Ciudad Sin Ley 5-1
La niña miraba con envidia como el formidable carajo de Leo se hundía despacio en el coño de su madre, mientras ésta le lamía y chupaba los pezones uno depuse de otro y ella acariciaba los maternos, erguidos como agujas de campanario, señal inequívoca para la niña de que la madre estaba disfrutando de la gran polla de Leo con verdadero placer por mucho que luego protestara indignada por la violación. Cuando la lengua del gigante, entró en su vagina como una serpiente lamiéndola y sorbiéndole la humedad, no pudo aguantarse y exclamó:
-- Leo, Leo, cariño que gusto me das, mi vida. Me vas hacer correr enseguida, grandullón, uy que gusto, métela más adentro, más, más, así, así,… ya, ya me sale cariño, tómala… toda… toda ahhhhhhgggg. Oh, sí, otra vez, si, chúpame el clítoris, mi amor uy, uy, pero que gusto… mamá, chúpame más fuerte las tetas… me voy a correr de nuevo…me estoy… corriendo Leo, amor, chúpalo todo, así sórbeme la vagina, así, así, uy que gusto me das Leo, grandullón…
En ese momento Carla dejó de mamar las tetas de su hija y se arqueó hacia atrás gimiendo de placer, la hija supo de inmediato que Leo la hacía gozar con sus abundantes chorros de leche y se corrió de nuevo en la boca del gigante imaginando los chorros de leche tibia que recibía su madre de la gigantesca polla a la que sin duda bañaba con su miel pues le temblaba el vientre espasmódicamente por la violencia del orgasmo y también ella, pese a sus dos orgasmos anteriores, se corrió a chorros sobre la boca de Leo.
Leo le sacó la polla a Carla de chumino, brillante de blanca leche mezclada con la miel de su madre a la que le hizo chuparla y limpiarla con la lengua hasta dejarla brillante y húmeda de saliva, luego le ordenó que fuera a lavarse y que se depilara el coño porque pensaba comérselo mientras se follaba a la hija. Carla, que no había gemido ni dicho media palabra mientras se corría y obedeció sin rechistar. No fue buena idea la que tuvo cuando, en vez de dirigirse el baño entró en la cocina. Descalza, desnuda y de puntillas entró en el baño abriendo el agua del bidet para lavarse pero no se depiló. Esperó sentada el tiempo que imaginó necesitaba para depilarse el sexo. Cerró el agua del grifo
y cerró la puerta del baño llevando el cuchillo a la espalda.
Leo se estaba follando a la hija que subía y bajaba sus nalgas gimiendo de gozo. Se quedó de pie a los pies de la cama, preguntándose como era posible que aquella inmensa polla pudiera entrar en el joven coño de su hija, cuando a ella le costaba trabajo calzársela, y no entera. Siguió mirando la escena mientras la niña subía y bajaba, gimiendo y gritando de placer ante el deleite que aquella gran polla le proporcionaba a su dilatado coño, mientras Leo le acariciaba las nalgas ayudándola a hundírselo cada vez más profundamente en el ávido sexo de la muchacha, al tiempo que le mamaba las jóvenes tetas.
Oyó a la hija pedirle al hombre que la gozara. Deseaba sentir sus potentes borbotones y correrse al mismo tiempo que él. Cuando la muchacha se inclinó sobre el hombre para besarlo, avanzó rápida como una centella con el cuchillo en alto, pero el hombre fue mucho más rápido que ella y la mano que sujetaba la nalga de Felisa se cerró sobre el puño de Carla doblándole el brazo. El puño de Carla desapareció dentro del puño masculino y se oyeron como chascaban los huesos de los nudillos como si fueran cristales rotos. El largo y afilado cuchillo cayó inofensivamente sobre la cama mientras la mujer aullaba de dolor arrodillada en el suelo.
--Cállate, maldita puta, o te hago tragar los dientes. – bramó el hombre empujando a la niña hacia a un lado de un manotazo.
-- ¿Qué le has hecho a mi mamá, Leo? – lloró la muchacha dándole puñetazos en la espalda -- Por Dios, Leo, ¡¡le has roto la mano!!
-- No llores, Feli, no le he roto nada, sólo es un dedo dislocado, y deja de pegarme en la espalda, que ya se lo pondré en su sitio.
-- ¿De verdad, Leo? ¿La curarás?
-- Si, mujer, cuando se depile el coño, que es lo que tenía que haber hecho en vez de intentar matarme – comentó el gigante lanzando el cuchillo por la punta contra la puerta donde quedó cimbreándose durante unos segundos – Y tu, deja de gimotear, tienes lo que te has buscado. Y ahora vete a depilar y deja de llorar. Si te portas bien te pondré el dedo en su sito y dejarás de sentir dolor. La próxima vez que intentes algo te mataré, mala zorra, tenlo por seguro y dejaré que los perros se coman tu puto cuerpo. Venga, largo, a depilarte el coño de una vez.
-- ¿Pero, Leo, como va a depilarse con un dedo dislocado, no ves que no podrá? – preguntó la niña – Será mejor que la depile yo.
-- Tu te quedas aquí a follar conmigo ¿O es que ya no quieres?
-- Claro que quiero, pero mi madre…
-- Déjalo, hija, ya me arreglaré yo sola – comentó la madre llorando al salir de la habitación sujetándose la mano adolorida.
-- Anda, nena – comentó Leo – súbete encima y mételo otra vez en tu precioso coñito.
-- Uy, Leo, que grande es, creo que cada vez me gusta más sentirla como entra dentro de mi humedad, nunca he logrado metérmela del todo porque, al final, es muy gorda ¿Ves? Ahora me ha tocado algo ahí dentro y me hace daño si aprieto más. Uy, cariño, cuantos días he pensado en ti.
-- ¿Y qué pensabas?
-- Que ya no volverías y que nunca sentiría ya tu gran pepino dentro de mi conchita, y pensaba también que me habías olvidado porque estarías violando a otras niñas.
El gigante la miró con su simpática y blanca sonrisa de lobo, mientras ella seguía subiendo y bajando a ritmo lento, degustando, como había dicho, el gran pepino colorado en cada una de sus fibras vaginales.
--¿De que te ríes, grandullón?
-- De tus pensamientos, putita.
-- Yo no soy una putita, yo solo te quiero a ti y ya nunca podré querer a nadie más, Leo – y tras una pausa -, claro que tu no me quieres ¿Verdad que no? – preguntó, mirándolo con sus grandes y almendrados ojos en los que el gigantesco violador pudo comprobar la mezcla de angustia y placer y volvió a preguntarle -- ¿Por qué no me contestas?.
-- Porque me estás dando mucho gusto con tu estrecho coñito, preciosa mía.
-- Claro, tú sólo me quieres para violarme ¿verdad? – inquirió, deteniendo el suba y baja.
-- No, hay muchas niñas a las que podría violar, pero no son tan guapas como tu, Felisa.
-- ¿De verdad te parezco guapa?
-- Guapísima, Feli, de verdad eres guapísima.
Se le echó encima para besarlo con ansia mientras la gigantesca polla se le clavaba hasta el útero y el primer borbotón batió contra el pico del útero como una ola caliente y brava. La niña se corrió de inmediato bramando de placer:
-- Oh, si, es tu leche, cuánta, uy, que gusto, que gusto Dios miiiiiiiiiiiooo. ¿Me sientes? Yo también me estoy corriendo, mi amor, siiii me corro . Dios, cuanta leche tienes.
-- ¿Te gusta, eh, putita?
-- ¿Por qué siempre me llamas putita?
-- Porque eres una putita, mi putita.
-- ¡Ah!, tu putita, si, pero de nadie más.
-- Me alegro.
-- Dime la verdad, Leo, por favor ¿Tú me quieres como yo te quiero a ti?
-- No sé como me quieres tú, pero la verdad es que me gusta follar contigo más que con nadie. Eso te sirve.
-- Menos es nada. Claro que cuando te canses de follarme me dejarás.
-- Tu haz siempre lo que yo te diga y serás feliz, de acuerdo?
-- Si, mi amor, lo haré, siempre lo haré.
-- Pues vete a ver si acaba tu madre.
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La presentadora de TV Internacional, con su voz de terciopelo y sus tetas puntiagudas, recitaba de nuevo más noticias de aquella Ciudad. En aquel momento el encuadre de la cámara mostraba a la presentadora de TV Internacional, de voz de terciopelo y tetas puntiagudas, con minifalda, las piernas cruzadas y una blusa blanca que apenas le tapaba los pezones, mostrando unos muslos de morder.
Se hallaba frente a un caballero silencioso de mediana edad, con gafas de carey, calva incipiente que la observaba con ojos golosos casi desorbitados, que saltaban de las tetas a los muslos como si padecieran el baile de San Vito. Ella, leía los papeles que sostenía sobre los muslos y parecía no darse cuenta del efecto que causaba su medio desnudo cuerpo sobre el hombre de las gafas de carey.