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Voluptuoso y perverso

A Eduardo

Nunca terminaría de ver 8 fotografías en un solo día, ¡imposible!, pero por suerte tampoco era necesario. Eduardo estaría para el fin de semana de visita en casa, y podría apreciarlo en vivo y a todo color e incluso sin ropa y a cero distancia. Además ya era jueves y no había motivos para desesperarse, más bien saborear con anticipación el encuentro…

Que me pareciese simpático y peor aún que lo externara, no fue muy de su agrado enterarse. Comprendí entonces que debía revisar parte de sus fotos porque mi calificativo estaba basado en una caricatura de su persona y en efecto, parecía simpático, pero tal vez el chico esperaba algo más que un cumplido tan poco descriptivo e incluso mediocremente halagador para alguien de su belleza. Me refirió a sus fotos para apreciarlo con justicia.

Una vez que satisfice la curiosidad y la vista, descubrí que la apariencia del chico, quien si bien había traspasado la barrera de los treinta, no dejaba de ser un tipo agraciado físicamente, a pesar de su inmediata renuencia ante los halagos y el aparente desprecio por la adulación después de haberse sorprendido de mi insulsez ante el comentario inicial. De tez aperlada clara, cabello negro, ojos claros, facciones definidas, extremidades fuertes y labios sensuales (naturales, como calificó él mismo después), pocos se resistirían a encontrarse con su persona. Y no fui la excepción. Estaba dispuesto a conocerlo aún más…

Por mi parte, había captado su atención y estaba interesado en conocerme y visitarme pronto, para los próximos días. A diferencia mía, sus elogios fueron claros, decididos y más que intencionados. Incluso advirtió que robaría mis prendas íntimas. Sentí que el chico hablaba claramente y con determinación. Ni un momento dudé en que me descartaría o incumpliría el compromiso.

Aunque mi agenda para el sábado estaba comprometida, tan pronto Eduardo anunció su llegada durante el medio día y procedente de otra población cercana, decidí la cancelación de todos los demás compromisos y encuentros. La emoción me embargó al escuchar su voz masculina y aseguré que estaba a la espera de recibirlo tan pronto así lo permitieran las circunstancias.

Más tarde, cuando venía en camino, lo guié hasta un punto en el que me encontraría con él, próximo a casa, para evitar que pudiera extraviarse en el recorrido final y para contribuir en parte al interés de encontrarse uno al otro. Había terminado con mi aseo personal y bien abrigado salí al encuentro con la belleza… A escasos metros de toparme con él, recibí un mensaje en el que precisaba su ubicación y hacia ese lugar me dirigí…

Mi corazón dio un vuelco al encontrarme con él. Eduardo lucía mucho mejor que en fotografía y casi lo primero que se me ocurrió preguntar tras un breve saludo fue que si “todo eso sería para mí”, refiriéndome a su sensual figura, atreviéndome ya a acariciar su espalda con toda intención y con ganas de sobrepasarme, pero me contuve. Su contestación fue la esperada, “por eso estaba aquí”.

No demoramos en llegar a casa ni siquiera un minuto. Franqueé la entrada a un esbelto y erguido mancebo a quien estaba a punto de probar y lo saboreaba ya de antemano.

Pasamos directo a la recámara… Lo invité a abrazarme y su estrujón, entre cálido y cachondo tanto como su cercanía, fueron determinantes. Su aliento y su lengua, con sabor salado, me envolvieron en la vorágine. La punta de su lengua traspasada por piercing chasqueó la mía libre de metal y me gustó el contraste. Mi primera vez que acariciaba otra lengua ensartada con metal con la propia fue singular experiencia. Pero temía lastimar apéndice tan prematuramente diestro.

Me sentía intimidado y lo confesé… Eduardo comenzaba a transformarse… Aunque todavía sentía la ternura en sus caricias, el tono fue subiendo de grado hasta tornarse violentas y su expresión adoptó un semblante malicioso, maquiavélico o incluso hasta perverso, pero aparentemente inofensivo. Sin embargo no era así.

El teléfono no paró de repiquetear durante la velada. Tal vez sonó cinco o más veces, pero la insistencia no me tentó a pesar de que el chico me invitara a contestarlo. No habría problema para él, pero para mí sí que lo habría.

El hombre se apoderó de mi pectoral izquierdo con su boca y no lo soltó. Por el contrario, fue imprimiendo cada vez más fuerza a su mordida y luego sentí aprisionada la tetilla entre sus dientes, ya para entonces su rehén. Hice esfuerzo por desembarazarme de una caricia ruda, violenta, pero fui sometido fácilmente por su fuerza. Sus brazos de acero me redujeron a la inmovilidad y prosiguió su ritual violento para tenerme aún más sometido. Después se ocupó del pectoral gemelo de la misma manera y con el mismo rigor y del que no pude desembarazarme tampoco. Fui castigado igualmente con sus manazas que descargaron en verdad, incontables “bofetadas” a mis glúteos no acostumbrados a ese maltrato tan brutal.

Mis gemidos, gritos ahogados y el esfuerzo por liberarme de sus atenazantes brazos y manos lejos de conmoverlo o hacerlo retractar de su acción, lo enervaron aún más. Su cálido cuerpo se acercó una y otra vez al mío. Luego se aproximó tanto hasta quedar completamente encima de mí y con sus aparentemente inofensivos dientes y hermosos labios sensuales Eduardo se apoderó con ellos primero del músculo del trapecio izquierdo o derecho (aunque ahora no podría precisarlo) y le supliqué que no me marcara, que tuviera piedad, mientras su pene ya amenazaba con ensartarme. Su respuesta fue definitiva: “Marcaría su territorio como acostumbraba hacerlo…” y su mirada pareció ordenarme que callara. La succión y mordida duraron varios momentos, interminables, y no sabía ya si gozaba o sufría. Estaba a su merced… Después pasó al otro e hizo exactamente lo mismo. Su perversa sonrisa me indicó que había sido marcado y luego me besó con pasión entremezclada de ternura y violencia, a manera de disculpa, tal vez.

Volví a gemir y a suplicar que parara a medida que su miembro me ensartaba sin compasión. A eso había venido, a cogerme, a introducir su dura hombría en mi culo. Cuando quedé completamente ensartado por su rígido miembro, el chico ya estaba sudando copiosamente y sus gotas perlaban la frente para resbalar y luego caer sobre mi abdomen y pectorales. Me invadió el deseo de probarlas y no me contuve… Degustar el sudor mientras me poseía fue insólito, pero lo aprecié mucho porque nunca antes lo había hecho. Era un sabor salado, fuerte, de macho erguido cabalgándome sin piedad.

La combinación de ternura y de violencia entreveradas me orilló cada vez más a un punto en que el dolor se confundía con el placer. Tener a Eduardo tan adentro, explorando mi palpitante cavidad con su enhiesta verga como si fuera un escudriñador, me produjo vértigos y contracciones involuntarias en el esfínter que oprimieron a esa verga reinante en mi interior.

Transcurrieron largos momentos hasta concluir el ayuntamiento. Aunque estaba rozado y adolorido por semejante acoplamiento aunado a las violentas caricias de dominación, Eduardo se había colocado a la vanguardia de todos quienes me habían poseído anteriormente, en todo momento.

A partir de ahora desearía a ese hombre en silencio.

FIN
Datos del Relato
  • Autor: Rojo Ligo
  • Código: 22305
  • Fecha: 10-02-2010
  • Categoría: Gays
  • Media: 4.68
  • Votos: 34
  • Envios: 1
  • Lecturas: 2331
  • Valoración:
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
Saul
invitado-Saul 27-05-2010 00:00:00

Las expresiones son tan eroticas que te adentras a la lectura que te absorbe hasta querer terminarlo!!!

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