Mi trabajo consiste en acompañar a los niños de un colegio durante la ruta del autobús, les recogemos en determinados puntos por la mañana y les devolvemos al mismo punto por la tarde. Carlos conduce y yo me ocupo de que se porten lo más civilizadamente posible.
Siempre que dejamos a los niños por la mañana nos tomamos un café en la cocina del colegio y charlamos un rato. Luego nos marchamos y me deja cerca de casa de camino a otra ruta para varios centros de ancianos. Por la tarde me recoge donde me dejó por la mañana y vamos al colegio a buscar de nuevo a los niños.
Llevaba algún tiempo fantaseando con él, posiblemente porque era la persona de distinto sexo con quién más tiempo pasaba. Siempre me recreaba imaginando sexo un tanto sórdido donde él me forzaba sin ningún tipo de preámbulo, ni siquiera una caricia.
A veces mientras tomábamos café me quedaba con la mirada perdida en el vacío e imaginaba que me metía la mano por dentro del pantalón y me masturbaba salvajemente, yo le decía que parara y él se volvía más rudo. Las bragas se me mojaban y solo volvía a la realidad cuando alguien me tocaba como si fuera a despertarme y me encontraba rodeada de cocineras y la mirada divertida de Carlos. Al dejarme en casa por la mañana me tumbaba en la cama y me recreaba pensando que había subido a casa y teníamos sexo.
Mi fantasía favorita era que me forzaba en el autobús parados en un semáforo en rojo. Sin levantarse de su asiento me llamaba y cuando estaba a su lado me desabrochaba el pantalón y me lo bajaba hasta las rodillas. A tirones me rompía las bragas y me metía dos dedos que en la realidad eran los míos. Me apretaba los senos duramente cuando realmente era yo la que me los estrujaba. A veces incluso me mordía los pezones y tiraba de ellos, era yo la que forzando la cabeza y tirando de ellos hacía arriba conseguía chupármelos. Casi siempre llegaba a correrme con dos dedos de una mano dentro y con la otra me frotaba el clítoris mientras mantenía los pezones tirantes con los dientes.
Otras veces, nada más romperme las bragas, me sentaba sobre él con el pene duro y me penetraba salvajemente mientras me masturbaba sin piedad, cuando lo que realmente me penetraba era el mango un cepillo del pelo que utilizaba como consolador.
Me encantaba cuando me daba azotes en el culo hasta dejármelo rojo y caliente para después violármelo metiendo su gran polla haciéndome daño. Para esta fantasía utilizaba una paleta de cocina de madera. Cuando notaba que los paletazos empezaban a escocerme ponía el cepillo de punta sobre la cama sujetándolo con una mano y me sentaba sobre el hasta que conseguía metérmelo por detrás. Cuando las púas del cepillo acariciaban la piel alrededor del agujero me masturbaba salvajemente.
Le conocí en las clases nocturnas de cocina a las que asistía por capricho a mi madre, era un chico muy simpático con quien cogí confianza enseguida porque éramos los más jóvenes. El no daba muestras de interesarse por mí más allá de reírnos cuando formábamos equipo en las clases, hasta que un día tuvimos que preparar un postre de chocolate con nata. Me manchó involuntariamente el brazo desnudo con chocolate caliente y enseguida me limpió interesándose por si me había quemado. Me quedó un rodal rojo sin más consecuencias.
Le dije que la próxima vez me lo iba a limpiar con la lengua y riéndose dijo que entonces era una pena que cocináramos vestidos y con delantal. Era la primera vez que me gastaba una broma relacionada con el sexo. Le contesté que si hubiera caído ahí le hubiera matado, mientras me miraba entre las piernas y nos echamos a reír los dos.
Al final el postre fue un desastre y la profesora nos dijo como podíamos arreglarlo y nos podíamos quedar un rato a solucionarlo. Nos miramos y asentimos los dos. Nada más quedarnos solos cogí una paleta y le di en el culo con ella, me miró sin dar crédito a lo que había hecho y me dio un azote con la mano que le devolví. A partir de ahí las cosas se salieron de madre y empezamos a pelearnos pegándonos cada vez más fuerte.
Noté que el culo empezaba a escocerme cada vez que me pegaba mientras nos peleábamos buscando uno el culo del otro para pegarle. Empecé a mojarme y sin pensarlo me bajé los pantalones y las bragas y le dije que me diera un azote. Me dejó los dedos marcados sobre la piel y un calor indeterminado se apoderó de mi cuerpo. Me llevé la mano entre las piernas y le pedí que me diera más fuerte. Volvió a darme otro azote y sentí la necesidad de correrme.
Se había sacado la polla del pantalón y se la meneaba con una mano mientras me daba golpes con la otra. Apoyé los codos en la encimera ofreciéndole el culo e hizo lo que tantas veces había fantaseado que me hacía Carlos. Puso nata en mi culo y en la punta de su ariete, apoyó la punta y empezó a presionar hasta que me fue entrando. No lo hizo entrando y saliendo poco a poco para me fuera adaptando, una vez metió la punta empujó hasta que la tuvo entera dentro.
Cuando empezó a moverse me rodeó con los brazos y me puso las manos en mi propio sexo. Cada vez me embestía con más fuerza y el daño que sentía en las entrañas incrementaba mi excitación. Cuando me corrí me la sacó, dijo que se la chupara a lo que me negué. Al haberla tenido metida en el culo se apreciaban restos orgánicos. Me ofrecí a masturbarle y se corrió en mi delantal.
Tiramos a la basura el postre y nos fuimos a mi casa. Al llegar, aún caliente y casi sin poder sentarme, recreé lo ocurrido en clase como si hubiera sido Carlos y seguí con otras fantasías menos confesables. Con los ojos cerrados y pensando en él tuve la mejor sesión de sexo de mi vida.