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Categoría: Confesiones

Un momento

Desanduve las calles con prudencia y paciencia, a pesar que mi corazón latía como el de un caballo de carrera. Y luego de unos eternos minutos, arribé al sitio mencionado, rogando que la dueña de casa estuviera en el lugar. Descendí del auto, y agitado llamé a su puerta. Instantes más tarde, una maravillosa y voluptuosa mujer, llevando un vestido corto hasta los muslos de tono negro y encajes en los bordes; botas cortas del estilo texano, y un rostro que enmudecería a cualquier garañón solitario y romántico, se asomó para ver por uno de los laterales. Al verme, sonrió. Abrió y me zampé sin esperar a nada. Cerré la puerta, y de una la besé con ardor. Segundos después, la di vuelta e hice que apoyara las manos sobre una mesa rústica que se encontraba despoblada de cosas (nada mejor que una a la mano cuando se la necesita, y bien pesada, lo suficiente como para soportar mis locas acometidas). Levanté su vestido y le arrebaté las bragas de un manotazo; separé sus piernas, me desprendí el pantalón, y como venía endurecido, la penetré por su caleta. Kathy gimió con fuerzas y echó el cuello hacia atrás, en tanto yo me relamía por la visión de su ojal, al que de una u otra forma habría de poseerlo. Y allí estuve cogiéndola lento y profundo; arreciaba unos momentos y descendía mi ímpetu. ¡Oh, como agradecí la docilidad y la amabilidad de esa maravillosa mujer! Y me fui con fuerzas, y al punto de emerger en mi afluente, me detuve, la di vuelta y la besé de nuevo, besé su cuello. Enseguida, la levanté tomándola por debajo de los hombros, sintiendo su energía deslizarse hacia mí, su ardor, su hermoso aliento erótico, y la senté sobre la mesa. Estaba desquiciado en fuerzas y voluntad, por lo que no me resultó difícil ejecutar ese movimiento. Hice que se recostara y abracé sus piernas, firmes, suaves, tentadoras. Las besé, besé y mordí con suavidad, y de inmediato la penetré de nuevo por su sexo. Abrí más sus piernas y la trae más al borde, y desde esa posición continué cogiéndola. Dejé sus piernas apoyadas sobre mis hombros y me lancé a estrujar ─con delicadeza─, esos dos globos de sensualidad y arrobo. A estas alturas, Kathy ya jadeaba sintiendo la fuerza de la relación desbordándose por todo su cuerpo. Proseguí, consciente que no usaría su parte más llamativa; no, había decidido que terminaría aquí, y la cogí con buen ritmo, acariciando sus pezones, los senos y apretando sus piernas; y rozando con mis dedos el punto de su clímax. De ese modo, fuimos en ese alocado vaivén de hondas emulsiones y un variado proyectar de sensaciones que nos sacudían por completo. Y al fin, percibí ─para mi asombro─, que Kathy terminaba con un vertiginoso orgasmo. Un orgasmo que la hizo temblar y gimotear por un largo minuto, arqueando su espalda y aferrándose a la mesa con sus manos. El extasis duró lo necesario y más. Luego de eso, y tras esperar unos momentos hasta que lo bebiera todo. Salí, levanté su cadera y la penetré por su ojal. Duro, preciso, y fue por unos segundos una hermosa resistencia, hasta que mi vástago entró con suavidad, al mismo tiempo que mi doncella gemía con fuerzas y echaba su cuello hacia atrás. ¡Carajo que tremenda absorción estaba sosteniendo! Y se la envié con todo y tronco hasta el fondo. La cogí sin penas, sin vergüenza, sin prejuicios. La cogí como una bestia desbordada en deseos, apasionado. Cogí aquel orificio como si de un regalo de cumpleaños se tratara; con ansias, con amor, agradecido. ¡Me sentía feliz y amarrado a un múltiple frenesí! Y de esa manera fui arreciando, cada vez con más fuerza, hasta que me deshice en una loca y briosa cogida a mansalva. Kathy jadeaba con fuerzas al igual que yo. Agresivo, macizo, recorrí ese estrecho ojal con una férrea voluntad. Cogiéndola y cogiéndola a más no poder. Hasta que, en medio de esas suntuosas variaciones, sentí que terminaba, y de igual forma, Kathy acababa con un largo gemido pronunciado. Bramé, y todo se lo solté en su lúdico y estrecho canal. ¡Uf! Me le fui con todo y ganas. La mesa crujió frente a esa alocada y temeraria cabalgata. Y poco a poco fui deteniéndome. Y con mi adoquín todavía adentro, continué apretando esas formidables piernas.
Kathy, tras recuperar su respiración, me vio y sonrió. La ayudé a bajar y me condujo hasta el restroom, previo desvestir de todo cuanto llevaba encima. Abrió la ducha, nos enjabonamos y tras ducharnos rápidamente, se inclinó hasta quedar de rodilla. Aferró mi palanca y se la llevó a su boca. ¡Rayos! Y el sexo oral comenzó con prodigios y fuertes acometidas, hasta que me endurecí de nuevo, y sin secarnos, nos condujo hasta su habitación y de ahí a su cama. Se colocó boca arriba y separó sus piernas. De nuevo la penetré sin escalas ni nada. La besé por un buen rato, y con una nueva determinación, nos fuimos en otro jugoso juego de placer y romance. Y fueron más los minutos, casi la hora. Hasta que, juntos, nos liberamos de todas esas ganas. Bramé entumecido hasta los dientes, al mismo tiempo que veía a mi amiga experimentar su orgasmo, de un modo gimiente y arrojando un ahogado grito, aferrándose a las sabanas y con su cabeza hacia atrás. Creo que, al verla gozar de esa forma, me sentí enloquecer, y me arrepentí de acabar tan pronto.

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