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-Remontamos la cuesta, y si bien los que se cruzan con nosotros nos miran de soslayo, nadie manifiesta extrañeza o muestra excesiva curiosidad.
"En la cara Este del promontorio encontramos el establecimiento que buscamos. Nos atiende la dueña, que ningún parecido guarda con Mme. Mourillón, la madre de la niña Mireille, quién, a nuestro ruego de que nos facilite un poco de esencia, contesta que va a consultarlo con su marido. Al poco regresa acompañada de aquél, que en su mano trae un envase con gasolina. Al interesarnos por ducha o baño, precavida nos dice que primero procuremos limpiarnos el alquitrán y luego acompañará a la ducha, y de esta forma no ensuciaremos nada.
"Cerca de media hora invertimos en hacer desaparecer todo vestigio de alquitrán, para lo que rascamos con verdadero furor con los trapos embebidos en gasolina. Al fin quedamos impolutos, pero enrojecidos como cangrejos y totalmente macerados.
"En la ducha instalada en un cuchitril de apenas ochenta centímetros de lado, que complaciente nos brinda la dueña, en parte mitigamos el escozor de la piel con las caricias que mutuamente nos dispensamos recorriendo con la palma de la mano saponada las partes inflamadas de nuestro cuerpo. La aviesa compañera, que además de leyes sabe mil artimañas para enfervorizar al más recalcitrante amador, se vale del chorro del agua para cabriolar sobre las partes erógenas de ambos. Y cuando su lascivo y libertino comportamiento me arrastra a la vorágine de sus deseos, me faltan manos, labios, boca y más penetrantes adminículos para saciar las apetencias de la medusa en que ella se ha convertido, y que reclama para cada recoveco de su persona, sin omitir ninguno por más lóbrego que sea, la plenitud de una caricia que lo colme hasta saciar la pasión que la embarga y que, por fin, rompe en un grito liberador, que, sin duda al oírlo, confirma a los anfitriones en lo acertado de sus pícaras sospechas al vernos entrar juntos en el exiguo compartimento donde está instalada la ducha.
"Sólo fueron breves instantes, pero debo admitir que en el momento en que la presión volcánica que supo crear con su sexual comportamiento rompió el dique de la continencia, sentí un placer tan intenso que me hizo pensar estaba emparejado a la muerte y no sería capaz de resistirlo, hasta caer fulminado.
"Al regresar a Le Lavandou, como su hermana quedó en la isla, yo la reemplacé en la cama, y al recordarlo no puedo por menos de sentir pavor por lo que fue aquella noche de cataclismo sexual.
"Tú, Paquita, no puedes llegar a imaginar que supone para un hombre que está saciado de sexo, en lo mejor de su sueño verse desvelado por una boca voraz que actúa voluntariosa en despertar al adormilado paladín, y, tan sólo por sostener su prestigio, éste se lanza a la contienda, y al acabar, creyendo ser digno del merecido descanso, la insaciable gozadora persiste en obtener otro logro y después otro y otro más, mediante aplicar cada vez sobre las partes actuantes un spray con efectos afrodisíacos. A tal punto llegó mi desespero, que sugerí a la aquejada de furor uterino se trasladase a España y se hiciera calmar por nuestros bellos sementales, esos caballos que dan lustre a la renombrada raza equina española.
"¡Y ahí acabó, mi querida Paquita, mi aventura con la parisiense! Salvo la imagen ridícula que pintarrajeados formamos, y que luego fue motivo de risa, nada de trascendental revistió, salvo la prevención que desde entonces me asalta contra los cóitos no deseados, para huir de los coños que son abismos sin fondo, en los que el vértigo que te invade al sondearlos engulle el escaso vestigio de placer que te pueden deparar!