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Paquita (45)

Soy cada vez más consciente de la guasa que se gasta Cristal. Apostaría cualquier cosa a que toda esta historia que nos cuenta no es mas que el fruto procaz de su fértil imaginación. Pienso le viene como anillo al dedo los versos de Antonio Machado:
'¿Dijiste media verdad?
Dirán que mientes dos veces
si dices la otra mitad.'
Admiro sus magnificas dotes de fabuladora y también su numen poético, capaz de metamorfosear sucios e íntimos actos, que el pudor esconde por inconfesables, en lucido relato literario. Descubro, asimismo, su formación literaria que se evidencia en el plagio que hace en algunas frases, que yo tengo ya leído, por ejemplo, el parangón que establece entre el pezón de la teta y el hocico del roedor, que precisamente por lo inusitado de la comparación me impacto y por eso lo recuerdo. Hasta dudo de su pretendido origen francés, por lo bien que se expresa en español, y sólo el leve toque galicista cabría achacarlo a una larga estancia en este país. Corrobora esta sospecha, la cita que hace de nuestro Fénix de los Ingenios, que recuerda de memoria y esgrime con tanta justedad, difícilmente comprensible en una francesa que estuviera educada en su genuina cultura.
El sonido de su voz trunca mi divagación.
-Al acabar la música -dice- también cesó la danza, si como tal cupiera calificar el desbordado agitar de nuestras incipientes caderas. Hilda, que quedó sumamente aletargada, no se percataba de lo que exhibía al enfervorizado público. La transparente gasa, en lugar de cubrirnos el arcano donde fructifica el amor, le prestaba, si cabe, mayor misterio y seducción. A Dany y Marcel se les veía encalabrinar, incapaces de disimular la impudicia que rezumaba por todos sus poros. A fin de que a mi timorata amiga no le diera un soponcio, caso de percatarse de su indecente compostura, la abrace por la cintura y retiramos a la habitación, en donde cambiamos el sari por batas de felpa que lazaban en la cintura. Al regresar, encontramos a los jóvenes visiblemente recuperados. Consciente de mi condición de anfitriona, empecé a servir la merienda, ayudada por Hilda. En tanto masticaban los canapés, ellos no dejaban de embromar parodiando el movimiento de caderas, que se pusieron a remedar desaforadamente, exagerando muestro contoneo de un modo asaz burlesco. En contra de lo que ellos pretendían, sentí un gran gozo al brindarme Dany la ocasión de descubrir, debajo de la tela del pantalón que tensa increíblemente al avanzar el vientre, destacar un bulto cilíndrico de regular tamaño, y del que, desde el día anterior, había adquirido conspicuo conocimiento, tanto visual, con el de mi padre, como táctil y bucal, con el de mi hermano. Al indagar con la mirada el 'bas-ventre' de Marcel, me descorazona apreciar que ni el más leve fruncimiento de la tela presagiaba la existencia de nada que se asemejase a el 'queue' del otro. Pasada la eutrapelia del divertimento nos centramos en la merienda, que discurrió en amigable camaradería charlando de cosas intrascendentes pero divertidas de nuestra vida colegial. Al terminar, en el compact-disc cambiamos Bolero por 'The blue brotters' y nos pusimos a bailar.
"Yo me plantifiqué delante de Dany, y con desorbitados movimientos, que intentaba acompasar al ritmo de la música, logré separarnos a un extremo de la terraza, distanciados de los otros. Aunque bailábamos separados, hacíamos lo posible por cohonestar nuestros movimientos, que yo procuraba fuesen exagerados y bien ampulosos, ya que obedecían a un fin preconcebido. No fue, precisamente, lo alborotado de la danza lo que a Dany le coloreó de granate las mejillas y les dio brillantez a las pupilas. Yo era consciente de las partes de mi cuerpo que escapaban al embozo y que producían en mi pareja tan elocuente desazón, pues a ello tendían mis desaforados saltos, los esguinces para mantener el equilibrio, los giros y volteretas y el aventar de los brazos en molinete. Cada gesto repercutía en la disposición de la bata, que tan pronto se abría por el escote, como al arrebolarse dejaba sin cubrir desde el ombligo hasta los pies. Procuré no corregir el desarreglo de esa prenda, que al soltarse el lazo se abrió por completo y permitió a Dany toda licencia visual sobre cada pulgada de mi cuerpo. Para simular no percatarme de la impúdica exhibición de mi persona, dancé con más ímpetu, imitando a la posesa entregada a la práctica vudú. El efecto de ese descoco, en mi pareja se manifestó cada vez más ostensible, y por lo que yo contemplaba con insistente mirar, hizo presagiar inminente la rotura de las costuras de su bragueta.
"Al cesar esa música, volví a poner el compact-disc de Ravel, esta vez La Valse, y nos unimos para bailar agarrados. Pegué con ansia mi piel a la de Dany. Sentí abrirse cada poro para captar el calor, la suavidad, el fluido que emanaba de su persona y que impregnaba mi ser de una voluptuosidad desconocida. Mimosa susurré a su oído: "-¿De verdad te pareció tan mal mi danza del vientre? ¿Te gusta más ahora?", y moví circularmente mi regazo apretando cuanto pude la pelvis contra la pugnaz barra, que comenzó a palpitar como si tuviera vida propia. Como el hecho me pareció insólito, quise percatarme palpablemente de la sístole y diástole que ordenaban sus latidos y, prescindiendo de la aquiescencia de su dueño, introduje la mano por la cintura del pantalón hasta alcanzar a lo vivo el duro y satinado rodillo que abarqué en toda su amplitud. No bien lo cogí, de modo harto irreverente se lanzó a soltar a borbotones tal cantidad de liquido pegajoso, que al escurrir por los dedos dejó mi mano toda pringada. Dolida por lo que estimé grosero comportamiento, quise soltarlo, pero en cuanto percaté de que aquella cosa tan osada que se permitió excretar impúdica, reducía su tamaño y grosor y se ablandaba, sobrevino tal sentimiento de ternura por su inerme desvalimiento, que con inmensa dulzura la retuve amorosa en el cuenco de la mano. A partir de esos momentos Dany se mostró mas lanzado y emprendedor. Mi bata, como ya he dicho, no le representaba ningún obstáculo. Por eso sus manos pudieron explayarse sin trabas por todas partes. Al incrustarse en las más vulnerables, se despertó en mí tal cúmulo de sensaciones concupiscentes que me arrastraron a la consecución del clímax, el cual proclamé con un estentóreo grito que sobresaltó a Dany, que quedó paralizado con los dedos hundidos en donde no debía, y a la pareja formada por Marcel y Hilda, que bailaban agarrados, y que con manifiesta sorpresa interrogaban, con la mirada puesta en nosotros, por la causa de mi chillido y por la desfachatez de mi atuendo, que al parecer no habían advertido antes. Dany, repuesto del susto y omitiendo a los otros, pegó su pecho al mío como una lapa. Seguía teniendo dos dedos de su mano hundidos hasta donde permitía la exigua cavidad escondida en mi ingle, que movía con tal ímpetu que cualquiera pensaría pretendía agrandar su tamaño. Sin que le importara para nada la presencia de su hermana y de Marcel comenzó a besarme arrebatadamente. Allí donde recalaban sus labios o introducía la lengua producía tan exquisito placer, que me sentía hechizar. La música, el baile, la presencia de la otra pareja, hasta la luz y el espacio, en aquellos momentos perdieron para mí su identidad. Caí en el prurito de querer yuxtaponer, para formar un solo todo, las dos partes que nuestras respectivas manos se esmeraban en acariciar. Sin soltar el abrazo, astutamente conduje a Dany a mi habitación. Enajenada, le ayudé a extraer su ropa e hice que la bata resbalara de mis hombros. Adrede me dejé caer sobre la cama al tiempo que lo atraía, y fui consciente del goce que cada una de mis partículas experimentaba al trabar contacto con las suyas. Y no fue menor la emoción que embargó mi alma al notar en mi mano que aquel ser misterioso y alucinante crecía y desarrollaba hasta adquirir una prestancia casi idéntica a la de papá.
"Dominada por la pasión, perdí todo decoro. Como sabía de las propiedades lubricantes de la saliva, arrodillé en la cama y tomé aquello en mi boca para ensalivarlo a conciencia. Cuando estimé que estaba lo suficientemente lubricado, me situé encima del halda de Dany, descansando mis rodillas a cada lado de sus caderas. Y sin otro aleccionamiento que el adquirido en la tarde del día anterior, me agencie para que, como había visto hacerlo a mis padres, aquél puntero se adentrase en mis carnes rompiendo cualquier obstáculo que se opusiera a su paso. El primer intento fracasó. Dany no colaboraba y mis vehementes embestidas hacían daño. Cambié de táctica. Me afané en acariciar con manos y boca todo lo que Dany exhibía, que no era poco. No tardó en reaccionar. Ya era él quién intentaba saciar sus apetitos en el interior de mi persona. Buscó la posición apropiada y se puso a laborar con cariñosa ternura en mis partes más delicadas. Como abre la rosa al rocío de la mañana, así mi tierna carne se abrió gozosa al contacto de sus ardientes labios. Luego, él cambió de postura. Unió a la mía su boca y su dardo entró muellemente en la zona vestibular de la otra boca, que todavía era presa del embeleso por el lindo agasajo recibido. Dany apretó con fuerza mis caderas, tomó impulso y lanzó impertérrito su catapulta a la conquista del baluarte. Conteniendo el dolor, una tras otra aguanté las embestidas. Sin fuerza ya para resistir solté un salvaje grito en el momento que rompió la barrera del himen. Al poco me vi recompensada con un placer inefable, jamás antes gozado, el que provenía de notar dentro de mí un cuerpo extraño que llenaba por completo la cavidad que lo albergaba. Aquel tocho duro y pugnaz, no obstante cálido y suave, hincado en la carne, al friccionar con las mucosas que lo envolvían emulsionó jugos que estimulaban y enriquecían el contacto además de favorecerlo. Y de esa fricción emergió una onda electrizadora que expandió por todo mi ser, hasta suscitar maravillosa eclosión, que con bronco alarido pregoné a los cuatro vientos.
"Así eliminé la doncellez, al desaparecer el estigma execrado que me llevaba por el carro de la amargura, por sentirme niña insulsa y sin atractivo para los chicos. La educación que recibía,logró imbuir en mi subconsciente tal temor por la pérdida de la virginidad, que huía de los chicos. Y para satisfacer mi apetencia sexual, que se incrementaba por dias, acabé por decantarme, en la relaciones de ese tipo, en practicarlas con mis compañeras."
(Continuará)
Datos del Relato
  • Autor: ANFETO
  • Código: 1761
  • Fecha: 20-03-2003
  • Categoría: Varios
  • Media: 5.25
  • Votos: 57
  • Envios: 0
  • Lecturas: 2938
  • Valoración:
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