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Categoría: Maduras

Esas señoras - Luisa (2)

Bueno como relaté la vez anterior, Luisa se había hecho mi amiga y por problemas con su esposo terminamos enredados en una sesión de sexo increíble. En algunas partes mencioné a Sandra y es nada más que mi ex enamorada de cuando vivía en Chincha y con quien di los primeros pasos en materia sexual.



Los días pasaban con nuestros encuentros clandestinos aunque ni tanto pues se daban en la comodidad de su hogar.



Y creo que sería demasiado monótono relatar cada día y por eso creí conveniente sólo relatar los hechos más resaltantes para mí.



Como aquella vez que estábamos por empezar y su esposo la llamó por teléfono. Mientras ella hablaba con el inoportuno Mario, yo jugaba con los lentes de Luisa y bromista se me ocurrió probarlos en mi animal. Así fue que quedó listo el "barbón intelectual" para su presentación.



- Oye, ¿por qué no volteas?- preguntó Luisa al colgar el teléfono y voltear a verme.



- Espera, espera no mires.- dije riendo y alistándome.



- Ay, que estaras haciendo.- dijo sonriendo.



Con la risa que me desbordaba, dí vuelta hacia ella dejando a la vista lo que tanto escondía.



- Te presentó a mi "amigo".- dije moviendo un poco las caderas hacia adelante. Está algo barbón y con lentes pero es buen compañero.



- Jajajajaja, te pasaste Miguel.- dijo muerta de risa y tapándose la boca con las manos. Y le has puesto mis lentes... ¡qué payaso eres!



- Acaso no te agrado, Luisa.- dije fingiendo la voz de mi "amigo".



- No, para nada pero sales con unas.- contestó como si le hablará.



- Jajaja, lo siento Luisa se me ocurrió al momento.- dije sacándome sus lentes de sobre la verga donde los tenía puestos y hacerle cobrar vida.



Ella movía la cabeza tomando sus lentes y dejándolos en la mesa de noche para luego acercarse y tomar entre sus manos a mi "amigo" y lograr que aumentara su tamaño de por sí grande a uno de tamaño descomunal. Otra vez nos perdíamos entre las sábanas de su cama matrimonial disfrutando de su infidelidad. Y con su boca recorriendo mi tronco de ébano como me empezaba a gustar que las señoras casadas me la mamaran.



Cierto día que estábamos enfrascados en plena cogida, se me vio oportuno hacerle un pedido.



- Luisa, me gustaría preguntarte algo.- dije tanteando sus ganas



- Dime, ¿qué cosa?- contestó curiosa.



- Bueno, es que quería saber si me dejarías hacertelo por la colita.- dije mostrando mis cartas.



Ella me miró con una carita muy loca y muy lejana al prototipo de ama de casa que se supone es recatada y comedida.



- Ya decía yo cuando me harías ese pedido.- contestó riendo.



- Entonces, ¿me dejas?- pregunté poniendo cara de "por favorcito".



- Sí, esta bien.- dijo como aliviada por mi pregunta recibiendo un beso de mi parte. Aunque con eso que tienes ya sé la que me espera.



- Bueno, trataré de controlarme, ¿ok?- dije animándola.



- Eso espero sino me matas.- respondió jocosa.



- ¿Y puede ser ahora mismo?- pregunté ya a sabiendas que aceptaría.



- Esta bien, loquito.- contestó riendo.



De inmediato se la saqué de su conchita donde la tenía metida y Luisa se estiró para sacar algo de su mesa de noche. Yo estaba de rodillas esperando que se pusiera en pose. Entre risas me enseñó el frasco de vaselina y yo acompañé sus risas.



- Bueno Luisa, ponte en cuatro patas.- dije ordenando.



- Como ordenes, Miguelito.- respondió sumisa la buena esposa.



Con cuidado fui embadurnando su apretado ojete, que se presentaba como una muralla a la cual derribar o en este caso atravesar. Mi dedo fue iniciando la inspección, entrando y saliendo anticipando la penetración aunque era obvio que la diferencia sería sustancial. Con el resto de vaselina lubriqué mi glande que se encontraba duro como para cortar el acero. Mi cabezota se posó en su entrada anal y la lubricada previa fue haciendo lo suyo, lentamente mi glande desaparecía en la entrañas de Luisa.



- Ouhouhouhouh... despacio Miguel, despacio.- susurró al sentir sus esfínteres abrirse ante mi herramienta de alto calibre.



Detuve momentáneamente mi acometida y me entretenía acariciando las nalgas respingonas de ella. Y así, fui continuando y deteniéndome a cada pedido suyo que venía muchas veces acompañado de un grito.



- Ayayayayayyyy... me estas abriendo toda.- gritó moviéndose al sentir mi salvaje cogida.



Su camino de curvas era una delicia absoluta difícil de contener mis ímpetus.



- Ya no más, papito, hasta ahí nomás.- gimió apretando el ano.



- Está bien Luisa.- respondí apreciando que aún faltaba por introducir unos 5 ó 6 centímetros.



Para que me vaya sintiendo se la dejé alojada tal cual estaba y poco a poco empezar con el mete y saca. Ante esta vista me volví a dar cuenta de la gran diferencia que había entre mi verga y su anito tan extrañamente cerrado para una mujer casada.



- Oye Luisa, ¿por qué tienes la colita tan cerrada?- pregunté curioso.



- Es que no me he dejado mucho por ahí con Mario.- contestó volteando a verme.



- Ahhh, entiendo.- dije indiferente.



- O sea no me agradaba como me lo hace él.- dijo completando su respuesta.



- Vaya, que lástima por él.- respondí sacando una parte de mi animal de su agujerito.



- Pero si quiero que tú me lo hagas por ahí.- dijo sonriendo.



Con el permiso total, supe que era el momento de continuar. Mi tronco volvió a ganar los centímetros perdidos hace instantes con suma facilidad aunque sin pasar más allá de lo prometido. La pobre Luisa lo primero que hizo fue aferrarse a la almohada y resistir incólume mis acometidas. Así, fui entrando y saliendo una y otra vez en un ritmo constante y parejo y canino, gracias a la vaselina, mientras Luisa se movía de vez en cuando intentando separarse un poco pero siendo imposibilitada por mis manos que se prendían muy bien a sus caderas. Qué bien aguantaba mi amiga. A pesar de ser tan delgaducha.



Sus gritos o aullidos salían ahogados de su garganta al enterrar la cara contra la almohada, y yo observaba su trasero reluciendo y con una que otra marca de mis palmas al sujetarla y palmearla. Mis embestidas eran fuertes pues me gustaba hacerle saber que siempre podría contar conmigo al momento de disfrutar del sexo. Su esposo podría poseerla todos los días pero yo era quien la llevaba a otros mundos, de placer y lujuria.



Tan sólo disfrutaba y sufría, todo al mismo tiempo y ni que decir de su pobre ojete que hacía un supremo esfuerzo por no desgarrarse por mi garrote negro. Esto te pasa por ser tan traviesa señora. Nunca te imaginaste terminar empalada por el ano en tu propia casa, en tu propia cama por un negro.



- ¡Qué rico me haces el perrito!- gimió Luisa parando y moviendo su trasero.



- Tienes una colita tan sabrosa, mujer.- gemí sin detener mi acometida.



Ella sólo gruñía debajo de la maraña de cabellos empapados en sudor, esto era mejor que el sauna y muy bueno para la piel. Mi herramienta salía lubricada de su interior rojo y abierto al máximo. Al sentir que en cualquier momento podía estallar debía completar mi servicio.



- Cuando te la saque te das vuelta y te quedas echada.- dije anticipándole su acción.



- Esta bien.- respondió inundada en sus gemidos.



No tuve que esperar demasiado al llamado de mis huevos por descargar pues el alojamiento era demasiado pequeño para mi arma. Al instante de retirar mi verga por completo de su ano, Luisa hizo lo que le dije y yo, de un salto, me quedé sentado sobre su escaso pecho. Terminando de jalarme el manubrio con su ayuda y dejando escapar una abundante cantidad de crema facial en su rostro. Mientras terminaba de exprimir mi verga y sacar la última gota, pude ver la cara de ella, sumergida tras una capa grumosa de leche. Otra vez había hecho un desastre pero en esta ocasión me daba más risa que otra cosa. ¡Qué perrada!



Ella me miró y se dió cuenta que algo de gracioso había en su cara por como la miraba.



- ¿Qué pasa?- preguntó lamiendo el semen de sus labios.



- Tienes que mirarte en un espejo.- respondí mientras observaba como se formaban unos graciosos globitos en su nariz al expulsar el aire de sus pulmones.



Sin demora nos fuímos al baño de su cuarto y quedamos frente al espejo.



- Dios, mira cómo estoy.- dijo alucinada de su propia imagen reflejada.



- Sí, lo sé.- dije aguantando la risa.



- Si mi esposo me viera así se moriría.- dijo soltando la risa y yo la carcajada inaguantable para esos momentos.



No tuvo mas remedio que lavarse la cara para deshacerse de la evidencia y quedar tan linda y fresca como siempre.



Era increíble que en tan poco tiempo hubieramos llegado a compenetrarnos tanto, y no sólo en el ámbito sexual sino en muchos otros aspectos.



Nuestra relación se prolongó por cerca de 3 meses más y fueron de los días más divertidos que conosco y que para mi suerte volví a experimentar después con otras mujeres. Pero como todo en la vida, las cosas tienen su final y el nuestro estaba en ese camino pues ambos sabíamos que sólo disfrutábamos del sexo y nada más, a pesar de nuestra amistad que no se discute pero ella tenía que seguir con su vida de casada y yo continuar con mi vida de estudiante. Además, las cosas con Mario habían mejorado muchísimo y ella empezaba a sentir que también debía de poner más de su parte y ser infiel pues ya había dejado de ser tan sólo una escapatoria de la rutina y la soledad. Era el momento adecuado para decirnos adiós.



- Nunca dejes que nadie te diga que no puedes nada.- dijo Luisa con los ojos mojados. Eres una persona maravillosa.



- Igual tú.- respondí contento y triste de saber que era nuestra despedida.



A mis 18 años había aprendido muchas más cosas con respecto a las mujeres y al sexo gracias a Luisa, que por siempre tendrá un lugar en mi corazón, donde quiera que esté.


Datos del Relato
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