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EL SUEÑO DE CAROL

"En ocasiones las paredes de un simple gimnasio pueden guardar grandes secretos."

 

Hace aproximadamente 2 años pasé por un momento de mi vida algo complicado. Acababa de dejar una relación que no llevaba a ningún lado y me encontraba atrapado en un trabajo que no me aportaba demasiado. Decidí entonces dedicarme a preparar oposiciones para el CNP. No era totalmente vocacional pero me pareció una buena salida, un giro que me podría dar una oportunidad para salir de aquel pozo en el que me había metido. Mi rutina diaria era bastante estricta. Me levantaba, salía a correr, desayunaba y me iba a la biblioteca a estudiar hasta la hora de comer. Mis tardes se basaban en ir al gimnasio un par de horas para poder pasar las pruebas físicas a las que me sometería unos meses más tarde. Nunca he tenido un cuerpo especialmente fuerte, pero el trabajo diario y la dieta pronto dieron sus frutos. Tras cinco meses de trabajo, me encontraba en mi mejor momento.

Mi aventura empezó a finales de mayo. Recuerdo que fue una época especialmente calurosa así que cada vez pasaba más tiempo en el gimnasio y menos en la calle. Fue allí donde la conocí. El primer día que coincidí con ella estaba a punto de irme. Aquella tarde había corrido tres kilómetros en cinta y había trabajado el tren superior. Tras hora y media de ejercicio me encontraba estirando en una pequeña sala del gimnasio  justo junto a los tornos de entraba. Mientras terminaba de estirar los gemelos apoyado en una espaldera levanté la vista y pude verla entrar. Era una chica morena, con media melena y el pelo ligeramente rizado. Tenía una mirada dulce e inocente que me cautivó desde el primer momento. Llevaba una pequeña bolsa de deporte negra y rosa colgada del hombro, un bonito vestido de flores y unos zapatos planos con un pequeño lazo negro. El vestido dejaba intuir unas preciosas curvas y unas caderas a las que me ataría si me dejara. Nuestras miradas se cruzaron brevemente mientras ella pasaba el torno y esbocé una sonrisa que no me fue devuelta. Subió las escaleras que llevaban a la segunda planta del gimnasio donde se encontraban los vestuarios mientras yo terminaba de estirar. Minutos después cogí mi toalla y me dispuse a subir las escaleras hacia las duchas cuando me la crucé bajando. Se había cambiado y llevaba el pelo recogido con una coleta. Lucía unas mayas negras ajustadas por debajo de la rodilla con un sujetador deportivo cubierto ligeramente por una camiseta sin mangas blanca y unas zapatillas a juego. Se podía ver el sujetador a través de los costados de la camiseta y un precioso escote bastante marcado. De nuevo ni me miró. Al cruzarnos miré hacia atrás y la descubrí mirándome de arriba abajo. Sonreí y continué sin esperar respuesta. Llegué a los vestuarios. Los de hombres y los de mujeres se encontraban puerta con puerta. Tenían una gran sala central con taquillas y dos bancos corridos para cambiarse. Al fondo había cinco lavabos con espejo, cinco cabinas y junto a ellas unas duchas comunes. Al lado de éstas había 5 cabinas de ducha privada en forma de C con un banco y un perchero a la entrada. Detrás del banco separado por un pequeño muro había una ducha bastante amplia con un pequeño espejo en la pared que muchos aprovechaban para afeitarse. Siempre que puedo elijo una de estas cabinas, me gusta la privacidad que me proporcionan. Acudí a mi taquilla, cogí mis cosas y entré en la tercera cabina. Eché el pestillo y me quité la ropa. Abrí la ducha y decidí tomarme mi tiempo. Había hecho grandes avances y mi cuerpo estaba cada vez más definido. Estuve unos minutos disfrutando de la ducha y cerré el grifo. Me sequé, me puse unos vaqueros y una camiseta blanca lisa y salí de los vestuarios con mi bolsa colgada del hombro. Eran las siete y cuarto.

Normalmente acudo al gimnasio sobre las cinco y media pero al día siguiente lo hice a las siete. Quería verla de nuevo y coincidir con ella en la sala. Hice mi rutina habitual: fui a los vestuarios, me cambié y me puse un pantalón corto y una camiseta gris de tirantes. Me puse las zapatillas, colgué mi toalla al hombro y cogí mi iPod para bajar a la sala. Ni rastro de aquella chica. Comencé mi rutina de ejercicios como cualquier día algo decepcionado por no verla de nuevo. Tras unos minutos de cinta en la máquina de al lado una chica con coleta comenzó a correr. Miré de reojo y allí estaba ella. Llevaba un conjunto muy parecido al del día anterior, de nuevo con una camiseta sin mangas y abierta que dejaba ver el sujetador deportivo que contenía sus pechos. A pesar de las muchas máquinas libres se colocó junto a la mía. Juraría que durante los siguientes minutos nos mirábamos mutuamente sin llegar nunca a cruzar miradas. Terminé mi trabajo de cinta y me bajé. Sequé el sudor de mi cara con mi toalla y me dispuse a hacer piernas. Durante la siguiente hora fue un constante juego de miradas y sonrisas. Nos íbamos buscando por toda la sala. Terminada mi rutina ella continuó trabajando brazos mientras yo estiraba. Pasó por mi lado y pude ver en su muñeca una goma de pelo con la llave de la taquilla enganchada. Número 23. Terminé de estirar y pedí papel y boli en recepción. Eran las ocho y media y pensé lo más rápido que pude. Miré frente al gimnasio y vi un local que me inspiró a escribir: “Taberna Rodri. 9:00”. Subí rápidamente y me asomé al vestuario de mujeres. Junto a la puerta pude ver una hilera de taquillas de la 1 a la 50. Fijé mi mirada en la número 23. Entré con dos grandes pasos, introduje el papel doblado por una rendija lateral y salí mirando al suelo esperando que nadie me hubiera visto. El corazón se me iba a salir del pecho. Entré al vestuario masculino, me duché y me cambié lo más rápido que pude. Bajé las escaleras y me crucé con aquellos ojos. Nos sonreímos dije: “Hasta ahora”. Necesitaba que supiera que aquella nota era mía. Crucé la calle hasta la taberna y me senté en la terraza a esperar. Los minutos pasaban. Eran las nueve y no había salido del gimnasio. Nueve y diez. Nueve y cuarto. Entonces la vi salir y buscar con la mirada por toda la calle hasta que se fijó en la taberna. Cruzó la calle y se dirigió a la terraza. El corazón me latía más fuerte aún. Intentando no parecer nervioso, sin éxito, me levanté y nos dimos dos besos. Compartimos las próximas dos horas cada vez más relajados.

Su nombre era Carol y era maestra. Su voz era más dulce de lo que esperaba y tenía una risa peculiar. A medida que pasaba la noche sus mejillas se iban poniendo más y más coloradas. Llevaba unos vaqueros ajustados y una bonita blusa blanca que de nuevo dejaba intuir un bonito y firme pecho. Llevaba el pelo ondulado sujeto con una coleta que se movía alegre cuando hablaba. Era una chica tremendamente expresiva que gesticulaba de una manera peculiar y tierna. Poco a poco nuestra conversación me hizo ver que esa dulzura que tenía por fachada era sólo eso, una fachada. En el fondo era una chica atrevida que, tal y como me contó tras un par de cervezas, había estado inmersa en una relación que no le proporcionaba lo que necesitaba. No me lo dijo abiertamente pero intuí que su ex no le daba lo que ella necesitaba. Terminé la cita con dos besos en la comisura de los labios más largos de lo normal y con ganas de más.

Durante aquella semana repetimos nuestra cita en aquella terraza en un par de ocasiones tomando más y más confianza. Llegamos a intercambiar los teléfonos y tener alguna que otra conversación nocturna, en ocasiones, con un tono más que tórrido. Nos deseábamos aunque ninguno de los dos lo dijera.

A la semana siguiente y tras un fin de semana sin vernos volvimos a coincidir en el gimnasio como cada día. Esta vez ofrecí a Carol entrenar juntos. Corrimos en cinta como era habitual y trabajamos en las mismas máquinas. Yo llevaba, como era usual, un pantalón corto y una camisa de tirantes con rayas azules. Ella llevaba su habitual coleta, unas mallas largas azules y la camiseta sin mangas que llevaba el primer día que la conocí. Mientras trabajaba pecho no pude evitar mirar a través de aquel pedazo de tela sus apretados pechos y las gotas de sudor que caían por su escote. Me quedé completamente embobado, deseando arrancárselo allí mismo. Cuando subí la mirada me encontré con sus ojos mirándome y una de sus cejas levantadas. Esbozaba una leve sonrisa y me dejó sitio en la máquina. Mientras trabajaba pecho igual que ella hizo anteriormente me miró de manera descarada la entrepierna con picardía mordiéndose el labio. Respondí con una sonrisa mientras intentaba que no se notara el esfuerzo que estaba haciendo por no empalmarme allí mismo. Me encantaba la forma en la que me miraba. Seguimos con este juego un par de máquinas más hasta que tuve una idea. Me excusé para ir al baño y rápidamente abrí mi taquilla. Me desnudé, guardé mi ropa interior en la bolsa de deporte y me volví a poner los pantalones cortos sin llevar nada debajo. Si quería jugar conmigo iba a jugar fuerte. Volví a la máquina en la que había dejado a Carol trabajando brazos y me coloqué para hacer el ejercicio. Ella volvió a repetir el juego de miradas pero esta vez no contuve las ganas y dejé que mi pantalón se abultara todo lo posible para ella. Sus ojos cambiaron la expresión por completo y el control del juego cambio las tornas. Ahora era ella la que me miraba con deseo y me devoraba con los ojos. Hice lo posible para marcar mis pantalones cortos ante ella. Durante las siguientes máquinas estaba especialmente sonrojada y acalorada. Ayudé a que se colocara bien en los siguientes ejercicios asegurándome de hablar cerca de su oído y agarrando sus muñecas para que sujetara las máquinas correctamente. Su respiración era más fuerte y rápida cada vez que posaba mis manos sobre su piel.

Terminamos las rutinas y estiramos juntos. De nuevo nos ayudamos en los ejercicios el uno al otro aprovechando cualquier excusa para acariciar las partes del cuerpo que teníamos descubiertas. Eran casi las nueve de la noche y el gimnasio se empezaba a vaciar cuando subimos a los vestuarios. Ella subió delante y pude ver su precioso culo a la altura de mis ojos. Juraría que lo movía más de lo necesario….

Llegamos a la puerta de los vestuarios y sentí la necesidad de empotrarla allí mismo pero era muy arriesgado, demasiado. Ella me miró y sin pensarlo la besé. Sin tardar demasiado ella reaccionó devolviendo un beso húmedo y caliente. Me agarró de la nuca y me comió con deseo. Me separé y dije susurrando en el oído: “Espera…”. Entré en los vestuarios masculinos y me aseguré de que no había nadie. Salí rápidamente, agarré a Carol de la muñeca y la metí dentro del vestuario. Nos dirigimos a la última de las cabinas de duchas en las que suelo terminar mis entrenamientos. Cerré la puerta a mi espalda y eché el pestillo. Puse a Carol contra la pared con una mano en la cintura y la otra sobre su cabeza. Comencé a besarla con ganas, jugando con mi lengua todo lo que me dejó. A ella se le doblaron ligeramente las rodillas y llevó sus dos manos a mi culo. Apretó fuerte contra ella, quería sentir mi erección presionando su cuerpo. Bajé las manos, agarré sus muñecas y se las puse tras la espalda y las agarré con una sola mano. Me separé y ella me sonrió y se mordió el labio casi pidiendo más. Con mi mano libre la agarré por la nuca y de nuevo comencé a besarla. Mordí su labio inferior y me deslicé por su cuello. Era absolutamente mía y quería que lo notara. Se encontraba indefensa y se dejó llevar por completo cuando le di la vuelta poniéndola de cara a la pared. Prácticamente arranqué nuestras camisetas y las tiré al suelo. Quité su sujetador lo más rápido que pude y apoyando mi abultada cadera en su culo agarré sus pechos con ambas manos. Seguí mordiendo su cuello y su oreja izquierda mientras jugaba con mis manos y pellizcaba sus pezones con delicadeza. “Voy a follarte…” dije en su oído. Ella asintió y gimió con los ojos cerrados. Deslicé mi mano derecha hacia su vientre sin dejar de besar su cuello e introduje mi mano en sus mallas. Estaba completamente suave y empapada. Introduje mis dedos dentro de ella y entraron con una suavidad que me volvió loco. Aquellas mallas apretadas apenas me dejaban hacer así que saqué mi mano y se las arranqué. Sin quitar su pecho de la pared le ofrecí mis dedos corazón y anular los cuales lamió y se introdujo por completo en la boca. Noté su lengua jugando con ellos mientras gemía suavemente con los ojos cerrados. Saqué mis dedos rozando sus labios, ella se relamió y los acerqué de nuevo a su vientre. Rocé su clítoris y me hice esperar. Ella adelantó la cadera y yo aparté los dedos. Con mi otra mano agarré su cuello y comencé la comencé a masturbar. Jugué con mis dedos dentro de ella hasta que estaban completamente empapados. Mordía su oreja y agarré su coleta para echarle la cabeza hacia atrás. Ella pegó las palmas de sus manos a la pared y sus tetas tocaron los azulejos. Saqué mi mano de entre sus piernas y me quité los pantalones. Estaba completamente empalmado. Me la agarré por la base y sin soltar su coleta con la otra mano le pasé la punta por el clítoris. “Fóllame. Fóllame ya” me repitió en más de una ocasión. “Sssshh…” contesté en su oído mientras introducía mi polla dentro de ella. Noté cómo doblaba las rodillas, quería que entrara entera pero me iba a hacer esperar. Cuanto más bajaba ella más lo hacía yo, sujetando su cadera con mi mano libre. Poco a poco me fui introduciendo dentro de ella hasta que no pude más. La saqué por completo y Carol gimió de manera delicada. “Más…”. Obedecí. Embestí una y otra vez haciendo que se apoyara por completo en la pared. Con la mano derecha solté su coleta y azoté su nalga izquierda. Se giró y me sonrió. Volví a golpear esta vez más fuerte. Cuanto más fuerte daba más me pedía. Mi polla entraba y salía de ella con una facilidad increíble.

Agarré sus muñecas y la llevé a la zona de la ducha. Abrimos el agua y mientras caía por nuestros cuerpos desnudos agarré su culo y la cogí en brazos. Inmediatamente colocó sus piernas en torno a mi cadera, agarró e introdujo mi polla dentro de ella. Con mis brazos la hacía subir y bajar mientras el agua seguía cayendo. Apoyé su espalda en la pared de la ducha. “Míranos” dije mientras miraba hacia el espejo. Colocó sus brazos en torno a mis hombros y su pelo mojado caía por su espalda. Embestida tras embestida entraba dentro de ella, profundo, duro, húmedo.

Sus tetas rozaban mi pecho y unos pezones más que duros hacían que me excitara aún más. Su culo era asombrosamente terso y lo agarraba con fuerza. La levanté por completo dejando mi polla fuera de ella y la dejé caer. Repetí dos o tres veces más antes de estar completamente exhausto. Ella no hacía más que gemirme en el oído y decirme “fóllame más, por favor…”. Tus deseos son órdenes, Carol.

La dejé en el suelo e hice que se apoyara en el banco de la entrada. Me coloqué detrás y comencé a lamer todo lo que me encontré. Lamí su clítoris e introduje mi lengua dentro de ella. Jugué con ella moviéndola arriba y abajo. Su cuerpo era tan apetecible que me comí todo lo que me encontré. Suave y depilado, jamás pensé que le podría gustar tanto un beso negro. Seguí comiendo y empapando a Carol hasta que sentí que arqueaba la espalda. Introduje mis dedos dentro de ella y la masturbé mientras mi lengua seguía comiéndola. Noté que mis dedos estaban más prietos y unos espasmos en su interior precedieron a sus palabras: “Me corro…”. Rápidamente me incorporé e introduje mi polla aún dura dentro de ella. Lamí mi pulgar y lo introduje por detrás mientras ella se masajeaba el clítoris con la mano derecha. Gemía con fuerza así que paré. Quería que suplicara. Quería que se corriera con mi polla dentro. Se giró y me pidió por favor que la follara más. Sonreí y esperé…Comencé entonces a follarla lo más fuerte que pude. Ella se comenzó a masturbar más rápido y a gemir. Mi polla se empapó de sus fluidos y noté las contracciones de un orgasmo que le hicieron temblar las piernas. Seguí follándola hasta que cesaron y entonces no paré. Era mi turno. Agarré sus hombros y la puse de rodillas. Me comencé a masturbar y ella abrió la boca sacando la lengua. Carol me quitó la mano y terminó ella el trabajo mientras yo agarraba su cara. Me corrí de una manera espectacular sobre sus tetas, sus labios y su lengua. Mientras lo hacía ella sonreía y seguía gimiendo. Al terminar, exhaustos, nos duchamos juntos.

Tras la ducha nos secamos y nos vestimos. Antes de salir miré bien en el vestuario y silbé desde la puerta. Ella salió y fue a su taquilla a por sus cosas. A la salida acordamos en dejarnos un regalo. Cogí su móvil y ella el mío. Entramos a los vestuarios. Me hice una foto sin camiseta, marcando sin ropa interior solo para ella. Carol hizo una foto de sus preciosas tetas en la que se veían sus labios mientras los mordía. A la salida nos devolvimos los teléfonos y nos despedimos en la puerta del gimnasio.

Además de su foto yo me llevé otro regalo en la bolsa de deporte. Unas preciosas braguitas de color rosa. “Si las quiere de vuelta tendrá que ganárselas…”

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