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Con ciento cuarenta caracteres me basta

Acababa de cobrar al último cliente cuando Mario oyó el aviso en su teléfono móvil de la llegada de nuevo mensaje de texto. Por el tono personalizado sabía que se trataba de Alejandra. De un sólo golpe de vista se dio cuenta que era uno de sus típicos mensajes ardientes que le enviaba sin previo aviso.



Aun me huelen las manos a tu semen.



En ese mismo momento la respiración se le volvió pesada y densa, notaba cómo se comenzaba a excitar rápidamente. Solo ella sabía cómo conseguir que su hombre perdiera el control con aquella velocidad. Se acercó apresuradamente a la caja registradora para disimular su erección, observando con inquietud cómo un grupo de clientes entraba en la tienda ajenos a su repentino sofoco. Sobre el escritorio el móvil vibró con violencia, quejándose de la travesura que acababa de cometer y por la que aun sonreía mientras continuaba trabajando en su despacho de arquitectos como si nada hubiese ocurrido. Le encantaba la idea de poder excitarlo a su antojo, en cualquier momento e incluso en la distancia. Ciento cuarenta caracteres en un sólo mensaje le bastaban. Sus compañeras de mesa se miraron cuando lanzó un repentino suspiro al leer la respuesta.



Y a mí me sabe aún la boca a tu vagina. Me paso constantemente la lengua por mis labios para saborearlo.



Cruzó las piernas para contener la vibración que le suscitaba bajo su ropa interior el recuerdo de aquella mañana cuando le lamia su clítoris durante una cadena interminable de orgasmos. Se sonrojó visiblemente y las pupilas se dilataron ardiendo de deseo. Tomó de nuevo su teléfono y con las manos temblorosas de ansiedad contestó de la forma que sabía que lo iría a excitar aún más en ese momento. Incorporándose a su silla pulsó la tecla de enviar y seguidamente se colocó las gafas intentando recomponerse para que nadie notase sus pezones erizados.



Aún noto el calor de tu semen bajando por mi pecho.



Con una sonrisa más que pícara se imaginaba la reacción de él al encontrarse con la respuesta. Su travesura se había convertido en una batalla de mensajes entre los dos a ver quién podía resultar vencedor. A Mario se le cayó el móvil al leer ese nuevo ataque por sorpresa. Con la voz temblorosa atendió al cliente como pudo sin ni siquiera comprobar el cambio y acto seguido se secó las manos sudorosas sobre el blanco uniforme.



Yo noto aún el sabor tus orgasmos.



Alejandra fingió un golpe de tos para disimular la sacudida que le había producido en su vientre la lectura de ese texto. Se recogió el pelo con las manos con gesto nervioso y temblándole los labios pensando cómo poder salir de aquella trampa en la que ella misma había caído. Se detuvo un instante buscando la mejor forma de que él perdiera el control en ese mismo momento, sin importarle que pudiese estar ocupado. Con una sonrisa de saberse triunfadora de aquel juego y segura de que su hombre estaría ya ansioso pulsó de nuevo a enviar y dejó el móvil junto al teclado de su ordenador, haciendo como que continuaba con su trabajo y moviendo distraídamente el bolígrafo.



Tengo el móvil entre mis piernas y me excita cuando vibra con tus mensajes.



Ya no sabía dónde situarse detrás del mostrador para disimular al tiempo que seguía cobrando mecánicamente a los clientes. No podía fijar la atención a nada de lo que estaba haciendo. Se desabrochó la camisa que ya empezaba a ahogarle y se inclinó para disimular su erección con la bata blanca de farmacéutico. Bebió desesperadamente para intentar controlarse y pensaba en cómo responder. Si lo hacia lo suficientemente bien podría conseguir que ella dejase de atacarle de aquella manera pues iría a masturbarse en cualquier lugar oculto de su oficina. Ya lo había conseguido alguna vez pero era demasiado difícil. Y lo era más aún ahora que apenas podía pensar algo diferente que los recuerdos de aquella misma mañana. Aun sentía el tacto de su piel cuando acariciaba las curvas de sus pechos y su vientre, respirando ambos profundamente el dulzón aroma de su habitación después de haber hecho el amor. Le gustaba poseerla con suavidad pero firmeza y sentir en su pene las contracciones de su vagina al correrse. Disfrutaban observándose al espejo de la habitación mientras practicaban todas las posturas que podían imaginar envueltos en su delirio de placer.



Te seguiré comiendo tu sexo aunque me digas basta y el cuerpo te tiemble de tantos orgasmos.



Tuvo que cruzar de nuevo las piernas bajo su falda para esconder la humedad en su ropa interior que su víctima le estaba provocando con aquellas respuestas. Notaba su presencia a través de su piel como si la estuviera abrazando, conservaba en sus labios el gusto dulce de su boca. La ropa que llevaba puesta aun olía a él, podía sentir su aroma y el tacto de su barba. Ella ya no estaba allí sentada en aquella mesa, estaba en su dormitorio unas horas antes cuando Mario la penetraba desde atrás y percibía el calor de su pene en su interior. Aún notaba la sensación cuando él eyaculaba entre sus manos y el semen caliente le caía por sus senos. Se relamía de gusto y se reía de placer al observarlo mientras gritaba desesperado durante su orgasmo. Se volvió a recomponer intentando asestar el golpe definitivo pues parecía que él había tomado alguna ventaja. Las dos compañeras de mesa se miraban con complicidad pues sabían de los juegos de Alejandra con su pareja. Debía concentrarse al máximo en los apenas ciento cuarenta últimos caracteres que lo derribase y lo pusiera a sus pies. Ahí mismo cayó en la cuenta de su debilidad, lo que lo terminaría de perder sus casillas del todo. Sabía con seguridad que perdería el control definitivamente y con suerte mojaría el interior de su bata blanca como premio a su destreza como dominadora de la situación. A esas alturas él ya estaría más que excitado así que aprovechó para disparar su última bala.



Luego te esperaré a que salgas en la puerta de la farmacia con mi gabardina y debajo sólo la ropa interior roja.



Mario tuvo que sentarse para poder terminar de leerlo y después contestar sin apenas pensarse la respuesta.



Está bien tú ganas, me rindo. Ahora subo a tu oficina y te espero en el almacén para hacerte lo que me pidas.



Cerró el teléfono con una amplia sonrisa de triunfadora y lo colocó en su escritorio sabedora de su destreza para manejar a su antojo los deseos de su hombre. A los lados de la pantalla del ordenador las caras de sus compañeras esperaban con visible expectación el resultado del cruel juego. No tuvieron más respuesta que un guiño detrás de sus gafas como señal de victoria. Ambas recibieron el resultado de su hazaña con alivio mientras se mordían el labio con deseo y envidia.


Datos del Relato
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