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Paquita (9)

-18-

Ya, antes, conté lo que me ocurre al referirme a cualquier acontecimiento pasado, que de tal modo me ciño a lo que evoca el recuerdo que pierdo la noción del presente, no puede ocurrir de otro modo en este caso.
Paquita parece estar en trance, la mirada huida; lacio y desmadejado el cuerpo que se abandona sobre el asiento; rostro hierático, impenetrable. Chasqueo los dedos ante sus ojos; parece despertar de un sueño y sorprendida se vuelve hacia mí. Ya no tiene el aire jovial de hace un rato, al salir de Nimes. ¿Acaso le desagradó el relato? ¡Me preocupa! Quiero conocer su verdadero estado de ánimo. Se me ocurre una ladina idea, que de inmediato pongo en práctica: con tono indiferente, como la cosa más natural del mundo y sin volverme mientras le hablo, le pido:
-¡Quítate las bragas!
Advierto de soslayo su mirar intenso, como si pretendiese adivinar mis intenciones. Me manifiesto ausente, distante. Al poco alza sus posaderas del asiento y con ambas manos extrae la prenda indicada, hasta sacarla por los pies.
Con voz amorfa, digo:
-¡Muéstrame el coño!
Sumisa levanta el vestido por encima de la pelvis, dejando al descubierto el mechón dorado que cubre la verija.
-En "Trópico de Cáncer" -discurseo, captado por su encantadora sumisión- Henry Miller se refiere a más de veinte clase de coños, si bien, dice, los mejores son los coños hechos de pura alegría que no tienen nombre ni antecedentes, aunque admite que hay otro coño que lo es todo, al que denomina supercoño, en el que vive el Padre Apis, que es el padre de la fornicación. Yo añado otro más a la lista, que para mí es más principal: el tuyo, ¡qué causa arrobo al contemplarlo y atrae con la fuerza de la pasión!
Llevado por la propia pendiente de los acontecimientos, le propongo se masturbe. No se hace rogar, obedece con premura, como si lo estuviera esperando. Atento al curso de la carretera, no dejo, sin embargo, de observar alucinado como sus dedos se afanan en rebañar dentro de la cavidad genital. Oigo aquél ronroneo característico que presagia el orgasmo inminente. ¡No se hace esperar!: ojos en blanco, contracción del cuerpo que en sacudidas brinca sobre el asiento y el ritual bramido, coincidiendo con la eclosión, ¡atestiguan al goce obtenido por Paquita!

-19-

-¿Eres un caso excepcional! -le aseguro admirado-. Todas las mujeres tardan dios y ayudas en lograr el clímax y tú, en breves instantes, te elevas a las regiones siderales. -Intrigado, le pregunto:- ¿cómo lo logras?
-La verdad, ¡no me lo explico! -contesta con voz dulce y opaca-, antes sólo en contadas ocasiones obtuve satisfacción, y aún era después de mucho insistir y batallar; es desde ayer que he despertado en este aspecto de un modo inconcebible. Siento tal comezón, que, aunque me da vergüenza el decirlo, estaría todo el rato tocándome..., aunque sería mejor... si tú me lo hicieras... -confiesa azorada-. Creo se debe este estado febril a tus escabrosos relatos; oí decir que a nosotras, las mujeres, se nos estimula mucho más por la palabra que por las caricias. ¡Después de esta experiencia, no puedo por menos de pensar que es verdad!
-¿Sabes que la mayoría de mujeres consultadas sobre masturbación, según recoge Shere Hite en su "Informe", coinciden en que físicamente les produce satisfacción, pero que desde el punto de vista psicológico les causa dificultades, al punto que lo estiman como un acto vergonzoso y sucio? ¿Tú, que opinas?
--Si quieres te diga la verdad, como no lo practico nunca he pensado en ello. ¡No sé que decirte! Lo que acabo de hacer, considero no guarda relación con masturbarse, pues esto requiere estar solo con uno mismo, y en este caso estás tú presente, que eres el que me mueve a estos excesos. - Aclara:- antes de ahora opinaba que todo lo relacionado con el sexo era pecaminoso y sucio.
-¿Siempre eres tan remilgada al hablar de estas cuestiones? -me burlo.
-¡Bueno, es que de este tema no acostumbro hablar con nadie y me causa rubor referirme a él de cualquier modo! -replica un tanto ofendida.- Además, -se queja- no compendo por qué al hecho de hacer el amor siempre tienes que designarlo con expresiones ordinarias.
-¡Vaya -le suelto- veo que también tú, como casi todos, confunde hacer con sentir! Hacer el amor es un eufemismo carente de contenido. El amor es imposible hacerlo, porque no entra dentro de las facultades del ser humano fabricar o construir el cariño que inspira el niño, el éxtasis que causa escuchar una melodía o la admiración que despierta una obra de arte. ¡Amor, lo sientes o no lo sientes!, pero nadie aun ha sido capaz de inventar fórmula, filtro o elixir que por su sola aplicación estimule y fomente en el ente recipiendario ese efluvio maravilloso y sorprendente que supedita y encadena la voluntad del que ama al ser amado. Además de la acción de sentir, sentimiento indica la impresión y movimiento que causa en el ánimo todo lo espiritual; mientras que hacer, en su acepción más amplia, significa ejecutar, realizar.
El estilo académico y didáctico que empleo, ajeno por completo al tono coloquial que según mi criterio debe presidir la conversación entre amigos, me tiene confundido y no atino a comprender porque Paquita no interrumpe llamándome engreído y pedante, ¡está en su derecho! Tal vez lo impida su buena educación; lo grave del caso es que soy consciente de este defecto, y sin embargo, no atino a superarlo cuando me embriaga el inefable placer de hablar, es superior a mi voluntad. Con propósito de enmienda me ciño al lenguaje más en consonancia con nuestra relación presente.
-Pene y vulva en activo contubernio -le arguyo, empleando un tono desenfadado- normalmente conduce a una sensación placentera de orgasmo y goce, que es el resultado a que se llega con la alquimia de esa promiscuidad. ¡Amor, es cosa distinta! Es el espontáneo sentimiento que activa y mueve al alma al nirvana de la excelsa felicidad, en el que para nada intervine, en activo o en pasivo, acto o acción material que pueda conducirnos a su obtención por el solo impulso de nuestra voluntad. Amor es un soplo y el alma fuego, según dice Bernis, ese fuego que toma todas las formas que le da el soplo, y que se irrita y se amengua según es mas viva o más leve la impresión del aire. Platón argumentaba, que calificaría de hombre vicioso a ese hombre vulgar que ama mas bien el cuerpo que el alma: pues su amor no puede ser duradero, porque se funda en una cosa que no es durable, ya que pasada la flor de la hermosura, se dirige a otra parte, sin acordarse siquiera de sus brillantes discursos, ni de todas sus finas promesas; lo contrario sucede al amante de un alma bella; es fiel toda su vida, porque lo que él ama no pierde las gracias. Recuerdo haber leído en "Medicina de las Pasiones", de Descuret, una definición que todavía se de memoria: el amor, en su acepción más lata, es aquél hechizo irresistible que atrae a todos los seres, aquella afinidad secreta que los une, aquella chispa celeste que los perpetúa; y en este sentido todo es amor en la creación.
Debe de ser éste el modo de expresarme, pues a pesar de mis deseos de hacer la charla menos ampulosa, no encuentro la mesura, y como el tema me apasiona, sigo disertando:
-De ahí, que decir hacer el amor, entiendo es valerse de hipérbole para encubrir obscenidad de pensamiento. Esta metonimia no deja de constituir un sarcasmo de gente timorata y constreñida por el resultado de mendaz educación al tabú de emplear determinadas voces que, por otra parte, al estar presentes en el diccionario de la lengua, no dejan de ser elementos base de nuestro acerbo idiomático y, por tanto, de uso necesario si queremos expresarnos con propiedad. ¡No negarás, Paquita, que resulta más honrado y decoroso llamar las cosas por su nombre, que encubrirlas con circunloquios o sanguareñas! Entiendo es más correcto y apropiado, y hasta más decente si me apuran, emplear las voces: coito, copular, joder, cardar, cohabitar, aparearse, follar, yacer, coyunda, casquete, fornicar, ayuntamiento, conocer -en lenguaje bíblico-, o como gráficamente lo define Francisco Delicado en la "Lozana andaluza", llenar la vagina, para designar el acto sexual en que se aparean hombre y mujer, que mancillar, atribuyéndole tan bajo y deleznable contenido, a la palabra amor, cuyo significado encierra y enaltece los mas loables, altruistas y exquisitos sentimientos que el ser humano puede sentir.
Contrito por tan largo y plúmbeo parlamento, acabo:
-Perdona, Paquita, tan ampulosa disertación. En mi descargo debo aducir, que soy consciente enamorado de la palabra amor, de ahí que cualquier alusión que menosprecie esa palabra, como la de emplearla en sustitución de copular o de cualquiera de sus congéneres, me duela en el alma.
-Nada tengo que perdonarte, -asegura convencida Paquita- al revés, me gusta, como no puedes llegar a imaginar, la defensa a ultranza que haces de tus convicciones. Al oírte hablar así vuelvo a encontrar la persona que tanto respeto y admiración me causó siempre.
Sucedió lo de siempre, si me centro en conducir, el coche se embala y corre a toda pastilla, pero si converso, como ocurre ahora, el velocímetro apenas alcanza los sesenta kilómetros por hora. Nos encontramos cerca del cruce de carreteras desde donde parte la que va a Port-St. Louis y le propongo a Paquita desviarnos por esta ruta para contemplar la desembocadura del Rhón.
-Bueno, Paquita, ¡vamos a lo nuestro! No puedes imaginar, -le hablo insinuante- como me complacería que me contases el momento en que descubriste las excelencias del sexo. ¿Espero, después de lo que acaba de ocurrir entre nosotros, que no opondrás reparos a satisfacer mi curiosidad? ¡Me muero de impaciencia por conocer tus primicias!
Ante su pertinaz silencio, le arguyo:
-Si te incomoda contarlo, ¡olvídalo!
Durante un rato, no mucho, los dos callamos. Al fin escucho la voz susurrante de Paquita que comienza su narración.
(Continuará)
Datos del Relato
  • Autor: ANFETO
  • Código: 1478
  • Fecha: 23-02-2003
  • Categoría: Varios
  • Media: 5.9
  • Votos: 115
  • Envios: 0
  • Lecturas: 9375
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