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La señora Ysabela y yo (2)

Al despertar, me puse a recordar lo ocurrido ayer. Las imágenes se mantenían intactas en mi mente y mi alegría era insondable por lo que me había tocado vivir.



Los minutos pasaban más lentos que de costumbre o era la angustia de que sea la hora de volver a ver a mi vecina. Y no miento al decir que la señora Ysabela es una mujer hermosa, de piel blanca, cabello castaño ondulado hasta los hombros, un cuerpo delgado para sus 34 años y 2 hijos, y su estatura de 1,58cm., en pocas palabras una petite delicattessen.



También teníamos la suerte que su esposo, un militar en ejercicio, saliera de vez en cuando a provincias; y de sus 2 hijos, de 8 y 10 años, el colegio los tenía más que ocupados.



La hora acordada llegó y puse en funcionamiento mi idea. La escalera de madera quedó en su sitio hasta mi regreso, y con rapidez bajé hasta el patio de mi vecina. Sin llamar, me metí hasta la cocina y ahí la encontré, terminando de cocinar.



- ¡Hola!- saludé apareciendo por sorpresa.



- Ayyyyy... que susto me has dado pequeño.- dijo llevándose una mano al pecho.



- Lo siento mucho señora.- contesté ruborisado.



- Ya no te preocupes, pero no es buena idea que aparezcas así de la nada.- dijo recomendando. Imagínate si mi esposo o mis hijos aún estuvieran aca por cualquier motivo.



- Sí, creo que tiene razón.- dije comprensivo. Entonces que hago para hacerle saber que ya estoy esperando.



- Uhmm, que te parece si das un silbido y yo salgo al patio y te digo si puedes o no bajar.



- Claro, buena idea señora.- contesté aprobando.



- Bueno, por mientras ve al cuarto que ya te alcanzo.- dijo dándome un beso.



Mis ropas cayeron en un rincón y tan sólo me quedé con un boxer. Acostado esperaba a mi vecina, imaginando que nuevas cosas habrían de pasar.



- Bueno, mi niño ya estoy aquí.- dijo cerrando la puerta. Y parece que ya te pusiste cómodo.



- Sí señora.- respondí.



- Bueno, antes que nada, ya no me digas señora, ¿¿ok??- dijo ella.



- Esta bien señora... Ysa.- contesté corrigiendo.



Ella sonrió afirmativamente, y con parsimonia se despojó de sus ropas. Como una gata en celo se acercó hasta mí y me quitó el boxer dejando al descubierto mi miembro aún fláccido.



-¡Qué bárbaro! hasta ahora me pongo a pensar como pudo entrarme todo esto.- dijo admirada mientras lo tomaba entre sus manos.



- Eso mismo digo yo.- contesté. Y más aún cuando la escuchaba gritar de esa manera.



- Y que esperabas mi niño con tremendo animal que tienes.- dijo. Nunca había tenido una así de grande metida hasta adentro.



Su lengua se paseaba golosa por mis huevos y mi pene, que sólo veía desaparecer hasta poco más de la mitad en su boca; sí así te maman las maduras pues yo ya me veía adicto a estas. Después de un largo rato ensimismada en su afanosa labor, la señora Ysa se acomodó poniendo a mi alcance su apetecible vagina, abundante en vellosidad castaña. Sin saberlo aún, estaba practicando mi primer 69 y lo disfrutaba a más no poder.



- Bueno, ahora quédate echado y déjame enseñarte.- dijo la señora con lujuria en sus ojos.



Con sapiencia se acomodó y lentamente se fue sentando sobre mi pene erecto; yo la sujeté de las caderas, mientras ella seguía haciendo presión y dejaba deslizar su vagina húmeda hasta que estuve 25cm. dentro de su cuerpo o era que ella me cubría 25cm.



- Ya la siento toda dentro de mí.- dijo cerrando los ojos. ¡Qué tremenda verga tienes!



Sin demora, empezó a subir y bajar, sus manos se apoyaban sobre mi estómago y yo seguía tomándola de las caderas. Sus senos se bamboleaban libres e inmensos, y mis manos se dirigieron a esas gemelas traviesas.



- Apriétame los pezones.- suspiró ella.



- Está bien.- contesté mientras mis dedos castigaban esas fresitas respingonas.



- Sííííí... no te detengas mi niño.- gimió desesperada.



La señora Ysa se restregaba y brincaba con ímpetu desmedido, mientras unos gruñidos escapaban de su garganta.



En medio de nuestro encuentro escuché los sonidos del teléfono. Sin embargo, ella no hizo caso a este. Pasó un largo rato y de nuevo volvió a repicar.



- Ysabela, otra vez está sonando el teléfono.- dije nervioso. Contesta, por favor.



- Ya, está bien lo haré.- respondió mientras tomaba el auricular sin dejar de cabalgarme.



Hubo un intercambio de palabras y supe que se trataba de su esposo.



- ¿Qué pasó? ¿quién era?- pregunté curioso.



- Nada, sólo mi esposo que me avisa que va a venir a almorzar.- dijo sin importancia.



- Entonces, me tengo que ir.- dije tanteando.



- Aún no, espera que terminemos, papacito.- contestó sin darme tregua.



El ritmo que imponía la señora era una mezcla de excitación y dulzura, sus flujos vaginales descendían por mis huevos y los gritos, una vez más, saturaban el cuarto.



- ¡Qué delicioso!- gritó ella.



- Sigue Ysabela, no te detengas.- gemí desquiciado mientras, que con mi dedo pulgar, frotaba su clítoris.



- Ayyyy mi niño... ¡Qué buena cogida!- gimió desesperada.



Yo la atraje hacia mí, y quedamos abrazados; mis manos la sujetaban por las nalgas, y la subían y bajaban de mi verga húmeda. Su cabello caía sobre mi rostro empapado de sudor y sus gemidos eran una sinfonía para mis oídos.



Ante tal situación, no me fue difícil sentir la dulce opresión de su vagina y mi cuerpo se entregó en una abundante eyaculación.



- Mi pequeño, eres todo un semental.- dijo agitada.



- Tú eres la mejor, Ysabela.- respondí besándola.



- ¿Sabes una cosa mi niño?- preguntó sonriendo mientras aún se movía al sentir mi pene dentro.



- No, ¿qué cosa?- respondí.



- Pues, que definitivamente ya no puedo vivir sin ti.- dijo apoyando su cabeza en mi pecho.



- Yo estoy de la misma manera.- dije con el corazón henchido.



Seguimos abrazados, prodigándonos caricias cómplices y tiernas.



- Ya mañana tendremos más tiempo.- dijo la señora Ysa moviéndose y dejando que mi pene salga de su vagina.



- Está bien.- respondí obediente.



Me vestí y nos dimos un apasionado beso; mientras trepaba hacía el techo, ella me mandaba besitos volados hasta que desaparecí al bajar por la escalera a mi casa.



Aún vestido y con el olor de la señora Ysa, me acosté a dejarme llevar por las dulces nubes del sueño.


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