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Categoría: Confesiones

El anuncio (6). Aprendiendo...

Supe, desde el primer momento, que mi encuentro con mi vecino Lorenzo volvería a alterar mi vida sexual.
Y así fue. Poco a poco provocaba furtivos encuentros en el ascensor con él. Me saludaba atentamente con la cabeza y me sonreía pero apenas si cruzábamos un par de palabras.
De este modo seguimos varios días. Pero el cuarto día fue diferente: Era lunes a las siete de la mañana. Yo entraba en el ascensor con él al tiempo que una de esas vecinas cotillas que todos tenemos. Yo creo que en el centro de Madrid hacen los edificios con estas tías incluídas.
Bueno, el caso es que yo me eché contra la pared del ascensor. Apoyé mi espalda y cerré los ojos.
Pero algo me perturbó. Lorenzo había deslizado su mano a mi cintura y exploraba con el dedo índice de su mano izquierda mis pantalones por dentro y acariciándome el tanga por detrás.
Y todo sin despegar los ojos de la puerta del ascensor que quedaba frente a nosotros. La cotilla a su bola, sin enterarse.

Al salir del ascensor me susurró unas palabras:

- pasa esta tarde por casa.

Me puse nerviosísima. Y, por supuesto, excitada. De tal manera que no corta ni perezosa salí de clase fumándome las dos últimas horas. Comí algo ligero por el camino y me llegué a casa. Decidí que me pasaría a las seis por casa de Lorenzo.
Estuve dudando mucho qué ponerme. No dudaba ya de que esa misma tarde me follaría en su casa y quería ponerme guapa para la ocasión.
Como no me decidía gané tiempo y me apliqué un enema por el recto que tardó poco en hacer su efecto.
Reforcé mi higiene anal dándome un baño con el agua caliente y jabón cremoso.
Mientras me bañaba me sodomizaba impacientemente con el dedo que, en principio, sólo tenía que limpiarlo.
Salí. Me sequé. Me puse una ropa interior de seda morada: sostén y tanga. Y elegí unos pantalones de terciopelo negro y una blusa verde botella con unos zapatos bajos de puntera afilada.
Corrí impaciente al ascensor y llegué ante su puerta. Me abrió con una amplia sonrisa.
- hola, pasa
- ¿qué tal?
- bien. Esperándote. ¿Bebes?
- ¿por qué no?

Llegamos a su salón. Nos sentamos en los sillones y él se puso a servir un poco de vino en unas copas preciosas. Charlamos de vaguedades durante un rato mientras sonaba música de jazz en su estéreo. Nos fuimos animando con el vino.

- Dime ¿te gustó el libro?
- Sí, bueno... Es un poco raro... Pero está bien...
- ¿Te ha picado la curiosidad con lo que leíste?

Le miré pícaramente a los ojos y asentí con la cabeza.

- Dime ¿Te ha inspirado alguna perversión?
- Sí.
Empecé a sudar bastante.
- ¿Cuál?
- Pues... – dudé, lo admito, dudé bastante en seguir confesando mis aventuras – Puse un anuncio en la universidad...-

Lorenzo me miró con los ojos más pícaros que chica alguna haya visto jamás.

- ¿Qué decía el anuncio...?
- Pues... Quería conocer a alguien que me iniciara en el sexo anal....

Le cambió la cara. Creo que en ese preciso momento tuvo una erección. Yo, desde luego, estaba empapando el tanga...

- ¿y te contestaron?
- Sí...
- ¿Te iniciaron...? ¿Cómo fue...?
- Pues... Un chico... No, dos chicos, me invitaron a su casa. Tomamos unas copas. Creí que no me atrevería. Pero al final entre los dos me ayudaron a abrírmelo y uno me folló el culo.
- ¿Te dolió?
- Sí.... Bastante. El chico se emocionó y perdió el control.
- Vaya... ¿Qué más has hecho?

Entonces le conté la historia de cómo me vengué del chaval, de mis masturbaciones anales obsesivas y de la descomunal polla del árabe que por poco me rompió el ano.
Hablamos un rato de sus experiencias anales. Pero eran tantas que lo dejó por imposible.
Empezó a acariciarme y me sentí extrañamente atraida por ese hombre. Dejé que me besara y fue muy tierno. Entonces se levantó. Supe que quería follarme. Se acercó a un cajón y sacó algo metálico y brillante. Eran unas bolas chinas. Una cadena de seis bolas metálicas del tamaño de una castaña cada una.

- Date la vuelta y ponte de rodillas.

Asentí torpemente con la cabeza y le obedecí. Me desabrochó el pantalón y me lo bajo por debajo de las nalgas. Retiró la tira del tanga sobre mi nalga izquierda y me abrió las nalgas. Acercó su cara a ellas y miró embelesado.

- Um... Tienes un ano precioso. Vamos a ver si es tan experto como dices.

Cogió un poco de su saliva y me introdujo sin ningún problema la primera bola china dentro de mi culo. Aquella sensación era rara pero muy agradable. Era suave y fría. Con precisión propia de un cirujano y toda la paciencia del mundo me metió las seis bolas chinas por el culo. Quedó el cordel colgando y mi ano se cerró a su alrededor. Nunca me había metido unas bolas chinas. Ni por la vagina ni por el ano. Pero tenía entendido que la sensación de las bolas al salir eran algo maravilloso y esperé mi recompensa.
Pero, para mi sorpresa, recolocó la tira del tanga entre mis nalgas y me subió de nuevo el pantalón.

Me giré asustada y le miré incrédula.

- Pero...
- Vuelve en un par de horas. Pero no te las saques.

Atónita le obedecí y me fui a mi casa con seis bolas chinas metidas en el culo. Cada vez que caminaba las notaba rozándose y vibrando. Con ello me provocaban un goce increíble.

Ya en mi casa me dediqué a agitar la cintura para que las bolas se golpearan. Me tuve que cambiar los pantalones y el tanga porque los estaba empapando con mis jugos.
Me eché en la cama disfrutando como un niño con un juguete nuevo. Tiré un poco del cordel y asomó una bola. La acaricié y era una sensación increíble como mimaba la suave superficie pulida de la bola mi mimoso ano.

Pasaron las dos horas y llegué a casa de Lorenzo deseosa de más placeres.

- ¿qué tal las bolas?
- Ummmmmm.... Genial..... Pero sácamelas... Por favorrr......
- Ok, ponte de rodillas como antes

Y así lo hice. Me libré de la topa y quedé allí, de rodillas, con el culo en pompa (soy feliz en esa postura) delante de aquel experto anal. Él se acercó con mimo a mi culo y acarició el cordel mientras yo bufaba de placer. Muy muy despacito sacó la primera bola. En el proceso casi enloquezco porque al pasar la bola en su máximo diámetro mi ano se quedaba muy abierto y era muy mimado por aquella rica sensación. Sacó una... Sacó dos... Sacó tres... Y se fue al servicio un momento para dejarme con la intriga. Pero volvió en seguida.

- Ya estoy aquí. Perdona la espera
- No... Tranquilo... Ah.... Sigue con eso.
- Muy bien. Allá voy.

Cogió las tres bolas que estaban fuera y de un tirón suave pero firme me sacó las otras tres en décimas de segundo. La sensación fue brutal y la ahogué en un grito sordo. Mi respiración se agitaba y la tensión me golpeaba las sienes. Le miré incrédula y él hizo algo que me excitó como una perra en celo. Levantó las bolas chinas por encima de su cabeza y, sin dejar de mirarme, se las metió en la boca y las relamió. Entonces me percaté de que mi esfínter boqueaba otra vez. Ansioso por recibir la polla de Lorenzo. Le hubiera suplicado, en ese mismo instante, que me sodomizara.
Datos del Relato
  • Categoría: Confesiones
  • Media: 4.88
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