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Categoría: Confesiones

La Carta

De visita en casa de mi padre, le descubro una carta escrita por su actual esposa en la cual describe como han compartido su vida sexual en sus años de convivencia.



Sin el darse cuenta he copiado dicho relato y hoy quiero compartirlo con todos los asiduos a esta pagina, por seguridad he cambiado algunos nombres de personas y sitios. Espero les guste, a mi la verdad me gusto mucho.



L.C. Agosto de 2004





Querido Alberto:



Sabes bien que en estos 15 años de convivencia nunca he puesto reparo ni condición a ninguno de tus gustos y proposiciones, aunque muy al principio tus fantasías me parecieron demasiado sofisticadas e incluso atrevidas para una mujer como yo, criada en un ambiente conservador aunque no exageradamente estricto, que siempre se ha considerado a sí misma un ser humano de contemporánea mentalidad inquisitiva. Fueron el amor, la curiosidad y el deseo la mezcla explosiva de cada una de las aventuras que ambos hemos explorado juntos para ensanchar el horizonte de nuestro placer. Como tantas veces te lo he dicho, estoy orgullosa de mí.



Fui yo quien en los últimos tiempos tomó las iniciativas más audaces en los territorios de nuestra sensualidad y compartida satisfacción. Los primeros años de matrimonio, años de intensa plenitud y entrega, agotaron en buena medida nuestras posibilidades de expresión y capacidad de sorpresa como bien me dijiste después de que hicimos el amor en un hotel de Venecia, donde los espejos del techo y de los muros devolvían la bella imagen de nuestros jóvenes cuerpos sudorosos. Ciertamente, luego de aquellos primeros siete años de vivir juntos habíamos aprendido a acoplarnos de mil maravillas en lo intelectual, en lo afectivo y en lo físico. No había ya un rincón de mi piel que no disfrutara, temblando, con el roce de tu lengua o de tus dedos o con la embestida furiosamente dulce del exquisito manjar de tu sexo, o con el zumbido de la rica colección de vibradores que hemos formando de a poco.



En estos años he disfrutado el estar desnuda en casa todo el tiempo que paso en ella, o tomando así el sol mientras leo en el jardín de Cuernavaca al lado de la alberca, o en top less en la playa contigo y con nuestros queridos amigos y amigas comunes, o a no llevar ropa interior, a excepción de medias, cuando salimos a alguna fiesta o al teatro, humedeciéndome al saber que te encanta tenerme a tu lado semidesnuda, presintiendo que de pronto y sin aviso previo acercarás tu mano para sentir mi vulva sin la mínima sombra de vello.



He disfrutado y disfruto intensamente acariciarme para ti, para mirar cómo me miras con los ojos prendidos --ojos de fuego negro-- cuando con lentitud me introduzco un vibrador o el collar de perlas o las esferas chinas, o cuando inserto mis dedos muy al fondo de mi entrepierna; cuando acaricio mi botón rosado ya sea boca abajo, levantando la grupa en nuestra cama o sentada sobre tu pecho. Siempre me ha gustado provocarte en el auto, camino de nuestras respectivas oficinas, cuando tus manos a pesar de su inquietud no pueden separarse del volante y yo me froto y me vengo en líquidos gemidos, apretándome un pezón como a un rubí en medio del tráfico del periférico.



De tu pene, cetro de mis placeres, puedo decirte que aprendí con cada milímetro de mi piel a degustar su sabor a fresas silvestres, a paladear su tamaño, consistencia y grosor e, incluso a necesitar, como una adicta, de su textura triunfal en las profundidades de mi lugar más recóndito y estrecho: ese apretado y prieto cerco que siempre será virgen, que siempre quiere ser amado, acariciado, abierto, descubierto, distendido, lengüeteado, ensalivado, aceitado, asaltado y perforado por tu dureza.



Y es que no me avergüenza contar a mis amigas y mucho menos a mi analista que el placer anal es la más satisfactoria de nuestras mutuas preferencias eróticas, a pesar de que las primeras veces que lo hacíamos sentía, cuando comenzabas a entrar, una mezcla de dolor y goce, aún si lo hundías despacio y profusamente ensalivado por mi lengua o bien empapado de resbalosa vaselina. Pero el dolor desaparecía de golpe por ese torrente de magia que brotaba de tu jadeo, por ese privilegio de dejármelo ir de raíz a lo más profundo, de empujármelo con firmeza pero con suavidad, hasta tocar el invisible fondo, hasta que me encendías como a una cegadora luz de pirotecnia, enloquecida en la cadencia de mi propio placer y acompasándome al movimiento de tus caderas, desparramada, pegada a ti, poseída, aferrada por tus brazos como indómito animal sin darnos tregua.



Bien conoces que no nos negamos a nada. Al igual que tú y en igualdad de circunstancias lo consentí todo por el puro gusto de sabernos excitados, deseándome y deseándote, por la única y plena satisfacción de sentirme constantemente amada, seductora mojada y seducida, llena de vida y de sensualidad febril. Como cuando al terminar la fiesta inolvidable de tu cumpleaños 45 me pediste que hiciera el amor con Xavier, aquel guapo amigo tuyo que se quedó hasta el final del festejo, para hacer realidad nuestra fantasía de verme gozar sobre la alfombra persa con la minifalda de seda negra arremolinada en mi cintura, mientras frente a mi cara te masturbabas goteando, provocado por mi hábil manera de montarlo y de gemir como una loca. Luego me diste tu sexo entero hasta el caoba de tus rizos para que yo lo lamiese y succionara antes de que me penetraras, al mismo tiempo que Xavier, por el culo y de un solo y certero envío. Los tres nos venimos al unísono y así, hechos un suculento emparedado de miel, nos quedamos largo rato sin decir media palabra, ronroneando, esperando por el siguiente set que no tardamos en jugar como si fuéramos ya expertos.



Hoy me parece que aquella primera vez que hicimos un trío tuve la sensación más exquisita y extraordinaria que he experimentado, alcanzando un largísimo orgasmo una y otra vez, doblemente alanceada por dos hombres deseantes que mordían mis hombros, mi nuca, mi espalda, mis pezones endurecidos; dos hombres que abrían totalmente mi jadeo, que me hacían proferir fogosas obscenidades mientras mi botón endurecido al máximo dolía de puro ardor. Me acuerdo, y me da risa, que no pude sentarme bien en el despacho al día siguiente, y que durante toda la semana tuve que llevar una blusa o un suéter cerrado y un vestido hasta el tobillo para ocultar las hermosas marcas que enrojecían mi cuello y mis muslos.



Reflexionamos y hablamos mucho después de aquello. Yo sentí y creo firmemente que mi sexualidad empezó a florecer con mayor plenitud, y que nos habíamos unido aún más como pareja, como amorosos cómplices que compartían sin tapujos clase medieros ni celos estériles una misma y hasta entonces inédita perspectiva de nuestras ricas posibilidades humanas. El erotismo nos transformó y se transformó de ese modo en una activa forma de felicidad encarnada por la sensualidad y fidelidad conjuntas.



Repetimos y mejoramos con creces esa experiencia novedosa ¿cuántas veces? ¿En cuántos lugares? No lo recuerdo. Fueron muchas las ardientes ocasiones en que, con Xavier o con Pedro o con Daniel o Ángel, con sus respectivas parejas o sin ellas, me llevaste a desconocidas y más altas montañas de mi femineidad en pleno éxtasis, mordisqueando, olfateando, lamiendo, entrando y saliendo, haciendo de mi cuerpo un doble o triple albergue que hospedaba generosamente tu verga y la de los otros que, para mi deleite, iban intercambiándose de lugar detrás o enfrente, debajo o encima de mi. Luego tú y yo volvíamos a casa, aún excitados por las sensaciones e imágenes compartidas, y hacíamos el amor con más dulzura, con mayor pasión, entregados sin reparo a nuestras propias fantasías y al recuerdo de la experiencia reciente que muchas veces filmaron y fotografiaron los amigos para nuestra videoteca y nuestro álbum íntimo y secreto.



Así sucedió también cuando lo hacíamos con Amarilis, tu amiga de la universidad, la adorable historiadora de fino y abundante vello pelirrojo en el sexo y las axilas y con percing en el ombligo y en cada pezón unido por una cadenita de plata, quien nos lamió lenta pero delicada y salvajemente mientras hacíamos el amor el verano pasado en Acapulco, hasta que se le inflamaron los labios de su delectación. O con Guadalupe, la arquitecta y dulcísima gritona de pechos opulentos que a tu pedido siempre llevaba un liguero beige y te montaba y lengüeteada y besaba mi boca, a la vez que yo me ponía a horcajadas sobre el río impetuoso de tu rostro para sentir tu barba raspándome y tu lengua como un áspid inquieto entre mis piernas. O con Valentina, que tenía tatuado un Pegaso con las alas desplegadas en la ingle derecha, y que me enseñó a usar con ella aquel enorme vibrador de dos cabezas en el jacuzzi de un hotel en Can Cún y que al lado de su marido vouyerista disfrutó embelesada el ver la manera en que yo pausadamente chupaba y aprisionaba tu miembro entre mis senos, embadurnados de aceite de almendras comestible.



O con Aranxa, nuestra tierna poeta y vecina de larga cabellera con quien tantas tardes y noches interminables me derretí en un 69 fulgurante mientras tú la penetrabas largamente por cada orificio. Y yo, debajo de ella, aferrada a sus nalgas bronceadas que para ti abría al máximo y lamía, observaba extasiada como espectadora de primera fila el jugoso espectáculo de tu forma de disfrutarla, de darnos siempre a cada una prolongados orgasmos sin escatimar en nada, de alzarnos hasta el goce de lumbre húmeda que sabías encender y multiplicar para nosotras. Luego entre risas dormitábamos abrazadas a ti, viendo uno de nuestros videos, hasta que el deseo te hinchaba de nuevo y las dos, hembras en celo, hacíamos turnos para absorber tu virilidad, apostando a ver cuál de las dos conseguía mantener la punta en el fondo de su garganta por más tiempo, antes de colocarnos las dos en 4 patitas y en paralelelo para que tú, desde atrás de nosotras, nos tomaras alternativamente. O mejor dicho, para que nosotras nos alternáramos para tomarte



Y es precisamente por la hermosa Aranxa, nuestra escritora de almohada y cabecera, que escribo esta carta que al volver de tu trabajo leerás en esta misma pantalla. Debo decirte, querido Alberto, que creo haberme enamorado de ella, que no dejo de pensar en sus cálidas y elásticas curvaturas, en su eléctrica forma de venirse, de coger y ser cogida, en las cerezas de sus enormes aureolas tan parecidas a las míos que, como bien le dijiste una vez, coronan dos montículos gemelos con un color similar al de mis labios. Sueño constantemente con ella, con sus gemidos a la hora de venirse, con su cintura flexionándose para llevar sus rodillas a los lados del óvalo hirviente de su cara, elevando sus piernas hacia el cielo, con el sólo propósito de que nuestras lenguas y sexos froten su pubis ávido, o nuestros dedos se disputen, una vez más, el privilegio de invadir sus dos espesas hendeduras. Mis noches de unos meses a hoy así se han convertido en una obsesión que se repite y se repite, y que me despierta, empapada en sudor y néctar, en medio de pétalos de éxtasis cuando de algún lugar de la memoria me asalta el olor marítimo de su cuerpo y hasta la siento jadear contra mi oído.



En este último año de hacer deliciosos tríos con ella o apasionados cuartetos en los que ha intervenido Pedro, su ahora ex esposo, me he dado cuenta de lo mucho que me gusta el embriagante sabor de la dulce Aranxa, sobre todo cuando lo he probado en directo de su sexo, sin tener que degustarlo por intermediación de tu espléndida dureza o de la de Pedro. Me he percatado de lo mucho que disfruto de su personalidad y de su compañía, ya sea entre las sábanas o al ir de compras o al gimnasio o a algún restaurante, sintiendo las miradas lascivas de los hombres que parecen adivinar que bajo nuestros trajes sastre no llevamos nada puesto, y que nuestros pubis igualmente depilados sonríen y chasquean en armonía cada vez que caminamos tomadas de la mano. Como bien sabes, no han sido pocas las oportunidades en que las dos, aguijoneadas por el deseo, hemos terminado por abrazarnos, besarnos y acariciarnos en algún baño público o en un estacionamiento.



No te he negado nada, amor mío, y tú a mi tampoco nada me has negado. Por ello, hoy que los tres hemos regresado de vacaciones, te pido que acojas esta nueva experiencia. Más ahora, que ella ha decidido separarse de su marido para vivir con nosotros y compartir esta fantasía que se ha tornado en una realidad inquietante y ajena al menor atisbo de pudor o inhibiciones. Tú podrás dormir en la habitación de visitas o en la biblioteca y, de tanto en tanto, te invitaremos a hacernos compañía en el lecho. Ella sin duda también estará de acuerdo.



Te quiere y desea,



Margarita…


Datos del Relato
  • Categoría: Confesiones
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