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Paquita (38)

-Al ver a papá que se mueve para apretujar de nuevo a mamá, me asusto ante el temor de que me descubran, y retrocedo rápido para irme. ¡No salgo de mi asombro al tropezar con Hilda que está a mis espaldas! Ante su osadía, mi enojo no tiene límites, y le doy fuerte empujón que casi cae. ¡Qué haya presenciado la actitud salaz de mis padres llena de vergüenza! Y acomete tal acceso de rabia, que se me humedecen los ojos y acosa irresistible furia, ¡con ganas de zurrarla! A empellones empujo a mi habitación, en donde con violencia le increpo: '¡Eres una descarada! ¡Una entrometida! ¿Quién te autorizó a fisgonear en la habitación de papás?' Hilda, abochornada, llora con desconsuelo y solo es capaz de salmodiar: '¡Perdona...! ¡Perdona...! ¡Perdona...!' Trastornada como estoy, no soy capaz de sobreponer a esta excandecencia que me hace encorajinar, y mucho menos de exonerar de culpa a Hilda para perdonarla"
Se toma un respiro para sorber el aromático café que acaban de servir. La observamos hacer, pendientes de que acabe, para que nos vuelva con su charla a enfrascar en la... historia, narración, pasaje, relato, aventura,... o lo que sea; tal vez cuento, que es lo que mejor le encaja. Con el último sorbo, dice:
-Hilda, hecha un mar de lágrimas, se arrima contrita y arrepentida para besar mi mejilla. Su docilidad despierta perversos deseos de vengar la afrenta por su ruindad: ¡nada menos, que ser consciente espectadora del coitivo apareamiento de mis padres! Extraigo las bragas y me tumbo sobre la cama. En tono imperativo, exijo:"Si deseas mi perdón, besa aquí' y le señalo el punto concreto. "¡Eres una puerca!". Me increpa, horrorizada. "¡De modo que papá es un puerco!" le chillo con odio. "¿Qué tiene que ver tu padre en esto?" Sorprendida, se defiende mi amiga. "De forma que vas a negar que lo has visto cuando se lo hacía a mamá en este sitio", y para que mejor lo vea, separo cuanto puedo las piernas. Advierto en el rostro de Hilda reflejar el temor, la vergüenza, el asco y la zozobra que le produce mi asechanza tendiente a castigarla con la humillación de besar el hito que le señalo. Aprovecho su turbación para intimidarla: "¡Bueno, si no quieres hacerlo, ya te puedes ir con viento fresco! ¡Y nunca más vuelvas a dirigirme la palabra!" Hilda abre unos ojos como platos, de sorpresa y alarma y, sin objetar nada, sumisa humilla la cabeza hasta rozar mi pubis, para levantarla enseguida. "Así, no!" le riño enfadada "¡Hazlo como se lo has visto hacer a papá!"
Roto el fuego, mi amiga se muestra un poco más dócil y proclive a satisfacer mis deseos. En cuanto se inclina obediente, la sujeto por los hombros y valiéndome de las piernas, que la inmovilizan con su abrazo, fuerzo a hincar de rodillas sobre la alfombra. Al encararse con el receptáculo donde debe posar sus labios, su rostro no sabe disfrazar el asco que le suscita, y basta esta muestra de repudio para estimular al súmmum mis ansias de domeñarla. El cálido aliento que expande su boca, al acercarse para luego besar, sobre el ara en la que rendir pleitesía a la diosa voluptuosidad, despierta nuevos estímulos, muy distintos a los que hasta ese momento me movían de sojuzgar a Hilda. Sus labios, pegados a mi carne, genera un fluido que electriza todas las células de mi ser. La fuerza que ejercen mis manos sobre su cabeza para obtener el más estrecho contacto, no logra mitigar el fuego que me abrasa, porque mi amiga, ¡por desgracia!, actúa como una inepta neófita. Remuevo las caderas a la caza de ignotas sensaciones que vislumbro, pero no alcanzo. La pasividad de mi amiga me encrespa y exaspera. Sus labios siguen ahí soldados, pero inactivos. Impaciente le pido: "¡Por dios, Hilda, haz algo! ¡Pon tu lengua! ¡Chupa ...!" ¡Ni con ésas! La corajina por su incalificable repudio hace que con rabia le dé un empellón que la derriba sobre la alfombra. El enfado que me atosiga no admite calibrar mis reacciones. Despiadada, tiro de sus braguitas hasta rasgarlas, con violencia separo sus piernas para hacer sitio donde aclocarse; la ardorosa pasión me lanza a 'sucer' allí, parejo sitio a aquél que pedía a ella me lo besara.
" Hilda se debate con furia contra esta intromisión inusitada, pero mi posición dominante sobre ella logra impedirle toda huida, y sigo, voluntariosa, dictando la clase práctica que su ineptitud demanda. Durante ese día, que yo recuerdo entre los fastos, las sorpresas se prodigan a ritmo vertiginoso: primero, el deslumbrante despertar de la sexualidad, al propio tiempo que descubría la belleza nuda de mis mayores; luego, el beso sobre carne infantil, tierna, fina, delicada, de satinado roce, y el aspirar el aroma peculiar que exhala el recoveco rincón sobre el que mi boca se afana, que desencadena un fluido sutil que se trasiega por las zonas erógenas, en las que despierta apetitos que las enardece hasta la complacencia. Esa agradable sensación reverte en contra de la asumida labor de instructora, pues todas mi potencias se concentran en disfrutar del placer que nace del arrumaco a esos tiernos y sensibles parajes. ¡Es un goce indefinible, que a medida que aumenta se hace más sensitivo y lúcido!
"Las manos de Hilda, antes díscolas, son ahora embriagadores tentáculos que reptan por mi cuerpo dispensando caricias exultantes, que yo asimilo receptiva y alborozada. Prendido mi pensamiento en el comportamiento de papás, los jadeos de mi madre, que tanto sobresaltaron, llego comprensiva a captar su significado, por qué -en estos momentos- también escapan del fondo de mi pecho para libertar la carga emotiva que me embarga. Oigo reflexionar en la boca de Hilda el eco de idénticos transportes, que evidencia ser mutua la emoción, lo que acrecienta hasta el infinito el goce de nuestro abrazo.
"El devenir de los acontecimientos confirma que mi amiga ha captado la lección que le acabo de dar. Y para que pueda acreditar los conocimientos adquiridos, adopto la postura adecuada y ofrezco el lugar apropiado donde demostrarlo. ¡Parece como si lo estuviera esperando! Sin dilación se pone a practicar las enseñanzas recibidas, y lo hace con tal pericia, que confirma hasta la saciedad el esmero que ha puesto en aprenderlas. El enfado, ha poco, hizo odiase a Hilda, se volatiliza en el olvido. En su lugar, renace aquél cariño inusitado que en mi corazón la erigen en la predilecta de mis amigas. En el fárrago de sentimientos que bullen al socaire de estas caricias que enloquecen, uno sobresale luminoso: ¡qué estoy locamente enamorada de Hilda! Ya no es tan sólo el goce físico. Es el inefable placer anímico de saber que soy suya y que ella me pertenece. De ahí, que cada mimo repercuta en el alma con cadencias de célica música, a cuyo compás mis sentidos adquieren hiperestésica sensibilidad para captar ondas ¡que crecen, crecen y crecen!, hasta rebasar toda mesura y acaban por explotar en un orgasmo indescriptible, que me hace confesar a gritos la verdad pristina de mi pasión: "¡Te amo, te amo, te amo, te amo...! "En el paroxismo, Hilda aprieta con tal fuerza el lazo de sus muslos que aprisionan con ímpetu mi cabeza, que casi me asfixia. Me zafo del encierro y, al recobrar el aliento, exhalo profundo suspiro reparador.
"Embebida en este piélago de turbadoras sensaciones, hasta ese momento inéditas para mí, benefactora laxitud me aletarga. Entre la bruma que esparce la somnolencia, distingo el hablar dulce de Hilda que, con tenue voz y semiavergonzada, susurra: "¡Yo, Cristal, también te amo!". Emocionada por esta confesión que me enajena, mi corazón feliz y enamorado brinca saltarín en el pecho. Pletórica de alegría, con irreprimible ansia, tomo posesión de su adorado rostro, por el que esparzo una miriada de besos, hasta que se unen nuestras bocas glotonas que forman un solo túnel, por el que discurren ríos de saliva que, al mezclarse, adquieren la esencia de un filtro de amor,"
En cuanto Cristal cesa de hablar, apercibimos que las mesas vecinas están vacías, y sólo el camarero espera discreto nuestro aviso para pagarle. Basta un guiño casi imperceptible para que raudo presente la cuenta que, sin tan siquiera mirar, abono con la Visa. Mientras aleja para diligenciar las operaciones, busco unos francos de propina que dejo sobre el mantel. Al abandonar el restaurante faltan escasos minutos para que el reloj masque las cuatro de la tarde. ¡El tiempo ha transcurrido en un soplo!
Datos del Relato
  • Autor: ANFETO
  • Código: 1733
  • Fecha: 18-03-2003
  • Categoría: Varios
  • Media: 6.22
  • Votos: 54
  • Envios: 0
  • Lecturas: 7694
  • Valoración:
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