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Categoría: Maduras

Mi segunda vez en la fábrica

Resumen anterior:



La vez anterior narré cómo, recién entrada a trabajar en un fábrica, me enredé con un jovencito, subalterno mío, con quién me fui a tener relaciones en una camioneta de reparto en el estacionamiento posterior de la fábrica, durante la hora del almuerzo.



+++++++++



Muy recién que entré a trabajar en una fábrica de plásticos, en donde me iba a encargar de la logística y tenía bajo mis órdenes a una decena de hombres, me di cuenta que 9 de ellos eran jovencitos, de menos de 20 años todos ellos, ¡todos cargados de “leche”!, que con sólo que sople el viento “se vienen”. ¡Me sentí una diosa, en una actriz en su vida!; ¡sentía que no pensaban en otra cosa que en estar montados en mí todo el día!, aunque el único con el que “salía” era con Raúl.



Al tercer día de labores, me sucedió un encuentro un tanto…, particular; en la hora de comida se me acercó, en la calle, una señora, algo mayor que yo, quién trabajaba en una fábrica cercana a la nuestra: ¡era una de las obreras de ahí!; ¡me pidió “de favor”, que contratara a su hijo:



            % ¡ya casi cumple los 18, señito!,



me dijo, y luego me aclaró que ya iba a cumplir los 18, pero que lo dejara, que nada más le faltaban tres meses, y que lo dejara trabajar, ya que ellos necesitaban dinero.



La verdad me conmovió y le dije que sí. Luego llegó a verme el chico y lo di de alta en la fábrica.



El día de “La primera vez en la fábrica”, que publiqué hace no mucho, en esta misma sección, luego de bajarme de la camioneta de reparto, en donde habíamos “estado”, procedí a arreglarme mi vestido y cabello. Raúl, el chico con el que había yo “estado”, se bajó de su lado y tan sólo me dijo:



            = Nos vemos después.



Me quedé pintando los labios al lado de la camioneta, frente a mi espejo de mano, cuando vi aparecer a una señora, seguida de un jovencito: ¡era la mamá de Emilio (Nacho):



            % ¡Hola…, nada más venía a darte las gracias por haber ayudado a mi Nacho…!,



     y te traje este regalito…,



me dijo, extendiéndome un juego de cosméticos, para maquillarse la cara.



Le di las gracias; le dije que no se debía haber tomado esa molestia y me di la vuelta para regresar al trabajo.



            % ¡Espérate…, no…, estate quieto…!,



Alcancé algunas voces de aquella señora. ¡Se las dirigía al jovencito que había venido con ella!, que la estaba abrazando y acariciando, tratando de besarla, buscando que ella le correspondiera.



Tan solo me sonreí, y me regresé a mi trabajo. ¡Había una señora más con las misma “tendencias” que yo!.



Esa noche dormí muy bien y tranquila. Al día siguiente, un jueves, Raúl fue a buscarme casi a la hora de la comida. Yo andaba con mucho trabajo. Oí que tocaban la puerta de mi privado y:



            + ¡Adelante…!,



grité desde adentro. La puerta se abrió y vi a entrar a Raúl, quién se plantó frente a mí y tan sólo me dijo:



            = ¡Nos vemos en la camioneta…, al rato…, a la hora de la comida…!.



¡Sentí que se me caían los calzones!, ¡que me venía por completo, en ese mismo momento!, ¡que se me mojaba la pantaleta…!, ¡y le dije que sí…!.



En esos 10 minutos o quince que faltaban para salir a comer, ya no hice yo nada; ¡estaba turbada de la emoción!.



Cuando sonó la chicharra, tomé mi cajita del lunch y me fui bajando las escaleras. Algunos de los muchachos me saludaron y alcancé a ver a Raúl, que se alejaba hacia el estacionamiento de atrás.



Caminé hacia allá yo también, con las piernas como de chicle, sintiéndolas que flaqueaban, que me caía yo al andar, de lo emocionada que estaba.



Cuando llegué al estacionamiento, Raúl estaba parado en la puerta de la camioneta; la portezuela estaba abierta, y yo me le acerqué, lo saludé con un beso en la mejilla y me subí, seguida por él.



Ese día llevaba yo una falda recta, gris Oxford, y una blusita de manga larga, gris perla, abotonable por el frente. La falda me daba a la rodilla, y al momento en que me sentí, se subió un poco por arriba de la rodilla, cosa que observó Raúl y me dijo:



            = ¡Enséñame tus piernas!,



yo le sonreí, emocionada, y le pregunté:



+ ¿te gustan mis piernas…?,



pero Raúl andaba bastante urgido y volví a apresurarme:



            = ¡Enséñamelas…!.



Me levanté un poco del asiento y me levanté mi faldita también, llevándola por arriba de la mitad de mis muslos; alcancé a ver la cara de complacido que tenía ese muchacho: ¡le estaban gustando mis piernas!, ¡me las miraba completamente extasiado!, ¡me las miraba con morbo, con lujuria, con deseo!.



            = ¡Súbetela más…!.



Muy lentamente, me la subí otro poquito, tratando de exacerbarlo, y lo conseguí:



            = ¡levántala más…, que se noten tus pantaletas…!.



Me la levanté otro poquito y le mostré un poco mis pantaletas, unas verdes pistache, que llevaba ese día:



            = ¡Más…, enséñalas más…, quiero mirarlas yo bien…!.



Me gritaba, bastante urgido y…, todo muy lentamente, me la volví a levantar, hasta por arriba de la rodilla, mostrándole completamente mi pantaleta y mis piernas, mis muslos, completamente desnudos, pues andaba sin medias o pantimedias.



            = ¡Meee…, gustan mucho tus piernas…!,



me dijo, sentándose al lado mío, empezando a acariciarme las piernas, subiendo su mano a lo largo de mis muslos y llegando hasta mi bajo vientre, por encima de la pantaleta, la verde pistache que llevaba ese día.



            + ¡Aaaaggghhh…!,



exclamé, henchida de la emoción, de la excitación.



Raúl me pasó su brazo derecho por encima de mis hombros, me atrajo hacia él y comenzó a besarme en la boca, a lo que yo, gustosa, le respondí. ¡Nos trenzamos en un abrazo muy fuerte y en un beso apasionado y cachondo!. ¡Sentía su mano en mi pantaleta, recorrerme mi pelambrera por encima de la pantaleta, con su mano extendida!, y luego buscarme mi mano para llevarla a su pene, por encima de su pantalón de mezclilla. ¡Lo tenía bien parado!, se le sentía rete duro y erecto, aun por debajo de su pantalón.



- ¡Mámamela…!.



Me ordenó en ese momento Raúl, deteniendo ese beso tan cachondo que nos estábamos dando.



Nos separamos un poco y me apresuré a bajarle el cierre de su bragueta, a desabrocharle su cinturón y a sacarle su verga, completamente desafiante y parada, y me dispuse a mamarla. ¡Me encanta mamar una verga…, hacerla que crezca en mis dedos, en mi boca, sentirla como se hincha, cómo se dilata, como crece y crece…, hasta que explota en mi boca, tragarme esa leche, esos mecos, ese esperma caliente; eso ya es vicio, pero me encanta mi vicio, tragarme ese semen espeso!.



Le bajé su pantalón y calzón tantito abajo de sus rodillas. Vi su verga parada, a un lado de mí, al alcance de mi mano y mi boca. ¡Me sentí muy caliente!. ¡Me sentí desfallecer de alegría, palidecer de deseo, rebozar de lujuria y desbordar de las ganas de mamarle su verga, de ordeñarlo completamente!.



Sentí su mano en mi nuca, en la parte posterior de mi cabeza, sobre de mis cabellos, pegándome hacia su verga, y diciéndome secamente:



–  ¡Mámamela…!.



Y procedí a obedecerlo, en el momento en que me preguntaba, morboso:



– ¿te gusta mamarme la verga y tragarte mis mocos…?.



+ Mjjjuuu…,



Le dije, aceptando lo que acababa de preguntarme, mientras le lengüeteaba y acariciaba su pene.



Raúl me hacia presión con su mano, apretándome la cara contra su pene. En unos momentos ya lo tenía hasta mi garganta, acariciándome la campanilla, disfrutando completamente de su penetración. ¡Lo sentía delicioso!, hasta el fondo de mi cavidad bucal, hasta mi garganta.



Se lo mamé con pasión; le besé sus testículos, se los lamí un poco, ¡su pene se sentía tan…, tan duro…!, que me empecé a imaginar que me lo metía: ¡deseaba tanto que me lo metiera también…!.



Raúl estaba extasiado; con sus manos me marcaba el ritmo y la profundidad a que deseaba que me tragara su pene; me jalaba de los cabellos, me detenía con mucha fuerza pegando mi boca a su pubis, hasta que sentía yo asfixiarme, y entonces me separaba tantito, y volvía a marcarme el ritmo de mi mamada.



Con mis manitas le acariciaba sus huevos, se los sentía, se los sopesaba, tan duros, tan llenos de “leche”, tan llenos de vida.



Cuando me separaba tantito, le acariciaba su glande con mi lengua extendida, una y otra vez, hasta que eyaculó de manera violenta en mi boca:



            = ¡Trágatelos…, Elvirita…, trágatelos…!.



Eyaculo dentro de mi boca, una tras otra descarga de semen, que lo recibí yo en mi lengua, en mi boca, en mi paladar, sobre de mis labios, en una muy poderosa y muy abundante eyaculación.



Lo tragué yo con ansiosa, desbordando de lujuria, disfrutando de su olor, del sabor, de su viscosa consistencia; ¡estaba completamente extasiada, fascinada, encantada, rendida!.



En ese mismo momento, mientras estaba yo recibiendo ese esperma, empapaba a mi pantaleta, me venía yo rete rico, descargaba mis líquidos orgásmicos en ese preciso momento.



Esta vez ya no traté de besar a Raulito; tan sólo, levantando la mirada hacia él, solamente le pregunté:



            + ¿Te gustó…?.



Entre queriendo sonreír y queriendo reponerse de la venida, Raulito me dijo:



– ¡Estuvo riquísimo Elvira…, quien te viera…!,



y cuando pudo se recompuso, sentándose a un lado de mí, mirándome con ojos de interrogación, de satisfacción y de orgullo,



 – ¡Deveras que mamas muy rico, Elvirita…!.



Yo me limpié la boca con un kleenex y luego quise bajarme mi falda, pero Raúl me detuvo, metiéndome su mano en mi sexo, por encima de mi pantaleta.



Me estuvo palpando mi sexo, y me preguntó:



– ¿Tú también te veniste, Elvirita…?.



Agachando la cabeza hacia el piso, apenas pude murmurarle yo un



            + ¡Sí…!.



¡Sentí que se emocionaba, que le había gustado que yo me viniera al mamarlo, y sentí que jalaba mi cabeza y me plantaba un beso por encima de mis cabellos!:



– ¡Mmmuuuaaa…, Elviritaaa…!.



Luego de eso, procedí a bajarme mi falda, y a componerme un poco el cabello y mi blusa. Raúl se ajustaba sus pantalones y:



            + ¿Quieres algo de comer…?, lo podemos compartir…,



le dije a ese chico, mostrándole yo mi lunch.



Comimos en la camioneta y, al bajarme yo de mi lado, alcancé a ver, en el fondo y rincón del estacionamiento, a la mamá del Emilio (Nacho), abrazándose y besándose, colgada del cuello del chico de ayer.



Volví a sonreírme, y me fui caminando de regreso a mi oficina, pasando por los talleres de aquella fábrica.


Datos del Relato
  • Categoría: Maduras
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