Se levantó temprano, con nervios en el estómago se vistió deprisa, sin miramientos. Cerró la puerta de su casa, salió a la calle, respiró y enseguida entendió que aquel día iba a ser especial.
Caminó con prisa, con paso rápido y firme. Llegó hasta la casa de él, tocó el timbre y entró. Sus tacones delataban su nerviosismo. El la saludó con un beso en la mejilla y tomándole de las manos le dijo: ¿estás preparada? hoy vas a disfrutar como nunca lo hayas hecho.
Ella asintió, de sus ojos despuntaban caricias y deseos.
El la llevó hasta su cama. La desnudó como si le quitara a una flor poco a poco sus pétalos. Ella se dejaba hacer, su sexo humedecido protestaba, quería que fuera más rápido. Las manos de él se detuvieron entre sus piernas, buscando, indagando, abriendo otros labios más calientes, penetrando con sus expertos dedos en su sexo.
Ella se derretía de placer entre sus brazos, esos poderosos brazos que no estaban dispuestos a dejarla escapar.
De repente él sacó del cajón de su mesilla un pañuelo. Ellá temió, ¿qué iba a hacer con aquella tela? Se puso a imaginar, a soñar ¿le ataría las manos? ¿le sujetaría los pies? ¿le taparía los ojos? Fantaseando vio como él se acercaba con una sonrisa maliciosa en sus labios. Acercándose hasta ella simplemente le dijo: ahora verás lo que es bueno.
Y sujetando sus manos y apretando con sus muslos sus piernas, de tal forma que ella no pudiera moverse, cogió aquel pañuelo y poco a poco lo fue introduciendo sin piedad en su sexo.
Ella protestaba, él proseguía. Cuando se lo hubo metido dejando tan solo asomar un pequeño pico que delataba su vicioso invento, le dió la vuelta y comenzó a introducirle su miembro en la abertura de su ano. Allí estuvo bombeando sus ganas unos minutos. Ella comenzó a sentir incomodidad con algo tan extraño metido en su hueco más deseado, los movimientos de él le producían un roce constante que aumentaba sus ganas, que humedecía con intensidad aquel pañuelo. Entonces cuando él lo consideró oportuno, paró, sacó su miembro y poniéndola de espaldas en la cama tiró del pico de aquel pañuelo y junto a él salieron empapadas sus ganas. Ante tal liberación su vagina se sintió desamparada y buscó ser rellenada, ser poseida, aquel vacío de elemento le produjo a ella un deseo irrefrenable de ser penetrada, de ser inundada.
Entonces ella le suplicó que se metiera dentro, le pidió, lo rogó que la poseyera, le insistió con lágrimas, pero él, resistiendo, con indiferencia le ordenó que se vistiera, ella, desnuda no quería, le necesitaba dentro, le imploraba que la tomara, no importaba cómo, solo que la poseyera hasta el alma. El la rechazó, le obligó a vestirse, le dijo con desdén que se fuera.
Ella se sentía extraña, su sexo recordaba en su interior las sensaciones de aquel pañuelo. Se vistió confusa, extraña, invadida por las lágrimas de la frustración, del no entendimiento; él no hizo caso, de espaldas esperó a que se hubiera vestido.
Vestida, confundida, decepcionada se acercó a la puerta para marcharse. El la siguió a su espalda y... a punto de traspasar el umbral, se abalanzó sobre ella, le desgarró las ropas puestas y allí en medio de aquel pasillo vecinal, entre la intimidad de una casa y la publicidad de un deseo intenso, donde nadie la conocía, la hizo suya, la poseyó y la penetró con fuerza, sació su tremenda ausencia de sexo, la tremenda ausencia de su miembro viril provocadacon intención por un simple pañuelo.
Fue un extraño, profundo y perverso encuentro.