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Categoría: Voyerismo

Bajo los ojos de la mesera

Era una de esas tardes que se visten de grises colores, el viento levanta el polvo de las calles y, de racha en racha, la basura acumulada. Era una de esas tardes extrañas por infrecuentes, que salía temprano de la oficina y por lo mismo, no sabía que hacer con la tarde, ya que mi esposa se encontraba fuera de México y no había nadie en casa que me esperara.

Miraba pasar a la gente cuando me percaté de que te encontrabas junto a tu automóvil, por tu actitud, pude darme cuenta de que algo te molestaba y me dirigí a tu lado con el fin de hacerte la plática, así, supe que algo había fallado con el auto, que tu marido no podría venir por ti y que esperabas algún taxi para continuar tu camino. De pronto, una ráfaga de viento levantó tanto polvo y basura, que nos protegimos en el quicio de una puerta, lo suficientemente juntos como sentir el calor de nuestros cuerpos... un ligero roce de tus senos sobre mi brazo y una pausa embarazosa.

Te sugerí que camináramos hacia alguna avenida principal, donde con seguridad, podrías tomar un taxi, así que iniciamos el camino sin platicar nada en concreto, de pronto, un gran tronido y la caída del chubasco, ráfagas de viento que impulsaban al agua a caer en todas direcciones, por lo que terminamos dentro de un pequeño café.

En el interior sólo se encontraba una mesera que realmente lucía aburrida y dos jóvenes damas, que a juzgar por sus uniformes y libros sobre la mesa, venían de la escuela y quizá repasaban lo que mañana habrían de presentar.

Elegimos una mesa al fondo del local, desde donde podíamos observar la mayoría de las mesas y el gran ventanal junto a la puerta, por el que pasaba la gente corriendo hasta dejar una calle vacía y lluviosa.

Un trueno más y la luz desapareció, quedamos sumidos en medio de una penumbra, lo que mirábamos con claridad momentos antes, ahora sólo eran siluetas, con excepción del ventanal, que mostraba una calle gris, lluviosa y vacía. Las jóvenes reían y jugaban con la flama de las velas que la gentil mesera disponía sobre las mesas.

Después de la vela, llegaron las cartas de café, croissant y pastelillos y para poder leerlas, nos aproximamos a la mesa para leer a la luz de la vela. Fue tanto lo que nos aproximamos, que uno de tus senos descansó sobre mi brazo y de momento no supe reaccionar, te miré y sonreías, entonces con la mano que tenía libre roce tu pecho mientras te miraba de reojo... suspiraste y te hiciste más al frente... La mesera se aproximó y nos pidió la orden... un par de cafés, un pastelillo y un poco de crema, se retiró y con una leve sonrisa dijiste “en qué nos quedamos” al tiempo que nuevamente te aproximabas a la mesa.

Más abiertamente, con el dorso de mi mano comencé a acariciar tu pecho, la suavidad de tus curvas y la dureza de tus pezones, que comenzaron a resaltar sobre la tela que los aprisionaba, desabotoné los dos botones superiores de tu blusa y apareció a mi vista un sostén de encajes... mis dedos jugueteaban con ellos en tanto tu respiración comenzaba a agitarse... te aproximaste más a mi, de tal forma que quedamos casi frente a frente, apoyados en la esquina de la mesa... tus labios estaban apretados y me mirabas fijamente...

La amable mesera, llegó con lo ordenado, lo dispuso sobre la mesa y discretamente apagó la vela, tenía rato observándonos, entre divertida y asombrada...

Nosotros nos encontrábamos en un mundo aparte, al margen de lo que sucedía, mientras besaba tu cuello, una de tus manos calló sobre mi pierna y en momentos apretabas fuertemente mi muslo, en momentos lo acariciabas con suavidad... Las risas de las jóvenes nos hicieron recomponernos un momento, tratando de disimular tomamos café, mordías el pastelillo y tu mano subía por mi pierna hasta la hebilla del cinturón, con tus largas uñas recorrías la parte externa de la cremallera... siguiendo la longitud de aquel bulto oculto, de momento, con la mano extendida masajeabas en pequeños círculos y volvías al juego de la uña y la cremallera.

Mientras tanto, mis dedos ya habían descubierto tus formidables pezones, que lucían maravillosos rodeados de una gran aureola... me aproximé a besar tus labios, lo que discretamente evitaste... comenzaba a retirarme, pero cerraste tu mano sobre mi miembro y susurraste “no me sueltes”... de momento, como buen hombre no supe que hacer y me ofreciste tus senos, al tiempo que hábilmente liberabas la presión que el pantalón representaba sobre la parte más masculina de mi ser... Entonces, aprovechando tu aparente vulnerabilidad y encubriendo la mía, deslicé mi mano bajo tu blusa, hacia tu vientre... tu respiración era más violenta y conforme a su ritmo, movías la mano con la que firmemente sostenías mi pulsante miembro.

La mesera se percató del punto en que nos encontrábamos y muy solícita se aproximó a la mesa, atentamente nos solicitó que nos detuviéramos y mejor pasáramos a la oficina, donde estaríamos más confortables, ya que ésta sólo tenía una pequeña ventana al área de la caja, por lo que nadie podría vernos, salvo que se asomara por allí, esta última frase, dicha con una sonrisa de complicidad... Nos dejamos conducir por ella y allí, te sentaste sobre la mesa que hacía las veces de escritorio, allí, traté de desprenderte de tus medias, pero gentilmente lo evitaste, susurraste un firme no a mis oídos, besaste mi oreja, el cuello y descendiste hasta poner tus labios en esa cabeza que aprisionaban tus manos, con tu lengua comenzaste a rozar cada parte de ese miembro y con dulzura y suavidad chupabas por toda su extensión y lo introducías en tu boca, estimulándolo con tu lengua, hasta que en una gran explosión tragaste todo el jugo emanado del interior de mi ser.

Después, te limpiaste la boca y salimos del lugar, acompañados por la mirada de la mesera, quien nos solicitó regresáramos cuando quisiéramos, sonreímos y cada quien siguió su camino.
Datos del Relato
  • Categoría: Voyerismo
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