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En mi casa

~~Un estruendo
 nocturno de timbres irrumpió en mi sueño aquel viernes
 de diciembre. Mi esposo se levantó con el letargo del sueño
 y fue hacia la puerta como movido por la certeza de que alguien tocaba
 insistentemente a las tres de la madrugada. Así era. El caos
 estridente de momentos antes se tornó cálido y amigable.
 Eran dos viejos socios de mi esposo en visita nocturna y permanente.
 Impulsada por el sueño miré las figuras de los hombres,
 construidas por mi cansancio y algo del sueño húmedo
 que tenía minutos antes. Parecían tan irreales en el
 contorno de la puerta, altos, fornidos y con movimientos tan lentos
 que parecían ser parte del sueño y la inercia de la
 noche.
 Mi esposo los llevó a la recámara de huéspedes
 y yo volví a mi cama sin entrar en los conflictos de la imaginación
 y sus conclusiones ilusorias.
 Tuve un sueño complicado en el que posaba desnuda sobre algún
 arte arquitectónico. No tuve el valor intelectual para analizar
 mi sueño y desperté cerca de las nueve de la mañana
 con los vestigios de la noche anterior y sus interrupciones de protocolo.
 Mi esposo se había ido una hora antes. Caminé al cuarto
 de baño, bostecé un par de veces y me detuve en el espejo
 de cuerpo entero para contemplar mi cuerpo y mis ojos perdidos aun
 por los enigmas del sueño.
 Sujeté los tirantes de mi bata de encaje blanca y la dejé
 caer hasta mis tobillos. Me miré desnuda y experimenté
 ese placer inevitable al saberme aun bella en secreto, casi confidencialmente.
 Entré en la regadera y sentí como el agua tibia empezaba
 a eliminar el exceso de sueño corporal, parecía entrar
 a otro trance de la realidad cuando la cortina se corrió y
 quedé espantada ante uno de los hombres que se habían
 hospedado en casa. Los había olvidado por completo y entre
 el sortilegio del sueño y la indiferencia del caso había
 pensado que estaban con mi esposo.
 Fueron algunos segundos eternos. El hombre me sacudió con una
 mirada entera que abarcaba todo mi cuerpo a unos centímetros
 de mis senos húmedos. Apenas si alcancé a ver su pecho
 por la estatura práctica que la noche anterior imaginé
 desde la puerta. Me sentí tan desprotegida y disminuida ante
 su presencia que me provocó una sensación de excitación
 y vergüenza.
 Corrí de nuevo la cortina sin mirarlo ni decir una palabra.
 Habría deseado permanecer ahí hasta que partieran pero
 luego de una hora sentí que era suficiente tiempo de pudor.
 Los encontré en la cocina leyendo un periódico en inglés
 y tomando jugo de naranja. Me disculpé por la falta de cortesía
 y el olvido inevitable de su presencia. Ellos se excusaron por la
 impertinencia de su llegada y se presentaron formalmente.
 Frank y Louis. Los saludé tímidamente con un gesto de
 afabilidad mientras me decía por dentro que era una situación
 muy incómoda luego de la escena del baño.
 Estarían tres días en casa. Revisando documentos y conociendo
 la estructura de la empresa de mi marido. Pensé que por mí
 no habría problemas ya que estaría demasiado ocupada
 en mi vida social hasta que sonó el teléfono y la voz
 de dictador de mi esposo me exigió mi permanencia y dedicación
 a las necesidades de sus huéspedes. En tres horas sabía
 más de ellos que de la biografía lineal de mi esposo.
 Eran primos, estudiaron en la Universidad de Oklahoma, median 1.98
 y 2.2 metros respectivamente, aficionados a las carreras de autos
 y casados con dos hijos cada uno. Eran más de las confidencias
 que mi esposo regularmente platicaba.
 Nunca había platicado con un hombre más de dos horas
 seguidas y me sentía tan realizada por ello que olvidé
 por completo mis deberes ordinarios. La situación lo ameritaba.
 Un contacto íntimo y sincero se creó entre los tres
 desde esa tarde cuando volvió mi esposo y halagaron mi presencia
 con cierta naturalidad. Salieron a una reunión empresarial
 y me dijeron que llegarían en la noche para la cena.
 Extrañamente esa tarde crepuscular me sentí inspirada
 por algún deseo resguardado y preparé una cena espectacular
 para los tres (¿o sólo para los dos?).
 Minutos antes de que llegaran abrí el armario y encontré
 mis vestidos casi olvidados por el tiempo, deslizados hasta la orilla
 de mis deseos, colgados en los ganchos de mi urgencia de sexo. Los
 sacudí al igual que mi deseo y con cierta satisfacción
 miré como seguían exactos para mi cuerpo.
 Tomé un vestido gris entallado y lo recosté sobre mi
 cama, unas bragas negras de encaje y unos zapatos de tacón
 alto. Era suficiente para mi cuerpo. Me desnudé totalmente
 y miré mi excitación en el espejo. Mis pezones estaban
 duros, mi clítoris ardiendo, mis muslos temblaban por la excitación
 de algo que quizá era sólo un acto de mi fantasía.
 Me abrí de piernas y recosté mi espalda en la suavidad
 de la cama. El espejo reflejaba mi vagina abierta y húmeda,
 mis muslos y mis senos apretados por mis manos. Mojé mis dedos
 y rasgué mi clítoris provocándome un orgasmo
 sostenido que aún no termina.
 Peor el tiempo estaba sobre mí. Vestí el vestido, mis
 bragas y los zapatos y fui a la sala a esperar su llegada. Media hora
 después el mismo estruendo del timbre de la noche anterior
 sacudió mi espera. Abrí la puerta y ahí estaban
 los dos hombres, implacables, intimidatorios ante mi cuerpo. Busqué
 por costumbre a mi esposo pero Louis aclaró que vendría
 más tarde por compromisos de último minuto. –Ahh
 exclamé. Entraron en silencio, evadiendo lo que sus cuerpos
 y ojos querían decir. Frank se acercó un poco y me dijo
 que me veía hermosa. –Que suerte de esposo dijo. Sonreí
 para aprobar su cumplido.
 Volví al sillón sin decir palabra. Los miré con
 gentileza mientras ellos miraban impacientes mis piernas sin el menor
 reparo. –Javier vuelve en una hora dijo Louis. Entonces me decidí
 a terminar mi espera en esos dos cuerpos ansiosos del mío.
 Sin decir nada separé mis piernas y recosté mi espalda
 contra el respaldo del sillón, dejando libre mi cuello y mis
 senos para ellos. No esperé mucho.
 Cerré los ojos esperando sus bocas hasta que sentí el
 recorrido de una lengua desde el origen de mi cuello subiendo hasta
 mis labios. Mis piernas fueron separadas más por dos manos
 enormes que cubrían por completo mis muslos. Las mismas manos
 subieron mi vestido hasta mi cintura y se detuvieron apretándola
 fuertemente mientras su boca subía desde las rodillas hasta
 mi sexo húmedo.
 No
 es correcto, llegará Javier les dije con la voz entrecortada
 y con dificultad porque tenía los labios de Frank mordiéndome
 y hablándome casi en secreto. – Olvídate de él
 preciosa, está muy ocupado en otras cosas me dijo sin dejar
 de besarme.
 Estábamos en el sillón los tres, perdida entre sus enormes
 cuerpos, sentía sus lenguas en mis labios y en mi clítoris
 moviéndose el mismo ritmo. –No por favor, no hagan esto
 les seguía pidiendo sin sentirlo. Se pararon ante mi cuerpo
 desfallecido por el retorno del placer olvidado. –No te preocupes
 preciosa, vamos a cuidarte y hacer que goces de verdad me dijeron
 con una tranquilidad inaudita pero sincera.
 Se hincaron ante mi cuerpo, tomaron una pierna cada uno y fueron subiendo
 con su lengua despacio desde mis tacones, por mis tobillos, en mis
 rodillas, mordiendo mis muslos, jugando con el borde de mis bragas,
 mordiendo mis caderas y por fin metiendo su lengua en mi vagina perdida
 entre tanta humedad.
 Se acomodaron para comerse mi sexo entre los dos. Louis mordía
 mi clítoris y Frank chupaba mi culo suavemente, sin prisa,
 pasando su lengua por el contorno y luego mordiéndome con delicadeza.
 Mientras ellos me comían sin piedad yo seguía rogándoles
 que me dejaran y que se fueran por el simple hecho de evocar a mi
 marido por excitación de la infidelidad.
 Sus lenguas siguieron subiendo hasta que llegaron a mis senos y mordieron
 mis pezones al mismo tiempo. Mis manos acariciaban sus cabezas y mi
 voz se perdía en un caudal inédito de emociones.
 Sus bocas siguieron subiendo hasta que mi rostro fue el acto de adoración
 más erótico de mi historia sexual. La frente, los oídos,
 mi cuello, los labios, mis ojos, mis mejillas todo fue explorado por
 su deseo hasta que sus lenguas entraron al mismo tiempo a mi boca
 y nos besamos sin prisa compartiendo nuestra pasión.
 Estaba decidida a vivir de nuevo la pasión perdida. Le pedí
 a Louis que hablara con mi esposo y que le dijera que saldríamos
 a comer fuera, que nos alcanzara más tarde luego de su reunión.
 La cita fue en un lugar impreciso y sin acuerdos por lo que me sentí
 más relajada y confiada de que no llegaría a casa.
 Me levanté del sillón y los recosté sobre el
 borde. Los miré fijamente a los dos y empecé a quitarme
 el vestido lentamente sin dejar de mirarlos. Moví los tirantes
 del vestido y luego fui sacándolo poco a poco mientras ellos
 sacaban sus vergas y empezaban a masturbarse mirando mi cuerpo.
 Mi vestido cayó al piso, mis bragas húmedas se deslizaron
 por el encaje hasta mis tobillos y quedé totalmente desnuda
 para ellos. Mis manos recorrieron mi cuerpo, me volteé y de
 espaldas ante ellos me recargué en la mesa de centro de la
 sala, separé mis piernas y abrí mi culo para que miraran
 dentro de mi cuerpo.
 Así muévete chiquita, hazlo para nosotros, más
 rico me pedían mientras sus manos apretaban sus enormes penes
 parados. Yo movía mi cuerpo sin inhibiciones, en círculos
 lentos mientras apretaba mis senos y mis caderas hambrientas.
 Los separé un poco para quedar en medio de los dos. Me hinqué
 ante ellos y apreté sus vergas con mis manos temblorosas, saqué
 mi lengua y se las ofrecí invitándolos a besarme. Los
 dos se acercaron lentamente y nos besamos en un mismo beso mientras
 masturbaba con fuerza sus miembros palpitantes y húmedos.
 Entonces fui bajando lentamente a la punta de sus vergas y empecé
 a mamarlos uno por uno. Mi lengua recorría desde el origen
 sus miembros, los apretaba con mis labios, los mordía delicadamente
 con mis dientes, los escupía para mantenerlos húmedos,
 los tragaba hasta el fondo de mi garganta.
 Así
 preciosa, cómetelos, mámalos para ti solita me decían
 con la voz entrecortada. Junté sus penes junto a mi boca e
 intenté meterlos al mismo tiempo a mi garganta, fue algo imposible
 por el tamaño que tenían pero eso les gustaba mucho.
 Me levanté y di media vuelta, caminé despacio dándoles
 la espalda y moviendo mi culo invitándoles a seguirme mientras
 subía por la escalera que llevaba mi recámara. Caminaba
 desnuda, sostenida por los tacones que revivían otra estatura
 en mi cuerpo y me protegían contra la diferencia intimidatorio
 de sus cuerpos. Entré a la recámara y me senté
 en el borde de la cama, encendí la lámpara débil
 que alumbraba la penumbra del cuarto y los invité a mi cuerpo.
 ¿Quieren cogerme? Soy suya, cochenme como quieran ahora les
 dije mientras desvanecía mi cuerpo en la suavidad de las sábanas
 de humo. Los dos hombres se acercaron al borde de la cama y empezaron
 a recorrerme de nuevo con sus lenguas desde los tobillos pero al llegar
 a mi vagina húmeda se tornaron agresivos por un impulso sexual
 extraño. – Esta puta quiere que le demos verga toda la
 noche, vamos a cogerla como nunca lo hizo su marido, ¿eso quieres
 verdad? me decían con voz agresiva. – Sí, eso
 quiero, quiero volver a sentir una verga hasta dentro de mi cuerpo,
 quiero que me cojan y hagan conmigo lo que quieran, los quiero a los
 dos dentro de mí les contesté como fuera de mí.
 Sus cuerpos flanquearon el mío, Louis abrió mis piernas
 y de una embestida me penetró hasta el fondo de mi impaciencia,
 hasta el fondo de mi deseo, un gemido sincero se perdió en
 los labios de Frank que acariciaba y besaba todo el frente de mi cuerpo
 mientras Louis me la metía recostado en mi espalda.
 En los límites de la noche y de mi deseo alcancé a escuchar
 la llegada estridente de mi esposo a la casa. Conocía su rutina
 metódica al estacionar el carro en la cochera, repasar el buzón
 de correo, caminar por el jardín un momento, revisar el patio
 y la alarma de la casa y luego todo el ritual interno del baño,
 la revisión precisa de las ventanas, la luz y otras estrategias
 de la seguridad.
 Mi
 esposo está llegando les dije con menos preocupación
 de la que ameritaba la situación. Me miraron con algo de espanto
 pero mis palabras parecieron reconfortarlos e inspirarlos ala osadía
 de cogerme en la cama de mi esposo y a poco minutos de su presencia.
 Quiero
 sentirlos a los dos adentro de mí. Cogánme al mismo
 tiempo les pedí con urgencia. Ellos se mostraron decididos,
 me tomaron como a una muñeca frágil y me acomodaron
 entre los dos para empezar a metérmela.
 Louis se recostó en el largo de la cama y yo me senté
 en su pene encumbrado, pude sentir como iba entrando por el espacio
 ardiente de mi sexo hasta que sentí que topaba en el límite
 de mi vagina. Lo besé unos segundos en la boca con los gemidos
 acumulados en mis labios y diciendo palabras incomprensibles hasta
 por mí misma.
 Cuando sentí las manos de Frank abriendo mi culo para cogerme
 por atrás escuché la cortina de la cochera cerrarse
 e imaginé a mi esposo contemplando esa hazaña de la
 tecnología utilitaria del control remoto.
 Sentí la punta de la verga de Frank penetrarme poco a poco,
 invadiendo el poco espacio que había para el sexo porque los
 dos penes eran demasiado para mi cuerpo pequeño y cerrado.
 Entonces sucedió: tenía las dos vergas dentro de mi
 cuerpo, la boca de Louis en mis pezones excitados, la de Frank en
 mi oreja diciéndome puta , las manos de Louis
 en mis caderas, apretándolas y rasgando las horas perdidas
 y el hastío de mi piel, las manos de Frank sujetando mi cabeza
 para repetirme una y otra vez puta , puta .
 Nuestros cuerpos entraron en un ritmo desesperante mientras mi esposo
 miraba decepcionado el buzón de correo y se vanagloriaba de
 su excelente inversión de alarmas de seguridad cuando en su
 cama su esposa y sus dos socios cogían envueltos en una escena
 de sexo delirante.
 Las cuatro manos de mis hombres recorrían todo mi cuerpo y
 se hacían más intensos el placer combinado con el dolor
 del sexo anal. No podía resistirlo más y tuve un orgasmo
 que se me escapó de la boca justo cuando mi esposo entraba
 por la puerta principal de la casa.
 Fue un orgasmo sincero que me devolvió el placer de ser mujer.
 Los dos hombre se salieron de mi cuerpo y yo quedé en medio
 de los dos esperando su semen para tragarlo. Los miré con deseo
 y satisfacción y entonces sentí un caudal de semen sobre
 mis labios, en las mejillas, por mi cuello mientras ellos decían
–trágatelo puta, todo y yo trataba de complacerlos.
 Todavía entre la revisión exhaustiva de la seguridad
 interna de la casa que hacía mi marido pudimos besarnos, acariciarnos
 y hablarnos de lo que podría pasar los días siguientes.
 Pero de cualquier forma era la primera vez que un relato de casa era
 placentero.

Datos del Relato
  • Categoría: Varios
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