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EL ESTUDIANTE 7-2

CAP-7-2

Pagué el Hotel, subimos al Celica, y enfilé la autopista de Oporto a toda pastilla, adelantando a los otros coches como si estuvieran parados. La aguja marcaba los doscientos diez en muchos tramos y ella parecía asustada de tanta velocidad.

Una hora y diez minutos más tarde nos detuvimos en Oporto para comer pasado el puente sobre el Duero, en un restaurante típico. Tomó sopa y un buen plato de vitela a la portuguesa con arroz y pimientos que le gustó mucho. Un vasito de vino con gaseosa. Desde el mismo restaurante reserve habitación para tres días en el hotel de Estoril.

Después de comer y en taxi dimos una vuelta por Oporto para conocer lo más significativo de la capital, indicándole finalmente al taxista que nos dejara en el barrio comercial del centro de Oporto para ir de tiendas suponiendo que le gustaría tanto mirar escaparates como a mi hermana Sharon.

Le compré una maleta de piel, tres vestidos y uno largo de noche que le sentaban como un guante. Su talla era la más pequeña pero estaba rellenita y sólo de largo hubo que retocárselos. Un abrigo, una estola de piel de zorro blanco, zapatos de tacón alto, un bolso de vestir y otro para el traje de noche, un collar de perlas majóricas que le gustaron mucho y unos zarcillos portugueses de oro de los que se encaprichó.

Para el abrigo y el vestidito marino y blanco le compré un sombrero Davinia que le hacía juego. En una boutique de ropa interior se compró tres juegos de braguitas y sostenes de encaje y satén, pantis y dos bodys que me parecieron muy bonitos y que, según me dijo, le quedaban divinos. Salió de la tienda vestida como una modelo, estaba preciosa y radiante de felicidad. Teniendo en cuenta que solo le había dejado coger el neceser, necesitaba con toda urgencia aquel ajuar.
Sentada en el taxi, rodeada de paquetes, le susurré al oído:

--¿Eres feliz?
-- Estando contigo, siempre soy feliz - musitó, besándome fugazmente.
-- Esta noche te comeré entera hasta dejarte seca.
-- Tomy, por favor, no seas mal hablado - respondió, bajando la cabeza y sonrojándose.
--¿Es que no te gusta que te coma el coñito? - susurré de nuevo
-- Tomy, mi amor, ¿por qué me hablas así? - preguntó, a punto de llorar.
-- Perdona, cariño, tienes razón. Soy un maleducado.

Giró la cabeza y me besó en la mejilla y en los labios, tenía los ojos húmedos y la abracé, besándola en la frente cariñosamente, ella no tenía culpa de que su madre fuera un pendejo. Cargamos los paquetes en el portaequipajes del Celica, y a toda velocidad, como si me persiguiera el diablo, emprendí el camino de Estoril.

Aunque era noche cerrada pudo admirar la bella iluminación del casino y del Grand Hotel.
La suit que había reservado la dejó muda de asombro y si el lujo del restaurante de Ancora ya le había parecido magnífico ante el del restaurante del Grand Hotel se quedó pasmada. La dejé en el departamento de peluquería y esteticien, indicándole a la encargada que me sorprendiera cuando pasara a recoger a mi esposa.

Tenía que esperar una hora y cuarto y lo hice en el bar tomándome un par de combinados y leyendo la prensa. Valió la pena, porque cuando fui a recogerla me sentí muy complacido de poder lucir a mi lado a aquella joven doncella, porque eso era lo que parecía, una virgencita inocente y pura. Sus ojos celestes brillaban de felicidad cuando se cogió de mi brazo para llevarla hasta el comedor.

Cenamos con buen apetito una fabulosa bullabesa, bogavante con salsa de cangrejo, lubina al hinojo y souflé de postre. No bebió más que dos vasitos de agua, pero, pese a la cogorza de la noche anterior, tuve que pedirle al camarero Lácrima Cristi porque deseaba volver a probar el delicioso néctar de las bodegas de Cintra en Oporto.

Tornamos el café en el Casino donde había cambiado varios miles de duros en fichas de la ruleta. Tuve que explicarle las reglas del juego. Empezó a jugar a caballo, entre dos números. Ganó las dos primeras veces y palmoteó ilusionada con las ganancias, pero cuando perdió todo lo ganado dijo que no le gustaba el juego y que mejor era irse al salón de baile. Corno me quedaban más de la mitad de las fichas le di una para que jugara pleno al quince.

--¿Por qué al quince? - preguntó, levantando su mirada hacia mí.
-- Porque son los años que tienes. Seguro que toca -le indiqué, guiñándole un ojo.
Puso la ficha en la casilla, pero no salió y le hice repetir la jugada dos veces más y las perdió en las dos siguientes jugadas.
--¿Cuánto vale cada ficha? - preguntó de pronto con la ficha en la mano.
--¿Que importa eso? Tú juega al quince, saldrá, ya lo verás.

Tardó tanto tiempo en decidirse que cuando lo hizo el croupier ya había cantado ríen ne va
plus y tuve que detenerla. Tampoco salió el quince. Se quedó pensativa con la ficha en la mano y de pronto veo que la pone en el 34. Con las manos juntas sobre el pecho, como si rezara, pendiente de la bola que corría a toda velocidad, contenía el aliento corno si de ello dependiera la suerte de la jugada. Me sorprendí al ver que se paraba en el 34 y ella saltó de alegría abrazándome jubilosa. El croupier le dio un par de fichas de color rojo y más grandes que las amarillas que jugaba. Preguntó:

-- Se ha equivocado ¿verdad, Tomy?
-- No, cariño, no se ha equivocado. Esas dos fichas valen treinta y cinco veces más que la que tú has puesto.
--¿Y eso cuanto es? - volvió a preguntar recogiendo las fichas
-- Pues... no sé - mentí entregándole otra ficha amarilla - ya te lo dirán cuando las cambies. Cuando vi que volvía a poner la ficha en el 34, le dije:
-- Esta vez si que te has equivocado, cariño.
--¿Por qué? - preguntó sin mirarrne, pendiente de la bolita que corría a toda velocidad.
-- Porque es casi imposible que vuelva a salir el 34, nena - respondí
-- Ya lo veremos - respondió sin apartar la mirada de la bola
Salió otra vez el 34 y empezó a aplaudir, riéndose jubilosa.
--¿Así que no iba a salir? Pues mira... si que ha salido.

Le di otra ficha amarilla y de nuevo la jugó al 34. Miré al croupier, la estaba mirando con media sonrisa en los labios mientras recogía el resto de fichas no premiadas¬.

Rodó la bolita de nuevo y ella volvió a juntar las manos sobre el pecho en actitud orante. Cuando la bolita volvió a pararse en el 34 miré al croupier y al jefe de mesa. Estaban tan impávidos como siempre. Le dieron las fichas correspondientes y yo volví a darle otra ficha amarilla, ella volvió a jugar al 34; en la casilla comenzaron a amontonarse fichas de otros jugadores y comprendí que no volvería a salir el 34 durante un buen rato. Perdió aquella jugada y las tres siguientes.

Se desanimó y quiso marcharse a bailar preguntándome cuanto habíamos ganado. Haciendo cálculos mentales cada jugada de mil duros eran treinta y cinco mil por jugada así que en total habíamos ganado cerca de novecientas mil pesetas.

Al ver la cantidad de billetes que me cambiaron por las fichas quedó asombrada. La llevé al salón de baile, nos bebimos una botella de Clicot entre baile y baile, que duró hasta las tres de la madrugada. Estaba guapísima con su vestido de noche, su bolsito, el sofisticado peinado y el perfecto maquillaje de su rostro. Los hombres la seguían con la mirada y hasta las viejas señoras sonreían benévolas ante su juvenil belleza y su infantil alegría.

Envidiándola seguramente al pensar en su propia juventud, cuando también ellas eran merecedoras de que les prodigaran toda clase de caricias, como pensaba hacer yo dentro de pocos minutos con mi joven mujer. Se me empinó sólo de pensarlo y ella notó mi excitación pues levantó la mirada hacia mí preguntando:

--¿Es que no eres capaz de pensar en otra cosa?
-- Yo no tengo la culpa de que estés tan cachonda, nenita -le susurré al oído.

No me respondió y volvimos a la mesa cuando finalizó la orquesta. Antes de que volvieran a empezar me indicó que estaba cansada, que deseaba acostarse y que si no me importaba le gustaría que nos retiráramos a descansar. Acabé la copa de champán y comenté mientras le ponía la estola sobre los hombros:
-- Descansaremos después de una buena follada, pero primero te voy a comer el coñito hasta que grites de gusto, preciosa mía.

Movió la cabeza con gesto de resignación, sin levantar la mirada del suelo. Subíamos solos en el ascensor y la besé, metiéndole la lengua hasta la garganta mientras le apretaba las duras cachas y le acariciaba el sexo.

Tenía una erección de caballo que apretaba contra su vientre, pero también tenía unas horribles ganas de orinar. Al entrar en la habitación le cogí el pequeño bolso, lo abrí y saqué del bolsillo uno de los fajos de cien mil escudos que habíamos ganado a la ruleta.

--¿Qué haces? - preguntó extrañada cuando le devolví el bolsito.
-- Eso es para ti, nena, es tuyo - y ante su cara de disgusto pregunté - ¿te parece poco?
-- No, me parece demasiado, gracias - comentó secamente, dejando el bolsito sobre la cama y bajándose la cremallera del vestido largo.
-- No, no es demasiado, cariño, tú vales mucho más, pero perdóname, debo que ir al baño ¬cerré la puerta abriendo el grifo del agua caliente de la bañera, oriné lo menos cinco litros y comencé a desnudarme tirando la ropa por el suelo. Una vez dentro del agua tibia me estiré con un suspiro de satisfacción. Sentí ganas de comerle el coñito allí, dentro del agua tibia, para oírla gemir de placer. La llamé:
-- Merche, va nena, ven a bañarte, cariño.

No me contestó y pensé que se habría dormido o que quizá estaba enfadada. A las mujeres no hay dios quien las entienda. Me había gastado en ella cerca de trescientas mil pesetas en Oporto y encima le regalo cien mil y se enfada... una coña, vamos. Claro que la noche anterior mi comportamiento había sido rufianesco, pero estaba tan borracha que seguramente ni se acordaba, por lo menos, en todo el día no había hecho ni un solo comentario al respecto. Bueno, en cuanto empiece a comerle el coño, seguro que se le pasará, y si está dormida se despertará. Faltaría más.
-- Merche, cariño, ¿no quieres bañarte? - grité de nuevo.

Esta vez tampoco me contestó y pensé que se habría dormido. Ya la desenfadaré - me dije, comenzando a enjabonarme - una buena follada le abrirá los ojos de palmo. No, ella no abre los ojos cuando se corre, eso lo hace Sharon. ¡Joder, maldita sea! Ya estoy otra vez a vueltas con Sharon. Procura concentrarte en Merche, porque no me extrañaría que, de seguir así, acabaras llamándola Sharon mientras la disfrutas. Con la toalla sobre el cuello abrí la puerta:
-- Merche, cariño... - me detuve, extrañado.

El vestido de noche estaba sobre la cama, pero ella no. La llamé dos veces más sin que me contestara. Miré por todas partes. Ni rastro. Abrí los armarios, y allí estaban todas las joyas y la ropa que le había comprado, incluido el bolsito de noche del que faltaban los cien mil escudos. Sólo faltaba el neceser, la mitad de cuyos cachivaches seguían en el cuarto de baño, el vestido y los zapatos conque había salido de Santiago.

¡La madre que la parió, esta tía se ha largado! ¿Pero qué coño le he hecho yo? ¡Malditas sean esta y todas las demás mujeres! Y entonces, paseando como un león enjaulando de un lado al otro, fue cuando vi el sobre con mi nombre sobre la mesa escritorio.

Abrí el sobre y leí:

Tomy:
He recibido mi paga y me voy. Creí que podría producirse el milagro, pero me equivoqué. El resto del dinero que me sobre del viaje, lo encontrarás en tu habitación.

Merche.
Datos del Relato
  • Autor: Aretino
  • Código: 16236
  • Fecha: 18-03-2006
  • Categoría: Varios
  • Media: 5.87
  • Votos: 87
  • Envios: 0
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Comentarios


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2 comentarios. Página 1 de 1
iris
invitado-iris 10-04-2006 00:00:00

sigue asi pues a mi me gustan, no hagas caso de la gente que no lo entiende

darkvampira
invitado-darkvampira 19-03-2006 00:00:00

Pinche viejo loco, que no tiene mas que hacer que solo estar escribe y escribe historietas porn???? ya tranquilicese por favor, haga otra cosa. tanto porn en este sitio desanima a gente que quiere escribir cosas de mas calidad.

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