanté de la silla en que estaba y me aferré a su pezón negro y delicioso. Lo empecé a besar y a lamer, succionándolo y jaloneándolo, pegándole suaves mordiditas con los dientes. Ella echaba la cabeza hacia atrás, entregándose a la sensación de mis caricias orales sobre su chichota.
Poco a poco fui bajando, lamiendo sobre su vestido hasta llegar a su corta falda, la que subí dejando expuestas las blancas bragas que la mujer llevaba puestas. Las lamí como si fuese un delicioso caramelo, una paleta dulce. Los acres vapores íntimos de su feminidad empezaban a manar, en ese aroma embriagante, no por lo agradable, sino por las feromonas que trae consigo… y ella estaba llena de feromonas de hembra en brama.
Le di la vuelta y le bajé el calzoncito con algo de brusquedad para ver su reacción, y fue tal y como la esperaba, agresiva, clavándome unos ojos furiosos y calientes que no me he podido quitar de encima, le gustó. Empecé entonces a lamerle el sexo desde atrás, por todo lo largo, metiéndole la lengua profundamente entre la vulva perfectamente depilada.
Nunca antes había estado con una mujer negra, y debo decir que la sensación fue única. Los negros poseen una fuerte y firme composición física, que hace que su cuerpo se sienta duro y fuerte al tacto, más la piel de Blanche era suave como el terciopelo, como la seda. Además, me encantó ver que el pigmento oscuro de su piel era bastante más concentrado en sus partes íntima y que tenía un arito en el clítoris, dándole a la experiencia un mayor toque de morbosidad.
Espérate Flavio… – me dijo, empujando hacia atrás y separándome de su caliente sexo.
Como un rayo, y con un rápido y ágil movimiento, se despojó de su vestido, sacándoselo por encima de la cabeza. ¡Qué cuerpazo, qué puta más buena! Tal y como a mi me gustan, con un cuerpo delgado pero en ningún momento flaco. Porque siempre he creído, y seguiré creyendo, que es la grasita lo que le da sabor a las cosas. Si no miren la gastronomía: ¿no es más deliciosa esa carne roja, gruesa, suave, con una gruesa franja de gordo en una de sus esquinas? Y esa franja blanca es grasa precisamente.
Ella me vio con ojos de gata en celo, por debajo de sus gafas negras de licenciada. Se sabía hermosa, estaba segura de su belleza y de su magnetismo sobre hombres como yo. Y como no había razón para no hacerlo, me puse de rodillas dispuesto a rendir pleitesía a esa diosa de ébano.
Me quité el saco y me adherí como una lamprea a su sexo oscuro, dulce, mojado, de hembra caliente. Yo no chupo pusas como la mayoría, que se limitan a lamer, a quererles meter la lengua como si fuese una verga, ¿qué es eso? Yo empecé buscando su clítoris, a base de una concienzuda exploración lingual, no me fui difícil por su aro de oro. Una vez localizado el sensible órgano, lo capturé con los labios, como si le estuviese dando un beso, succionando, pegando suaves mordiscos, acariciándolo intensamente con la lengua, jaloneando suave el aretito.
El efecto de mis caricias no se hicieron esperar, y Blanche empezó a gemir desesperada, enloquecida por el placer que le estaba dando.
¡¡FLAVIO!! ¡¡FLAVIO!!… ¡¡OH MY GOD FLAVIO!!… ¡¡¡ME VUELVES LOCA!!! ¡¡¡YA NO AGUANTO, SIGUE, SIGUE, QUE LA LLEGO, YA LLEGOOOOOOO!!! – Blanche me sujetó de la nuca y pegó mi rostro todo lo que puso a su jugosa vagina, alcanzó el clímax en medio de un fuerte grito (qué fácil llega esa mujer al orgasmo) - ¡¡¡¡AAAAAAHHHHHHGGGGGGG!!!! ¡¡¡¡FLAVIO, FLAVIO, ME ESTAAAASSSSSMMMAAAAATTTAAAAAAANNNNDOOOOOO!!!!
Blanche quedó respirando entrecortadamente por un minuto, pero luego, rápidamente recobró la compostura. Mirándome de nuevo con esa felina mirada de perra encelada, me dijo rápidamente que lo que acababa de hacer merecía una recompensa y que, al igual que yo, ella también sabía utilizar muy bien su boca y lengua.
Se arrodilló casi al mismo tiempo, y con la misma rapidez, con la que yo me puse de pié. Abrió mi bragueta y me sacó la verga, casi al mismo tiempo en que mi camisa caía al suelo.
No voy a decir que soy un súperdotado, pero chiquita tampoco la tengo y ya la cargaba parada cuando ella la engulló hasta la mitad. Debo reconocer que, desde la primera lametada, ella demostró sus grandes cualidades como mamadora. Eran lamidas húmedas, muy húmedas, su estilo era de ensalivar abundantemente la verga y luego succionarla con fuerza, limpiándola de las babas o dejándolas caer sobre sus recias tetas.
Aquello resultaba todavía más excitante, pues ella, poniéndose en cuclillas para restregar su sexo empapado, no solo sabía mamar muy bien, sino que jugaba con la sensualidad de un modo único. Mostraba impudorosamente las largas líneas ligosas de su saliva, me dejaba ver como caían despacio hasta tocar la suave y oscura piel de sus tetas, ¡aquello era extraordinario!
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