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DON SANTOS, EL CURANDERO 4
El día se planteaba tranquilo. Ya habían transcurrido las horas de la mañana y no había llegado nadie. Era viernes y el sol brillaba en lo alto. Almorzamos algo tranquilo. Era la una de la tarde cuando oímos el golpe en la puerta. Fui a atender. El hombre era joven. Se le veía el rostro de dolor.
__¿Sí? Buenas tardes__ dije abriendo la puerta.
__¡Buenas tardes! Busco al curandero, ¿Estará?
__Sí claro, el esta
__Dígale que es urgente me duele la cintura y mucho, sé que la hora no es apropiada pero…
__¡Pase, pase!!__ el hombre se movió despacio y entró. Fui en busca de don Santos. El viejo ya estaba fumando su pipa, relajado, en el fondo, debajo del paraíso.
__¡Lo buscan!
__Sí escuché…
__Es un hombre joven, dice que le duele la cintura…
__¡Esta bueno, ahí voy!
Un momento después apareció el viejo curandero. Saludo con un gesto al muchacho y le hizo señas para que lo siguiera. El hombre avanzó lentamente. Cerró tras de si la puerta.
__¿Y bien amigo, qué pasa?
__El dolor en la cintura…
__¡Aha!¿Hizo una mala fuerza?
__No, me moví bruscamente y sentí el tirón…
__¿Y quién le dijo de mi?
__Mi mujer…Trajo a mi hija Laura…¿Se acuerda?
__Sí, sí, vino con tu mujer…
__¡Claro, claro!!
__Ya veo, ya veo…Veni, veni__ dicho esto, el hombre joven avanzo hacia el viejo
__¿Como te llamas, muchacho?
__Atilio…__ el viejo guió al hombre hasta el marco de una puerta interior que había allí. El hombre se quejó. El viejo empujó suave al Atilio. La cara chocó con el marco y el viejo aflojó el cinturón del muchacho.
__¿Qué pasa?__ preguntó inquieto.
__¡Tranquilo!__ diciendo esto masajeó las nalgas. El hombre se quejó una vez más, pero el viejo notó que se estiró hacia atrás, sacando el culo, el viejo aprovechó y lo empujo con su cadera. El bulto de don Santos empezaba a crecer.
__¡Espera un momento!__ le susurró al oído. En una mesita cercana el viejo sacó un aceite. Atilio esperaba apoyado en el marco de la puerta. El viejo mojó sus manos y comenzó a pasar aquel líquido por la cadera de Atilio. Luego bajó un poco más alcanzando las duras nalgas del muchacho que suspiraba, el aroma del aceite penetraba en las narices de los hombres. Un vaho ardiente iba llenando el ambiente. La verga del viejo estaba endurecida. Comenzaba a molestarle la ropa.
__¡Ahora, Atilio acércate aquí en el sillón y acuéstate boca arriba!__ el hombre siguió la orden.
__¡Y quítate la camisa!__ Atilio quedó en calzoncillos. Finalmente se acostó como le había indicado el curandero. El viejo nuevamente se desparramó aceite en sus manos y algunas gotas sobre la panza del hombre que pegó un respingo alterado.
Las manos del viejo daban vueltas en redondo sobre la panza de Atilio que suspiraba cada vez más hondo. Aquello se sentía tan bien, Atilio entrecerraba los ojos. Estaba cada vez más relajado. Sentía un placer inmenso. Las manos zorras de don Santos pasaron cerca de la entrepierna. Noto el bulto que se movía. Siguió en esa dirección. La respiración del hombre se agitaba cada vez más. Rozó ahora con sus dedos las bolas endurecidas de Atilio, este se movía inquieto. Estaba sintiendo alteraciones en su cuerpo. Pero no podía dejar de pensar que se sentía muy bien con aquel masaje, que se asemejaban bastante a caricias ardientes.
Las manos del viejo llegaron a la ingle. La verga de Atilio luchaba desesperada por salir del encierro.
__¡A ver si quitamos esto!¡Creo que está molestando!
__¿Pero??
__¿Como te vas sintiendo?__ preguntó el pícaro perverso
__¡¡Oh, bien bien don!!__ la prenda salió de las piernas de Atilio y la verga se alzó imponente. Don Santos la miró un momento como si no estuviera allí. El hombre gemía. El viejo seguía pasando sus manos muy cercanas, cada vez más, al tronco, pero no lo tocaba. La cabeza de Atilio giraba mareada de placer. Hasta sentir que la mano del viejo agarraba el garrote y lo sacudía. El gimió y se retorció brevemente, para tensarse nuevamente. El viejo la masajeó. La cubrió de aceite. Una mano subía y bajaba por aquel fierro. La otra muy suave se había apropiado de las bolas llenas.
La cara del hombre era un manto de placer. Estaba entregado a aquel viejo curandero que lo hacía gozar y se olvidaba por completo de su dolor de cintura. La boca del curandero atrapó el aparato. Lo beso. Lo mordisqueó un rato. Escuchando las quejas de Atilio. En tanto jugaba con las pelotas que estaban a punto de estallar. El viejo dejaba el arma y recorría con su lengua el pecho de Atilio. Besaba las tetillas paraditas. Pasaba su lengua. Las volvía a chupar. Las mordía. Volvía al garrote del hombre que se movía de un lado a otro. Estaba muy caliente. Otra vez la boca del viejo atrapó el manjar. Lo devoro. Lo chupaba sin respiro. Bajo y beso las bolas. La lengua pasó una y otra vez por aquella zona.
En tanto las prendas del curandero fueron cayendo una a una para quedar desnudo con la tremenda poronga alzada hacia lo alto. La verga de Atilio iba a sucumbir de un momento a otro a las mamadas de aquella boca demoníaca. La leche saltó. El viejo dejo que rociara su rostro. Dejo que cayera hasta la última gota. Luego de la acabada el viejo siguió con el chupete en la boca un momento más.
__¡Oh, por favor!
__¿Qué pasa muchacho no te gusta el tratamiento?
__No es eso, he gozado como hacía rato no pasaba, es que no me imaginaba…
__Esto es una muestra…__ diciendo esto el viejo seguía acariciando la pija alzada. Atilio se sentó en el sillón. El curandero besó su vientre. El muchacho recostaba la cabeza hacia atrás, sintiendo el fuego de su propio cuerpo. El viejo lamió y beso su pecho. El cuello. La boca de Atilio no opuso resistencia cuando la lengua de don Santos la atravesó con su lengua. Se unieron en momentos interminables. Se chuparon las lenguas insaciables. La pija alzada de Atilio hizo que don Santos la bañara nuevamente de aceites aromáticas. La verga se tensó mucho más. Aprovechó el viejo y untándose también el, bastante aceite en su orificio, se sentó despacio sobre el hombre. Apoyó su culo deseoso en la cabeza de la tranca. Se fue tragando aquella herramienta sin pensarlo dos veces. Los gemidos de Atilio eran cada vez más atronadores.
__¡Oh que verga tienes Atilio, dámela, deja que entre en mi!!!__ el viejo se comió con su culo en llamas aquel aparato enardecido. El muchacho mordía las orejas del hombre. En tanto don Santos, el curandero, lentamente subía y bajaba de la lanza. Las manos del curandero se aferraban a los hombros de Atilio que se sacudía para todos lados.
En un momento, el viejo, tomó una de las manos del hombre que le abrían las nalgas y la llevó hasta su garrote endurecido. Atilio manoteo sin desgano aquella vara. La palpó, suspirando. Rozó con sus dedos la cabezota de aquel aparato grueso. En tanto el culo del viejo se había tragado todo el garrote del muchacho. Se retorcía sobre aquel miembro que lo escarbaba. Movía sus caderas, se levantaba, y caía sobre el filoso miembro insertándolo en su abertura dilatada. La mano de Atilio masajeaba el pene del viejo. Lo amasaba. Lo apretaba y lo largaba un instante. Volvía a tomarlo, mientras sus arremetidas dentro del viejo se aceleraban y largaban chorros de líquido espeso. La crema bañaba al curandero, que tan caliente como estaba dejaba ir su leche sobre el cuerpo de Atilio que la recibía gozoso. Don Santos siguió unos momentos sentado sobre el muchacho, que seguía agarrado al mástil erecto del viejo.
Se besaron un rato más. Atilio no podía salir del encanto en que estaba desde que había entrado en aquel lugar de fantasía.
__¡Me va a secar para mi mujer!!
__Tráela aquí que no le va a faltar nada__ dijo el viejo riéndose, mientras seguían acariciándose y besándose. El curandero fue saliendo de la vara en alto. Se fueron quedando un rato quietos. Uno al lado de otro. Con las vergas semi duras. El viejo tenía una resistencia que parecía mucho más joven. Uno pensaba al verlo así, si realmente no tendría algún poder oculto.
Así estaban cuando llamó a la puerta doña Violeta, la vecina de unas dos cuadras. Venía con unas empanaditas.
__¡Muchacho!¿Como estas?¿Don Santos?
__¡Esta atendiendo!__ dije y ella sabiendo a que me refería no espero a ser anunciada en unos pasos estuvo dentro de la habitación donde el curandero atendía.
__¡Buenas!¡Veo que estas muy entretenido, don!__ dijo sonriendo malévolamente. Violeta era una mujer de unos casi sesenta años. Su pelo era gris, pero sus formas eran delicadas y estaba en muy buena forma.
__¿Como estas Atilio? Tu mujer me contó que estabas mal de la cintura
__¡Acá andamos doña Violeta!__ contestó con la cara roja el hombre.
__¡Pero que tienen ahí, veo que están un poco despiertos!!…__ diciendo esto la mujer se acercó y se sentó en medio de los dos. Una mano en cada pija. Las vergas se alzaron en unos momentos. Ella comedida empezó a moverlos de un lado a otro, de arriba hacia abajo. Las vergas se iban endureciendo. Don Santos giró la barbilla de doña Violeta y busco la boca de la mujer. La lengua de ella se cruzó con la del curandero. Atilio no salía de su asombro. Las manos de la mujer sacudían las pijas. Giro su cara y se encontró con la boca de Atilio. Se besaron ardientemente. Las manos de don Santos ya estaban acariciando las tetas de la doña, las apretaba. Eran grandes. El vestido de Violeta fue a parar al piso. Ella se puso de rodillas y avanzó sobre la verga de Atilio que no salía de su asombro. Cuantas veces había visto a aquella mujer recatada. Haciendo mandados en el pueblo y apenas hablando con otros hombres. Siempre seria y ahora esa mujer entrada en años le comía la poronga sin remedio.
Un dedo del curandero se perdía en la conchita caliente, lo movía dentro, le clavaba dos dedos. Salía de allí y acariciaba el hoyito marrón. Los gemidos de los amantes crecían. Las palpitantes vergas eran chupadas alternativamente por doña Violeta que se extasiaba febrilmente sobra cada una de ellas. Ella volvió a ponerse en medio de ellos en el sillón. Los dos hombres cada uno en un pecho se amamantaban insaciables, arrancando gemidos de placer de la mujer agradecida. Los dedos de ambos se cruzaban en la concha de Violeta. Sus jugos la hacían abrir y estaba lista para recibir las pijas en su cueva.
Antes de eso don Santos se puso de pie y levantándose por sobre ella, parado en medio del borde del sillón clavo su verga en la boca sedienta de la doña. Atilio también cambió de lugar y poniéndose de rodillas atacó con su lengua la vagina. La lengua entraba y salía de allí, besaba sutilmente el clítoris y eso hacía que la mujer se retorciera de placer y chupara con más fuerza el garrote que entraba y salía de su boca.
Luego de un momento Atilio incorporándose un poco llego a las nalgas de don Santos. Las lamio, las beso, paso sus dientes por allí, con sus manos abrió las mitades y entró con su lengua en el aro abierto del curandero. Lo chupo con ansias, lo comió despiadado. El viejo suspiraba y resoplaba.
Un rato después el viejo salió de allí y tomando a la mujer la puso de rodillas sobre el sillón. Así abierta como estaba la penetró en su conchita rosada. El viejo metió su garrote y la mujer se hamacaba para recibir en su interior toda la herramienta. Soplaba. Gemía. Don Santos entraba en aquella cueva, se detenía un momento, atrapaba las tetas de la doña, las amasaba, mordía su nuca, la besaba. Volvía a moverse. Iba y venía, la sacudía un instante. Se detenía otra vez. Sacaba despacio su poronga y la metía nuevamente. Doña Violeta parecía al borde del desmayo. Don Santos, el curandero, totalmente ardido, sacó su verga, con ella acarició el culito de la mujer, ella no dijo nada, empujó un poco, otro poco más, entrando en el recto de ella, que solo se quejó, levantando un poco los hombros y pegándose al hombre que la sodomizaba. El viejo amasaba fuerte los pechos blancos, con los pezones duros, volcánicos.
Cuando estuvo a punto don Santos se aferró a las caderas de la mujer y escupió toda su leche dentro de aquella. La mujer se detuvo en sus movimientos. El viejo cayo apoyado en la espalda de está. Atilio observaba en esos momentos. El viejo lentamente se movió y saco su pija bañada de semen de aquel agujero abierto.
Sin perder tiempo Atilio entró en el túnel de la mujer, que se arqueó una vez más y gimiendo pidió que la siguieran cogiendo así. Don Santos a un costado miraba, descansando. Atilio bombeaba a la doña Violeta. La sacudía con su vitalidad y su fuerza juvenil.
La doña casi al borde del llanto clamaba que la siguiera poseyendo de esa forma.
__¡Ay, no te detengas, ay, ay ahhhhhh!!!__ gemía la muy perra en celo. Su culo en un momento había tenido dos pijas, eso era el paroxismo del sexo.
Los huevos del hombre estaban inflados. Chocaban con las nalgas de aquella mujer sedienta de acción y placer. Ella no tardó en tener otro orgasmo, levantando un poco más su cola y su cuerpo, casi levitando, parecía un hada vieja, pero saludable, en una madurez exacta. Era toda plenitud, mientras sentía que esa poronga la penetraba por el culo, algo que su marido nunca había siquiera intentado. El curandero, le rozaba, a veces, los pechos que se bamboleaban, con cada sacudida. Ella lo miraba y parecía agradecerle con su mirada por aquellos momentos vividos.
Atilio en tanto, empezó a largar su líquido dentro de Violeta, que no dejo de moverse hasta un rato después. El hombre salió y cayó al costado de la mujer. Los tres quedaron en un placentero ahogo. Sus agitadas respiraciones fueron controlándose lentamente. Apenas se rozaban y se movían. Sus narices estaban inflamadas de placer y satisfacción.
Los cuerpos desnudos deseaban quedarse así unos momentos. Empezaba a caer la tarde y después de vestirse y prometer volver a verse se fueron retirando. El viejo curandero quedó solo.
La noche había caído. Cenamos algo livianito, a decir verdad las empanaditas que había traído doña Violeta y pronto nos retiramos a nuestras habitaciones. Al rato escucho que el viejo me llama. Entro en su habitación
__¡Si, don Santos!!!
__¡Aquí en el baño, entra!!__ avanzando escucho caer el agua de la ducha.
__¿Si, qué necesita?
__¡Entra, alguien que me jabone la espalda!!__ me quito la ropa sin pedir otra indicación. Don Santos está todo lleno de jabón. Me colocó detrás de el y con la esponja empiezo con mi labor. El agua cae. Mi verga se levanta tanto como la del curandero. Le paso jabón por las nalgas. Entro en su zanja. Me quedó allí y el siente como golpea mi pija en su pierna. No se da vuelta. Me deja hacer lo que hago. La esponja ha caído de mis manos. Ahora es un dedo el que hurga en su agujero. Mi pija resbala y entra sin esfuerzo. El viejo se inclina un poco. Mi verga ya recorre el túnel. Me aferro a sus caderas. Me muevo rítmicamente el agua cae sobre nosotros. El curandero es un insaciable. Mis bolas golpean contra el. Yo voy y vengo dentro. Nuestros gemidos ganan la noche. Ganan el espacio. El ruido del agua no logra callarlos. Estoy tan caliente por todos los sucesos del día que no puedo contenerme y mis líquidos se desparraman en el interior del viejo que gime como si no hubiese tenido relaciones en un año. Nos secamos prontamente y don Santos con la vergaza dura como roca me lleva a su cama. Me tiende de espaldas y me besa. Nos besamos enloquecidos.. me besa y me lame las tetillas. Yo reviento de calentura. Nuestros quejidos son el único sonido en medio de la Pampa. Me levanta las piernas por sobre los hombros. Apunta con su brioso animal. Entra porque estoy tan abierto, que en un momento me posee con furia. Avanza sobre mi se mete dentro. Yo apretó su cabello, el empuja tanto que nos besamos enloquecidos. Su mástil está taladrándome sin descanso, sin piedad. Nuestras lenguas se chocan. El viejo tiene como un espasmo, casi temblando me llena, me inunda con su rico jugo y se desploma sobre mi. Nos abrazamos y quedamos un eterno espacio de tiempo que no tengo idea de cuanto es, pero que a mi no me importaba en lo mas mínimo.-
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